Los modales corteses hacen que
el hombre aparezca exteriormente tal como debería ser en su interior. (Jean de
la Bruyére)
Heroine chic |
Eran tendencias detectadas por los investigadores de marketing en el mundo de la
marginalidad de todo el planeta, que los diseñadores reelaboraban y pasaban a
ser expuestas masivamente por los medios, donde figuraban como imágenes
alternativas (vale decir, como modelos opuestos a la estética oficial) disponibles
para ser imitadas por millones de seguidores deseosos de oponerse al sistema.
Modelos anoréxicas |
Algo parecido sucedió con la extrema delgadez de las modelos
de alta costura de comienzos del siglo XXI. Tras haber sido denunciada por los
médicos como una apología de la anorexia, los diseñadores establecieron
acuerdos profesionales para evitar esas imágenes tan riesgosas, por la
influencia que podían ejercer sobre miles de adolescentes depresivas. En
Francia se ha comenzado a exigir un certificado médico que certifique la salud
de las modelos, estableciendo multas elevadas a los empresarios infractores.
¿Por qué querría alguien revelar una situación personal como
una adicción, que solo puede ser descrita como una enfermedad y no suele ser
bien vista por la mayoría? O lo que es todavía más difícil de explicar, ¿por
qué querría alguien aparentar una situación que no es la suya, sino bastante peor
que la suya? En el caso de los artistas, se entiende que busquen atraer la
atención de quienes observan su trabajo, si no con una propuesta original de su
arte, por lo menos con algo que no se espera mostrar en público, porque suele
ocultarse. Hoy, exaltar la apariencia, volverla digna de atención, por
desagradable que sea, es una estrategia que no duda en utilizarse, porque la
censura tradicional sobre el adicto parece haberse levantado.
No es que se transforme al adicto en un héroe (o al menos en una víctima inocente de una represión que no respeta las opciones individuales) pero no quedan muchas dudas de que es una presencia frecuente, que cualquiera encuentra en su familia, en su círculo de amigos o incluso en el espejo.
No es que se transforme al adicto en un héroe (o al menos en una víctima inocente de una represión que no respeta las opciones individuales) pero no quedan muchas dudas de que es una presencia frecuente, que cualquiera encuentra en su familia, en su círculo de amigos o incluso en el espejo.
Mediados siglo XX: Familia de clase media. |
Esas prendas se guardaban, se restauraban, se fotografiaban para dar la mejor impresión del usuario. Eran el equivalente de sí mismos que la gente mostraba en las fotografías (cuando no le faltaban piezas dentales) con el objeto de demostrar una felicidad que no siempre se correspondía con su situación real.
Los ricos no se avergonzaban de exhibir su existencia
envidiable, tan opuesta a la existencia de la mayoría de la gente, compitiendo
entre ellos para demostrar quién tenía más poder que sus iguales, sin
preocuparse de la obscenidad inocultable de tal ostentación, mientras que ahora
prefieren ser discretos (al menos en público) no sea que exciten la respuesta
indignada de quienes son sus adversarios y pueden agredirlos.
Abrigo de pieles, años `40 |
Vestir pieles era el orgullo de las mujeres adineradas
durante el siglo XX. Las focas del Ártico y los monos de la jungla africana
fueron exterminados para satisfacer la demanda de peludos abrigos femeninos y
masculinos. Serpientes, cocodrilos y otros animales no menos temibles cuando
gozaban de vida, pasaban a suministrar materia prima para carteras y calzado.
Hasta las damas de clase media aspiraban a un cuello de zorro, donde los ojos
habían sido reemplazados por cuentas de cristal, o abrigos de retorcida lana
caracul. Nada parecido a la conciencia ecológica de la actualidad existía en ese momento.
Hacia fines del siglo XX, en cambio, lucir pieles en público
se convertía en un acto de provocación, que estimulaba el rechazo de los
ecologistas y sectores cada vez más amplios de la población.
