viernes, 5 de mayo de 2017

Vicios privados, pública virtud (II): La infracción develada


Camila O´Gorman
El temor al escándalo ha sido siempre un moderador de los impulsos infractores. Muchos son virtuosos (o al menos lo aparentan) porque la posibilidad de quedar expuestos al escrutinio público y sufrir las repercusiones los detiene.
La historia de Camila O´Gorman, joven de la clase adinerada de Buenos Aires, a mediados del siglo XIX, y su amante, Ladislao Gutiérrez, sacerdote de la parroquia que ella frecuentaba, había llegado a convertirse en un tema novelesco, no inferior a la historia de Cumbres Borrascosas, una adaptación de la novela Wuthering Heights de Emily Brontë que Pedro López Lagar interpretaba en Radio El Mundo. Que una mujer de clase alta se enamorara de un cura, que el cura le correspondiera, que ambos fueran fusilados por orden de Juan Manuel de Rosas, a pesar de que la mujer estaba embarazada, resumía una serie de desafíos a las normas sociales, capaz de conmover a cualquiera.
Las mujeres de la aristocracia argentina podían hacer lo que quisieran, siempre y cuando lo hicieran fuera de las fronteras del país, durante viajes fastuosos y prolongados que les permitían borrar los rastros de cualquier desliz. Los sacerdotes podían tener empleadas domésticas fieles, que por circunstancias no especificadas traían bajo su exclusiva responsabilidad hijos al mundo. Eso no escandalizaba a nadie. O´Gorman y Gutiérrez habían optado por huir juntos a Corrientes, donde esperaban vivir como marido y mujer, un desafío a la opinión dominante que la sociedad porteña no podía tolerar.

Ninguna persona me aconsejó la ejecución del cura Gutiérrez y Camila O´Gorman, ni persona alguna me habló ni escribió en su favor. Por el contrario, todas las personas (…) me hablaron o escribieron sobre ese atrevido crimen y la urgente necesidad de un ejemplar castigo para prevenir otros escándalos semejantes o parecidos. Yo creía lo mismo. Y siendo mía la responsabilidad, ordené la ejecución. (Juan Manuel de Rosas)

Congreso Eucarístico de 1934
La imagen de Argentina como un país mayoritariamente católico era confirmada por cada Censo Nacional que se realizaba, desde fines del siglo XIX. En 1947 se calculaba que el 93,6% de la población compartía esa fe. En 1960, los creyentes se habían reducido al 90.5%. A pesar del actual descrédito de todas las instituciones, que incluye a la Iglesia Católica, los miembros de esa comunidad continúan siendo un número considerable. De acuerdo a estudios recientes, el 76,5% de los argentinos se consideran católicos, aunque no por ello practicantes.
La organización del Congreso Eucarístico Internacional en Buenos Aires, garantizó en 1934 la imagen pública de Argentina como un país homogeneizado por la fe católica, que el cardenal Eugenio Pacelli, futuro Pio XII, el mismo que tendría poco tiempo después una controvertida actuación durante la Segunda Guerra Mundial, saludó con la misma convicción de otros ilustres visitantes europeos no menos desinformados y sin embargo decididos a no averiguar nada sobre el país que analizaban.

Muchedumbres argentinas en las que el cristianismo tradicional y añejo, heredado de los abuelos, palpita vibrante en corazones templados con auras vírgenes del Nuevo Mundo; (…) en esta tierra vigorosa que ha sabido formar un pueblo compacto en el que los elementos más ricos y diversos se han fundido en armoniosa unidad y original potencial. (Eugenio Pacelli: Discurso inaugural del Congreso Eucarístico)

Congreso Eucarístico de 1934
“Cristo Vence” o “Lenin o Jesús”, proclamaban las consignas coreadas por multitudes nunca vistas en el país. Pacelli hablaba sin embargo desde la Década Infame, a un país que se encontraba sometido a un régimen de legitimidad discutible, nacido tras el golpe de Estado que había derrocado al Presidente Yrigoyen y solo conseguía perpetuarse gracias al fraude y los alzamientos militares, mientras la radio, un medio nuevo y capaz de reprimir las voces disidentes e imponer el discurso hegemónico del Poder, presentaba a la Argentina como una sociedad dispuesta a luchar por la conciliación social, una causa que a pesar de sus contradicciones era la oficial de la Iglesia.

