EEUU: graduados universitarios |
Desde la actualidad, cuesta entender lo infrecuentes que
eran los estudios superiores hace apenas un par de generaciones. Ser abogado o
médico suministraba prestigio social, abría las puertas de la actividad
política y permitía sostener un buen nivel de vida, mientras las otras
profesiones carecían de una imagen tan definida.
Aquel que estudiaba, pasaba a ser visto como alguien
diferente a la mayoría no iletrada, pero falta de educación, como se muestra en
M´hijo el dotor, la pieza teatral de
Florencio Sánchez, donde el joven Julio regresa de la ciudad para esquilmar a
su padre enfermo.
OLEGARIO: ¡Ese no conoce la
vergüenza…! ¿No ves los modales y la insolencia con que nos trata? ¿Qué prueba
eso? Que es un libertino, un calavera, un perdido… (…)
JESUSA: El muchacho no es malo
en el fondo, pero es muy irrespetuoso y algo botarate. Estudiar, estudia, pues
tiene buenas calificaciones y los diarios hablan de él, pero se le han metido
en el cuerpo unas ideas descabelladas y hasta creo que le da por ser medio
anarquista o socialista y no cree en Dios. (Florencio Sánchez: M´hijo el dotor)
Clase universitaria en la Edad Media |
Los estudiantes de las grandes ciudades gozaban de una
envidiada mala fama de borrachines, mujeriegos, iconoclastas, y otras formas
alegres de (re)organizar la vida mientras duraba esa etapa de su existencia,
entendida como un intervalo festivo entre el aburrimiento de la enseñanza secundaria
y la rutina de la vida profesional.
Mi padre no había terminado su educación secundaria en el
Colegio Nacional de Buenos Aires. Desaprovechó las oportunidades de estudiar que
le estaba brindando mi abuelo, y hubiera debido convertirlo en el primer
profesional universitario de una familia de comerciantes. Entonces, decidió mi
abuelo (como castigo o premio) tuvo que encargarse del comercio que había
pertenecido a la familia durante seis décadas, tras una etapa de aprendizaje
bajo la tutoría de José Félix Grigioni, uno de sus tíos maternos.
De acuerdo a mi tía Matilde, que podía ser demoledora en sus
tajantes definiciones de la gente que conocía, su hermano se había pasmado
intelectualmente a los doce años, cuando sufrió la fiebre tifoidea. No parece
una argumentación demasiado confiable, porque provenía de alguien a quien se le
negó esa oportunidad de desarrollo.
Mi padre era un rebelde que había sido sometido por la
preferencia y el rigor de mi abuelo, y no aceptaba esa imagen. Él percibía a su
padre como una autoridad imposible de desafiar, pero intentaba reproducir el
modelo, a pesar de su inadecuación. De haber estudiado, mi padre se hubiera
liberado de la tutela de mi abuelo, hubiera podido instalarse lejos de San
Pedro y el comercio de la familia, pero decidió fracasar, para frustrar las
expectativas de mi abuelo, aunque al mismo tiempo perdió la autoestima.
A pesar de su notable inteligencia, que le permitía
relacionar datos no demasiado evidentes para la mayoría, mi madre tuvo que
ponerse a trabajar cuando apenas se encontraba en la primaria. Luego, los celos
de mi padre le cerraron el paso a cualquier intento de formarse. De haber vivido en otra época, menos limitada
respecto de los roles femeninos, ella hubiera podido
Fui el primero de mi familia en completar una carrera
universitaria, gracias a mi trabajo de verano en Mar del Plata y las becas que
obtenía. Había que buscar a un primo segundo de mi padre para encontrar a un
odontólogo, pero vivía en San Nicolás y no teníamos contacto con él. Mi primo
Carlos N. que era cuatro o cinco años mayor que yo, abandonó la carrera de
Derecho, por razones que nunca supe y solo en su treintena, ya casado (y
sospecho que gracias a la vigilancia de su mujer, que le impedía dispersarse)
completó sus estudios de Agronomía.
