viernes, 9 de diciembre de 2016

Viveza criolla (III): Extirpando escrúpulos



P.T.Barnum
En cada minuto nace un tonto. (P.T. Barnum)

Durante buena parte del siglo XX, los grandes embaucadores operaban con relativa impunidad, libres de la fama instantánea que les brindan los actuales medios de comunicación. El nombre del financista Bernard Madoff es conocido en todas partes y si lograra abreviar la condena de 150 años de prisión, el recuerdo de sus estafas por miles de millones de dólares lo acompañaría. Victor Lustig, en cambio, vendió la torre Eiffel en 1925 y ese no fue el fin de su carrera de estafador. Entre sus víctimas posteriores figuró el temido mafioso Al Capone, que invirtió U$ 50.000 en un negocio de Lustig, y los recuperó (aunque sin las ganancias prometidas) cuando ya los creía perdido, motivo por el cual recompensó al estafador. Lustig se permitió dar consejos a quienes trataran de imitarlo. 

1.     Sea un oyente paciente (no es hablando mucho y rápido, como se logran los mejores negocios).
2.     Nunca demuestre que se está aburriendo.
3.     Espere a que la otra persona revele sus puntos de vista políticos y a continuación revele que los comparte. (…)
4.     No trate de averiguar circunstancias personales (ellos le van a contar todo). (Victor Lustig: Los 10 mandamientos de los estafadores)

Enrique Santos Discépolo
La estafa no es para cualquiera, plantean los estafadores profesionales. Causan daño, pero a largo plazo no quedan muchas huellas de sus hazañas. El mítico Serge Alexander Stavinski inmortalizado en la letra del tango Cambalache, pocos años después de haber consumado sus estafas en Francia, a comienzos de los años `30, una generación más tarde resultaba tan desconocido, que algunos cantantes enmendaban los versos de Enrique Santos Discépolo y decían Stravinski, suponiendo que la promiscuidad de opuestos que caracteriza al mundo moderno, justificaba la presencia en un tango de un músico de vanguardia:

¡Qué falta de respeto / que atropello a la razón! / Cualquiera es un señor / cualquiera es un ladrón. / Mezclaos con Stavinski / van Don Bosco y la Mignón / Don Chicho y Napoleón, / Carnera y San Martín. (Enrique Santos Discépolo: Cambalache)
Primo Carnera

Carnera era Primo Carnera, un boxeador italiano de peso pesado y pocas dotes intelectuales, protegido por la mafia norteamericana, protagonista de peleas amañadas, que no parecía tener demasiado en común con el Padre de la Patria. Don Bosco era otro italiano, un educador salesiano del siglo XIX, que había sido canonizado por Pío XI en 1934 y no parecía estar en la mejor compañía, tan cerca de una administradora de burdeles o simple prostituta francesa, como debía ser la Mignón (infinidad de mujeres europeas habían sido engañadas para viajar a Argentina, con la promesa de empleos o matrimonios que no llegaban a concretarse y terminaban dedicándose a la prostitución). Para Discépolo, el mundo en el que le tocaba vivir, era un ámbito sin valores, promiscuo y sin futuro.
La prensa popular de entonces ofrecía todas las semanas historias fascinantes de inescrupulosos que terminaban por eclipsarse unos a otros. Roberto Arlt había delineado en sus libros una corte de delirantes y tramposos, que daban cuenta de esa exaltación de lo extraño, lo irregular e improductivo que proliferaba en Buenos Aires, durante la llamada Década Infame.
Roberto Arlt

Cuando un ladrón anuncia su propósito de vivir decentemente, lo primero que hace es solicitar que le “levanten la vigilancia”. En este intervalo de vacaciones  prepara el plan de un “golpe” sorprendente. La policía lo sabe; pero la policía necesita la existencia del ladrón; necesita que cada año se arroja una nueva hornada de ladrones sobre la ciudad, porque si no su existencia no se justificaría. (Roberto Arlt: Aguafuertes Porteños)

