domingo, 22 de julio de 2012

Cuando las niñas se convertían en mujeres

En todas las culturas existe una falta de simetría en la llegada a la adultez de los hombres y las mujeres. Con esto se atiende no solo a las evidentes diferencias en el desarrollo hormonal de los géneros, sino al espacio que la sociedad les otorga. Los niños se desarrollan después, pero tienen asignados roles dominantes en la relación de pareja, mientras las niñas se desarrollan antes y sin embargo continúan subordinadas. Nora, la protagonista de Casa de Muñecas de Henryk Ibsen, descubre tras un doloroso proceso que le requiere infinidad de tropiezos, desvíos y sacrificios, que no ha crecido demasiado y continúa siendo una niña, a pesar de haberse casado y ser la madre de dos hijos.
Los cuentos de hadas ofrecían tradicionalmente una visión metafórica (consoladora) del proceso de conversión de las niñas en mujeres. Pasara lo que pasara, las protagonistas saldrían ganando en estabilidad y respeto, cuando llegaran al nuevo estado, una situación que exigía la incorporación de un hombre. Blanca Nieves o La Bella Durmiente eran representadas como figuras encantadoras pero pasivas, no por casualidad tendidas en un lecho, a la espera del beso de un Príncipe encargado de despertarlas a la vida en pareja y la felicidad vitalicia (una versión más antigua de la Bella Durmiente incluye bastante más que un beso, porque la joven queda embarazada de dos gemelos que la despiertan cuando nacen y comienzan a mamar).
Cenicienta no se queda esperando. Como una pescadora experta, a pesar de su inocencia, se engalana con lo que encuentra en una cocina, concurre a la fiesta donde puede hallar pareja, y después de asegurarse que el Príncipe la desea, en lugar de entregarse escapa, con lo que adopta la estrategia sexual que siglos más tarde enunció un militar experto, Napoleón Bonaparte: “En el amor, aquel que huye vence”. El Príncipe tendrá que buscarla, dispuesto a ofrecerle matrimonio, mientras ella espera en su fogón, la eliminación del resto de las competidoras.
Los griegos de la Antigüedad hicieron aportes fundamentales a la cultura de la Humanidad, que todavía siguen vigentes, y sin embargo no tenían demasiado en claro la conexión entre la actividad sexual de hombres y mujeres, con la procreación. Las mujeres quedaban embarazadas de espíritus o planetas del firmamento. El viento o los árboles podían ser responsabilizados de la paternidad de seres humanos.
En el universo no tan lejano de San Pedro de hace más de medio siglo, no todas las madres se consideraban dotadas de suficiente conocimiento sobre el tema, para instruir a sus hijas sobre datos fundamentales sobre sus cuerpos. En ocasiones, la timidez se rebelaba como el obstáculo principal. ¿Cómo hablar, aunque fuera en privado, entre dos personas tan cercanas en todos los aspectos, sobre algo que la persona adulta no se atrevía a describir?
En las clases de Biología de cuarto año del Bachillerato a cargo del doctor Fernández Riera se nombraba, por primera vez en público, que yo recuerde, la menstruación y los espermatozoides. Como el profesor era un profesional de la Medicina, todo quedaba rodeado de un aura de seriedad insostenible para cualquier otro docente. La terminología científica se encargaba de mantener los interrogantes posibles de nosotros, los estudiante, a prudente distancia. Algunas décadas antes, en los países de habla inglesa, todo lo referido a la sexualidad podía ser escrito y publicado, siempre y cuando se usara una lengua muerta como el latín para describir aquello que la lengua cotidiana no se hubiera atrevido a mencionar. De allí el impacto causado por las novelas de D.H.Lawrence, que intentaban poetizar actividades tan elementales como la sexualidad humana y nosotros leíamos veinte a treinta años después como textos audaces, cercanos a la pornografía.
Nuestras clases de la secundaria no eran tan abstractas como la inolvidable frase de Elba Bernasconi, mi maestra de tercer grado, que nos obligaba a memorizar que los mamíferos se reproducían por yuxtaposición (una fórmula que debió hallar en la revista del magisterio La Obra y conseguía cerrar el paso a cualquier pregunta inoportuna que un estudiante se hubiera atrevido a formular).
Tal como sucede con los chistes verbales, que si uno intenta explicarlos termina matándolos, los objetivos de la instrucción sexual en los colegios se habían cumplido, pero nadie lograba conectar lo que sabía antes de la clase, con lo que estaba obligado a repetir en clase.
