miércoles, 16 de abril de 2014

Parejas ideales vs. Parejas efectivas

Una doncella, que pecaba de orgullosa, quería un marido joven, guapo, de buena figura, de finos modales, muy enamorado y nada celoso. (…) Quería también (…) que fuera un hombre rico, de buena familia, que tuviera talento, que no le faltara nada; pero, ¿quién puede reunirlo todo? (Jean de La Fontaine: La Doncella)
Tarjeta postal años `30
Durante mi infancia en San Pedro, a mediados del siglo XX, me tocó ser testigo del final de una concepción de los roles de la pareja humana que se había mantenido sin mayores cambios durante siglos. Las hermanas Fenouilh o las Menegoni, amigas que visitaba mi madre, como Corina y Mariquita, primas de mi padre que vestían santos y murieron solteras, en un pueblo donde abundaban los hombres solteros de su misma generación, andaban por ahí, acompañándose una a la otra, pero en realidad solas.

A los hombres no les iba mejor. Mi tío Miguel fue desdeñado por una novia antes de cumplir los 30 años y a partir de entonces no se le volvió a conocer otro intento de formar pareja. Mi tío Juan permaneció soltero toda la vida, y me cuentan que durante su funeral, cuando tenía setenta años, apareció una mujer madura y desolada, que aseguraba ser su viuda, aunque el resto de la familia la veía por primera vez.

De acuerdo a las evidencias, todos ellos fueron víctimas de un ideal de la pareja humana, que por distintos motivos resultó inaccesible. Probablemente ellos hubieran debido renunciar a sus ilusiones, para no convertirse en rehenes de las expectativas erróneas que se forjaron, y luego no se atrevieron a desechar como un estorbo. ¿Acaso los solteros disponibles no estaban a la altura de las desmedidas expectativas de esas mujeres? ¿Tal vez las mujeres con quienes efectivamente se entendían esos hombres, eran vistas como impresentables?
Tarjeta postal años `30

Mis tíos eran trabajadores honestos, tenían buena relación con su familia y de acuerdo a lo que sé, carecían de otros hábitos dañinos fuera del cigarrillo. Las hermanas solteras eran ordenadas, hacendosas, en ningún caso feas y habían demostrado ser capaces de mantenerse a sí mismas, por lo que no hubieran constituido una carga para ningún marido. ¿Qué convirtió a todos ellos en parejas inaceptables? Puede argumentarse que deseaban permanecer libres de compromisos, pero también cabe imaginar que debieron resignarse a tal situación, porque no se les presentaba otra.

Cuando las Fenouilh paseaban rutinariamente los sábados al atardecer por la calle Mitre iluminada y musicalizada, incorporándose a una multitud ociosa, que se exhibía sus mejores ropas, eran ya mujeres maduras, que se exponían a la mirada evaluadora de los hombres apostados en el cordón de la vereda y afrontaban una competencia desigual con quienes hubieran podido ser sus hijas. Ellas fracasaban, pero no se habían rendido. Corina y Mariquita, en cambio, dedicaban sus salidas de la casa al servicio del culto religioso. Ellas habían abandonado las esperanzas de escapar a su destino.

Foto de pareja años `30
El historial de los intentos fallidos de armar parejas no se exhibía demasiado por entonces. No estaba bien visto lamentarse. Menos aún, acusar a nadie como responsable de su situación. Una mujer que viera pasar por su vida a varios pretendientes y a pesar de ello no consiguiera atrapar a ninguno, comenzaba a volverse sospechosa de Dios sabe qué taras ocultas para sus vecinos y parientes. Un hombre despreciado por varias mujeres, sufría un descrédito intolerable ante el resto de las mujeres, y hasta sus propios amigos lo convertían en objeto de alusiones humillantes.

Nadie se encontraba en condiciones de afrontar el fracaso de una relación, porque automáticamente se lo culpaba de ello. Los intentos de armar una pareja dependían de la iniciativa de terceros, que mediaban entre las partes o como se decía entonces, “hacían gancho” (una institución que contra todo lo previsible en la modernidad, ha persistido). Al tantear la recepción de la otra parte, la humillación de quien proponía una relación quedaba reducida al mínimo. Después de todo, podía argumentarse, no había sido más que la iniciativa de un intermediario bien intencionado.