Durante el siglo XX se difundió una estafa basada en el esquema de la pirámide. Cada estafado (según su perspectiva, cada participante en un lucrativo negocio ilegal, que le ha propuesto alguien digno de su confianza) se compromete a pagar cierta cantidad a quien tiene por encima en una lista y conseguir dos o más seguidores que paguen la misma cantidad a los niveles superiores de la pirámide, de manera tal que los incorporados y las sumas recaudadas, crezcan de manera exponencial. Es una oportunidad deslumbrante para todos aquellos que deciden acallar sus escrúpulos. La estafa parece haberse democratizado y su disfrute promete abarcar a tanta gente, que muchos suspenden cualquier objeción que pudiera suscitar una empresa que no produce nada.
Si hay algo perverso en todo esto, es la complicidad (más imaginaria que efectiva) establecida entre las víctimas del timo y quienes lo organizaron. Para nadie puede resultar difícil entender que ganancias del 800%, como anuncian las llamadas células de la abundancia, no pueden ser decentes, ni verdaderas. Las víctimas han aceptado exponerse a que las estafen, porque esperan estafar a otros amigos, todavía más bobos, o tan deshonestos (potencialmente) como ellas, en la confianza de que el número de tontos sea infinito, de acuerdo al antiguo refrán. Solo que no lo es.
Una vez saturada la cantidad de incautos, en pocos días, la estructura se derrumba, dejando un coro de lamentaciones. Tiempo después, en otro lugar, y gracias a la codicia y la desinformación que se renuevan, la pirámide se vuelve a elevar, tal vez con otro nombre y el mismo destino. ¿Puede quedar alguna duda respecto de que solo pocos participantes van recuperar la inversión y el resto se quedará con las ganas (o con un stock de cosméticos o envases plásticos, en el caso de las pirámides de marketing)? La resaca es más penosa, porque el proceso demostró que cualquiera puede adoptar el modus operandi de un estafador, pero no son demasiados los que obtienen ganancias de esa inmersión en lo que socialmente se condena.
Ricardo Darín y Gaston Pauls en Nueve Reinas
Hacia el fin del siglo XX, Fabián Bielinsky filmó Nueve Reinas, que es la apoteosis de una visión resignada de la estafa, que ha proliferado en medio de la crisis, y parece controlar a toda la sociedad argentina. El estafador exitoso de un momento, puede descubrir que a pesar de su entrenamiento callejero, es el estafado de poco después, y viceversa. Nadie (incluyendo a los profesionales más experimentados en el arte del timo) puede presumir de ser tan vivo, que se encuentre libre de verse convertido en la víctima de otro avivado. El juego de las falsas apariencias, se convierte en el principio organizador del mundo. Resulta imposible confiar en nadie, porque cualquiera oculta algo o ignora que no es tan sincero o fiel como imagina.

La idea de la riqueza repentina siempre estuvo incorporada en la psicología de la Argentina, pero durante los años `90 alcanzó niveles obscenos y llegó a las más altas esferas de la política y el gobierno. Nos vimos obligados a presenciar la impunidad y la corrupción, la indiferencia hacia el bienestar común y la frivolidad absoluta. (Fabián Bielinsky)

