Familia numerosa años `30 |
Los que no tienen hijos ignoran
muchos placeres, pero también se evitan muchos dolores. (Honoré de Balzac)
Madre adolescente |
Las familias numerosas han pasado a ser el emblema de la
clase alta (ellos pueden darse ese lujo, como tantos otros que suelen serle
negados al común de la gente) y el catolicismo tradicional (para quienes la
contención de los impulsos sexuales y el improbable método Ogino-Knaus desde
los años ´30, son las única formas de eludir la reproducción indiscriminada).
Si ellos traen al mundo una familia numerosa, es también porque cuentan con el
personal que se ocupa de las tareas pesadas y rutinarias de la crianza,
dejándoles la satisfacción de exhibirlos como signo de su prosperidad.
En los sectores populares, tener muchos hijos, por buscarlos,
sino por no tomar en cuenta ningún método anticonceptivo, indica
tradicionalmente la percepción que la mujer tiene de su propio cuerpo. Embarazarse
y parir no suelen ser motivos de orgullo para muchas, sino parte fundamental de
la desgracia de haber nacido mujer. Cuando se ha nacido con ese sexo, se supone
que no es para disfrutarlo.
En cuanto al hombre de los sectores populares, engendrar la
mayor cantidad de hijos, con una mujer o con varias en forma paralela, da
testimonio incontrovertible de su virilidad. Él controla a esas mujeres, las
preña, podría repoblar el planeta si el resto de los hombres hubiera
desaparecido. ¿Cómo poner en duda eso, que otorga sentido a su vida, incurriendo
en la torpeza de utilizar preservativos?
La fertilidad de la Naturaleza se presenta habitualmente
como un fenómeno digno de admiración, mezclado con no poco temor. ¿Cómo
detenerla, para que no aplaste a quienes andan cerca? La imagen de los
quíntuples Diligenti, nacidos en Argentina en 1943, como antes la imagen de las
quíntuples Dionne en Canadá, nacidas en 1934, planteaba más de un interrogante a
los contemporáneos.
Quíntuples Dionne |
Crecer con una hermana dos años menor y obtener una segunda hermana
diez años más tarde, planteaba en mi caso limitaciones que no podía superar. La
diferencia de género establecía muy pronto una barrera entre los niños y las
niñas. Nos vestían y hablaban distinto, nos ofrecían distintas oportunidades,
nos exigían distintas respuestas. Todo estaba organizado para que unos y otros
siguiéramos caminos separados de formación intelectual, de juegos, de
vestuario.
Podíamos ayudarnos en situaciones difíciles, pero vivíamos
experiencias paralelas, y al menos en mi caso, yo estaba solo, hasta que
llegaron mis primos y los amigos del barrio, entre los cuales adultos animados
por la buena voluntad de escuchar a un chico, convertidos en compañeros de
juegos e investigación, a pesar de la diferencia de edad.
Quítuples Diligenti |
El lugar donde nacen los niños
y mueren los hombres, donde la libertad y el amor florecen, no es una oficina,
ni un comercio, ni una fábrica. Ahí veo yo la importancia de la familia. (G,K.
Chesterton)
En la escuela primaria se nos repetía mecánicamente que la
familia era la célula básica de la sociedad, tal como se nos informaba que los
mamíferos se reproducían por yuxtaposición. No era cosa de dar muchas
explicaciones, porque los docentes se hubieran encontrado en apuros; tampoco de
que nosotros, los estudiantes, solicitáramos aclaraciones, porque no las
obtendríamos. ¿Qué pasaba cuando la experiencia nos ponía delante de familias
disfuncionales? ¿Qué respuesta dar a los complejos interrogantes del sexo? Sobre
las ideas más simples y dogmáticas, se basaba gran parte de la concepción del
mundo que transmitía la escuela. Si la realidad planteaba complejidades que no
habían sido consideradas, uno tenía que arreglárselas como pudiera.
Cuando veíamos una familia representada en los libros
escolares o en las revistas infantiles, había siempre un laborioso papá, una
amorosa mamá y al menos un par de hijos ejemplares, según el ejemplo de Marta y
Jorge, el texto de Constancio C. Vigil publicado en 1927, que se ofrecía como
un modelo de existencia deseable para cualquiera. No se trataba de un proyecto
demasiado ambicioso por entonces: dos hijos, uno de cada género (¡el casalito!)
como si se tratara de completar una colección modesta de figuras decorativas.
El hecho de que se plantearan dos hijos y no media docena, indica que a
mediados del siglo XX, la familia argentina se veía controlando drásticamente
la natalidad.
A comienzos del siglo XXI, se nos dice, el modelo
tradicional de familia, conformado por padre, madre e hijos, pasó del 65% al
37%. Ahora predominan otras modalidades, de las cuales antes nada se decía: familias
monoparentales, con un padre o una madre y los hijos, restos del naufragio de
una estructura tradicional; o familias ensambladas, con un padre y una madre
que aportan los hijos tenidos en relaciones anteriores.
