lunes, 5 de marzo de 2012

Comparaciones incómodas: Presente y Pasado

Brigitte Bardot: hoy y ayer
Mais où sont les neiges d`antan? (François Villon)
¿Te acordás, hermano? ¡Qué tiempos aquellos! / Eran otros hombres más hombres los nuestros. / No se conocían cocó ni morfina, / los muchachos de antes no usaban gomina. (Francisco Canaro y Manuel Romero)
Todo tiempo pasado fue mejor. (Refrán anónimo)
No es que el tango mintiera descaradamente cuando fue escrito, porque las drogas se consumían desde siempre, aunque no en sectores tan amplios de la sociedad como sucede ahora, y si bien la gomina no había sido inventada a comienzos del siglo XX, los hombres disponían de aceite de macasar y otras substancias que les permitían domar el pelo más rebelde. El tango comparaba, como Villon en el Medioevo, su actualidad con el pasado, con el objeto de otorgarle al pasado un valor insuperable, doloroso (porque siempre fue mejor que el presente y a pesar de ello, dejó de existir).

1. Ayer, Brigitte Bardot era la imagen deliciosa de la juventud que se rebelaba contra los valores tradicionales, comenzando por el pudor. Hoy es una anciana que vota por la derecha y defiende la causa de los animales. ¿Pudo haber envejecido sin traicionarse? Su respuesta ha sido NO.
2. ¡Oh, venganza inapelable la del Tiempo! Alain Delon ha envejecido, tal como he envejecido yo, que nunca disfruté el privilegio de ser el adorado por millones de mujeres Alain Delon. Por lo tanto, él debe haber sufrido más que yo la pérdida de la fama y la juventud. Yo puedo esconder o destruir mis escasas imágenes juveniles, mientras él tiene decenas de películas que testimonian su perdido esplendor.
3. A medida que se acumulan los años sobre el observador, tiende a comparar antaño con hogaño, sea para preguntarse si acaso hay diferencias significativas, como también si algo se ha ganado o perdido con el tiempo. Es difícil añorar la época en que la gente moría poco después de los treinta años y limitaba su horizonte a su barrio, a su pueblo. No es un juego divertido para compartir con las nuevas generaciones, que viven hiperconectadas con los medios y al presenciar cualquier discurso sobre el pasado se sienten excluidas, como cuando dos o más parientes se ponen a hablar en otra lengua, que nadie más conoce, durante una reunión familiar. ¿Qué pretenden? ¿Demarcar territorios privilegiados que al resto les está prohibido? ¿Demostrar que hay experiencias inalcanzables para el resto?
4. Ayer los estudiosos no dudaban de los beneficios de una educación clásica, que los obligaba a memorizar un respetable volumen de datos acumulados por incontables generaciones y aprender un par de lenguas muertas, entre otros tipos de gimnasias mentales que entrenaban sus disponibilidades para elaborar conocimientos menos apolillados que los recibidos. Hoy se aprecia sobre todo la actualidad, la inmediatez, que al parecer se regala y minuto a minuto se desactualiza.
5. Ayer los roles de hombres y mujeres, de viejos y jóvenes, de pobres y ricos, de citadinos y campesinos, se encontraban perfectamente diferenciados y las excepciones resultaban notables (graciosas o discriminadoras, de acuerdo al criterio del observador) pero en el fondo irrelevantes. Cada uno sabía quién le había tocado ser, quien iba ser (le gustara o no) por el resto su vida y si por casualidad se le olvidaba en el camino o lo disimulaba, era en homenaje a las convicciones de la mayoría. ¡Nada de inyecciones de botox, ni tinturas para el pelo, ni lentes de contacto, ni las imitaciones baratas de costosa ropa de marca, ni el look andrógino, ni una larga serie de sustitutos de lo auténtico!