La nueva tecnología facilita la implementación de nuevas estafas, que son variantes del viejo “cuento del tío”. Los teléfonos celulares, que no podían localizarse fácilmente, permitieron a comienzos del siglo XIX, los secuestros virtuales. El timador llama al azar a posibles víctimas, se identifica como miembro de la policía (o un delincuente, da lo mismo) y de acuerdo a los datos que inadvertidamente le fueron entregando los estafados, cuenta el drama de algún pariente que se encuentra involucrado en algún accidente vial o ha sido capturado por una banda criminal…  situación que podría resolverse con una coima oportuna o el pago de un rescate. Ese es el punto crítico del diálogo: ¿acepta la víctima implicarse en una operación abiertamente ilegal o trata de confirmar primero si su pariente pasa o no por ese apremio? El temor a las instituciones o el deseo de eludir a las instituciones, facilitan el engaño.
Cuando entramos en el territorio de la lucha política, la viveza criolla aparenta volverse seria (no por ello más responsable). Deja de ser un juego, que puede mirarse hasta con simpatía, por la habilidad demostrada por los embaucadores, para demostrarse como una estrategia más de la sucia lucha por el poder. La foto del piquete de una toma de calles de Buenos Aires, durante las últimas semanas de 2016, muestra a un niño encapuchado, para que no lo identifiquen, armado con un palo para defenderse (o atacar, da lo mismo). Usar a los niños para conmover a la gente, es una idea que aprovechan los mendigos desde que se tiene memoria. Para eso los acondicionan, con la finalidad de que parezcan enfermos o estén enfermos, sucios, y resulten imposibles de ignorar. Si alguien tolera esa imagen atroz sin sentirse obligado a soltar una limosna, es un desalmado.
Usar a los niños para presionar al Estado, sobre todo usar a los niños más chicos, es una buena idea para un adulto que tiene objetivos muy claros y carece de escrúpulos. ¿Por qué no poner a los niños por delante, como escudo, si ellos son todavía incapaces de entender lo que ocurre? Cuando la policía intente llegar al adulto, primero deberá causarle daño a los niños. ¿Se atreverá a pagar ese precio? La policía puede ser brutal cuando emplea todos los recursos que dispone por Ley, pero a veces retrocede, derrotada, o se detiene, cuando podría usar los carros hidrantes, las bombas de gases lacrimógenos, los cascos de los caballos, los golpes de garrote.
Reprimir una manifestación en la que hay niños, es apenas un paso adelante para lograr la impunidad de los adultos que los instalaron en ese lugar tan expuesto. El paso anterior fue la utilización de mujeres. De acuerdo a una lógica bélica difundida por el extremismo islámico, la vida humana del adversario no tiene más importancia que una pieza de ajedrez. Puede sacrificarse, con bastante más libertad que el el ajedrez, porque mujeres y niños hay en cantidades que parecen ilimitadas.
El vivo que adultera las drogas que busca un adicto, por substancias que se le parecen, pero pueden causarle todavía más daños que las drogas, incluyendo la muerte, no se preocupa más que de embolsar sus ganancias inmediatas. Si pierde un cliente, ¡hay tantos que esperan el turno para ser engañados! La indefensión del adicto lo convierte en el interlocutor ideal del avivado. Las mujeres parecen ser otras víctimas perfectas de los embaucadores. Por algún motivo, ellas necesitan compañía duradera. Tienen hijos por descuido o porque los buscan de los hombres menos adecuados, y el cuidado de los hijos requiere la colaboración de un hombre. El avivado es quien acude para ofrecerle su apoyo. Que cumpla con su promesa es otra cosa. Lo más probable es que obtenga el placer sexual que le interesa y luego huya para evitar el compromiso.

lunes, 5 de diciembre de 2016

Viveza Criolla (II): Mitología de la avivada



El vivo vive del bobo y el zonzo de su trabajo. (Refrán español)

Lino Palacio: Avivato
Lino Palacio dibujó Avivato, un comic publicado desde 1946 en la página final del diario La Razón de Buenos Aires. La idea de un tramposo que llevara a cabo una infinidad de engaños ocurrentes, como vender buzones o tranvías a provincianos ingenuos (y con dinero disponible) que visitan la gran ciudad, resultó más eficaz de lo que pudiera pensarse, puesto que Avivato apareció durante tres décadas. Tanto los buzones como los tranvías ofrecidos en venta iban a desaparecer con el tiempo, pero los ingenuos propensos a ser estafados y sus cazadores implacables no. Ellos se renuevan constantemente, porque se niegan a aprender y prefieren ilusionarse o todavía no han experimentado su primer desengaño.
Avivato sufre el destino habitual de los personajes de tiras cómicas: no consigue progresar. Se encuentra congelado en la situación básica que lo define. Aunque siempre saca ventajas de su viveza, el triunfo en que culmina cada episodio, no altera el episodio siguiente. Esto resulta más decepcionante, cuando se trata de un personaje que solo busca la satisfacción inmediata. Después de asegurársela sin demasiado esfuerzo, vuelve a quedar insatisfecho y debe involucrarse en otro engaño para seguir existiendo como el personaje que es. La sonrisa de superioridad con la que culmina la última viñeta, no tiene demasiado futuro. Avivato no se arrepiente, ni es detenido.
Exponer el accionar de un avivado, sin llegar a condenarlo nunca, provocando la risa de quienes lo contemplan sin hacer nada, termina planteando una duda. ¿No está convirtiéndose en un modelo tentador para seguir, o al menos en un dato que por reiterarse desensibiliza?  El infractor se presenta como un tipo entrañable, quizás incómodo para sus víctimas, pero en realidad inofensivo, que no puede evitarse y tampoco vale la pena condenar socialmente.
Supongamos una tira cómica que tuviera por protagonista a un pedófilo. Eso resulta inaceptable para la mentalidad contemporánea, que reconoce y condena de manera unánime la pedofilia. No sería nunca una historieta divertida, aunque el acosador fracasara repetidamente, porque causaría demasiada indignación y dolor a las víctimas y a quienes simpatizan con ellas. El medio que diera espacio a ese tipo de material, probablemente sería boicoteado por lectores y anunciantes. Con Avivato no ha pasado nunca eso, y vale la pena preguntarse por qué, cuál es el contexto axiológico que permitió tomarlo a la chacota durante décadas.
Mendigo
La viveza que se denomina criolla, no es una invención americana, surgida de una fatalidad genética (atraibuible a una desafortunada mezcla de culturas ocurrida en el continente, que habría degradado los nobles aportes de la mentalidad europea). Sin embargo no cuesta reconocer en el pícaro español, el perfecto modelo del criollo. A un lado y otro del Atlántico se da el mismo ingenio para ganarse la vida sin recurrir a ninguna actividad productiva legal, la misma falta de escrúpulos de los tramposos respecto de sus víctimas. El avivado, como la prostituta, el mendigo o el ladrón, exploran la posibilidad de seducir al incauto e ignorar la Ley, todo en beneficio propio, sin plantear por ello la hipótesis de otro orden, que sea más justo o sólido que el existente.
No se trata en ningún caso de agitadores que cuestionen la sociedad en la que viven a salto de mata, porque su buena suerte puede cambiar en cualquier instante, para verse privados de su cuestionado modo de vida. Ellos aprovechan las desigualdades existentes. Si la realidad cambiara, si las desigualdades fueran eliminadas, ellos tendrían que irse a otra parte, donde la injusticia se encuentre vigente, para continuar haciendo aquello que mejor saben.

