Enrique Santos Discépolo |
Darse por vencido ante las dificultades grandes o pequeñas que plantea la vida en pareja,
era una alternativa que el tango de la primera mitad del siglo XX presentaba
como la suprema humillación que podía sufrir un hombre. Enamorarse era quedar expuesto a la posibilidad de ser traicionado, y enamorarse era un riesgo difícil de evitar, para un hombre buscara la compañía de mujeres, con el objeto de saciar las urgencias del sexo.
¿Por qué podía alguien entregarse a una queja inútil, de fracasado incapaz de tener bajo control su vida? Tal vez en un momento de debilidad, bajo los efectos del consumo alcohólico, se justificara la confesión de una derrota en el ámbito amoroso. Después de todo, ¿qué podía esperar un hombre, cualquier hombre, del comportamiento de una mujer traidora, a quien para su desgracia el hombre hubiera amado? ¿Qué cabía esperar de casi cualquier mujer, menos de su madre?
¿Por qué podía alguien entregarse a una queja inútil, de fracasado incapaz de tener bajo control su vida? Tal vez en un momento de debilidad, bajo los efectos del consumo alcohólico, se justificara la confesión de una derrota en el ámbito amoroso. Después de todo, ¿qué podía esperar un hombre, cualquier hombre, del comportamiento de una mujer traidora, a quien para su desgracia el hombre hubiera amado? ¿Qué cabía esperar de casi cualquier mujer, menos de su madre?
Percanta que me amuraste en lo
mejor de mi vida / dejándome el alma herida y espina en el corazón / sabiendo
que te quería, que vos eras mi alegría / y mi sueño abrasador. / Para mí ya no
hay consuelo / y por eso me encurdelo / pa´olvidarme de tu amor. (Samuel
Castriota y Pascual Contursi: Mi noche triste)
Hundirse en la desesperanza no
planteaba salidas en el universo de la música popular. Cuando se sufría, era
por una pena abrumadora, y no por un rato, después del cual la vida recuperaría la normalidad, sino para siempre. Poco importaba si el duelo surgía de la
pérdida de una mujer o de las injusticias sociales. El conflicto nacía de la
subjetividad de un personaje que no costaba identificar como un sujeto
pensante, sensible, indignado, pero sin otras alternativas que la protesta sin mayores
consecuencias, como estableciero los versos de Cambalache,
el tango de Discépolo.
Que el mundo fue y será una
porquería / ya lo sé / en el quinientos seis / y en el dos mil también / que
siempre ha habido chorros, / maquiavelos y estafaos / contentos y amargaos /
valores y dublé ( pero el siglo XX / es un despliegue / de maldá insolente / ya
no hay quien lo niegue / vivimos revolcaos / en un merengue / y en un mismo
lodo / todos manoseados. (Enrique Santos Discépolo: Cambalache)
Después de que los artistas expusieran mediante el canto sus opiniones
tan adversas sobre el estado del mundo contemporáneo, tan propicio a todo tipo de corrupción y crueldad, ¿qué hacer? Algunos reaccionaban indignados, como hicieron los militares y otros sectores conservadores y moralistas, que en el curso de los años ´30 creyeron necesario censurar la letra de los tangos en Argentina, durante la llamada Década Infame.
Otros estaban de acuerdo con la sombría visión ofrecida por la música popular. La audiencia tenía la oportunidad de oír esos versos y compartir el sentimiento generalizado de rechazo del mundo contemporáneo o (lo que no era demasiado diferente) una establecía un resignación irónica ante un estado de cosas imposible de modificar. No hay mucha distancia entre dos actitudes que se presentan como antagónicas. Las limitadas dimensiones del universo del asco, no permitían demasiadas variantes.
Otros estaban de acuerdo con la sombría visión ofrecida por la música popular. La audiencia tenía la oportunidad de oír esos versos y compartir el sentimiento generalizado de rechazo del mundo contemporáneo o (lo que no era demasiado diferente) una establecía un resignación irónica ante un estado de cosas imposible de modificar. No hay mucha distancia entre dos actitudes que se presentan como antagónicas. Las limitadas dimensiones del universo del asco, no permitían demasiadas variantes.
