Antonio Berni: Orquesta típica |
Nunca me
vanaglorié de poseer una cultura tanguera. Más aún, no recuerdo haberla
adquirido. Cuando la necesité, pasados los cuarenta años, descubrí que podía
disponer de ella. Tal vez no fuera enciclopédica, pero me permitía escribir una
pieza teatral. Si eso había sido posible, no era porque el aprendizaje
ocurriera en forma sistemática y declarada, sino a través de la continuada
inmersión en una corriente de datos, que aún desatendidos o rechazados, lograron
llegar a su destino: mi cerebro y el de millones de seres humanos en mi
situación.
Durante
mi infancia, promediando el siglo XX, desde la radio y los discos de 78 rpm surgían
formidables voces masculinas, fáciles de identificar, carentes de presencia
física, que resultaban tanto más seductoras por ofrecerse incompletas, cuando
las comparamos con los abrumadores recursos audiovisuales que acompañan,
magnifican y no pocas veces suplen el desempeño vocal de los cantantes de hoy.
Mona Maris y Carlos Gardel |
Se
trataba de artistas como Hugo del Carril, Charlo, Héctor Mauré, Alberto Marino,
Raúl Berón, Julio Martel, Agustín Irusta. Edmundo Rivero, Roberto Rufino y
otros. Les bastaba el acompañamiento de algunas guitarras, una pequeña
orquesta, y narraban historias emocionantes, con frecuencia melodramáticas, que
solicitaban la participación imaginaria de quienes las oían. ¿Cómo no sentirse
involucrado? No costaba demasiado asociar la memoria de recuerdos personales, para
identificarse con las situaciones planteadas por los versos.
¿Era de
extrañarse que tantos tangos y boleros hablaran de amor, sobre todo de amores
no compartidos, en algunos casos porque circunstancias ajenas a la voluntad de
la pareja se oponían a la felicidad, pero sobre todo porque la traición de una
de las partes (generalmente la mujer) quebraba las promesas de fidelidad que
alguna vez habían intercambiado los amantes?
[En las canciones populares] el tema del amor ha convertido en
vicios retóricos, las dos fórmulas de tratamiento más empleadas desde que la
literatura es literatura: el amor idealizado y el amor masoquista. Los temas
son o la exaltación de la figura del amado idealizada o las quejas por el maltrato
del amor. (Manuel Vázquez Montalbán: Cien años de Canción y Music Hall)
Mientras
los boleros idealizan con frecuencia a las mujeres perversas o indiferentes,
que desdeñan al hombre que cometió el error de enamorarse de ellas, para sufrir
lo indecible por la pasión no correspondida, los tangos suelen denigrar en
público a las mujeres mezquinas o traidoras, para demostrar que después de todo
no podían ser tan atractivas como parecieron a quienes en la actualidad sienten
asco o lástima por ellas, ningún apego.
Tarjeta postal años `20 |
Se dirá
que en ambos casos, las canciones de la primera mitad de siglo XX revelan una
distancia muy difícil de franquear entre hombres y mujeres; que el amor
heterosexual, lejos de suturar, contribuye a revelar. Probablemente no fuera
una convicción tan difundida en la realidad, pero la persistencia del tema en
la música popular, y la enorme difusión que gozaron esas composiciones, indica
que no se trataba de un sentimiento minoritario, rechazado o condenado por la
gente. Cuando las relaciones se encuentran envenenadas por la desconfianza,
todo lo que se intenta, incluyendo los gestos de buena intención, que en otras
circunstancias podrían atenuar las conflictos, resultan mal interpretados:
Con gesto doloroso de mi vida pisoteada, / aquí
estoy de frente a tu crueldad. / Quién sabe de los dos cuál es más digno de
piedad, / midiendo mi tristeza y tu maldad. / Si supieras cómo arden tus
miradas compasivas, / ¡basta ya! Déjame por favor. / Ya nunca lograrás
amordazar mi sinsabor. (Héctor Artola y Alfredo Navarrine: Falsedad)
Tarjeta postal años `10 |
Dados los
estilos musicales privilegiados por los medios durante la primera mitad del
siglo XX, las letras de estas canciones se oían nítidas, protagónicas, emitidas
en la lengua vernácula de los auditores, acompañadas y en ningún momento
anuladas por la orquesta. Se volvían familiares gracias a la reiteración y el
ámbito donde eran recibidas. Estaban allí, compartiendo nuestra intimidad, pero
al mismo tiempo mantenían una distancia prudente respecto de los destinatarios
del discurso (a diferencia de la televisión, medio en el que los conductores
afirman de palabra y gestualidad que ven a sus espectadores).
El
contacto auditivo era a la vez imperfecto y sin embargo más profundo. Grandes
cantantes que no tenían cuerpo, o cuyo cuerpo no era lo fundamental de su
expresión (a diferencia de lo que pasa en la actualidad con los protagonistas
de video-clips) entregaban
diariamente eso que el tango denomina un "sermón de vino" (Cátulo
Castillo: La Ultima Curda),
una narración musicalizada y bailable de peripecias ejemplares, en cuanto capaces
de modelar la visión del mundo de la gente que la recibía.