El avispado no cree en el esfuerzo, pues sabe cómo ganársela de ojo. El avispado no conversa, se come de cuento a la gente. Para el avispado, no hay mayor alegría que sacar ventaja en cada negocio y jactarse con suficiencia: “Yo no lo tumbé, él se cayó solo”. (Juan Luis Mejías: Colombia, un país que elogia a los avivatos)

Cuando alguien adquiere las destrezas puestas en juego para controlar el engaño, los desafíos que podía afrontar dejaban de tener límites. Pedro Urdemales llega desde la Europa medieval, donde ya demostraba su decisión de enfrentar a cualquier, incluyendo al diablo, en competencias que parecían perdidas de antemano, y no obstante él se mostraba capaz de revertir (mediante alguna trampa insospechable). Pedro aparece en una comedia de Miguel de Cervantes y en América es conocido con pequeñas variantes de su nombre en México, Chile, Argentina. Aunque cambie de nombre en otros país, conserva las mismas funciones. Una vez en América, el personaje se confunde con los tradicionales cuentos folclóricos de coyotes o cuervos que hablan (y mediante las palabras engañan a sus víctimas).
Ricardo Güiraldes
En el cuento criollista de Ricardo Güiraldes, el vivo es un herrero llamado Miseria, de quien podría suponerse que es un tonto, porque previamente desaprovecha la oportunidad de obtener tres gracias que le brinda Jesucristo y deja pasar la salvación eterna que le sugiere San Pedro. Él no tiene demasiado aprecio por su alma.

-Si aurita mesmo se presentara el demonio, le daría mi alma con tal de poderle pedir veinte años de vida y plata a discreción.
En ese momento se presentó a la puerta del rancho un caballero que le dijo:
-Si querés, Miseria, yo te puedo presentar un contrato, dándote lo que pedís –y ya sacó un rollo de papel con escrituras y numeritos, lo más bien acondicionado, que traiga en el bolsillo. Y allí las leyeron juntos a las letras y, estando conformes en trato, firmaron los dos con mucho pulso. (Ricardo Güiraldes: Miseria)

Molina Campos: El Truco
La trampa que el avivado pone al diablo (y al lector) consiste en la utilización de los tres favores concedidos previamente por Jesucristo, que parecían no tener mucho sentido. En el momento en que el diablo intenta cobrar sus favores, Miseria pone en juego el recurso que había ocultado, como si jugara una partida de Truco. Emplea los tres favores de Jesucristo, y derrota al maligno. Esa es la victoria suprema a la que puede aspirar un ser humano: derrotar a la muerte, sin preocuparse de lo que venga después. 

