lunes, 9 de marzo de 2015

Música popular: conformismo y agitación


Enrique Santos Discépolo
La música popular no siempre se conforma con arrullar de manera sistemática a su audiencia, que la disfruta y se adormece repitiendo sus versos, sin explorar las intenciones más complejas que puede abrigar. Comunica ideas, visiones del mundo que pueden ser triviales o engañosas, también profundas, pero dado el contexto en el que aparecen (las canciones que todo el mundo conoce de memoria) suelen aceptarse y convertirse en propias, sin ponerle obstáculos.
Darse por vencido ante las dificultades grandes o pequeñas que plantea la vida en pareja, era una alternativa que el tango de la primera mitad del siglo XX presentaba como la suprema humillación que podía sufrir un hombre. Enamorarse era quedar expuesto a la posibilidad de ser traicionado, y enamorarse era un riesgo difícil de evitar, para un hombre buscara la compañía de mujeres, con el objeto de saciar las urgencias del sexo.
¿Por qué podía alguien entregarse a una queja inútil, de fracasado incapaz de tener bajo control su vida? Tal vez en un momento de debilidad, bajo los efectos del consumo alcohólico, se justificara la confesión de una derrota en el ámbito amoroso. Después de todo, ¿qué podía esperar un hombre, cualquier hombre, del comportamiento de una mujer traidora, a quien para su desgracia el hombre hubiera amado? ¿Qué cabía esperar de casi cualquier mujer, menos de su madre?

Percanta que me amuraste en lo mejor de mi vida / dejándome el alma herida y espina en el corazón / sabiendo que te quería, que vos eras mi alegría / y mi sueño abrasador. / Para mí ya no hay consuelo / y por eso me encurdelo / pa´olvidarme de tu amor. (Samuel Castriota y Pascual Contursi: Mi noche triste)

Hundirse en la desesperanza no planteaba salidas en el universo de la música popular. Cuando se sufría, era por una pena abrumadora, y no por un rato, después del cual la vida recuperaría la normalidad, sino para siempre. Poco importaba si el duelo surgía de la pérdida de una mujer o de las injusticias sociales. El conflicto nacía de la subjetividad de un personaje que no costaba identificar como un sujeto pensante, sensible, indignado, pero sin otras alternativas que la protesta sin mayores consecuencias, como estableciero los versos de Cambalache, el tango de Discépolo.

Que el mundo fue y será una porquería / ya lo sé / en el quinientos seis / y en el dos mil también / que siempre ha habido chorros, / maquiavelos y estafaos / contentos y amargaos / valores y dublé ( pero el siglo XX / es un despliegue / de maldá insolente / ya no hay quien lo niegue / vivimos revolcaos / en un merengue / y en un mismo lodo / todos manoseados. (Enrique Santos Discépolo: Cambalache)

Después de que los artistas expusieran mediante el canto sus opiniones tan adversas sobre el estado del mundo contemporáneo, tan propicio a todo tipo de corrupción y crueldad, ¿qué hacer? Algunos reaccionaban indignados, como hicieron los militares y otros sectores conservadores y moralistas, que en el curso de los años ´30 creyeron necesario censurar la letra de los tangos en Argentina, durante la llamada Década Infame. 
Otros estaban de acuerdo con la sombría visión ofrecida por la música popular. La audiencia tenía la oportunidad de oír esos versos y compartir el sentimiento generalizado de rechazo del mundo contemporáneo o (lo que no era demasiado diferente) una establecía un resignación irónica ante un estado de cosas imposible de modificar. No hay mucha distancia entre dos actitudes que se presentan como antagónicas. Las limitadas dimensiones del universo del asco, no permitían demasiadas variantes.

