lunes, 13 de noviembre de 2017

Cultura enferma del Siglo XX (III): El triunfo de la trivialidad


Leni Riefenstahl: Triumph des Willens
Triumph des Willens (Triunfo de la Voluntad) es el abrumador documental de Leni Liefenstahl sobre la multitudinaria aceptación que brindó en Nurenberg, en 1934, el pueblo alemán a los rituales nazis que cinco años más tarde desembocaron en la Segunda Guerra Mundial. Nadie desentona en las calles o estadios abarrotados, tanto de día como de noche, lo mismo da si son trabajadores, soldados, mujeres o niño. Todos los brazos se alzan al mismo tiempo, en el mismo ángulo, para saludar a Adolf Hitler. Todas las voces se oyen coordinadas. Hay allí una falta de conflictos, una uniformidad perfecta que asustaba a los contemporáneos ubicados en el otro bando, como cuenta Luis Buñuel en su autobiografía, Mi último suspiro.
Adolf Hitler y Leni Riefenstahl
El siglo XX no inventó los desfiles, ni las masas organizadas, pero les otorgó una contundencia sobre el resto del planeta que otras épocas ignoraron. Las multitudes pasaron a ser sinónimo de autenticidad y relevancia de las causas que ellas sostenían. También se convirtieron en evidencia de acuerdo, unanimidad, superación de las diferencias internas, que desanima cualquier intento de cuestionarlas. En la gigantesca manipulación de la realidad que documenta Triumph des Willens, todo se simplifica, se vuelve trivial, para que impresione más en el espectáculo audiovisual. Hasta la pretendida trascendencia histórica del régimen de Hitler, que debería perdurar por un milenio, queda al descubierto. 
Matanza de Jonestone

Lo que han logrado armar los nazis en el poco tiempo que llevan en el poder, es impresionante pero también tan falso como el liderazgo de Jim Jones en Guyana, cuando dejó centenares de seguidores muertos, en el momento en que su estafa quedaba al descubierto, gracias a la ingestión de un refresco con cianuro.
El siglo XX fue el escenario de gigantescas imposturas, no por ello menos triviales, que no cesan de reproducirse durante el XXI, como si el aprendizaje colectivo resultara imposible. Una de las visiones recurrentes, es la del aplanamiento de los valores, como si la indiferencia hubiera devorado la conciencia de millones de seres humanos.

Todo es igual, nada es mejor. (Enrique Santos Discepolo: Cambalache)

Stultorum infinitus est numerus (el número de tontos es infinito) rezaba el proverbio atribuido a Cicerón, quien lo habría traducido del Eclesiastés bíblico y expresa un pronóstico desalentador, por lo generalizado, respecto de la condición de la inteligencia humana. No convendría esperar mucho de una especie que cuenta con un historial de irracionalidad, torpeza y crueldad tan extenso, que impide creer que solo sea fruto del descuido o de circunstancias externas.
Las posibilidades de hacer el bien (y hacerlo bien, en el momento oportuno) son muchas y no siempre exigen sacrificios heroicos de quienes lo intentan, pero las posibilidades de abortar esos proyectos tan prometedores, en unos casos por descuido, en otros atendiendo a las consideraciones más egoístas, parecen todavía mayores. 
Robert Musil

Quien hoy en día tenga la audacia de hablar de la estupidez corre graves riesgos; puede interpretarse como arrogancia (…). Por mi parte, hace ya varios años escribí: “Si la estupidez no se asemejase perfectamente al progreso, al talento, a la esperanza o al mejoramiento, nadie querría ser estúpido”. Esto ocurría en 1931 y nadie pondrá en duda que incluso después, el mundo ha visto todavía progresos y mejoras. (Robert Musil: Sobre la estupidez)

La estupidez se protege de aquellos que podrían denunciarla, para sobrevivir y en lo posible imponerse a sus críticos. Se camufla de algo respetable, como dice Musil, para que no la detecten o para que si lo hacen, consideren que no tiene mayor importancia. Lo trivial es una de esas máscaras. La modernidad es enfática respecto de lo que quiere destacar, valga la pena reparar en ello o no. El marketing ha desarrollado técnicas refinadísimas para seducir a millones de consumidores y promover en cada uno de ellos necesidades que de no haber intervenido, tampoco hubieran llegado a existir.
Las buenas intenciones o lo que se considera intrascendente, irrelevante, enmascaran situaciones bastante menos defendibles. Cuando alguien supone que sus actos se encuentran justificados, levanta la barrera sobre los detalles que pueden contrariar esa imagen difusa pero tranquilizadora. Un gobierno puede ser corrupto, pero también hace obras (como demuestra la propaganda oficial) o protege a los desposeídos (que aceptan cualquier limosna, en lugar de exigir Justicia).
Una gran industria minera o de crianza de cerdos o pollos ofrece empleo a cientos de lugareños que antes de su instalación no lo tenían, pero al mismo tiempo contamina el ambiente y perjudica la salud de toda la comunidad. Un narcotraficante acumula millones con la adicción de sus clientes, pero a la vez colabora con sus vecinos, a los que convierte en sus cómplices y eficaces agentes de relaciones públicas. Rituales vacíos de significado o dotados de un significado engañoso, indescifrable para quienes los practican, ocupan gran parte de la existencia de la gente y dificultan la comprensión de aquello que es relevante.