Jugué al truco con el diablo / una noche de tormenta / entre llantos de osamenta / y los vahos del establo. / Ahora que recién hablo / después de aquella emoción / me tirita el corazón  / tan solo con acordarme / y a veces suelo quedarme / hasta fuera de razón. / (…) Me dijo: Mirá, Cristiano / que en esto te va la vida / haremos una partida  de naipes mano a mano. / Como usted quiera paisano / le dije como al pasar / pues no podía ni hablar / y en medio de tanto espanto / se me acomodaba un llanto / que no alcanzaba a llorar. / (…) Elijo el juego del truco / del que el diablo es inventor / (…) Y fue que en un instante / y apareció de improviso / se apareció Jesucristo / ante el diablo rutilante / y con voz de altoparlante / le dijo al diablo ahi nomás / Treinta y cuatro y a ganar!. (Ariel Petrocelli: Al Truco con el diablo)

Engañar al diablo y evadir la muerte son dos proyectos destinados al fracaso. ¿Por qué no habría de intentar lo imposible el avivado? Eso pasa en las epopeyas, que son las historias admirables, que vale la pena recordar y se reproducen de generación en generación. El vivo queda convertido inesperadamente en un héroe paradojal de la comunidad (puesto que solo se beneficia a sí mismo) pero ostenta la virtud admirable de arriesgar todo lo que tiene, cuando todos apuestan que esta vez habrá de perder.  
En los cuentos populares, el diablo, supremo embaucador, puede ser vencido gracias a la ayuda providencial de Dios, que socorre al ser humano imprudente, que se dejó enredar en un desafío imposible, si se atenía a las reglas. La suprema avivada es ganarse la buena voluntad de Dios, no tanto por las virtudes personales del mortal que lo convoca, sino por darle una lección al diablo. En el cuento de Güiraldes, este favor decisivo de la divinidad queda anulado, cuando el herrero tramposo muere y se entera de que no es aceptado ni en el Infierno que merece, ni el Paraíso que no le corresponde. Miseria puede haberse burlado de todo el mundo, pero no descansará en paz.
En el juego del truco, gana aquel que mejor se comunica con su pareja y mejor miente su verdadera situación ante el adversario. El lenguaje hablado se vuelve poco confiable entre los jugadores que deben coordinarse. Ellos utilizan versos que en unos casos pueden ser orientadores y en otros desorientadores. También emplean gestos breves, que el compañero de juego se ve obligado a interpretar adecuadamente, porque no es raro que traten de desubicar a los adversarios. Guiñar el ojo izquierdo o el derecho indica la tenencia de una carta precisa, que no debe confundirse con los datos de cerrar ambos ojos o tocarse un solo. ¿Puede haber algo más intrincado que esta puesta en escena de la viveza criolla?
Tradicionalmente, los políticos de la región compraban los votos de sus electores menos favorecidos, de acuerdo a la cambiante cotización de empanadas, paquetes de alimentos, planes sociales o promesas de puestos subalternos en la administración pública. Puede discutirse: ¿quién es el vivo de un acuerdo clientelar como éste? ¿Aquel que pone a la venta el voto que debe emitir durante el cumplimiento de sus responsables deberes cívicos, o aquel que invierte ahora y compra el voto, en la confianza de verse compensado largamente por las prebendas habituales de la posición a la que accede? El pequeño avivado y el más grande se necesitan uno al otro, pero sus roles difieren. Mientras uno se somete, el otro controla la sumisión.
Conseguir alguna ventaja dentro de una situación que se presenta inicialmente como desfavorable, minimizar el esfuerzo requerido para cualquier tarea productiva, ha sido una actitud celebrada (no sé por qué utilizar el pretérito, dada su continuidad histórica) prácticamente como un triunfo deportivo, por el protagonista de la avivada y sus amigos. La realidad demostraba que algunos eran más hábiles que otros, y aquellos que para su desgracia hubieran sido sus víctimas, quedaban marcados de manera indeleble, como perfectos imbéciles.

¿Qué pasaría si los vivos llegaran al gobierno? Como son inmorales y egoístas, no se esmerarán en el beneficio de la sociedad, sino de ellos mismos. La voracidad de los vivos se regodeará con la rapiña. Pero el país que comanden (…) terminará por hundirse junto con ellos. (Marcos Aguinis: La cáustica picardía. El atroz encanto de ser argentino)