Hay algo admirable en el proyecto de buenos modales de Manuel Carreño y es la
decisión inquebrantable de aparentar corrección (el llamado buen tono) a cualquier precio,
en las peores circunstancias, sin avergonzarse de los intentos fallidos que
pueden deparar burlas, indiferencia o humillaciones a quienes lo intenten,
porque él considera ese simulacro no pocas veces ridículo, como lo mejor que
puede dar de sí mismo un ser humano.
Carreño había elaborado una imagen de la conducta en
sociedad que poco le debía a los reclamos de la Naturaleza y casi todo a la
voluntad de ser aceptado por aquellos que controlaban el Poder y bajo ninguna
circunstancia aceptaban ser cuestionados. Los empleadores exigen buena
presencia de quienes postulan para trabajar con ellos, aunque no lleguen a
definir los parámetros de esa apariencia deseable.
Cirujía plástica |
Que usted será lo que sea /
-escoria de los mortales- / un perfecto desalmado / pero con buenos modales. /
Insulte con educación / robe delicadamente / asesine limpiamente / y time con
distinción. / Calumnie pero sin faltar / traicione con elegancia / perfume su
repugnancia / con exquisita urbanidad. (Joan Manuel Serrat: Lecciones de
Urbanidad)
Preocuparse por el qué dirán los demás, no es un esfuerzo
inútil, cuando se depende de la opinión ajena para sobrevivir, como le sucede a
la mayor parte de la gente. Oponerse a la opinión dominante (la doxa de los griegos) acarrea no pocas
amenazas para quien lo intenta. A veces, ni siquiera hace falta tomar partido
contra la mayoría. Exhibirse tal como uno es, carecer de filtros, lejos de
considerarse una virtud, que prestigia a quien la muestra, se evalúa como el
indicio de una grave incapacidad para vivir en sociedad.
Kevin Spacey |
Es significativo que Kevin Spacey, el actor que protagoniza
la serie televisiva House of Cards,
en la que se muestra el desempeño de un político inescrupuloso, que utiliza
magistralmente el doble estándar para ascender en su ambiente, quede al
descubierto como un abusador de jovencitos en la realidad. Esa revelación pone
fin a la grabación de la serie y hace que el director de un filme ya concluido
y con fecha de estreno inminente, lo reemplace de apuro por otro actor. Lejos
de convertirse en portavoz de una minoría sexual como tantas que hoy se toleran,
Spacey se ha vuelto en pocos días en una figura inaceptable para la mayoría.
Manifiestación de víctimas de acoso sexual |
Una cultura que ha convertido en ideal no discriminar a la
gente por sus preferencias sexuales, lo mismo que por su género, etnia o edad,
condena sin embargo que se utilice el sexo para controlar a subordinados (eso
explica la enorme repercusión que alcanza la campaña Me Too, donde las víctimas que hasta hace poco se avergonzaban de
lo que habían sufrido, proclaman que ellas también denuncian la agresión). Se
condena sobre todo que a pesar no ser un secreto, se mirara para otro lado,
durante años, cuando se manifestaba esa conducta impropia.
La modernidad en cuestiones de moral, se definiría por la
mayor o menor transparencia a la que todos quedan sometidos, comenzando por
aquellos que detentan algún poder y ya no puede aceptarse que aprovechen sus
privilegios para causar daño a quienes no consiguen defenderse. En el pasado,
con tal de defender a las instituciones respetadas (como la Iglesia, la
escuela, la familia) se aceptaban los comportamientos más inadecuados de
algunos individuos. En el presente, la idea de la Rochefoucault se ha devaluado
al punto de volverse inaceptable:
Hipocresía es el homenaje que
el vicio brinda a la virtud. (François de la Rochefoucault)
Hipocresía es hoy, por lo menos, la complicidad que la
virtud brinda al vicio. Salvar las apariencias es dar nueva vida a lo que se
afirma detestar.