¡Dios de los corazones / sublime Redentor / domina a las naciones / y enséñales tu amor! (…) / Es tuyo este pueblo / de muchas estirpes, / pues Tú renovaste / sus fuerzas viriles. (Himno del Congreso Eucarístico de 1934)

Hospicio de menores abandonados
Desde 1823 se estableció en Buenos Aires una Sociedad de Damas de Beneficencia, sostenida por el Estado y los particulares interesados en efectuar donaciones, que debía encargarse de velar por la situación de los pobres, tarea que a pesar de los loables propósitos que anuncia, resulta de poco probable cumplimiento. Con esto, Bernardino Rivadavia intentaba desplazar a la Iglesia Católica de una función que le había sido asignada en tiempos de la colonia española y se mantenía por inercia durante la república. 
La Casa de Niños Expósitos y la Casa de Huérfanos quedaban adscriptas a la Sociedad. Para completar la acumulación de compromisos difíciles, y dado que no había escuelas para niñas en Buenos Aires, las damas de la Sociedad debían encargarse también de eso. En la práctica, la Sociedad se convertía en una agencia de trabajo, dedicada a colocar lo antes posible a sus pupilos en hogares (las niñas se destinaban a los quehaceres domésticos) o los comercios y talleres industriales (los niños, eran ofertados como aprendices) para que trabajaran sin ser remunerados, hasta que fueran mayores y estuvieran en capacidad de valerse por sí mismos.
Fundación Eva Perón
La llegada del peronismo alteró las buenas relaciones entre la Sociedad de Beneficencia y el Estado, que no terminaba con la pobreza. Un gobierno que incorporaba la Justicia Social a sus slogans fundamentales, no podía compartir la asistencia social con las damas de la clase alta argentina, aunque las esposas de los altos funcionarios de turno estuvieran involucradas en la tarea. Una estructura que se había mantenido intacta por algo más de un siglo, pasó a ser vista como una rémora intolerable.

Para que la limosna fuese aún más miserable y más cruel inventaron la beneficencia, y así añadieron al placer perverso de la limosna el placer de divertirse alegremente con el pretexto del hambre de los pobres. La limosna y la beneficencia son para mí ostentación de riqueza y de poder para humillar a los humildes. (Eva Perón: La Razón de mi Vida)

La Sociedad de Beneficencia fue intervenida y disuelta en 1946. El Estado, a través de la Fundación Eva Perón, que disponía de enormes recursos, se responsabilizó a partir de entonces de atender la demanda de los desamparados, mientras ponía en juego la más hábil estrategia clientelista de la Historia argentina. Si detrás de esa formidable estructura había corrupción y despilfarro, como se denunció a partir de 1955, eso no lograba dañar demasiado la imagen mítica de la pareja presidencial.
Tanto las Fuerzas Armadas como la Iglesia Católica, han sido instituciones tradicionales, controladas por hombres, donde quedaban excluidas las mujeres y solían ejercer una influencia inocultable sobre el resto de la sociedad. Los capellanes ejercen su ministerio en el interior de las estructuras militares y los militares suelen pronunciarse fervientes defensores de las doctrinas tradicionales de la Iglesia. La estructura jerárquica vigente en el catolicismo y el ejército, los ponía al margen de la mayor parte de las disputas que debilitan a los partidos políticos y las entidades civiles, pero al mismo tiempo las exponía a alimentar contradicciones flagrantes entre su imagen pública y la realidad de su desempeño interno.
Las autoridades de la Iglesia lograron ignorar (pero no erradicar) durante décadas incontables denuncias de abusos pedófilos que implicaban al clero, facilitados por su trabajo educativo con niños. Las Fuerzas Armadas, que todos los años incorporan a hombres jóvenes a sus filas para formarlos como defensores de la Nación, ha sido más de una vez terreno propicio para la comisión de abusos de todo tipo. David Viñas en la novela Cuerpo a Cuerpo y Marta Lynch en el cuento El Dormitorio, han descripto las infracciones a las normas de conducta que pueden darse en el interior de un cuartel, probablemente para entretener de algún modo los aburridos fines de semana sin presencia femenina o solo porque tales actividades se vienen repitiendo desde mucho antes y han llegado a convertirse en ceremonias de iniciación, donde los más jóvenes son sometidos por los veteranos o los superiores.
Marta Lynch

