¿Hay cosa más natural que la necedad entone sus propias alabanzas y se dé bombo a sí misma? (Erasmo: Elogio de la Locura)
La estupidez es a veces la mayor de las grandes fuerzas de la Historia. (SIdney Hook)
Nave de los locos (grabado medieval) |
Ese sector que intelectualmente se hubiera debido encontrar por encima del resto, la mayoría de la gente, menos favorecida por la suerte, de acuerdo a la concepción aristocrática de la inteligencia. Solo se trataba de algo deseable para cualquiera con dos dedos de frente, una característica que podía no ser innata y valía la pena cultivar, aunque se estuviera lejos de obtener los mismos frutos que admirábamos en nuestros héroes, los grandes artistas e intelectuales.
Recuerdo a un joven de mi edad, a comienzos de los años ´60, al que llamábamos (no sin
maldad) “el sobaco ilustrado”. Andaba siempre con un libro bajo el brazo. Nunca
el mismo. A nadie le constaba que los leyera. Tampoco era cosa de ponerlo a prueba para salir de dudas.
¿Qué hubiera pasado si al interrogarlo demostraba que efectivamente asimilaba
esas lecturas? No hubiéramos podido continuar riéndonos de él, sintiéndonos superiores. ¿Qué hubiera pasado si
quedaba en evidencia que se trataba solo de una pose? No se habría ganado nada
con confirmar la hipótesis.Nadie esperaba nada relevante de e.
Hans Holbein: Erasmo de Rotterdam |
Erasmo creyó necesario dedicar, en pleno siglo XVI, cuando
los métodos de la Escolástica mantenían sujeta a la inteligencia, un minucioso
Elogio de la Locura, que en rigor es una denuncia de la Estupidez. De haber encarado el libro de ese modo, no me hubiera parecido tan
ajeno a la ironía de Kafka, ni al teatro del absurdo de Ionesco, ni a El
Malentendido de Camus, ni al distanciamiento crítico planteado por las obras de Bertolt
Brecht que tanto me sedujeron por entonces. Erasmo escribía en una época en que la
disidencia religiosa, moral o política planteaba enormes riesgos para todo
aquel que se atreviera a manifestarla (después de todo, era un hijo ilegítimo que intentaba abrirse paso en una sociedad que lo estigmatizaba sin conocerlo). No es de extrañar que tomara tantas precauciones para no ser visto como un peligroso heterodoxo que debía reprimirse.
¿Qué hombre (…) ofrecería su
cabeza al yugo del matrimonio si, como suelen hacer los sabios, pensase antes
seriamente en los inconvenientes de la vida conyugal, ni qué mujer consentiría
que se le acercase un varón si conociese o examinase solamente los peligrosos
dolores del partes o las molestias de criar los hijos? (Erasmo: Elogio de la
Locura)
Para sobrevivir, Erasmo estaba obligado a vender su
inteligencia a los príncipes y jerarcas de la Iglesia. Por eso deja a la
vista de todo el mundo una densa capa de erudición y conformismo que satisface
el paladar de la clientela y distrae del fondo del discurso. Es inteligente y (sobre todo) lo parece, lo ostenta
de manera tal que no puedan ignorarlo aquellos que se encuentran en disposición de utilizar la cercanía de la inteligencia ajena, aunque solo se para adornarse.
¿Qué es lo que vemos en los
niños que nos mueve a besarlos, a abrazarlos, a acariciarlos, y que hace que
nos parezca que hasta tienen la virtud de desarmar al enemigo, sino el
atractivo de la necedad, con que la prudente Naturaleza ha adornado la frente
de los recién nacidos, a fin de que puedan pagar en placer los trabajos de la
crianza y conquistar por su amabilidad la protección que necesitan? (Erasmo:
Elogio de la Locura)
A diferencia de lo que pasa hoy, Erasmo no se preocupa de
halagar a los jóvenes que son mayoría y conforman la clientela ideal, porque consumen
sin detenerse a pensarlo demasiado. Ni siquiera estaba obligado a tolerarlos. Podía
denostarlos con elegancia. Nuestra conciencia actual de lo que es políticamente
correcto por un lado y aquello que resulta imprudente afirmar en público por el
otro, aunque uno se encuentre suficientemente convencido de lo que opina, todavía no se
había establecido por entonces.
¿De dónde proviene este encanto
de la juventud, sino de mí [la Necedad] a quien se debe que los que menos saben
sean, por ello mismo, los que menos se enojen? (Erasmo: Elogio de la Locura)
Los tiempos han cambiado, puede comprobar cualquiera que
transite la modernidad. Aquellos que menos saben hoy, tienen conciencia de
representar una abrumadora mayoría, están orgullosos de lo que ignoran, se
sienten con derecho a plantear sin pudor sus puntos de vista y no pocas veces
otorgan a sus desconocimientos, mitos y prejuicios el peso de nuevos dogmas,
por los que consideran que bien vale la pena matar (lo más probable) o morir
(lo menos).
A pesar de que no existen estadísticas al respecto, quizás
no haya hoy más estupidez que hace
quinientos años. Claro, la educación básica es obligatoria en gran parte del planeta, la Medicina ha mejorado las condiciones de vida, las telecomunicaciones han conectado de manera instantánea a los seres humanos más distantes, las leyes se han vuelto más sensibles respecto de los débiles, desde hace tiempo no quemamos a las brujas... pero nada parece más improbable que haber alcanzado la racionalidad en el manejo del planeta.