No se trata de una mera hipótesis, de un juego intelectual que no tiene asidero en la realidad. Ha ocurrido. Más de una vez. El Estado y el mundo de los negocios suele convertirse en el refugio ideal de los avivados más audaces, aquellos que contra todos los pronósticos logran embaucar a quienes demandan ser embaucados y terminan dando nombre a calles y edificios. A medida que escalan posiciones y privilegios en las instituciones incapaces de detenerlos, se vuelven respetables o al menos temibles. Nadie se atreve a enfrentarlos. Quien los denuncia, se arriesga a sufrir represalias.
¿Qué queda para todos aquellos que desaprovechan el ejemplo que ofrecen diariamente, con admirable impunidad, los inescrupulosos? Las víctimas y testigos del engaño, aprenden una lección difícil de poner en práctica: ellos también deberían avivarse, expresión que indica por un lado la necesidad de estar atentos, para evitar la repetición de lo que sufrieron, y por el otro (lo más peligroso) una invitación a imitar a los infractores. Después de todo, nadie les pone límites, ni suele haber sanción para ellos. Tácitamente, la sociedad los insta a hacer lo mismo.

El mundo premia al revés. Desprecia la honestidad, castiga el trabajo, recompensa la falta de escrúpulos y alimenta el canibalismo. (Eduardo Galeano: La escuela del mundo al revés)

jueves, 1 de diciembre de 2016

Viveza criolla (I): El infractor admirado



Hay que madrugar antes de que te madruguen. (refrán argentino)

Lino Palacio: Avivato
Al recordar mi infancia, advierto que desde muy temprano, gracias a la permisividad de los adultos, que toleraban la presencia de niños en reuniones que se suponía reservadas para gente de criterio formado, advierto que era instruido respecto de una serie de prácticas ilegales, pero también difíciles de evitar, que se denominaban genéricamente “picardía criolla” o “viveza criolla”. Eran situaciones conocidas por todo el mundo, muchas veces alabadas como una muestra de la virtud nacional para aprovechar las oportunidades, y otras tantas condenadas por sus víctimas. Podían ser objeto de burlas cómplices y descritas en detalle por quienes habían llegado a enterarse de la hazaña.
De acuerdo a reglas no escritas, era lo que convenía hacer, lo que todo el mundo hacía, pero en ningún caso declararse que se hacía, porque según las evidencias, iba contra las normas establecidas. Un marido podía engañar a su mujer sin ser lapidado, con tal que ella no se enterara (cuando lo hacían, agregaban algunos, debía ser en lo posible con alguien a quien ella no conociera, para no humillarla más de lo necesario, en el momento de enterarse). Si él era discreto y hábil, estaba bien o por lo menos no estaba demasiado mal ese segundo frente que evitaba la odiosa monotonía del matrimonio. Si no lo escondía o si se lo revelaba durante un ataque de sinceridad… ¿Para qué causarle tanto dolor inútil? ¿Para qué afrontar las consecuencias de una información que siempre resultaría inoportuna?
Estudiante copiando
¿Quién se resignaba a esperar el turno de ser atendido, tras esperar en una larga cola, cuando podía llevar a un niño pequeño o un anciano temulento de la mano, para conmover a los que llevan horas en el lugar? Los estudiantes copiaban las pruebas de los compañeros cercanos, redactaban cuidadosos “machetes” que escondían en los puños del uniforme, para ser desplegados durante el examen. Cuando llegan a la Universidad, se copian las tesis, se presenta como propia la producción de otra gente. Hacer trampa no está mal, siempre y cuando uno no sea descubierto, ni se pierda el control de la situación, porque en el caso contrario el avivado se verá expuesto a la vergüenza pública, más por su torpeza que por las características de la infracción.
La viveza criolla abarcaba actividades que iban desde robar libros en una librería, a viajar en tren sin haber pagado el boleto. La viveza requería la existencia de espectadores que admiraran la hazaña o la festejaran cuando alguien, probablemente el autor, la narrara. “Dime de qué alardeas y te diré de qué careces” dice el refrán escéptico, que puede aplicarse a estas demostraciones de viveza. ¿Podía ser que el avivado no fracasara nunca, que ningún escrúpulo lo detuviera, que siempre se saliera con la suya? ¿Qué retribución esperar en el liderazgo del grupo, al ofrecer esas historias donde él era siempre el héroe?
Balanza de dos platas
Los comerciantes mentían el peso de sus mercancías, desequilibrando las balanzas para que marcaran kilogramos de apenas 900 gramos, o hacían malabares delante de sus clientes, como lanzar el azúcar al plato de la balanza desde lo alto, para que el impacto sugiriera más peso que el efectivo.  El vino de los toneles se aligeraba con agua, tal como se hacía con leche. Los tenderos medían telas de manera tal, que un metro no superaba los 95 centímetros. Los verduleros ponían las frutas buenas y vistosas por delante, ocultando las de menor calidad y aspecto menos seductor que iban al fondo. Etc.
No eran estafas millonarias, como las que perpetran hoy las grandes corporaciones (los Bancos, por ejemplo, redondean cifras y completan cifras astronómicas con esas imperceptibles sustracciones), sino una sucesión de pequeños abusos de empresarios modestos, a los que nadie prestaba demasiada atención, pero que tampoco se descontaba que existieran. El escamoteo minucioso, reiterado del comercio minorista, terminaba por convertirse en un estilo de vida que no debía quebrarse por el desmedido afán de lucro.
Oficina
Los empleados públicos llegaban a hora, porque debían marcar la tarjeta, pero a continuación se ausentaban para desayunar, comenzaban a hacer llamadas telefónicas interminables a sus conocidos o demoraban los trámites más simples, pidiendo nueva documentación no estipulada, para que los postulantes impacientes se vieran (ellos) en la tentación de sobornarlos, para no perder más tiempo. Hacer trampa se convertía en una segunda naturaleza, que se manifestaba de mil modos, en la vida productiva y durante el tiempo libre, para dejar constancia de la imposibilidad de sobrevivir sin el auxilio del engaño.
Daniel Divito: Rico Tipo
Si alguien es piola o canchero, es por su capacidad para ocultar sus verdaderas intenciones (que no le resultaría prudente confesar). Una demostración de viveza podía ser aprovecharse de la credulidad de una mujer, prometerle matrimonio y obtener un adelanto, “una prueba de amor” (en lo posible sin preservativo) para olvidarse a continuación su existencia, sobre todo si ella tenía la mala idea de quedar embarazada. ¡Por favor! ¿Acaso había alguna prueba de que el responsable no fuera otro? Una mujer tan carente de moral como ella, capaz de ceder ante cualquiera, no era nadie de fiar.
De Natalio Botana, fundador del diario Crítica, el novelista Leopoldo Marechal narra en Adán Buenosayres que contaba  los fósforos contenidos en las cajas de cinco centavos de la marca Rancherita, hasta comprobar que a veces faltaba alguno (no eran los 45 anunciados por el envase, sino 44). Apoyándose en esa constatación, amenazó a la empresa con publicar un titular que diría: “¡Un fósforo robado al consumidor!”. Los fabricantes habrían preferido pagar el silencio, con tal de no desprestigiarse.