El cadete Osorio siente una angustiosa opresión de soledad y al pasar su mano sobre la sábana percibe que su cuerpo existe y que reclama compañía. No voy a dormir. No quiero hacerlo y no podrá aun si lo quisiera. (…) Ahora vuelvo a oler y percibo el olor familiar de la barraca; la acidez del cuerpo de Schlieman, un definido olor a cuerpo fregado llega desde la piel de Vargas. (Marta Lynch: El Dormitorio)

Los vicios secretos prosperan al amparo de imágenes públicas que enfatizan la virtud de las instituciones que los encubren para no desprestigiarse con su difusión. En 1942, de acuerdo a la prensa sensacionalista de la época, estalla el escándalo de los Cadetes del Colegio Militar de Buenos Aires. Los jóvenes eran invitados por mujeres atractivas a participar en francachelas, donde se los drogaban, se los fotografiaba desnudos, para chantajearlos a continuación, obligándolos a prostituirse con clientes masculinos de la clase alta. Tras la denuncia hecha ante el Presidente Castillo por una de las víctimas, hubo una sesión secreta del Senado de la República y se labró un expediente militar, que mantuvo la reserva sobre lo sucedido, a pesar de haber tomado medidas para expulsar a quienes hubieran consentido el abuso, mientras aconsejaba a los jóvenes que no anduvieran con uniforme, para evitar las burlas de quienes encontraran por la calle.
En la actualidad, todos los años se realizan en las grandes ciudades argentinas marchas del Orgullo Gay, donde los homosexuales se exhiben tal como les satisface hacerlo y habitualmente no suelen intentarlo en público. Puede vérselas como una imitación de manifestaciones extranjeras, tal como la celebración de Halloween o el Día del Amigo, pero también como una reivindicación, una protesta declarada.
Manuel Mujica Lainez
En el pasado, gente del mundo de la cultura como Paco Jamandreu, Miguel de Molina (primero expulsado del país, por izquierdista, luego readmitido por decisión de Eva Perón), Manuel Mujica Láinez o Alfredo Alaria, cada uno en su ámbito profesional, podían vivir su sexualidad según sus propios parámetros, en privado, entre cuatro paredes, mientras que solían ser bastante discretos en público, para no molestar a la sociedad que podía ser tradicionalista y en ese caso revelarse demasiado intolerante.
En 1912, José González Castillo, un escritor anarquista había estrenado con gran escándalo el drama Los Invertidos, muestra el descubrimiento de Clara, una esposa madura, que se entera (demasiado tarde) de las preferencias sexuales de su marido, un juez respetado. Ella termina matando a quien ha estado a punto de convertirla en su amante y ha sido la pareja homosexual de su marido, casi desde la infancia. Aunque la pieza defendiera una visión tradicional (por condenatoria) de la homosexualidad, la sociedad argentina prefería no mencionar el tema. Hablar de aquello que socialmente se había decidido no mencionar nunca, resultaba tan inaceptable para la opinión mayoritaria como incurrir en la misma conducta censurada.
La visión dominante del mundo era bastante simple (aunque no por ello menos difícil de conciliar con la realidad). Los hombres gozaban de libertad para hacer lo que quisieran, mientras no dieran escándalo y mantuvieran controladas a sus esposas.
Enrique Santos Discepolo
 “Todo es igual / nada es mejor” proclama Enrique Santos Discépolo en Cambalache. Por debajo del discurso oficial, la corrupción aceitaba discretamente el funcionamiento del Estado. Desde el siglo XIX, las más altas autoridades del país habían sido acusadas de recibir regalos de poderosos que acudían a la maquinaria del Estado para enriquecerse. Sarmiento, después de pasar por la Presidencia de la República, había denunciado a Mitre. Julio Argentino Roca fue acusado de favorecer a sus amigos personales durante la distribución de enormes parcelas del territorio despojado a los indígenas, durante la llamada Expedición al Desierto.
La corrupción del régimen de Hipólito Yrigoyen fue esgrimida por los militares que lo derrocaron, como justificación de su desobediencia.  Luego, las acusaciones no pudieron ser probadas, pero mientras tanto el gobierno legítimo había sido derrotado y el derrocado Presidente había muerto en 1933.
Juan Duarte
En el primer gobierno de Juan Domingo Perón, su cuñado Juan Duarte fue sospechado de amasar una fortuna traficando influencias y apareció extrañamente muerto poco después del fin de su hermana.
Niños Cantores
En 1942, los sorteos de la Lotería Nacional fueron acusados de fraudulentos. Los boy scouts a quienes la tradición argentina denominaba Niños Cantores, eran los encargados de leer los premios, y se complotaron para introducir una bolita de madera idéntica en aspecto a las demás, pero de distinto peso, que les permitió ganar un premio de $ 300.000. No eran los únicos beneficiarios del timo (había otros, funcionarios públicos, incluyendo a jueces y ex ministros) por lo que cabía sospechar la existencia de un arreglo mayor, a pesar de lo cual solo los jóvenes fueron condenados a unos pocos años de prisión. La imagen de inocencia de los boy scouts había quedado manchada por un buen tiempo.