¿No te das cuenta que sos un engrupido?  / ¿Te creés vos que al mundo lo vas a arreglar vos? / ¡Si aquí, ni Dios rescata lo perdido! / ¿Qué querés vos? ¡Hacé el favor! / Lo que hace falta es empacar mucha moneda / vender el alma, rifar el corazón / tirar la poca decencia que te queda / plata, plata, plata y plata otra vez. / Así es posible que morfés todos los días / tengas amigos, casa, nombres… y lo que quieras vos. (Enrique Santos: Discépolo: Que vachaché)

Rita Pavone
A comienzos de los años `60, en la Universidad, no escuchábamos tangos, que considerábamos ligados a una miope visión del mundo, que no intentaba llegar más allá de los sentimientos más elementales. Rencor, celos, derrotismo, definían una subjetividad inaceptable, en la que uno podía caer, pero evitaba reconocer delante de sus pares, porque lo degradaban. Mientras tanto, las canciones europeas podían ser no menos pegadizas y triviales que las de Doris Day, como demostraba Rita Pavone.

Datemi un martello. / Che cosa voi fare? / Lo voglio dare in testa / a chi non mi va, sì sì / a quella smorfiosa / con gli occhi dipinti / che tutti quanti fan ballare / lasciandomi a guardare. / Che rabbia mi fa / che rabbia mi fa. (Rita Pavone)

¿A quién se le hubiera ocurrido buscar más allá de la tontería evidente de la versión italiana? Una chica enojada imaginaba un martillo para agredir a quien se le cruzara en el camino, molesta por no haberse quedado sin bailar. Un baile: a eso se limitaba el universo mental del personaje adolescente. Después de todo, podíamos decirnos, la canción no era más que una excusa rítmica, para que las parejas finalmente separadas, tras un siglo y medio de haber bailado enlazadas, se agitaran enfrentadas pero sin desplazarse, de acuerdo a la coreografía del twist.
Pete Seeger
Estábamos en un error. Lo aparente no bastaba para entender la realidad, tuvimos que aprender. Una canción estúpida provenía de otra canción, nacida en otro ámbito cultural, el de las luchas sindicales durante los primeros años de la Guerra Fría en los EEUU y le había valido la cárcel a su autor.

If I had a hammer / I´d hammer in the morning / I`d hammer in the evening / All over this land. / I´d hammer out danger ( I´d hammer out warning / I`d hammer out love / between my brothers and sisters / out over this land. (…) / It´s the hammer of Justice / It´s the bell of Freedom / It´s the song about love / between my brothers and sisters. (Pete Seeger y Lee Hays: If I had a hammer)

Joan Baez
Nuestros intereses debían ser otros, para que no nos acusaran de pequeño burgueses. Oíamos las canciones de Joan Baez. Ella no era del todo yanky, por sus ancestros mexicanos y la participación en movilizaciones por los derechos civiles de los afronorteamericanos, como la Marcha hacia Washington de 1963; también por sus conciertos en las cárceles, que la situaban en una categoría aparte: aquella de los artistas perseguidos por el FBI, que no tenían posibilidad de acceder a los medios masivos.
Eran canciones simples y repetitivas, como suelen ser los himnos religiosos, fáciles de memorizar, que a pesar de la gravedad del tema, planteaban consignas optimistas. Los cambios tan deseados por nuestra generación, la de los más jóvenes, iban a ocurrir pronto, a pesar de tenaz la oposición del Poder establecido, de los adultos, si se lograba la unidad de aquellos que los buscaban.

We shall overcome / we shall overcome / we shall overcome some day. /  Deep in my heart / I do believe / that we shall overcome / some day. / And we´ll walk habnd in hand / we´ll walk hand in hand / one day. (Charles Tindley: We shall overcome)

