miércoles, 29 de febrero de 2012

La mala vida


Madame Ivonne / la Cruz del Sur fue como el signo, / Madame Ivonne / fue como el signo de tu suerte… / Alondra gris / Tu dolor me conmueve, / tu pena es de nieve / Madame Ivonne. (Luis Visca y Enrique Cadícamo: Madame Ivonne)

Mujeres perdidas, crucificadas por el comercio sexual y el consumo de drogas, alcanzables para todos aquellos que estuvieran en condiciones de pagarlas, y en ese caso, de todos modos distantes, por provenir de otras culturas. Las prostitutas europeas llegaron a América del Sur traídas por organizaciones mafiosas, francesas en algunos casos, polacas en otros. La “trata de blancas” (de acuerdo a lo que se decía entonces, comparándolo con el tráfico de esclavos negros) y el funcionamiento de los prostíbulos, se legalizó en Argentina hacia 1875, como ha demostrado el estudio de Eva Giberti. Las autoridades municipales y la policía local, quedaban encargadas de definir los límites concedidos a las zonas rojas, el registro de quienes se dedicaba a ese oficio y de las periódicas inspecciones médicas, tal como se acostumbraba en Europa. La prostitución podía ser tolerada, siempre y cuando se restringiera su ejercicio a lugares que lo quitaban de la calle y permitían atender las enfermedades venéreas.


El tango se hace bronco, un espasmo nos retuerce el alma. Se recuerda entonces el placer rojo y terrible de aplastarle a puñetazos la cara a una mujer, o también goce de bailar trenzados con una hembra esquiva en una milonga asesina, o también el dinero que nos dio la mujer que nos inició en la vida, billete de diez pesos que eslla sacó de la liga y que nosotros recibimos con alegría temblorosa porque ese dinero lo había ganado acostándose con otro. (Roberto Arlt: Las fieras)