La coima es el aceite lustral con que cuanto bicho inspector y subinspector que vagabundea por ahí, lubrica sus articulaciones y engorda su estómago; la coima es la madre de muchos bienestares, el alma de numerosas prosperidades, el ángel tutelar de los que venden aserrín por harina, achicoria por café, pan quemado por chocolate, mármol molido por azúcar; la coima es la diosa protectora de todos los tahúres que pululan en nuestra tierra, de todos los comisarios que entran flacos y salen gordos, de todos los magistrados que se taponan los oídos para no escuchar los alaridos de la Justicia. (…) Donde se clave la visa, allí está, invisible, segura, efectiva, certera. (Roberto Arlt: Su Majestad, la coima)

Vicios privados, pública virtud (I): Contradicciones demasiado frecuentes



Vicios privados, públicas virtudes. (Bernard de Mandeville: La fábula de las abejas)
Pasaporte de Raquel Liberman, denunciante de Zwi Migdal
Ser y parecer, rara vez coinciden en la experiencia cotidiana. La discrepancia no suele ser poca y por lo tanto indigna de que la tomen en cuenta. Lo aparente y lo oculto se oponen radicalmente y no pueden coexistir sin denunciarse uno al otro. No solo se trata de un procedimiento constructivo fundamental de la dramaturgia de Occidente, que desde tiempos remotos asegura las risas en la comedia y conmueve en el drama. Es el fundamento de la existencia humana, sometida a contradicciones imposibles de resolver. De un lado están los vicios, los comportamientos condenados por la moral y hasta reprimidos por las leyes, que se enmascaran detrás de fachadas respetables, mientras que por el otro lado se encuentran las virtudes, encomiadas por la moral y las leyes, que sin embargo resultan sospechosas de fragilidad.
Cualquiera que haya superado la infancia, puede argumentar que la división entre el ser y el parecer no siempre resulta nítida, y que bastante más probable es que los dos ámbitos se comuniquen por debajo de la superficie, se confundan muchas veces, o que las más seductoras apariencias solo existan con el propósito exclusivo de ocultar algo menos agradable. Nadie puede ser lo que aparenta, por muchos motivos. El primero, quizás, porque aquel que fragua una ficción no quiere aceptar una realidad que no suele ser demasiado favorable. Otro, porque es más cómodo mentir que ofrecer la verdad. “Dime de qué alardeas y te diré qué te falta” plantea del refrán. Otra alternativa, y no la menos atendible, porque el corrupto aspira a que lo consideren alguien mejor de lo que efectivamente es.
George Bernard Shaw