Mi madre tenía nueve hermanos, algunos mayores que ella,
otros menores, con quienes ella mantuvo a lo largo de toda su vida, una
estrecha relación de confianza y afecto, que derivó en la existencia de un
eficiente grupo de apoyo para nosotros, sus tres hijos, cuando intentamos
superar las carencias emocionales de mi padre, que no estaba preparado para
serlo. Si era difícil dialogar con él, justo cuando más lo necesitábamos, no lo
era intentarlo con los tíos, que nos enseñaban a andar en bicicleta, nos
armaban barriletes, nos leían las historietas que todavía no éramos capaces de
descifrar, nos inventaban apodos que nadie más que ellos empleaban o nos
ayudaban a organizar las fogatas anuales de San Juan, en las que se consumían
desechos y se daba salida a emociones reprimidas.
Aserrín, aserrán, los maderos
de san Juan / Piden pan, no les dan /
Piden queso, les dan hueso / y les
cortan el pescuezo. (Anónimo: ronda infantil)
Ahí había una familia (sustituta), con su diversidad y
semejanzas, probablemente porque se trataba de diez hermanos que habían debido
apoyarse unos a otros para sobrevivir. Los hombres salían a trabajar como
dependiente, matarife, herrero, y traían dinero a la casa, las mujeres se
encargaban de las complejidades de la economía doméstica. Si en esas
condiciones tan precarias no surge la solidaridad y no se desarrolla el
ingenio, la miseria no tarda en imponerse.
Mi madre había quedado huérfana a los veinte años, en una
rápida sucesión de desgracias que se llevaron a sus padres, apenas un año antes
de su casamiento. Los hermanos mayores quedaron a cargo de los menores, que
deben haber tenido cinco y diez años por entonces. Había críticas entre ellos (sobre
todo de parte de las mujeres hacia los hombres y viceversa) pero también
alianzas y defensas ante los adversarios externos.
Mi tío Juan, que permaneció soltero toda su vida, era un admirable
negociador, que nunca perdía la paciencia. Cuando se presentaban problemas en
la existencia de cualquier miembro del grupo, él era convocado para evaluarlos
y resolverlos. Su voz era la del sentido
común y la razón. Cuando mi madre se sintió defraudada por el matrimonio, me
enteré muchos años más tarde, él le advirtió que debía resignarse y asumir sus
compromisos. Por eso, supongo, alguna vez oí a mi tía Rosa decir que mi tío
Juan hacía diferencias entre sus hermanos. No sé a quiénes privilegiaba, pero
mi madre no estaba entre ellos.
Cuando los padres lo han
construido todo, a los hijos solo les queda derrumbarlo. (Karl Kraus)
Mi padre era el primer hijo varón y el tercero de los cuatro
hermanos nacidos en la misma casa donde yo nací. Las dos mujeres llegaron
primero y eran figuras opuestas, a pesar de la buena relación que hubo entre
ambas, durante el resto de sus vidas. Mientras mi tía Elvira había estudiado
Magisterio, se casó, fue madre y se dedicó a su profesión de maestra y
Directora, mi tía Matilde permaneció soltera hasta la madurez, no llegó a
estudiar ninguna carrera, exploró diferentes artes, desarrolló una neurosis que
la condujo a un cruel tratamiento siquiátrico de la época y fue la rebelde de
la familia, capaz de enfrentar y defraudar sistemáticamente a mi temido abuelo.
Los dos hijos varones llegaron más tarde y en diversas
ocasiones decepcionaron a mi abuelo. Él esperaba que continuaran la tradición del
comercio de la familia. Mi padre no pudo eludir el mandato y solo se atrevió a
desafiar la generosidad de su padre, cinco años después de su muerte, cuando
liquidó el comercio de sus mayores, establecido casi un siglo antes y se
trasladó a otra ciudad, para dedicarse a la hotelería, como si necesitara estar
cerca de los hermanos con quienes realmente no se entendía, para demostrarles
que no era inferior a ellos, en la misma actividad que ellos explotaban.
Quizás el tamaño de las familias y el dinero disponible no
sean los factores que deciden la crianza adecuada o inadecuada que reciben los
hijos. Había (hay) algo bastante más complejo, los lazos de afectos que se
crean o dejan de crearse entre aquellos que conviven y no siempre se toleran;
que aprenden a convivir o compiten ferozmente con aquellos que tienen cerca.
Donde hay apego, todo se resuelve mediante la solidaridad y la compañía: donde
no lo hay, el rencor y el aburrimiento prosperan.
Los padres deberían darse
cuenta de cuánto aburren a sus hijos. (George Bernard Shaw)