El tiempo demostró que las cosas no eran tan simples ni carentes de contradicciones, en el ámbito de los procesos sociales. Muchos cambios urgentes, que habían sido anunciados, se demoraban o eran finalmente traicionados por aquellos que los encabezaban. Muchos retrocesos y fracasos ocurrían donde nadie lo había imaginado. La revolución prometida por las canciones de protesta quedaba postergada por una generación o por tiempo indefinido.
Gloria Gaynor
En la versión de 1978 cantada por Gloria Gaynor, I will survive es un monólogo entre cómico y desafiante, donde el destinatario y oponente es alguien a quien se amó demasiado, más de lo que merecía, porque abandonó a quien había confiado en su fidelidad. El daño que se recibió, aunque doliera, terminó fortaleciendo a quien hubiera debido ser la víctima.
At first I was afraid I was petrified / thinking I couldn´t live without you by my side ( and I´ve been spending nights / thinking how you did me wrong / and I grew strong / and I learned how to get along / and now you´re back / from outer space / and I find you here with that sad look upon your face / I should have changed that stupid lock / or made you leave your key / if I´ve known for a second you´d be back to bother me. (Dino Fekaris y Frederick Perren: I will Survive)

La época en que la canción se difundió, desde la aparición pública de la comunidad gay, tras los disturbios de Stonewall, en Nueva York, 1969, hasta el comienzo de la epidemia del VIH, promediando los `80, permitió que I will survive se convirtiera en el himno de un sector de la población que hasta entonces no era reconocido por los medios. En ese momento, cuando los enfermos inevitablemente morían, sin medicinas, ni el respeto de una sociedad que los temía, la canción planteaba el duelo de las parejas que se rompían y la promesa de un desenlace inevitable.
El desprecio de alguien en quien se confió ciegamente, alguien a quien se amó sin tomar precauciones, termina por imponerse en la canción disco. El recuento de la experiencia no se da tal como en el tango, donde la infiel es apartada por el hombre que cayó en sus redes, tras haber sufrido un desengaño que lo sume en una rumia sin límites. Superado el dolor inicial, el personaje de I will survive comprueba con alivio, con ironía, que es posible sobrevivir sin la otra persona y sentirse más fuerte que antes.
Estela Raval
Hacia el fin del siglo XX, que había acumulado una serie de experiencias colectivas horribles, capaces de desalentar a cualquiera, la apuesta de la canción era otra, por absurda que resulte: derrotar a un adversario muy superior en sus fuerzas a quien canta. Cuando Estela Raval presenta una versión titulada Resistiré, la audiencia sabía que a pesar de no nombrarlo, ella se refería al cáncer, una enfermedad fatal que le otorgaría prórrogas, desvíos, falsas esperanzas, pero no la soltaría más.

Resistiré para seguir viviendo / Soportaré / los golpes y jamás me rendiré / Y aunque los sueños se me rompan en pedazos / resistiré, resistiré, (Dino Fekaris: Resistiré)

No se trata de un plan concreto, sino de una decisión que si bien se piensa, carece de todo sustento. Solo se trata de una voz que compromete a quien la emite, a una actitud difícil de sostener y probablemente superior a sus fuerzas. Pase lo que pase (y no es demasiado amable la perspectiva de todo lo que puede pasarle, aunque no llegue a especificarlo) alguien quiere convencer a los demás y sobre todo convencerse a sí mismo, que en algún sitio, dentro o fuera de su mente, hallará las energías requeridas para no entregarse a la desesperación.
En la versión de Celia Cruz, que ella presenta en parecidas circunstancias, la misma canción se titula Yo viviré y se convierte en un desafío a todos los pronósticos.

Y ahora vuelvo a recordar, aquel tiempo atrás / cuando me fui buscando el cielo de la libertad / cuántos amigos que dejé y cuántas lágrimas lloré / yo viviré, para volverlos a encontrar / y seguiré, con mi canción / bailando música caliente como bailo yo / y cuando suene una guaracha / y cuando suene un huahuancó / en la sangre de mi pueblo, en su cuerpo estaré yo. (Dino Fekaris: Yo viviré)

Todo está perdido y sin embargo queda la confianza de superar la adversidad, en una versión modesta de la eternidad. El artista vivirá mientras lo recuerden los admiradores de su obra. Aquellos que lo amaron lo recordarán, no con solemnes discursos, ni placas de bronce, sino como participante privilegiado de una fiesta, cuando termine el exilio.