En la comedia de George Bernard Shaw La profesión de la señora Warren, la dama inglesa que en los últimos años del siglo XIX, ha criado a su hija en las virtudes más acendradas, no deja de ser por ello la propietaria de una exitosa cadena de burdeles, donde el dinero que suministra su clientela ha conseguido mantener la cómoda existencia de la familia. Ella no advierte en la duplicidad de su conducta, nada que deba reprocharse a sí misma, ni puede tolerar que otros, como su hija, lo intenten.

SEÑORA WARREN: Querida, el buen tono exige avergonzarse de eso [se refiere a su oficio]. ¿Qué se diría de una mujer que no lo hiciera? Las mujeres tenemos que aparentar sentir muchas cosas que no sentimos (…). Pero a mí no es posible decir una cosa cuando todo el mundo sabe que pienso otra. ¿A qué viene esa hipocresía? Si el mundo está organizado de ese modo para las mujeres, ¿por qué hemos de fingir que está organizado de otro modo? En realidad, yo no he sentido nunca una pizca de vergüenza. (George Bernard Shaw: La profesión de la Señora Warren)

Si la señora Warren ha vendido su cuerpo y el de otras mujeres que aceptaron su intermediación, es porque los hombres que suelen condenar esa actividad, requirieron que la practicara. Puesto que ellos pagaban por el servicio, ¿por qué habría de condenarse a quienes satisfacían la demanda? Hasta los hombres más virtuosos (como es el caso de los santos Agustín y Tomás) con sinceridad desconcertante,  han llegado en algún momento a justificar la prostitución como la existencia de las cloacas de una ciudad: pueden repugnar, pero serían un mal menor entre los muchos que acosan a la sociedad.

Cerrad los prostíbulos y la lujuria lo invadirá todo. (San Agustín: De Ordine)

Prostituta años `20
De acuerdo al comisario Julio Alsogaray, que investigó en Argentina el funcionamiento de la organización mafiosa Zwi Migdal a comienzos de los años `30, la esposa de uno de los máximos dirigentes figuraba en la directiva de la insospechable organización benéfica La Gota de Leche. ¿Por qué no? La hipocresía no puede ser excluida del trato social civilizado, y menos aún conviene despreciarla, puesto que indica el respeto que se le concede a las convenciones, incluyendo aquellas que no se supone no demasiado dignas de respeto. Quizás las normas colectivas no significan mucho para algunos, pero allí están, y gracias a artificios similares la cultura se impone sobre los impulsos no controlados.

El crecimiento del nacionalismo y la intrusión de los militares en la política argentina, hicieron perentoria la eliminación de los elementos delictivos foráneos y de las casas de prostitución internacionalmente inaceptables.  (Donna Guy: El sexo peligroso. La prostitución legal en Buenos Aires 1895-1955)

