Cuando recuerdo mi pasado, como sucede al redactar este blog, enfrento los diferentes futuros que imaginé. Algunos eran demasiado triviales, razón por la cual se desarmaron solos, tras el primer encuentro con una realidad adversa. Otros eran grandiosos, aunque también erróneos. Algunos quedaron derogados apenas los enuncié; otros persistieron, ominosos, imposibles de eliminar.
Cuando uno toma ciertas decisiones y también cuando por distintos
motivos evita tomarlas, define futuros distantes o próximos, promisorios o
suicidas. Uno tiene que ubicarse en su vida, a partir de la compleja red de
futuros que propició, que no llegaron a concretarse o incluso que tardaron en desvanecerse, después de haber
sido desechados.
A los 16 o 17 años, revisando un catálogo de carreras universitarias
que descubrí en la Biblioteca Rafael Obligado de San Pedro, me vi en el futuro convertido en
Arquitecto y Urbanista, una profesión que no se correspondía con la de nadie a quien
yo conociera. Las imágenes seductoras que se me ofrecían a la mente, eran
alimentadas por las fotografías de la revista Sur sobre la Bauhaus de Walter
Gropius, sumadas a las de edificios visionarios de Frank Lloyd Wright que ya no
sé donde hallé y un libro de Le Corbusier titulado El Modulor, reseñado en
el suplemento dominical de La Nación.
Ese futuro quedó abandonado al caer en cuenta de mis
limitaciones académicas. Pronto sería Perito Mercantil y ese título no me
habilitaba para inscribirme en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de
Buenos Aires. Primero debía aprobar las equivalencias que me convertirían en
Bachiller. El proceso me comprometía a rendir, en condición de estudiante
libre, los exámenes de más de veinte materias, que iban desde Literatura
Española o Filosofía y Lógica, a Cosmografía y Trigonometría. Durante mi paso
por la educación secundaria, no me había visto nunca en la necesidad de rendir
un examen. La tarea de prepararme solo, no era fácil, pero tampoco imposible, descubrí. Tuve que buscar el
auxilio de un profesor particular para superar los dos ramos de una segunda
lengua extranjera.
Mi búsqueda del título de Bachiller definió un futuro.
Comenzó por informarle a mi padre que nunca me dedicaría al comercio, como había
sido su proyecto desde que nací. Qué podía ser de mí, no estaba demasiado en claro para él, que declaraba no confiar demasiado en mi capacidad para ganarme la vida, pero al
menos una opción lógica, la de seguir la carrera de Contador Público, con su rutinario encadenamiento de sumas y
restas, ganancias y pérdidas, había sido desechada por mí y no sería mi padre quien consiguiera torcer mi rumbo.
Las películas de Hollywood y algunas lecturas me habían
ofrecido también la imagen del Psicoanálisis. ¿Qué podía haber más atractivo
que el diálogo interminable con pacientes enredados en conflictos, que gracias
a nuestra relación aguardaban resolver el enigma de sus vidas? Lamentablemente,
primero debía estudiar Medicina, y la sola idea de seccionar un cuerpo humano y
oler la sangre me producía náuseas.
Al comienzo de mi adolescencia me vi como un libretista de
radioteatros, que durante las vacaciones escolares llenaba cuadernos redactando diálogos para programas de veintidos capítulos, y luego, al llegar a los veinte años, después de frecuentar un cineclub y leer todos los libros de Historia del Cine que estaban a mi alcance, me vi como un cineasta. No
sentía la tentación de manejar la cámara, como le sucedía a casi todos mis
compañeros de estudios en la Universidad: no confiaba en la firmeza de mi pulso y temía la imprecisión del astigmatismo que me habían detectado en un ojo. Por entonces había descubierto mi
vocación de director, que no entiendo por qué, probablemente por un prejuicio
ideológico propio de una época en que todos estábamos tan convencidos de
acercarnos a un cambio político radical, orienté hacia los documentales.
Armé sucesivamente un futuro de periodista, otro de libretista de
televisión, otro de dramaturgo teatral y otro de docente universitario, a medida que los años pasaban. Alimenté
futuros contradictorios que transcurrían en Argentina, en Europa, en Venezuela,
en Chile. Nunca fui demasiado perspicaz al visualizar lo que vendría. A la distancia, advierto que tampoco
pude acumular mayor cantidad de errores en mi evaluación de la Historia, a pesar de haber puesto en juego las mejores intenciones. Repetidamente, las cosas no fueron tal como yo lo esperaba.
Otros suelen arrepentirse de sus excesos que no pudieron evitar, mientras yo debería hacerlo de las oportunidades que dejé pasar, no por haberlas ignorado, sino por aplicar criterios (si esa palabra corresponde) realmente desubicados, por armar imágenes idealizadas de la gente a la que estimaba o detestaba, de las circunstancia contradictorias en las que me obligado a moverme.
Otros suelen arrepentirse de sus excesos que no pudieron evitar, mientras yo debería hacerlo de las oportunidades que dejé pasar, no por haberlas ignorado, sino por aplicar criterios (si esa palabra corresponde) realmente desubicados, por armar imágenes idealizadas de la gente a la que estimaba o detestaba, de las circunstancia contradictorias en las que me obligado a moverme.
Si algo soy en el presente, que objetivamente debo
interpretar como los años finales de mi vida, son los residuos de esos futuros múltiples
que se derogaron uno tras otro, que no llegan a generar nostalgia, pero a veces
adquieren el espesor insidioso de los fantasmas.
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