6. Ayer se caminaba dentro de la ciudad, aunque se tardara más en llegar adonde se iba y resultara en ocasiones aburrido repetir los mismos recorridos, pero también se disfrutaba de la oportunidad de saludar de lejos o detenerse a conversar con los conocidos. Hoy se necesita un auto que permita ganar tiempo, que limita los diálogos y plantea el problema de dónde estacionarse una vez que se llega.
7. Ayer la gente redactaba cartas extensas, en las que tal vez no comunicaba mucho, dado el peso que tenían las inevitables fórmulas de cortesía, empleando una fina letra cursiva inglesa y un vocabulario culto que debió costarle tanto esfuerzo como si fuera otro idioma, aunque tuvieran que romper una infinidad de borradores en el camino y pedir la ayuda de parientes o amigos. ¡Nada de teléfonos celulares, tweets indescifrables o mensajes de texto!
8. Ayer las familias se reunían para comer, después de que al menos las mujeres se reunieran durante horas para cocinar, circunstancia que les permitía socializar fórmulas de cortesía y hablar entre ellos, aunque solo fuera para disimular el incómodo silencio que se denuncia entre aquellos que no se entienden demasiado y tampoco tienen otros interlocutores. ¡Nada de radios o televisores que usurpan el rol de emisores privilegiados que abusan del silencio de los demás, nada de bandejas separadas!
9. Ayer íbamos al cine o al teatro, para encerrarnos durante un par de horas con decenas de conocidos o desconocidos que disfrutaban en compañía de un espectáculo que nos invitaba a emocionarnos, reír o aplaudir juntos. Hoy, cuando estamos solos, nos acompañan las risas grabadas de la televisión, las miradas a la cámara de los periodistas y conductores.
10. Ayer los pobres podían pasarlo bastante mal, como estaban acostumbrados a pasarlo desde que tenían memoria, pero lo hacían discretamente, resignados, de puertas para adentro, de hambres calladas, de ropa teñida y zurcida con esmero, para aguantar otra temporada más, de zapatos con taco de goma y media suela, de empleos vitalicios pero sin futuro. Pensar en alterar situaciones como esas, se encontraba fuera de discusión, lo mismo que exponer sus estrechuras ante la comunidad, que no las ignoraba, ni prometía hacer mucho por mejorarlas. ¡Nada de tarjetas plásticas, aunque en el almacén se tenía una libreta donde anotaban las compras que iban a ser pagadas cuando se cobrara a fin de mes y en algunas tiendas ofrecían créditos de seis cuoatas a sola firma!
11. Que ayer no hubiera pantallas planas de televisión, ni computadoras, ni teléfonos celulares, dejaba disponibles los ojos para la lectura y los oídos para la radio. Oír con los ojos cerrados, imaginando la acción que corresponde a lo que se oye, era una costumbre que rara vez abandonan aquellos que la adquirieron, porque permite concentrarse mejor (y no pocas veces, entender mejor) lo que se oye.
12. Ayer las parejas jóvenes se casaban después de prolongados noviazgos, convencidos de que lo hacían para siempre, con aquellas personas que el Destino les había deparado, no sin antes haber sido conocidas y aceptadas por la familia, de manera tal que si el proyecto derivaba en fracaso tras el matrimonio, afrontaban con evidente resignación el malhumor o los golpes o los cuernos que podían presentarse en el camino.
13. Ayer las mujeres golpeadas por sus parejas, ocultaban su vergüenza, porque probablemente debían tener alguna responsabilidad en la situación que sufrían. En más de caso, podía sospecharse que disfrutaban el rigor, como una forma de cobrarles faltas ocultas, de las que mejor no se hablaba. ¡Quejarse hubiera sido perder el tiempo! En la actualidad, asisten a los reality shows de la televisión, y si lo prefieren de espaldas.