La primera regla llegaba hace un siglo en medio de la adolescencia, cerca de la fiesta de quince, mientras hoy ocurre cinco a siete años antes, en plena infancia. Los especialistas atribuyen este cambio a la industria de la alimentación de nuestra época, saturada de hormonas y pesticidas (una situación que se estudió hace más de veinte años en Puerto Rico) mientras otros estudiosos lo relacionan con el sedentarismo y sobrepeso. El destaque de los pezones y rellenado de los pechos, la aceleración del crecimiento, luego la aparición del vello púbico y de las axilas, eran signos perturbadores para muchas adolescentes del pasado. ¿Cómo los encaran hoy las niñas todavía menos maduras emocionalmente? Aunque se trata de situaciones que todas las mujeres viven, tarde o temprano, cada una lo experimenta de acuerdo a los prejuicios y temores que el entorno suministra.
Para las culturas patriarcales, la menstruación era un momento de alto riesgo que corría todo el grupo que rodeaba a la jovencita. La preocupación de todos no era la situación de ella, sino el daño que podía causar con su involuntaria efusión de sangre.
Hacia 1952 se estrenó en el Cine La Palma de San Pedro una película muy comentada, Domani é troppo tardi (Mañana es demasiado tarde) que se ocupaba del tema. Cualquiera habría pensado que después del caos de la Segunda Guerra Mundial, en un país derrotado como Italia, humillado por varios ejércitos extranjeros, como cuenta la novela de Alberto Moravia La Ciociara (Dos mujeres) los tabúes a la información sexual de los jóvenes eran cosa del pasado, pero eso no debía ser cierto. A comienzos de los `50, Hon dansade en sommar, una película sueca que se tituló en Argentina Un solo verano de felicidad, indicaba que incluso en los países protestantes nórdicos, supuestamente más liberados en aspectos morales, la sexualidad de los adolescentes era una actividad desinformada y reprimida, que conducía la frustración y la muerte.
[Cuando yo era chica] el único anticonceptivo generalizado era el terror a la paliza paterna en caso de un embarazo fuera de la ley. Funcionaba en el 95% de los casos y si alguna joven se embarazó antes de tiempo, nunca se supo; ella, dependiendo de los medios económicos familiares, pasaba a cultivarse a Europa o al campo, a reponerse de una repentina tuberculosis. (Patricia Undurraga: Cuando yo era chica)
Una de mis informantes me cuenta que su madre no se atrevía a advertirle los cambios que habría de sufrir su cuerpo. Del colegio no podía esperar ayuda, porque concurría a una institución católica donde las monjas estaban todavía peor preparadas que la madre, por su inexperiencia en la materia y sobre todo por la convicción de que cuanto más se hablara del tema, tanto más se facilitaba la comisión de pecados que ellas debían impedir.
En tal situación, la ayuda de una tía materna, que vivía en la Capital, permitió a mi informante salvar el vacío, de manera tal que la primera menstruación no la sumió en el desconcierto y la culpabilidad que eran frecuentes.
Por aquel entonces, las toallas higiénicas o los tampones que en la actualidad hacen publicidad en revistas y la televisión, no estaban disponibles o al menos no eran demasiado utilizadas, por las mujeres de San Pedro. Recuerdo las toallas reutilizables que eran lavadas cuidadosamente y se tendían a secar, generalmente cubiertas por otras prendas, para escapar a la mirada de niños y adultos. Durante el siglo XIX, entre los médicos, todavía se consideraba la menstruación como una de las enfermedades femeninas.
Hacia fines de los `50, había publicidad de Kotex en la prensa femenina, pero de todos modos era una tan abstracta que no podía incomodar a nadie. Hacia los `60, con la difusión de la píldora anticonceptiva, el rol pasivo de la mujer, que se había mantenido sin mayores alteraciones durante siglos, comenzó a derrumbarse en la realidad y en el discurso de los medios. En un famoso anuncio de Maidenform, la hembra agresiva, orgullosa de su sexualidad, aparecía armada con pistolas, como los criminales míticos del Far West.