Durante mi infancia y juventud, las parejas argentinas casadas podían separarse cuando comprobaban que no se entendían, pero de todos modos continuaban casadas, porque el matrimonio católico era concebido como la unión que persistía hasta que la muerte separara a los cónyuges. Las nulidades gestionadas ante la Sacra Rota del Vaticano eran pocas e inverosímiles (como la historia del político que alegaba no haber consumado el matrimonio, a pesar de tener varios hijos con su mujer).
El divorcio era un trámite engorroso (y no del todo legal) que debía tramitarse en otros países donde las leyes eran más laxas, como Uruguay o México. La gente podía estar mucho tiempo en concubinato, pero guardaba un pudoroso silencio sobre el tema. Que un hombre tuviera un “doble frente”, una “sucursal” aceptada (o ignorada oficialmente) por la esposa legal, era una contradicción frecuente en muchas familias. Él no alardeaba de su situación, fuera del ámbito cómplice de otros varones. Disponer de varias mujeres demostraba el privilegio de su condición masculina. Si una mujer hubiera sido descubierta en la misma situación, sería considerada simplemente una prostituta.
¿Cómo evaluar un doble estándar que ocultaba la verdad para siempre o retrasaba la revelación para un futuro improbable? ¿Era un comportamiento hipócrita, que hubiera debido eliminarse en beneficio de la sinceridad, aunque al ponerlo en práctica se hiriera la sensibilidad ajena?
La gente se “juntaba” y quedaba expuesta al menosprecio de la comunidad. Hoy los derechos de las parejas que conviven, apenas difieran de aquellos que se casan. En el pasado, tanto el Código Civil de Dalmacio Vélez Sarsfield, sancionado en 1869, como la opinión dominante en la sociedad argentina, discriminaban a quienes no hubieran legalizado su relación de pareja. Los hijos quedaban marcados como “naturales” (nacidos fuera del matrimonio, de padres que estaban en condiciones de casarse y podían solicitar el reconocimiento) o como “ilegítimos” (un conjunto variopinto que reunía desde los incestuosos o sacrílegos, hasta los adulterinos) a quienes se les negaba cualquier oportunidad de reconocimiento.
Los niños que nacían dentro del matrimonio, debían ser el fruto de una relación consagrada por la Iglesia. Ellos recibían el apellido paterno y aspiraban a heredar el patrimonio del padre. Como no todos se ajustaban a los modelos establecidos por la sociedad, las jóvenes descarriadas se ausentaban para visitar por varios meses a parientes distantes y volvían más delgadas, o no salían de la casa (ni siquiera asomaban al jardín y al cabo de algún tiempo, era su madre quien anunciaba a los vecinos haber tenido otro hijo, a pesar de su edad avanzada; o se abandonaba durante la noche un canasto con un bebé en la puerta o el torno de algún convento; o… El ingenio popular se las componía para salvar el buen nombre de una pecadora y el de la familia que muy a su pesar había tenido que participar en la farsa.
Tita Merello y Mario Fortuna en Marcado de Abasto
 Quedar marcado por estas denominaciones, eran ofensas que los involucrados sufrían de por vida. Se trataba de hijos del pecado, a quienes debía castigarse de algún modo, probablemente con el objeto de purgar la falta de sus padres. El cine nacional había mostrado desde los años `30 el drama de la búsqueda de identidad por hijos madres solteras o concubinas. Una actriz como Tita Merello se especializó en los personajes de mujeres sacrificadas (Arrabalera, Guacho, Los isleros, Filomena Marturano, Mercado de Abasto) que luchaban por sostener a sus hijos, por lo general sin el auxilio de un hombre.
Joven Eva Duarte
A partir de 1954, bajo el régimen peronista, donde la figura de Eva Duarte había sido constantemente denostada por los opositores, por haber nacido fuera del matrimonio, las odiosas diferenciaciones entre los hijos de una categoría y otra quedaron igualados bajo la denominación “extramatrimoniales”, hasta que en 1985 las viejas denominaciones fueron equiparadas.
Había que separar la mala vida de la existencia cotidiana de una población decente, puesto que parecía imposible erradicar la mala vida. Por la Ordenanza de 1913 (llamada Ley Palacios) de la ciudad de Buenos Aires, que fue desvirtuada durante su aplicación, los burdeles no podían instalarse a una distancia menos de dos cuadras de escuelas, templos y teatros. Debían administrarlos mujeres (denominadas regentas). Las pupilas no podían ser menores de dieciocho años y se encontraban sometidas a periódicas visitas sanitarias. Hacia fines de los años `20, la clase dirigente argentina mostraba sin pudor, y hasta con orgullo los prostíbulos que frecuentaba a un visitante extranjero como el conde de Keyserling, que tampoco encontraba desagradable la experiencia.