Explotar mujeres era una actividad tolerada por el Estado. Las actividades de prostitutas menores de edad se encontraban prohibidas… ¡excepto que ellas hubieran sido iniciadas tempranamente! En ese caso, puesto que la recuperación se estimaba impensable, ¿por qué oponerse a que continuaran su carrera de perdición, que después de todo permitía recaudar jugosas comisiones entre los inspectores, distribuir drogas y atender la demanda de una masa de inmigrantes varones que carecían de pareja?
Un obrero podía ganar $ 1,50 por mes. En la segunda década del siglo XX, una prostituta nativa cobraba un peso por sus servicios, una polaca dos, una francesa cinco. Que en gran medida se tratara de víctimas de una explotación despiadada, nadie lo ignoraba, pero al mismo tiempo no se creía posible terminar con una actividad como esa, que producía tanto dinero. La historia de Raquel Liberman, explotada durante años por una organización mafiosa especializada en comprar y vender mujeres europeas, que se atrevió a denunciar la actividad, conmovió al país en 1930, cuando el régimen militar que había derrocado al gobierno de Hipólito Irigoyen prometió moralizar la sociedad.
En diciembre de 1936 se dictó la Ley 12331, llamada Ley de Profilaxis que prohibía el ejercicio de la prostitución en locales dedicados exclusivamente a esa actividad. Se atacaba directamente el desempeño de las mafias, que explotaban a miles de mujeres y sobornaban a las autoridades, mientras se abría el camino para la prostitución encubierta. Desaparecidos los controles sanitarios que habían sido posibles mientras las mujeres estaban reunidas en los burdeles, aumentaron los casos de enfermedades venéreas.
Y así fue en la pendiente fatal, / del cabaret al hospital, / y a ninguno encontró que por su mal / tuviera compasión, / pues sin razón la dejaron sufrir / y a su ilusión la dejaron morir. (Contursi y Cobián: Carne de Cabaret)
Antonio Berni:La gran vida
De uno de nuestros vecinos se contaba que había comprado a su mujer en un burdel de Rosario, para instalarla en una casita donde no se permitía la entrada de los vendedores ambulantes y ella apenas salía al patio para tender la ropa, alimentar al perro o ir al excusado. Esa historia la escuché después de que ella desapareció con las pocas prendas que le pertenecían, imagino que abrumada por los celos de su pareja, que la mantenía desconectada de todo aquello que pudiera relacionarla con el pasado. Él hacía las compras, él le había dado un par de hijos que la mantenían ocupada, él había adoptado un perro que deja suelto e impedía el acercamiento de extraños, cada vez que salía a trabajar.
Supongo que fue el mismo hombre quien divulgó la procedencia de la mujer, cuando ella lo dejó, con el objeto de mancharla a ella y presentarse a sí mismo como la víctima de una desagradecida. ¿Qué podía esperarse de alguien que se había vendido o había permitido que la vendieran? Más que víctima de la mala vida o de aquellos que se consideraban decentes y no iban a perdonarle que resultara tan atractiva, ella no merecía la redención que Jesús otorga a la Magdalena.
En Los Isleros (1951) la película que Lucas Demare filmó en San Pedro, adaptando una novela de Ernesto L. Castro, su protagonista, La Carancha, vive inicialmente sola, en un rancho no muy lejos de Las Canaletas. El cine argentino de entonces estaba sometido a una censura que adoptaba ciertas normas del Código Hays, vigentes en la industria de Hollywood. Tita Merello interpretó a lo largo de su carrera, a una serie de prostitutas que no terminan de definirse como tales. En Los Isleros, la prostitución ocasional es una de las motivaciones más probables de esa mujer sola, mal vista por sus vecinos, que sabe defenderse a cuchilladas de los hombres que intentan abusar de ella.
Antonio Berni: Grabado
Por ley, no estaban permitidas las instalaciones llamativas, ni la difusión de anuncios (ni siquiera las discretas tarjetas que podían distribuirse en bares u otros lugares poblados por hombres) como hubieran aconsejado hoy los expertos en marketing. Los zaguanes debían tener dos puertas sucesivas, para evitar la visión o audición de lo que pasaba dentro. Las ventanas que dieran a la calle, tenían que estar protegidas por persianas fijas. No había carteles, ni luces rojas sobre la puerta, como se cuenta en La Maison Tellier de Mauppassant. El burdel no podía estar cerca de templos, escuelas u otras instituciones respetables. Por eso no era raro que se presentara como otra cosa: un bar, una pensión que se encontraba instalada en una ciudad pequeña, donde todos los clientes posibles eran amigos o incluso estaban emparentados, y bastaba la comunicación boca a boca de los hombres, para que al cabo de unas horas todos supieran de su existencia y (más aún) acordaran un pacto de silencio delante de las damas y los menores de edad.
Un burdel se abría en cualquier sitio donde hubiera cierta cantidad de hombres solteros, que dispusieran de algún dinero, necesitados de mujeres y alcohol (no importaba el orden de los factores, porque los dos iban a combinarse tarde o temprano). La pampa argentina era uno de esos paisajes que tardan en ser habitados, primero por hombres que se arriesgan a vivir en medio de las incomodidades de la vida en la frontera, luego por las mujeres dedicadas a mitigar su soledad y solo después por las esposas y el resto de las familias.
A comienzos del siglo XX, San Pedro era un pueblo que no debía temer la sorpresa del malón, finalmente doblegado por la llamada Conquista del Desierto, que había descubierto el potencial económico de la agricultura y la mano de obra de la inmigración europea. Los tangos se encargaron de darle forma perdurable a la imagen de esos míticos antros de la mala vida, que no pasaban de ser lugares de esparcimiento alcohólico, promiscuo y ruidoso, para quienes carecían de instancias más calmadas.
Doña T. (de acuerdo a lo que me informa una amiga de San Pedro) administraba una pensión, a dos pasos del Palacio Municipal y no muy lejos de la Iglesia Parroquial, situación que permite sostener la completa inocencia del establecimiento, que bien pudo ser lo que anunciaba, una residencia para los viajeros que pasaban por San Pedro (representantes de firmas comerciales que negociaban el suministro de mercancías al comercio local, funcionarios públicos en gira de inspección y otros personajes del mismo nivel) aunque también cabe la posibilidad de que la cercanía de las autoridades revelara su absoluta complicidad. Con el tiempo, el establecimiento se mudó hacia el Zanjón de Mora, como si tratara de ocultarse en un lugar menos expuesto para continuar existiendo.
La música, la pintura, el cine, la poesía, se han encargado de mejorar la imagen de la mala vida de otras épocas. De la prostitución de hoy, que ha recuperado la calle (para espanto de los vecinos que se sienten asediados por su proliferación), de la actividad comercial que se anuncia sin el menor disimulo en Internet, mostrando fotos y estipulando tarifas de acuerdo al sexo, la especialidad y el sitio donde se preste el servicio (incluyendo camiones, como informa una página web) no es tan fácil hablar ahora, cuando el tema todavía carece del aura nostálgica que otorgan la distancia y la memoria al comercio infame del pasado.
Por ella conocí el asqueroso aburrimiento complicado con olores de polvo de arroz de los lenocinios de provincias, la regenta en chancletas cuidado un brasero que enceniza el piso del la sala, el mata que rueda lentamente entre las manos de diez rameras pitañosas, el viento que sacude la madera de los postigos porque los vidrios están rotos y se han sustituido los cristales con alambre de fiambrera. (Roberto Arlt: Las fieras)