viernes, 6 de marzo de 2015

Territorios disputados por la guerra de los sexos



Operarias fabriles años `20
Desconcierto, por decir lo menos. Incomodidad evidente. Resistencia a los hechos consumados y al parecer irreversibles. Enojo, con frecuencia. Las fronteras que tradicionalmente se establecían entre las actividades propias de hombres y mujeres, fueron desplazándose en el curso del siglo XX, más de lo que se habían modificado en el curso de los dos o tres milenios previos. Experimentar la aceleración de ese proceso fue una de las oportunidades que dejaron una huella más profunda en nuestra generación.
En pocos años cambió de manera contradictoria una mentalidad bien asentada, que se vio obligada a rechazar aquello que hasta poco antes había aceptado. Cambiaron las leyes que iban a remolque de las protestas colectivas.
La música popular no podía ignorar ese sentimiento colectivo de alteración de parámetros considerados inamovibles, desde su óptica habitual, la masculina, expresada verbalmente en la letra de los tangos, boleros y rancheras, y gestualmente en el control de la pareja femenina por los brazos del hombre durante el baile. Desde los `60 se bailaba separado y se confesaba sin pudor la desorientación masculina:

Fumé mil puchos mientras pensaba / qué estará haciendo mi peor es nada. / ¿Qué puedo hacer si ella es así / con una hippie yo me metí. / Nunca viví nada igual / yo en mi casa y ella en el bar. / Sale de noche y vuelve de día / dice que estudia filosofía. (Francis Smith: Yo en mi casa, ella el bar)

¿Cómo saber dónde podía estar una mujer que de pronto se había vuelto imprevisible, porque no daba cuenta de sus actos (poco importa si por desordenada o rebelde respecto de la autoridad masculina)?  El dato fundamental era que las mujeres no se resignaban a permanecer entre las cuatro paredes del hogar, dónde se las había encerrado por generaciones, para mantenerlas a resguardo (según argumentaban sus guardianes) al margen de los riesgos y penurias de la vida, que los hombres más fuertes, mejor capacitados o simplemente resignados a la dureza de ese estilo de vida, afrontaban sin quejarse, todos los días, tanto cuando salían a trabajar, como cuando se iban de juerga con sus amigos.
Mary O´Graham
Durante el último tercio del siglo XIX, que hubiera maestras como Mary O´Graham, Florence y Sarah Atkinson, contratadas en los EEUU por el presidente Domingo Faustino Sarmiento, con el objeto de profesionalizar la docencia primaria, un territorio donde predominaban las mujeres, no causaba demasiada extrañeza. Reiteradamente la maestra se autodesignaba como “segunda mamá”. La educación se encontraba tan cerca de la atención maternal, que la profesión docente podía ser compartida por hombres y mujeres (ellos en los cargos directivos, ellas en el contacto directo con el aula).
Más rara era la situación de algunas pocas mujeres, como Elida Passo, Cecilia Grierson, Elvira Rawson o Alicia Moreau, que se habían empecinado en inscribirse en un reducto masculino como la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Si bien fueron aceptadas tras haber insistido bastante, tampoco les aguardaba una vida profesional demasiado fácil.
Doctora Cecilia Grierson (al centro)

Intenté inútilmente ingresar al profesorado de la Facultad [de Medicina] (…). No era posible que a la mujer que tuvo la audacia de obtener en nuestro país el título de Médica Cirujana, se le ofreciera alguna vez la oportunidad de ser jefa de sala, directora de algún hospital o se le diera algún puesto de médica escolar, o se le permitiera ser profesora de la Universidad. (Cecilia Grierson)