La idiotez es una enfermedad extraordinaria; no es el enfermo el que sufre por ella, sino los demás. (Voltaire)

Lars von Trier: Idioterne
Ser tonto o al menos comportarse como tal (con el objeto de eludir las numerosas responsabilidades que recaen sobre alguien apto para pensar y tomar decisiones) era el tema provocador de un filme de Lars von Trier, Idioterne (1998) donde un personaje que atraviesa un duelo se suma a un grupo de anarquistas en el que todos simulan ser estúpidos, jugando un juego que conduce a nada, pero que al menos los pone temporariamente al margen de las convenciones sociales.
Participar en una celebración colectiva de la trivialidad, como los certámenes de belleza, los paseos dominicales por un mal, la visión de eventos deportivos o los desfiles de moda, tal vez no consuele demasiado a nadie, pero pone límites a la inevitable sensación de soledad que acompaña a la vida moderna. Se trata de espectáculos vacíos, no obstante atractivos, por la fugacidad de estímulos desconectados de la realidad, por la dificultad que evidencia su factura, por la aprobación no cuestionada que despiertan.

No quiero ser apocalíptico, pero el espectáculo ha tomado el lugar de la cultura. El mundo está convertido en un enorme escenario, en un enorme show. (José Saramago)

Celebración Día de los Enamorados
Casi todo el mundo tiene una madre por quien siente apego y a la que desea retribuir su cariño. Por eso la modernidad instituye el Día de la Madre que se vuelve obligatorio celebrar en una fecha precisa, mediante la entrega de regalos de todo tipo, que reactivan el mercado y calman los conflictos emocionales de los hijos. Aquello que surgía de la espontaneidad y no tenía fecha estipulada, que significaba una respuesta personal y concreta para los involucrados, se convierte en un rito colectivo difícil de eludir, como sucede también con el Día del Padre, el Día de los Enamorados, el Día del Amigo y otras festividades a las que nadie se atreve a oponerse, porque automáticamente se margina como alguien insensible o inhumano.
Trivia
Durante los años `80, poco antes de que la computación invadiera la vida cotidiana de millones de personas para transformarla en lo que es hoy, se difundió un juego de mesa, el denominado Trivia, que consistía en una serie de tarjetas distribuidas al azar, que contenían preguntas sobre temas tan variados que terminaban por ser irrelevantes y ponían a prueba la cultura general de los participantes. Cuando se jugaba, se tenía la impresión de competir con otras personas, del círculo de amigos o familiar, para medir los conocimientos dispersos (triviales) de cada uno de ellos.
Al final de la sesión no se había aprendido nada nuevo, que pudiera ser utilizado en algo concreto, ni se había establecido ningún acuerdo productivo entre los participantes, pero al menos se había experimentado un contacto de ningún modo conflictivo que Internet llegó para destruir. Durante el siglo XXI, las conexiones más demandantes de los usuarios de las redes sociales, son aquellas en las que desaparece la presencia física de quienes participan y el medio adquiere un protagonismo capaz de subordinar cualquier aspecto de la comunicación humana que toque.
La sociedad de los medios uniforma de tal manera a quienes convoca, los solicita con tal intensidad, que la imagen mítica del filme Matrix (un sistema tecnológico automatizado, todopoderoso, eficiente, que ha sustituido a la realidad por una hipnosis colectiva) adquiere el valor de una metáfora de la modernidad. Es el mundo del espectáculo, desprovisto de los límites tradicionales del espectáculo, que incluso denunciaba su falsedad, para sustituir a la realidad y evitar que se los cuestione.
Guy Debord

El espectáculo se presenta como una inmensa positividad indiscutible e inaccesible. (…) La actitud que el espectáculo exige por principio es esta aceptación pasiva que en realidad ya ha obtenido por su manera de aparecer sin réplica, por su monopolio de la apariencia. (Guy Debord: La sociedad del espectáculo)