“Hacer gancho” era un deporte practicado por medio mundo. La gente madura y los viejos comenzaban desde muy temprano a relacionar a los más jóvenes, con su aprobación o sin contar con ella, como si les resultara intolerable que no hubieran pensado en formar una pareja, a pesar de su evidente inmadurez. Desde la infancia se empujaba a los chicos para que se acercaran a las chicas (nunca a la inversa) y las cortejaran con pequeños regalos o frases amables. Era un entrenamiento útil para la formación de expectativas, que ocurría bajo el control de los adultos, quienes comentaban los tropiezos o aciertos de sus pupilos e impedían que las cosas pasaran a mayores.

You are here, so am I / maybe millions of people go by / but the all desappear from view, / I only have eyes for you. / My love must be / some kind of blind love / I don´t see anybody but you. (Harry Warren y Al Dubin)

Foto matrimonial años `30
La modernidad trastornó los roles de hombres y mujeres en apenas un par de generaciones, hasta volverlos irreconocibles para los más viejos. No solo se esfumó la ilusión de que la unión de un hombre y una mujer se establecía por el resto de sus vidas, con el objeto de procrear tantos hijos como les deparara el Destino; también se puso en duda que los únicos integrantes de una pareja debieran ser un hombre y una mujer.

Para las mujeres, el hombre ideal debía satisfacer varias condiciones. Era quien traía dinero al hogar, con el objeto de sostener a la familia que había formado con su legítima esposa. Era también quien iniciaba a su esposa en los rudimentos de la sexualidad, enseñándole para qué servía su cuerpo, deseado pero carente de autonomía. En los cuentos de hadas, el Príncipe Azul despertaba de su sueño virginal a la Bella Durmiente y de su muerte aparente a Blanca Nieves. Si ellos hubieran pasado de lado, ellas habrían debido continuar esperando. Gracias a la llegada del marido, la mujer dejaba de ser una carga para su familia paterna y se convertía en la respetada fundadora de otra familia.

Para los hombres, una sola mujer no era capaz de satisfacer todas las expectativas. Por un lado estaba la esposa y madre que llegaba virgen al matrimonio y se cuidaba respetar la marginación del mundo, para cuidar la crianza de los niños y atender al marido en lo que él dispusiera. Por el otro, estaba la mujer (o tal vez una pluralidad de mujeres) con la cual un hombre hallaba satisfacción sexual. Era imprudente esperar que una sola mujer cumpliera ambas funciones. Más aún, era sospechoso de lo peor, que una esposa dominara las artes de una amante o una prostituta. Desde la Antigüedad, la santidad del matrimonio quedaba asegurada gracias a esta división de tareas.

Que un hombre decida comprometerse a vivir en pareja con la mujer que soñaron, o que decida no comprometerse a vivir en pareja con nadie, hasta encontrar precisamente a la mujer que ha soñado, son errores más frecuentes de lo que se piensa, y no es raro que conduzcan a la decepción o la soledad, porque los sueños distan de ser la guía más confiable para organizar la vida cotidiana sobre una base que soporte los contratiempos que tarde o temprano se presentan.

La posibilidad de que alguien crea encontrar en algún momento de su vida a la pareja soñada es alta, sobre todo porque la descarga hormonal que se describe como enamoramiento, ciega a quienes afecta (Cupido, en la mitología griega, tiene los ojos vendados) impidiéndoles percibir objetivamente los detalles de la realidad que no coinciden con las imágenes que ellos elaboraron.


Just in time. I found you just in time / Before you came, my time was running low. / I was lost, the losing dice were tosed / My brigdges all were crossed, nowhere to go. / Now you´re here and now I know just where I´m going / No more doubt or fear, I found my way. (Jules Styne, Betty Comden y Adolf Green: Just in time)


En el pasado, la gente esperaba la llegada de la pareja ideal y mientras tanto dejaba pasar las oportunidades que no coincidían con esa visión. Dante Alighieri vio unas pocas veces a Beatrice Portinari, que le bastaron para que escribiera La Divina Comedia y La Vida Nueva. Eso no impidió que ella y él organizaran sus vidas por separado, con otras parejas, que les dieron hijos y probablemente cierta estabilidad emocional que no se tradujo precisamente en la creación literaria.

Los proyectos en torno a la pareja ideal, pueden revelarse como un estorbo, cuando se intenta concretarlos en el mundo real, dando la espalda a lo que realmente se tiene, pero también suministra un impulso formidable, cuando la energía del enamoramiento se desvía hacia otras actividades, como hizo Dante. Para el común de la gente, suele ser una fuente de insatisfacciones, pero al mismo tiempo es un umbral del que resulta difícil excluirse.