¿No te das cuenta que sos un
engrupido? / ¿Te creés vos que al mundo
lo vas a arreglar vos? / ¡Si aquí, ni Dios rescata lo perdido! / ¿Qué querés
vos? ¡Hacé el favor! / Lo que hace falta es empacar mucha moneda / vender el
alma, rifar el corazón / tirar la poca decencia que te queda / plata, plata,
plata y plata otra vez. / Así es posible que morfés todos los días / tengas
amigos, casa, nombres… y lo que quieras vos. (Enrique Santos: Discépolo: Que
vachaché)
Rita Pavone |
A comienzos de los años `60, en la
Universidad, no escuchábamos tangos, que considerábamos ligados a una miope
visión del mundo, que no intentaba llegar más allá de los sentimientos más
elementales. Rencor, celos, derrotismo, definían una subjetividad inaceptable,
en la que uno podía caer, pero evitaba reconocer delante de sus pares, porque
lo degradaban. Mientras tanto, las canciones europeas podían ser no menos
pegadizas y triviales que las de Doris Day, como demostraba Rita Pavone.
Datemi un martello. / Che cosa
voi fare? / Lo voglio dare in testa / a chi non mi va, sì sì / a quella
smorfiosa / con gli occhi dipinti / che tutti quanti fan ballare / lasciandomi
a guardare. / Che rabbia mi fa / che rabbia mi fa. (Rita Pavone)
¿A quién se le hubiera ocurrido
buscar más allá de la tontería evidente de la versión italiana? Una chica
enojada imaginaba un martillo para agredir a quien se le cruzara en el camino,
molesta por no haberse quedado sin bailar. Un baile: a eso se limitaba el
universo mental del personaje adolescente. Después de todo, podíamos decirnos,
la canción no era más que una excusa rítmica, para que las parejas finalmente
separadas, tras un siglo y medio de haber bailado enlazadas, se agitaran
enfrentadas pero sin desplazarse, de acuerdo a la coreografía del twist.
Pete Seeger |
Estábamos en un error. Lo aparente
no bastaba para entender la realidad, tuvimos que aprender. Una canción
estúpida provenía de otra canción, nacida en otro ámbito cultural, el de las
luchas sindicales durante los primeros años de la Guerra Fría en los EEUU y le
había valido la cárcel a su autor.
If I had a hammer / I´d hammer
in the morning / I`d hammer in the evening / All over this land. / I´d hammer
out danger ( I´d hammer out warning / I`d hammer out love / between my brothers
and sisters / out over this land. (…) / It´s the hammer of Justice / It´s the
bell of Freedom / It´s the song about love / between my brothers and sisters.
(Pete Seeger y Lee Hays: If I had a hammer)
Joan Baez |
Nuestros intereses debían ser
otros, para que no nos acusaran de pequeño burgueses. Oíamos las canciones de Joan
Baez. Ella no era del todo yanky,
por sus ancestros mexicanos y la participación en movilizaciones por los
derechos civiles de los afronorteamericanos, como la Marcha hacia Washington de
1963; también por sus conciertos en las cárceles, que la situaban en una
categoría aparte: aquella de los artistas perseguidos por el FBI, que no tenían
posibilidad de acceder a los medios masivos.
Eran canciones simples y
repetitivas, como suelen ser los himnos religiosos, fáciles de memorizar, que a
pesar de la gravedad del tema, planteaban consignas optimistas. Los cambios tan
deseados por nuestra generación, la de los más jóvenes, iban a ocurrir pronto,
a pesar de tenaz la oposición del Poder establecido, de los adultos, si se
lograba la unidad de aquellos que los buscaban.
We shall overcome / we shall
overcome / we shall overcome some day. /
Deep in my heart / I do believe / that we shall overcome / some day. /
And we´ll walk habnd in hand / we´ll walk hand in hand / one day. (Charles
Tindley: We shall overcome)
El tiempo demostró que las cosas no eran tan simples ni carentes
de contradicciones, en el ámbito de los procesos sociales. Muchos cambios
urgentes, que habían sido anunciados, se demoraban o eran finalmente traicionados
por aquellos que los encabezaban. Muchos retrocesos y fracasos ocurrían donde
nadie lo había imaginado. La revolución prometida por las canciones de protesta
quedaba postergada por una generación o por tiempo indefinido.