Desde la actualidad, el observador tiene la impresión de que en el pasado la ignorancia experimentaba algo parecido a una conciencia de sus límites y tendía a respetarlos, no fuera que la denunciaran de lo que era, mientras que hoy se la nota envalentonada, conocedora del poder infalible que le reconocen la democracia y los estudios de mercado.
Desde la actualidad, el observador tiene la impresión de que en el pasado la ignorancia experimentaba algo parecido a una conciencia de sus límites y tendía a respetarlos, no fuera que la denunciaran de lo que era, mientras que hoy se la nota envalentonada, conocedora del poder infalible que le reconocen la democracia y los estudios de mercado.
Cole Porter |
No se trata de un sentimiento nuevo, que envenene las
primeras décadas del siglo XXI, tras una seguidilla de desencantos de los
grandes sistemas políticos y religiosos. El compositor norteamericano Cole
Porter daba cuenta en 1934 de la crisis de valores contemporánea, en una
canción cínica incluida en una comedia musical que fue reciclada en varios
filmes:
The world has gone mad today /
and good´s bad today / and black´s White today / and day´s night today / and
that gente today / you gave a cent today / once had several chateaux / when
folks who still can ride in jitneys / find out Vanderbilts and Whitneys / lack
baby clothes, / anything goes. (Cole Porter: Anything goes)
¡Qué alivio! Desaparecidos los valores tradicionales, podía
experimentarse algo parecido a la libertad (o el vértigo) que prometía la modernidad. Todo había comenzado
a dar lo mismo, en medio de la mayor crisis económica internacional de la que se
tuviera memoria, causante de inmensas hambrunas y paralela destrucción de
recursos, menos de veinte años después de terminada lo que se llamó la Gran
Guerra y apenas cinco años antes de que se iniciara la todavía más horrible
Segunda Guerra Mundial. Es difícil imaginar un contexto más sombrío.
Enrique Santos Discépolo |
Para Enrique Santos Discépolo, el mundo contemporáneo (1934)
se presentaba como una pesadilla que a pesar del horror que causaba, podía ser
cantada y bailada como un tango.
Hoy resulta que es lo mismo /
ser derecho que traidor / ignorante, sabio o chorro / generoso, estafador. /
Todo es igual / nada es mejor / lo mismo un burro / que un gran profesor / (…)
Si uno vive en la impostura / y otro roba en su ambición / da lo mismo que sea
cura / colchonero, rey de bastos / caradura o polizón. (Enrique Santos
Discépolo: Cambalache)
El vaciamiento inocultable de la cultura tradicional y su reemplazo
por algo que no resulta del todo reconocible ni satisfactorio, pero tampoco
puede dejarse de lado, es un fenómeno que abruma a ignorantes e inteligentes
por igual. Sin duda, es un sentimiento que se ha dado en otros momentos de la
Historia, en diferentes sociedades, causando vértigo a unos y comentarios
irónicos a otros.
Si los imbéciles son los más
satisfechos de sí mismos y los más admirados por todos, ¿quién será el necio
que prefiera la verdadera sabiduría, que tanto trabajo nos cuesta adquirir, nos
vuelve tímidos y vergonzosos, y por último encuentra tan pocos que la aprecien?
(Erasmo: Elogio de la Locura)
Erasmo lo presenció en su época. Se refiere a su propia
experiencia. Aunque hubiera debido considerarse a sí mismo un privilegiado, por
las oportunidades que tuvo de formarse, un intelectual de fama internacional,
con pocos competidores que le disputaran ese rol, su situación ventajosa era
inestable.
Dependía de los favores de una clase dirigente a la que
debía halagar, distraer y (créase o no) guiar en la interpretación de materias
relevantes, evitando sin embargo cualquier cuestionamiento. Podía utilizar su
inteligencia, le pagaban para que lo hiciera, en atención a la completa
inutilidad de esa demostración pública de los más altos dones de la Humanidad.
Ese reconocimiento de la inteligencia, que la condena a ser
inoperante, no parece molestarnos demasiado en la actualidad. La lógica del mercado se ha impuesto y
el principal rol que se otorga a la inteligencia, es interpretar el oráculo de
la necedad colectiva, para dictar a continuación las normas que habrán de
seguirse para obtener las mayores ganancias.
El necio posee una cualidad que no es de despreciar: la de ser solo él franco y verídico. (Erasmo: Elogio de la Locura)¿Por qué paga mejor hacerse el tonto que serlo efectivamente? Más aún: ¿por qué conviene hacer creer que uno es algo tonto, que pretender demostrar el valor efectivo e irrenunciable de la propia inteligencia? La inteligencia real o aparente asusta a muchos, que se sienten amenazados por su ejercicio o incapacitados para acceder a ella.
Quien opta por la primera estrategia, la de simular
estupidez, por deshonrosa que parezca, se ahorra más de un dolor de cabeza. No
lo vigilan buscando errores que le serán cobrados, no lo envidian pensando en
desplazarlo. Aunque la estupidez irrite cuando se manifiesta con demasiada
frecuencia, también alivia a quien se cree libre de su mancha.
La estupidez elimina cualquier
sospecha: “desarma”, como se dice todavía hoy. Huellas de esa astucia, de esa
estupidez astuta, las encontramos en el hecho de que las fuerzas están tan
desigualmente distribuidas, que el más débil busca su salvación en fingirse más
estúpido de lo que es: se encuentran, por ejemplo, en la proverbial astucia
cotidiana (…) del soldado con el superior, del escolar con el maestro y del
niño con los padres. Quien está en el poder se irrita menos cuando los débiles
no pueden, que cuando no quieren. (Robert Musil: Sobre la estupidez)