Probablemente como parte de una campaña de marketing político, destinada a posicionarlo ante los votantes que no se fijan demasiado en los aspectos doctrinarios, un candidato argentino anuncia en un reportaje televisivo que su actual pareja está embarazada (de él, se sobreentiende) y que le regocija la posibilidad de ser padre de nuevo, a los sesenta años. Pocas horas más tarde, la mujer aludida confirma a través de las redes sociales su embarazo y también que ha sufrido el maltrato físico y psicológico del político, quien habría insistido en que deberían librarse del hijo en gestación.
La contradicción entre el discurso privado y el discurso público queda expuesta y la incapacidad para ocultarla destruye instantáneamente la credibilidad que hubiera podido disfrutar el personaje. La tolerancia de la sociedad ante el comportamiento engañoso, no es mucha ni se encuentra bien considerada. Se exige, de aquellos que detentan funciones públicas, que en todas las circunstancias sean lo que aparentan.
Hipocresía es el
homenaje que el vicio rinde a la virtud. (François de la Rochefoucault)
Oscar Wilde |
SEÑORA ERLYNNE: Usted no
sabe qué es caer en el precipicio; ser despreciada, escarnecida, abandonada,
objeto de irrisión…. Ser un paria. Encontrarse las puertas cerradas, deslizarse
furtivamente y estar oyendo constantemente la risa, la horrible risa del mundo,
que es una cosa más trágica que todas las lágrimas vertidas en la tierra. No
sabe usted lo que es eso. Paga una su pecado y vuelve a pagarlo, y lo está pagando
toda la vida. (Oscar Wilde: El abanico de Lady Windermere)
No es improbable que Wilde proyectara en
el personaje de la señora Erlynne, su propia experiencia de homosexual que debe
aparentar ser un buen padre y esposo, para que la sociedad lo acepte como el ingenioso
escritor y dramaturgo que era. Las categorías de ser y aparentar se oponen,
pero aquellos que se encuentran incursos en la contradicción, luchan por
equipararlas, dejando de lado cualquier principio ético. Hay que aparentar,
porque vivir al margen de la opinión dominante es una experiencia demasiado
penosa para afrontarla. Tres años después de estrenar su comedia vagamente
moralizadora, Wilde fue acusado de sodomía y condenado a dos años de trabajos
forzados. Cumplida la sentencia, debió alejarse de Inglaterra y morir en el
exilio. Se lo castigaba por haber sido incapaz de aparentar lo que no era.
Gregorio de Laferrere |
En el juego de las faltas escondidas y
el simulacro de normalidad, en algunos casos se trata de ocultar un pasado
inconveniente, y en otros de exhibir un presente que tampoco puede ser aceptado.
Las de Barranco, la pieza teatral de
Gregorio de Laferrere, le otorga raigambre nacional a esa dependencia
angustiosa del qué dirán, que sufren aquellos que alguna vez gozaron de mejor
situación y no se resignan a una actualidad menos promisoria. La opinión
dominante en la sociedad, por desinformada o malintencionada que sea, persigue
a los individuos que hasta involuntariamente la desafían o no la satisfacen.
En la Argentina de comienzos del siglo
XX, el juicio ajeno no era nada fácil de controlar, ni tampoco había manera de
atenuarlo cuando era desfavorable. Mientras se consiguiera eludirlo, nada
estaría demasiado mal.
DOÑA MARÍA: ¡Eso es lo
que sacó el capitán Barranco con sus delicadezas! Pero la viuda del capitán
Barranco es otra cosa, ¡entendelo bien! no vive de ilusiones… Sabe que tiene
tres hijas que mantener, tres zánganas, ¡a cuál más inútil! Que se lo pasan
preocupadas de moños y composturas, mientras la pobre madre tiene que buscarse
´como Dios la ayude el zoquete diario que han de llevarse a la boca para no
morirse de hambre. (Gregorio de Laferrere: Las de Barranco)
Carlos Mauicio Pacheco |
ROSALÍA: ¿De dónde
vendrá eso de disfrazarse? (…) Eso de poner una cara ridícula y salir por ahí a
recorrer las calles.
HILARIO: ¿Sabe lo que
dice don Hilario? (…) Dice que es una pavada disfrazarse, porque todos vivimos
la vida disfrazados y que la vida es el corso, un corso largo. (Carlos Mauricio
Pacheco: Los disfrazados)
Paula Rego: Pintura |
Ante el espectador se impone la
nostalgia de una homogeneidad propia de la sociedad tradicional, perdida por la
llegada de tantos nuevos actores (millones de inmigrantes de todo el mundo) a
un territorio que la clase dirigente consideraba satisfactoriamente repartido y
para siempre, entre unos pocos favorecidos que habían despojado a los nativos,
durante la llamada Conquista del Desierto. En tales circunstancias, nadie
conoce muy bien a quien tiene cerca. Incluso aquellos personajes que no se
disfrazan, como es el caso del marido cornudo de la pieza teatral, revelan en
algún momento una ferocidad insospechada. La conformidad que mostraban durante
la existencia rutinaria, no pasaba de ser una máscara.
Ricardo Talesnik |
En Cien
veces no debo, la farsa de Ricardo Talesnik estrenada en 1990, la familia
marcada por el embarazo de una hija adolescente que suponían virgen, advierte
que ha llegado el final de sus ilusiones de respetabilidad social, puesto que
las de progreso económico se han derrumbado antes, por las repetidas crisis por
las que atraviesa el país. La modernidad no hace mella en esta concepción
finisecular de la conducta civilizada, como se queja la madre.
CARMEN (irónica): ¡La
nena puede hacer todo lo que siente! Está bien que hemos ido evolucionando,
pero no somos animales. Hay cosas que están feas. Una se tiene que aguantar. Aunque
le cueste, se tiene que aguantar, porque no todo es buscar el placer y gozar…
Hay otras cosas mucho más importantes en esta vida. Hay cosas más importantes.
(Ricardo Talesnik: Cien veces no debo)
El doble final feliz que inventa Wilde para su comedia
(ni la señora Erlynne deja de conseguir un marido rico, ni la hija llega a
enterarse de la vida licenciosa de una madre a quien creía muerta), un desenlace
en el que la sociedad o bien no se entera de la magnitud de las transgresiones
o bien guarda un prudente silencio sobre ellas, no pasa de ser una fantasía
improbable, como experimentó el mismo escritor, en las circunstancias de su
propia vida. La sociedad impone sus valores a todos aquellos que la integran, y
al hacerlo margina o somete al desprecio a los infractores.
Salvar las apariencias de normalidad era
tradicionalmente un intento de calmar a una opinión dominante adversa,
aceptando la humillación que los demás impusieran algún castigo a la
infracción. Las mujeres deshonradas se casaban (poco importaba con quién) con
tal de que los hijos engendrados fuera del matrimonio, nacieran dentro de algún
matrimonio.
Paula Rego: Pintura |
[Cuando yo era chica] el
único anticonceptivo generalizado era el terror a la paliza paterna en caso de
un embarazo fuera de la ley. Funcionaba en el 95% de los casos y si alguna
joven se embarazó antes de tiempo, nunca se supo; ella, dependiendo de los
medios económicos familiares, pasaba a cultivarse a Europa o al campo, a
reponerse de una repentina tuberculosis. (Patricia Undurraga: Cuando yo era
chica)