La conversión de niña en mujer pasó a ser representado como un proceso deseable y cómodo, que debía ocurrir cuanto antes. De nuevo, un mito sustituía a otro, que se había desgastado, y las contradicciones del mundo continuaban escamoteadas. En un par de generaciones, se ha llegado a la situación actual, donde las niñas estimuladas por la publicidad, se maquillan, peinan y visten como mujeres adultas, en una caricatura de la madurez que no se corresponde con su evolución intelectual. Ahora tienen que sentirse mujeres antes de tiempo, aunque solo sea para sumarse a la masa de consumidores.
Where have all the young girls gone? / Long time ago / Where have all the young girls gone? / Taken husbands every one / When will they ever learn? (Pete Seeger y Tao Rodriguez-Seeger: Where have all the flowers gone?)

domingo, 1 de julio de 2012

Esperanzas perdidas: El Fin del Futuro

Walt Disney: Patro Donald
En mis recuerdos me veo rumbo de la Escuela Nº 2, entonces ubicada en Tres de Febrero y Chivilcoy, a comienzos de mayo de 1945, mientras oigo las campanas de la iglesia en la distancia. Anunciaban el fin de la Segunda Guerra Mundial, que habíamos estado esperando desde hacía tanto tiempo, que cualquier futuro sería digno de ser vivido. Adolf Hitler había sido derrotado en Berlin. Antes que entregarse y ser juzgado por sus crímenes, había preferido envenenarse junto a Eva Braun y sus fanáticos seguidores lo incineraron para que no sufriera humillaciones póstumas. Los guerrilleros italianos no le brindaron tanta consideración a Mussolini, cuando lo ahorcaron junto a Chiara Petacci, su amante, cuando intentaban escapar del país. La fotografía del par de cuerpos colgados no se borraría tan pronto de mi memoria.
Benito Mussolini, Chiara Pettaccia muertos
Solo quedaban dispuestos a prolongar el enfrentamiento bélico los japoneses, que preferían inmolarse colectivamente, por lo que oía decir a los adultos que habían aprendido la palabra kamikaze, antes que rendirse. Las historias de hijos que mataban a sus padres o padres que mataban a sus hijos más pequeños y luego se suicidaban, para librarlos del oprobio, tal como se recuerda en Level Five, el documental de Chris Marker, todavía no habían llegado a la prensa. Los japoneses eran presentados como la amenaza amarilla, una fuerza anónima y ciega, tan incontrolable como las langostas que llegaban en verano y debían ser espantadas por los niños que golpeábamos latas o las quemábamos en hogueras, después de haberlas atrapado en zanjas, para que no devoraran las cosechas.
Niños judíos llegando a campo de concentración
El descubrimiento de los horrores de los campos de concentración fue filtrándose de a poco y encontraron el escepticismo de los adultos que admiraban la disciplina e industriosidad de los alemanes. Las bombas atómicas que fueron lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki tiempo después, nos eran presentadas por los diarios y la radio como una experiencia disuasiva admirable, en lugar de constituir una crueldad innecesaria, que castigaba a la población civil, cuando el fin de la guerra era inevitable. Gracias a las bombas atómicas, se afirmaba, no se perderían miles de vidas norteamericanas.
Antes de cumplir los diez años, lo más probable es que uno carezca de una visión articulada del mundo, pero en ese entonces la actualidad resultaba más atractiva que la suministrada por los cuentos de hadas o los radioteatros de aventuras que ofrecía Radio Splendid en la tarde. Los personajes de comic (Superman, el Capitán Marvel) participaron en la Segunda Guerra Mundial, y a pesar de los superpoderes formidables que les conocíamos, no lograban que los bondadosos Aliados impusieran la paz de una buena vez.
El cine europeo que de vez en cuando llegaba a San Pedro, abriéndose paso entre las comedias musicales de la Metro-Goldwyin-Meyer y los melodramas de Zully Moreno, traía datos desconcertantes. Las imágenes de antiguas ciudades arrasadas por los bombardeos, de gente hambreada (Paisá, En cualquier lugar de Europa, Balada Berlinesa) ofrecían evidencias difíciles de entender para nosotros, que éramos pobres y sin duda provincianos, pero comíamos todos los días y disponíamos de un techo. ¿Eso había ocurrido en el mundo? No es que me resultaran desconocidos los hechos, pero leer los artículos de la prensa gráfica o escuchar los boletines de la radio no causaba la misma impresión de realidad.