He visto día y noche, su antesala llena de personajes acosados: banqueros, políticos, delincuentes, profesionales, hombres de oblicua mirada que iban, jefe, a pulicarle una discreción venal o un silencio de cuatro cifras. (Leopoldo Marechal: Adán Buenosayres)

Un vivo que derrotaba a otros vivos de mayor calibre, a quienes uno hubiera deseado vencer alguna vez, era admirado por su hazaña, tal como sucedía con Robin Hood o Pedro Urdemales. Junto al Panteón de personajes admirables, que ofrecía la Historia Oficial, estaba el ámbito de los tramposos, que tal vez carecieran de monumentos, pero obtenían la proyección-identificación de la gente común. Atreverse a imitar al vivo y afrontar las consecuencias, era una audacia que no parecía estar al alcance de cualquiera.
Enfrentar al poderoso y derrotarlo, sin importar los recursos que se utilicen para conseguirlo, es el riesgo del avivado. La Ley no se encuentra siempre entre esos recursos, porque la Ley ignora las desventajas que sufren muchos, por lo que el avivado se dedica a estudiarla, no para ajustarse a sus normas, como para burlarla. Muchos abogados entran en esa categoría. Precisamente son los más temibles, porque conocen los vericuetos legales, las excepciones, los atenuantes, y los emplean para defender a sus clientes o para favorecerse a sí mismos.
Aquellos que enfrentan la Ley sin otras herramientas que su ingenio y carencia de escrúpulos, suscitan la genuina admiración de aquellos que se reconocen oprimidos por el orden existente y carecen del coraje de desafiar las normas o la generosidad de asociarse con otras víctimas para cambiar el mundo. Allí donde tantos acatan incluso las situaciones que los perjudican, el avivado se rebela discreta e individualmente, recurre a la trampa que le permite salirse con la suya y no beneficiar a nadie más que sí mismo.