Solo en 1927 y no antes de superar una firme oposición burocrática, María Teresa Ferrari llegó a ser la primera profesora universitaria del continente. La rareza de una mujer médica, abogada, profesora o ingeniera (como Elisa Bachofen, titulada en 1917), era comparable a la exhibición de un ternero con dos cabezas en un parque de diversiones. Llamaba la atención, nadie hubiera negado que se trataba de un hecho notable, que se comentaba en ocasiones con sorna y en otras como el anuncio del Apocalipsis, pero al mismo tiempo no permitía esperar que la excepción se convirtiera en regla.
Las mujeres predominaban en oficios que dependían del trato personal con una clientela femenina. Sombrereras, corseteras, zurcidoras de medias, peluqueras, vendedoras de tienda, podían acercarse al cuerpo de otras mujeres y tocarlo para tomar sus medidas, efectuar pruebas o ayudarlas a decidir qué les quedaba mejor, sin ofender el pudor de sus clientes, ni despertar los celos de padres y maridos.
En décadas posteriores, algunos de esos oficios tradicionales desparecieron. Los sombreros dejaron de usarse. Las fajas reemplazaron a los corsets. ¿Quién se molestaría en zurcir los puntos corridos de las medias de nylon? Mientras tanto, los hombres invadieron las peluquerías de damas y los cocineros profesionales desplazaron a las mujeres en hoteles y restaurantes, los diseñadores de moda se encargaron de vestir a la clientela adinerada.
Telefonistas comienzos años ´40
Durante mi infancia, a mediados del siglo XX, no conocí mujeres pediatras, ni abogadas, pero abundaban las modistas, peluqueras y profesoras de piano (dudo que un hombre les hubiera disputado esas tareas tan poco lucrativas). Había profesoras en la educación secundaria, y algunas de las que conocí en San Pedro estaban muy bien evaluadas, como la señora Montaldo, que enseñaba Física o la señorita Austin, que enseñaba Inglés, mientras otras eran objeto de burlas por su incapacidad, como sucedía con la profesora de Religión.
Había operadoras, que atendían la central telefónica de San Pedro y pedían el número con el que uno pretendía comunicarse, y se las imaginaba como solteronas chismosas, que oían todas las conversaciones y derivaban chismes insubstanciales de ese conocimiento (hoy hubieran sido funcionarias calificadas de los organismos de Inteligencia).  La profesión de enfermera, tan necesaria en los momentos de crisis, no gozaba de buena fama (¿cómo podía tomarse en serio la actividad de mujeres que, al igual que las prostitutas, dejaban de lado el pudor y entraban en contacto con la miseria del cuerpo humano?).
Las mujeres habían salido a estudiar con un entusiasmo inexplicable para muchos hombres desconfiados, como si el estado de ignorancia que dejaban atrás fuera un grillete del que deseaban librarse desde hacía tiempo. Las satisfacciones que las aguardaban no se correspondían con las expectativas. Para su decepción, no encontraron las puertas abiertas en ese mundo en el que ellas habían cambiado mentalmente, mientras la visión masculina solía ser la misma.
Ellas se habían incorporado a profesiones liberales o tan solo continuaban fuera de su casa, al emplearse como operarias de fábricas, empleadas domésticas, vendedoras, oficinistas, una dependencia de los hombres similar a la que habían sobrellevado puertas adentro o todavía más desventajosa. Estaban compitiendo con los hombres, que las percibían como una amenaza, porque aceptaban salarios menores y una eficacia similar.
Sumadas al mercado de trabajo, no iban a respetarlas más que antes, se les había advertido y lo estaban comprobando. Se les exigía “buena presencia” (términos que incluían juventud, atractivo sexual y disponibilidad para ser cortejadas por sus superiores masculinos). Se consideraba el embarazo como una enfermedad y la atención de los hijos más pequeños como un handicap que desaconsejaba contratarlas.
Grete Stern: Todo el peso del mundo (collage)
A pesar de los indicios desalentadores, ellas no estaban dispuestas a renunciar a la independencia que acababan de ganar. En el curso de un par de generaciones se estaba produciendo una alteración imposible de ignorar en la relación entre los géneros. A medida que ganaban espacio en la administración pública y el mundo de los negocios, las mujeres no estaban dispuestas a devolverlo.
Desde fines de los 40´ la participación de mujeres en la política nacional fue incrementándose lentamente. Durante décadas de exclusión de los derechos cívicos, las feministas habían luchado por obtener el voto y sus adversarios les respondían con argumentos que iban desde los modelos de sumisión que suministra la Biblia, hasta el temor de que ellas se revelaran más ignorantes y fáciles de influir que los hombres.
Desde los 60´, gracias a la píldora anticonceptiva, fue definiéndose otra imagen de la mujer contemporánea, que dejaba de estar sometida al hombre, que estaba en condiciones de desgraciarla y huir, sin que ella pudiera hacer otra cosa que lamentarse de su suerte, para entrar en otra situación, en la que ella decidía cuándo aceptaba embarazarse, cuándo disfrutaba sin compromisos ni temores, la sexualidad que antes debía negociar.
Uno de las fantasías más temidas por los hombres tomaba cuerpo: las mujeres no dependerían más del capricho masculino, que en un momento las endiosaba y en el siguiente las hundía en el oprobio. Ellas disponían de sus propios ingresos, ganados de manera lícita (no como en el pasado, cuando no les quedaban muchas alternativas fuera de la prostitución) eran consideradas miembros productivos de la sociedad, y en el ámbito privado tomaban la iniciativa también sobre lo sexual.
Elegían pareja sin atender presiones familiares, tal como elegían los zapatos o peinados que consideraban más satisfactorios, desechando aquellos que no les convenían. Los hombres de la modernidad se vieron obligados a reconocer que en la intimidad ellos iban a verse obligados a rendir examen de suficiencia, en un terreno que tradicionalmente habían considerado su coto de caza.
Hoy las mujeres de buena parte del planeta alcanzan un nivel de escolaridad superior al masculino. Las tasas femeninas de asistencia escolar son más altas que aquellas de los hombres y se demuestran más responsables en el estudio, por lo que egresan antes. El acceso a roles de creciente responsabilidad, tanto en sus empleos como cuando sostén de sus hogares, afirma una independencia que comenzó a plantearse hace medio siglo y no se ha revertido.
Alicia Moreau de Justo