El cine (todavía no era la televisión, que llegó a comienzos de los `50) no podía mentir, pero de todos modos desconcertaba, porque hasta poco antes reinaba el optimismo de los aliados o el escapismo de los europeos (de Italia llegaban comedias de teléfonos blancos, de Alemania, fantasías como Las aventuras del Barón de Münchaussen, donde descubrí mis primeras mujeres desnudas en la pantalla). La gente de casi todo el mundo se había matado durante años y al llegar la paz, de todos modos continuaban pasando hambre, no tenían techo ni trabajo, querían juzgar a los responsables de su situación o estaban muriendo por causa las radiaciones.
Después de semejantes horrores, cualquier futuro, estábamos convencidos, debía ser mejor, porque de acuerdo a mi maestra de tercer grado, la señorita Elba Bernasconi, la Humanidad entera habría aprendido de la guerra una gran lección. El país donde nos tocó en suerte nacer, Argentina, había sido marcada por Dios para ser el granero del mundo. Yo imaginaba una hilera interminable de panes y buenos cortes de carne vacuna, rumbo al humillado continente europeo. Desde los muelles del puerto de San Pedro se cargaban naves de ultramar y a veces íbamos a mirar de lejos nuestro aporte indirecto a la paz mundial.
Cuando no más de tres años más tarde un álbum del Pato Donald me informó sobre la existencia del nuevo Estado de Israel y los conflictos con los palestinos, mi visión del futuro esplendoroso que aguardaba a la humanidad comenzó a enturbiarse. La guerra que había sido desterrada para siempre, continuaba activa por aquí o allá. No era la misma de antes, conviene aclararlo.
La Guerra Fría nos introdujo de nuevo en un mundo de propaganda amenazante, donde los buenos y los malos se dividían el mundo y estaban a punto de iniciar la batalla de la cual probablemente nadie saldría ganador, dado el tipo de armamento nuclear que se disponía. Era la amenaza roja que debía detenerse a cualquier precio. Ese fue el mundo de mi adolescencia. Los justicieros de la Segunda Guerra Mundial invadían pequeños países de Centro América, rusos y norteamericanos acumulaban bombas atómicas y estaban a punto de perder el control, en Corea, Berlín o Irán. Fueron años de un aprendizaje brutal de Geografía, siguiendo el vaivén de los enfrentamientos entre las grandes potencias. Hoy aquí, mañana allá. El futuro se encontraba hipotecado, sin importar lo que sucediera. Quizás la guerra mundial que se nos anunciaba repetidamente quedara postergada, pero no la discriminación institucionalizada de grandes sectores de la sociedad, ni el agotamiento de los recursos renovables, ni la contaminación ambiental, ni… La lista de amenazas que un chico debe identificar ahora, es mucho más compleja que la que a mí me tocó aprender durante mi infancia. El desengaño de los jóvenes respecto del modelo idealizado que suministraban los maestros y los medios de comunicación.
No hay futuro en el sueño de Inglaterra. / (…) Cuando no hay futuro, ¿cómo puede haber pecado? / Somos las flores del basurero / Somos el veneno en tu máquina humana / Somos el futuro, tu futuro. (Sex Pistols: God save the Queen)
El estribillo de la canción de los Sex Pistols, desde los últimos años `70, ha calado hondo en la mentalidad contemporánea. De acuerdo a amplios sectores de la sociedad, que rechazan el sistema, no hay futuro posible. Si alguien supone con optimismo que eso significa una reproducción sin demasiados cambios del presente, la continuidad de los problemas y solucione actuales, por no encontrar nada mejor, una sensación de encierro termina por imponerse.
Cuando Voltaire define a Cándido, el protagonista de la novela que lleva su nombre, como un perfecto imbécil, convencido de vivir en el mejor de los mundos posibles, uno que ningún esfuerzo humano sería capaz de alterar, describe la visión desesperada de aquellos que se descubren atrapados en situaciones horribles, que se les fueron de las manos y ni siquiera pueden darse el lujo de darles la espalda. A lo largo de mi vida, partiendo de una convicción bastante menos esperanzada que la de Cándido, he llegado más de una vez a sobrevivir en crisis donde otros quedaron atrapados. No lo presento como una hazaña, porque no lo es, pero al menos he de morir viejo.
Has agotado todo tu crédito / en una familia de niños que te quitan las píldoras / y fuman tu pipa / después de que la guerra quebró tu Banco / los bastardos quebraron el mundo esta vez. (No Future Shock)