Mi primo materno Miguel Ángel G., unos diez años más joven
que yo, se convirtió en un exitoso abogado, y a partir de él, se volvió
frecuente en los miembros de las nuevas generaciones de nuestras familias, que
estudiaran y completaran sus carreras universitarias.
La educación autodidacta es,
creo firmemente, el único tipo de educación que existe. (Isaac Asimov)
Usuario de Internet |
Biblioteca Rafael Obligado |
A pesar de lo que plantean los especialistas, las instituciones tienen programas que se establecieron Dios sabe cómo y no siempre cumplen con lo prometido, cuando reclutan a docentes que merecen asumir esas complejas funciones o tal vez no, se ajustan a las expectativas de los estudiantes que han emprendido una carrera, o las defraudan. De todos modos, como un colectivo dotado de un historial, de una denominación impuesta en el mercado educativo, reclaman una credibilidad, que a medida que pasa el tiempo se les concede cada vez con menos análisis, por simple inercia. Puesto que han permanecido, su idoneidad queda garantizada.
Los autodidactas llegan para arruinar el excesivo optimismo
de los graduados. Ellos demuestran con sus actos que hay otras maneras de abordar
los mismos proyectos, aunque se trate de alternativas poco satisfactorias, que
los conducen al fracaso, porque en esa eventualidad llegan a sembrar una duda
incómoda: es probable que también los graduados fracasen cuando intenten algo
parecido, y en tal caso la situación será todavía más lamentable para ellos,
porque dedicaron varios años y emplearon bastante dinero para seguir estudios
que carecen de futuro.
Autodidacta por obra de las
circunstancias, me forjaría a solas una cultura desordenada y caprichosa, cuyos
efectos arrastraría hasta la treintena y de la que no lograría zafarme sino el
día en que relajado (…) comencé a revisar por mi cuenta los valores y normas
que habían regulado hasta entonces mi vida sin las anteojeras ni prejuicios inherentes
a toda ideología y sistema. (Juan Goytisolo)
Manuel López Blanco, mi recordado profesor de Filosofía y Estética
en la Universidad Nacional de La Plata (un hombre que no se avergonzaban de no
haber concluido ninguna carrera) decía que a los autodidactas les queda una marca
que no suele quitárseles nunca, sobre todo porque ellos mismos se cuidan de
exhibirla, con toda justicia, orgullosos del esfuerzo de formarse, que
realizaron por sí mismos, incluso cuando a nadie más que a ellos pudo haberles
importado si alguna vez se graduaron o no.
¿Quedan lagunas en la formación del autodidacta? Eso parece
inevitable, también en el caso de aquellos que han completado estudios
académicos en áreas que la modernidad desactualiza. Las instituciones
educativas prometen que aquellos formados de acuerdo a su malla curricular, se
encuentran bien preparados para desempeñarse en las más opuestas áreas de la
actividad profesional, pero a medida que pasa el tiempo y se junta mayor
experiencia sobre los actuales sistemas pedagógicos, uno se vuelve cada vez más
escéptico sobre el tema.
La promesa de salir formado de una universidad, es un
argumento especialmente válido para convencer a aquellos estudiantes que no
tienen ideas demasiadas claras sobre el funcionamiento interno de las
instituciones y su propia capacidad, por lo que prefieren aceptar al pie de la
letra el discurso publicitario.
De acuerdo a la visión ingenua de los estudiantes
universitarios, ellos adquieren durante su paso por las aulas, una imagen que
no siempre llega a ser tan sólida como esperaban, y la realidad se encargó de
destruir.
En la actualidad,
muchos de los profesionales universitarios son autodidactas, se han
formado por su cuenta, después de haber aprendido los rudimentos de su
profesión en la universidad. Naturalmente, frente a ellos se encuentran
aquellos que desconfían de su responsabilidad para actualizarse de manera
confiable y prefieren depender del apabullante surtido de Diplomados, Magisters
y Doctorados que las instituciones del país y el extranjero ofrecen, en cursos
presenciales y on line, como si
fueran los supermercados de la educación, que tratan de seducir a los potenciales consumidores. Para ellos, los nuevos improvisados, como para todos los
adictos a la acumulación de cualquier clase, no hay posibilidad de poner fin a los estudios.