14. Ayer los niños abusados por los adultos, que nunca faltaron, ocultaban su vergüenza por el resto de la vida, no fuera que se los estigmatizara de por vida por ese daño que habían sufrido y en ningún caso buscado. Ayer los adultos abusadores tenían por delante un futuro de abusos tolerados y sin castigos, dado el descrédito que acompañaba a los intentos de cualquier menor que se opusiera y pidiera auxilio. ¡Nada de confesiones oportunas o tardías, tampoco nada de denuncias a la Justicia!
15. Ayer los preservativos eran un método anticuado y algo sucio de control de la natalidad, por lo que su expendio se efectuaba discretamente, en los baños de hombres de los bares, junto a los mingitorios, como quien se niega a reconocer una existencia que no enorgullece a nadie. Hoy se anuncian en las farmacias.
16. Ayer los anticonceptivos que a partir de los años ´60 convirtieron a cada mujer en la responsable de embarazarse o no, todavía no calaban en el imaginario femenino. Ellas parecían condenadas a ser siempre las víctimas de las pasiones masculinas. Hoy, que se conocen mejor que nunca los peligros de las enfermedades de transmisión sexual, las mujeres más jóvenes se dan el lujo de descreer en los anticonceptivos o imaginar que mañana resolverán cualquier problema.
17. Ayer la prostitución se ocultaba a la vista de la mayoría, como los gestos de la higiene personal. Si alguien quería disfrutarla, sabía cómo hacerlo, sin hallar otros obstáculos que su disponibilidad financiera. En la actualidad se exhibe en las calles, tanto de noche como de día y hasta pasa a formar parte del patrimonio turístico del lugar donde se ofrece.
18. Ayer las drogas eran consumidas por unos pocos, a los que se miraba con cierta pena, sin demasiada intención de ofrecerles ninguna ayuda, porque después de todo era justo que ellos pagaran con el aislamiento social su desafío a la opinión dominante. Hoy es difícil sustraerse al activo mercado, que parece tener más poder que los poderes públicos.
19. Ayer los alcohólicos no pasaban de ser unos pobres tipos, tolerados por todo el mundo, que en ciertos casos daban risa y en otros lástima. Las mujeres quedaban misteriosamente excluidas del vicio de los hombres. Bastantes problemas tenían ya con las parejas que las deseaban o vigilaban, para que imitaran también las debilidades masculinas. Hoy, lo que el alcoholismo ha pasado a ser visto como una enfermedad crónica, no enorgullece a nadie, aunque todavía se señala con el dedo.
20. Ayer el bailarín exhibía a su pareja durante no más de tres minutos, como un trofeo todavía con vida, reducido a la más completa obediencia, transformada en una continuación de su propio cuerpo, tan atractiva que los demás hombres pudieran observarla sin disimulo y hasta con envidia por el fugaz control facilitado por la música. Hoy, cada uno se las compone por sí mismo, no comparte con nadie la atención que puedan prestarle, sigue buscando compañía hasta cuando no está solo.
21. Ayer los jóvenes afirmaban tomar como modelo de vida a los adultos que tenían cerca, sus padres y vecinos, dejándolos satisfechos con esas declaraciones, aunque les constara que se trataba de modelos que comenzaban a resultar impracticables. Hoy, nos faltan los jóvenes que desprecian a los adultos y los adultos que miran con horror a los jóvenes.
22. No muchos jóvenes ingresaban ayer en la Universidad, la mayoría de ellos decididos a preparar su futuro en la profesión liberal que hubieran elegido. Hoy ingresa casi todo el mundo que se lo propone y en muchos casos la más completa desorientación reina, cuando no el proyecto de demorar por cinco o seis años la entrada en las responsabilidades de la edad adulta.
23. La izquierda y la derecha políticas podían reconocerse ayer sin dificultades. La gente se peinaba y vestía de acuerdo a su militancia política, cargaba debajo del brazo algún semanario o libro que los identificaba, utilizaba un discurso que era el mismo que se le había oído a los de su sector durante generaciones, y no intentaban confundir a su auditorio camuflándose precisamente como el adversario.