Los fundamentos de la Urbanidad pueden discutirse. No son
los mismos en diferentes sociedades, ni en distintos momentos de desarrollo de
cada una de ellas. Para los chinos, japoneses y coreanos, que Manuel Carreño no
llegó a conocer, eructar después de haber comido, es un gesto de buena
educación, porque indica la satisfacción del comensal y elogia el esfuerzo de
quienes elaboraron los alimentos.
Interior de Versailles |
Mi experiencia personal de un teatro de centro Europa en
invierno, hace medio siglo fue tan contradictoria como inolvidable. Por un
lado, un espectáculo culto y una audiencia conocedora, que repletaba la sala.
Por el otro, un intenso olor corporal, proveniente de centenares de cuerpos que
no se bañaban más de una vez a la semana y tampoco se cambiaban de ropa
interior todos los días. ¿Cómo separar una evidencia de la otra? Mis parámetros
de urbanidad no eran los que utilizaban ellos y nada hubiera estado más
equivocado que pretender imponer los propios de mi cultura.
Hay en todas las sociedades un comportamiento público,
fuertemente codificado, al punto de desembocar en rituales, como hay un
comportamiento privado, que se ha impuesto en el interior de un grupo familiar
o una pareja. Las reglas que dan sentido a ese comportamiento no son
transferibles de un contexto al otro.
Napoleon y Josefina |
Sudar, en cambio, horrorizaba a Carreño, que escribía su
Manual en un país tropical, y a pesar de ello no aceptaba que bajo ninguna
circunstancia, delante de testigos al menos, nadie sudara. Él exigía que se
utilizaran guantes, que impidieran mostrar esa humedad impropia de los seres
humanos civilizados, sin importar el clima reinante en una zona del planeta
donde el sudor es inevitable y necesario para la salud. A mediados del siglo
XX, esa prohibición continuaba vigente, como indicaba el uso generalizado de
antisudorales, que prometen eliminar cualquier olor corporal. Edna Murphey se
hizo millonaria gracias a un producto denominado Odorono, que suprimía el sudor
por varios días (irritando la piel sensible de las axilas, de paso). Algunos de
los indeseables efectos secundarios del desodorante eran las manchas rojizas
dejadas en la ropa, que las mujeres intentaban eliminar con recursos tan variados
como el vinagre, el jugo de limón y el bicarbonato de sodio.
Anuncio Odorono, años `50 |
La publicidad se encargó de estigmatizar el sudor como una
enfermedad vergonzante. La higiene corporal hubiera debido ser la alternativa
más confiable para evitar gran parte de ese problema. Los publicistas
desecharon esa noción, que no requería de grandes inversiones, ni grandes
preocupaciones de los usuarios, para ofrecer desodorantes más costosos que
resolvían la dificultad de inmediato.
En el interior del brazo de una
mujer, hay una discusión franca de un tema que se evita con demasiada
frecuencia. El brazo de una mujer. Los poetas lo han cantado, los grandes artistas
han pintado su belleza. Debería ser lo más bonito del planeta, y sin embargo,
por desgracia, no lo es siempre. (Texto publicitario de Odorono, 1920)
Los comportamientos colectivos se imponen cuando resultan
rentables, de acuerdo a la óptica de la modernidad. Si las mujeres
norteamericanas (y a continuación los hombres y las mujeres del área de
influencia de las multinacionales jaboneras) se avergüenzan de sudar y aspiran
a oler a flores, comprarán el antisudoral que promete librarlos de un síntoma al
que hasta poco antes no le concedían la menor urgencia. Odorono y otros
productos similares basaron sus negocios multimillonarios en esa capacidad para
sentirse culpable de provocar una duradera mala opinión de los pares.
Anuncio desordorantre MUM |
La base de la urbanidad, de la
buena educación, es moral: no hagas a otros lo que quieras que te hagan a ti. (Amando
de Miguel: Cien años de Urbanidad)