Gloria Gaynor |
En la versión de 1978 cantada por Gloria Gaynor, I will survive es un monólogo entre
cómico y desafiante, donde el destinatario y oponente es alguien a quien se amó
demasiado, más de lo que merecía, porque abandonó a quien había confiado en su
fidelidad. El daño que se recibió, aunque doliera, terminó fortaleciendo a
quien hubiera debido ser la víctima.
At first I was afraid I was
petrified / thinking I couldn´t live without you by my side ( and I´ve been
spending nights / thinking how you did me wrong / and I grew strong / and I
learned how to get along / and now you´re back / from outer space / and I find
you here with that sad look upon your face / I should have changed that stupid
lock / or made you leave your key / if I´ve known for a second you´d be back to
bother me. (Dino Fekaris y Frederick Perren: I will Survive)
La época en que la canción se difundió, desde la aparición
pública de la comunidad gay, tras los disturbios de Stonewall, en Nueva York,
1969, hasta el comienzo de la epidemia del VIH, promediando los `80, permitió
que I will survive se convirtiera en
el himno de un sector de la población que hasta entonces no era reconocido por
los medios. En ese momento, cuando los enfermos inevitablemente morían, sin
medicinas, ni el respeto de una sociedad que los temía, la canción planteaba el
duelo de las parejas que se rompían y la promesa de un desenlace inevitable.
El desprecio de alguien en quien se confió ciegamente, alguien
a quien se amó sin tomar precauciones, termina por imponerse en la canción
disco. El recuento de la experiencia no se da tal como en el tango, donde la
infiel es apartada por el hombre que cayó en sus redes, tras haber sufrido un
desengaño que lo sume en una rumia sin límites. Superado el dolor inicial, el
personaje de I will survive comprueba
con alivio, con ironía, que es posible sobrevivir sin la otra persona y
sentirse más fuerte que antes.
Estela Raval |
Hacia el fin del siglo XX, que había acumulado una serie de
experiencias colectivas horribles, capaces de desalentar a cualquiera, la
apuesta de la canción era otra, por absurda que resulte: derrotar a un
adversario muy superior en sus fuerzas a quien canta. Cuando Estela Raval
presenta una versión titulada Resistiré,
la audiencia sabía que a pesar de no nombrarlo, ella se refería al cáncer, una
enfermedad fatal que le otorgaría prórrogas, desvíos, falsas esperanzas, pero
no la soltaría más.
Resistiré para seguir viviendo
/ Soportaré / los golpes y jamás me rendiré / Y aunque los sueños se me rompan
en pedazos / resistiré, resistiré, (Dino Fekaris: Resistiré)
No se trata de un plan concreto, sino de una decisión que si
bien se piensa, carece de todo sustento. Solo se trata de una voz que
compromete a quien la emite, a una actitud difícil de sostener y probablemente
superior a sus fuerzas. Pase lo que pase (y no es demasiado amable la
perspectiva de todo lo que puede pasarle, aunque no llegue a especificarlo) alguien
quiere convencer a los demás y sobre todo convencerse a sí mismo, que en algún
sitio, dentro o fuera de su mente, hallará las energías requeridas para no
entregarse a la desesperación.
En la versión de Celia Cruz, que ella presenta en parecidas
circunstancias, la misma canción se titula Yo
viviré y se convierte en un desafío a todos los pronósticos.
Y ahora vuelvo a recordar,
aquel tiempo atrás / cuando me fui buscando el cielo de la libertad / cuántos
amigos que dejé y cuántas lágrimas lloré / yo viviré, para volverlos a
encontrar / y seguiré, con mi canción / bailando música caliente como bailo yo
/ y cuando suene una guaracha / y cuando suene un huahuancó / en la sangre de
mi pueblo, en su cuerpo estaré yo. (Dino Fekaris: Yo viviré)
Todo está perdido y sin embargo queda la confianza de
superar la adversidad, en una versión modesta de la eternidad. El artista
vivirá mientras lo recuerden los admiradores de su obra. Aquellos que lo amaron
lo recordarán, no con solemnes discursos, ni placas de bronce, sino como
participante privilegiado de una fiesta, cuando termine el exilio.