Recuerdo un souper que me brindaron en un sencillo burdel hombres con cargos en la vida política e intelectual; la atmósfera era acogedoramente casera, la de un estanciero. Por lo tanto allá se caracteriza la vida de esas esclavas y sus rufianes en el hecho de que se gana con las muchachas tan solo, sino que también se vela por ellas. Las que han sido arrastradas a Argentina y Brasil, acaban en la mayoría de los casos de forma no desdichada. Con las “queridas” propiamente dichas, la cosa es directamente brillante. (Hermann von Keyserling: Meditaciones sudamericanas)

¿Era Keyserling un intelectual serio, o tan solo un oportunista, a quien la credulidad una mujer impresionable y dotada de suficientes medios para convertir sus caprichos en realidad (Victoria Ocampo) fue capaz de imponer ante un grupo de provincianos? Keyserling habla en todo caso con la convicción de un europeo acostumbrado a ver el mundo desde su perspectiva colonial, sin atisbos de rigor ni empatía hacia los nativos, pero seguro de no ser contradicho.
Anarquistas y prostitutas se encontraban sometidos a la discrecionalidad de las fuerzas policiales, que podían detenerlos porque molestaban a la gente decente o (en el caso de las mujeres) porque se negaban a pagar rutinariamente el derecho de permanecer ejerciendo su triste oficio. Hasta en la visión de un hombre de ideas progresistas, como José Ingenieros, la prostituta y el agitador anarquista formaban una pareja de sujetos indeseables. La difusión del discurso izquierdista y la epidemia de enfermedades venéreas, suscitaban el mismo temor.

Se va tras una prostituta, una pobre loca moral como él, síntesis de todos los odios torpes y de todas las infamias urticantes, orquídea venenosa, y con ella se lanza a propagar la huelga, la rebeldía, la devastación. (José Ingenieros: Hacia la Justicia)

Roberto Arlt
Resulta probable que Roberto Arlt haya elaborado a Haffner, el rufián revolucionario de sus novelas Los Siete Locos y Los Lanzallamas, de acuerdo al modelo que le suministraba un personaje real de la época, Noé Traumen, declarado anarquista y organizador de la Zwi Migdal, una sociedad mafiosa dedicada a importar y explotar mujeres europeas que remataba en el Café Parisien y el Hotel Palestino. La empresa fue tan exitosa, que llegó a contar con dos mil burdeles activos en el país (donde las internas debían atender en turnos de doce horas, un promedio de setenta y cinco clientes por día) y tuvo sucursales en Montevideo, Rio de Janeiro y Porto Alegre.
En la ficción de Arlt, el monólogo de Haffner alcanza las dimensiones de un delirio que busca prosélitos y confía convencer al mundo entero sobre la conveniencia y alta probabilidad del proyecto:

Cuando yo hablo de una sociedad secreta, no me refiero al tipo clásico de sociedad, sino a una supermoderna, donde cada miembro y adepto tenga intereses, y recoge ganancias, porque solo así es posible vincularlos más a los fines que solo conocerán unos pocos. (…) Los prostíbulos producirán ingresos como para mantener las crecientes ramificaciones de la sociedad. En la cordillera estableceremos una colonia revolucionaria. Allí, los novicios seguirán cursos de táctica ácrata, propaganda revolucionaria, ingeniería militar. (…) La sociedad secreta tendrá su academia, la Academia para Revolucionarios. (Roberto Arlt: Los siete locos)