De los trabajos de la tierra, el único que va a conseguir una mujer es el trabajo de poda. No, el patrón poda a la mujer le da, que la mujer acompañe al marido sí, pero sola no, será que a lo mejor el patrón piensa que las mujeres no sabemos podar. (…) Quizás las mujeres son mejores que algunos hombres para la poda, porque por ahí los hombres, por hacer más rápido el trabajo, cortan mal y, a lo mejor, una hace más prolijo el trabajo. (Claudia: citada en Elena Mingo: Género y Trabajo: la participación laboral de las mujeres en la agricultura del Valle de Uco, Mendoza, Argentina)

Ámbitos que hasta no hace mucho se consideraban reservados para los hombres, como el periodismo político, deportivo o económico, son ocupados hoy por mujeres, sin que nadie tenga que justificar la situación como un experimento por el cual hay que pedir disculpa a los más conservadores. La pesca, la minería y la construcción son todavía ámbitos masculinos donde trae mala suerte incluir mujeres. El culto católico sigue resistiéndose a la incorporación de mujeres en roles similares a los de los hombres, pero en otras iglesias cristianas eso comienza a variar.
Ellas están ahí (vale decir, por todas partes) y si en algunas actividades son discriminadas, buscan a otras mujeres que las defienden en Tribunales. Si sus parejas las defraudan, se divorcian sin tener que buscar engorrosas pruebas de infidelidad. Si las abandonan con hijos no reconocidos, exigen exámenes de ADN. Todavía son insultadas, golpeadas y asesinadas por los más recalcitrantes partidarios del viejo orden paternalista, pero la condena de la sociedad (aunque tardía) llega a ejecutarse, mientras que en el pasado la mayor parte de esos crímenes quedaban impunes.