Portada Life: We are de the World
Cuando se verifica una crisis humanitaria imposible de ignorar (la hambruna de Etiopía en 1985, la guerra de los Balcanes, las migraciones masivas de Líbano) los artistas populares más famosos se reúnen para grabar canciones, como We are the World, de Michael Jackson y Lionel Ritchie, con el producto de cuya venta (U$ 50 millones) se esperaba aliviar la catástrofe del norte de África. Esta combinación de espectáculo y buenas intenciones llegó a convertirse en un modelo del discurso de los medios.
Figuras notorias de los medios se convierten en portavoces de causas benéficas. La Princesa Diana de Gales inició una campaña para humanizar el trato a las pacientes con VIH a mediados de los `80, cuando no se sabía demasiado sobre las posibilidades de contagio, y luego centró su atención en las víctimas de minas antipersonales de Angola y Bosnia, durante los `90. Muchos de estos encuentros se hicieron a espaldas de los medios, cosa que no puede decirse de otras figuras, cuyos gestos solidarios quedaron cuidadosamente documentados y difundidos.
Lady Di con mina antipersonal
Daniel Radclife, protagonista de la saga fílmica de Harry Potter, apoya una asociación que recibe a adolescentes homosexuales en riesgo de suicidio. La animadora Ellen Degeneres colabora con un hogar para animales maltratados. Victoria Beckham dona a la Fundación Save the Children, 25 vestidos de grandes diseñadores que su hija dejó de utilizar. O el cantante Justin Beaver acepta la propuesta matrimonial de un admiradora de ocho años, que sufre un dolencia hepática que con toda probabilidad no le permitirá continuar con vida, como parte de una campaña de la Fundación Make-A-Wish, que se propone convertir en realidad los deseos de niños. En el mundo actual, de la seriedad a la trivialidad hay solo un paso.
Victoria Beckham e hija
Para los representantes de la inteligencia tradicional, el panorama que ofrece la modernidad suele ser más que desalentador. La pornografía para todos los gustos reemplaza a una práctica sexual informada y tolerante de la diversidad; las selfies irrelevantes ocupan el sitio de las imágenes construidas para comunicar contenidos relevantes; los whatsaps innecesarios distraen de tareas no triviales; las noticias falsas (fake news) dominan espacio de  internet.
La gente dispone de enormes posibilidades para contactarse con el resto del planeta, pero lo más probable es que lo haga solo con el círculo de sus seguidores, tal como en el pasado los habitantes de una aldea solo dialogaban con el estrecho círculo de quienes conocía de siempre y carecían de otras perspectivas.
El cine de Hollywood se ha especializado en abastecer la demanda de la audiencia adolescente internacional, gracias a la escenificación de catástrofes y personajes dotados de poderes excepcionales. Los políticos más votados suelen ser aquellos que explotan los resentimientos colectivos y realizan promesas de mejoras en las condiciones vida que son imposibles de cumplir. En la televisión, triunfan los reality shows que convierten el voyeurismo de la audiencia en su principal justificación.

En la civilización de nuestros días es normal y casi obligatorio que la cocina y la moda ocupen buena parte de las secciones dedicadas a la cultura y que los chefs y los modistos tengan ahora el protagonismo que antes tenían los científicos, los compositores y filósofos.(…) Las estrellas de la televisión y los grandes futbolistas ejercen sobre las costumbres, los gustos y la modas, la influencia que antes tenían los profesores, los pensadores y (antes todavía) los teólogos. (Mario Vargas Llosa: La civilización del espectáculo)

Demasiada información, ofrecida desde una pluralidad de fuentes simultáneas, imposibles de ser contextualizada, las veinticuatro horas del día; espectacularización de la actualidad, que se vuelve cada vez más trivial, para satisfacer la demanda de la audiencia, mientras que reitera la perspectiva más simplista, para convencer de que no hace falta buscar más y ya se lo ha expresado todo, con el objetivo de llegar a la mayor audiencia posible, durante el mayor tiempo posible, en un proyecto ideológico que la equipara con la ficción que ofrecen los mismos medios.

Hoy en día se habla de una crisis de fe en el humanitarismo (…): se podría incluso hablar de un pánico que está a punto de sustituir a la seguridad, de forma que nos sea posible hacer avanzar nuestros asuntos en libertad y de forma racional. Y no debemos eludirlo: esos conceptos morales (…) ya hacia la mitad del siglo XIX o poco después no estaban en tan buenas condiciones. Lentamente fueron quedando “fuera de uso”. (Robert Musil: Sobre la estupidez)