Contame tu condena / decime tu fracaso. / ¿No ves la
pena que me ha herido? / y hablame simplemente / de aquel amor ausente / tras
un retazo del olvido. (Cátulo Castillo: Che, bandoneón)
¿Cómo
extrañarse de que los tangos de entonces se refirieran constantemente a las
relaciones de pareja (a los amores nacientes y sobre todo a los desamores, al
despecho y otros duelos íntimos que se arrastran y sobrevienen, a medida que la
pasión inicial se desgasta)? Fueron compuestos para ser oídos por hombres y
mujeres que los utilizaban como excusa para acercarse físicamente y por un
rato, a personas del otro sexo, mientras bailaban delante de testigos que
hubieran condenado esa vecindad de no haber música, superando las restricciones
puestas por una sociedad represiva, a
todo lo que propiciara el contacto erótico.
Tango años `30 |
Mientras
las parejas bailaban, quedaban autorizados para tocarse en público, con las
manos y a veces con gran parte del torso y las mejillas. Eso les permitía
moverse entrelazados, siguiendo el compás, en una actitud tan evocadora de la
sexualidad, que los anatemas de la Iglesia Católica contra el tango resultan más que
justificados. Durante el baile, se volvía posible oler al otro (aunque las
pastillitas de Sen-sen enmascararan la identidad de las feromonas), dialogar en
privado, burlando la vigilancia de parientes y amigos.
El
tango recurrió a los versos, después de una época inicial, de títulos
sugestivos o soeces, en la que solo suministraba música a los bailarines. Las
letras pasaron a convertirse en el vehículo perfecto para narrar historias
conmovedoras, en ocasiones acreedoras de la estética del reportaje
periodístico. En ellas cabía, por ejemplo, la confesión del hombre culpable de
un doble asesinato pasional.
¡Arrésteme, sargento, y póngame cadenas! / Si soy un
delincuente, que me perdone Dios / yo he sido un criollo güeno, me llamo
Alberto Arenas… / Señor, me traicionaban, y los maté a los dos… / Mi china fue
malvada, mi amigo era un sotreta / Cuando me fui a otro pago me basureó la
infiel. / Las pruebas de la infamia las traigo en la maleta: / las trenzas de
mi china y el corazón de él. (Carlos Vicente Geroni Flores y Julio Navarrine: A
la luz de un candil)
Héctor Basaldúa: Salón de tango |
La condena judicial y el encierro de por vida en una cárcel,
pueden ser vistas apenas como formalidades, que se siguen para evitar que otras
mujeres se quejen de que no hay Justicia en este mundo. Para la opinión
dominante, el asesino es una apenas una víctima, que decidió lavar su buen nombre.
¿Quién no hubiera hecho lo mismo, de encontrarse en la misma situación?
En el interior de su hogar, un hombre gozaba durante el
siglo XX de una impunidad digna de jeques árabes. Ser macho brindaba
privilegios y planteaba obligaciones a los que no era posible renunciar. En la mesa,
se lo servía la comida antes que al resto, de manera tal que si no alcanzaba
para todos, no fuera él quien se quedara con hambre. Cuando había que tomar
cualquier iniciativa de cierto peso, se le pedía consejo y en ningún caso se
hubiera obrado en contra de su opinión. Ser macho incluía también obligaciones
(respecto de la comunidad de los otros hombres, más que en relación a las
mujeres). Los hombres no lloraban, ni tenían dudas, ni se arrepentían, ni
aprendían nada de su experiencia (porque de antemano lo sabían todo).
Los sentimientos encontrados respecto de la pareja, el
conflicto entre los valores del grupo y aquellos del individuo, entre lo que se
debe hacer y lo que se quiere hacer, llegan tardíamente a la canción y
desgarran su esquematismo inicial.
Varón pa´ quererte mucho /
varón pa´ desearte el bien / varón pa´ olvidar agravios / porque ya te perdoné.
/ Tal vez no lo sepas nunca / tal vez no lo puedas creer / tal vez te provoque
risa / verme tirao a tus pies. (Sebastián Piana y Homero Manzi: Milonga
sentimental)
Cuando se observa la letra de los tangos más apegados a la
tradición, las mujeres (con excepción de las madres que se ven obligadas a poner
sus vidas al servicio incondicional de los hijos varones, por crueles o
indiferentes que ellos se muestren) son todas hembras desmemoriadas o pérfidas, que con frecuencia reciben su merecido escarmiento,
gracias a la intervención de hombres que les pagan con la misma moneda. La
ventaja que disfrutan los hombres no es poca: de ellos ninguna mujer debería
esperar la fidelidad, porque sería lo mismo que pedirles una renuncia a su
género.
La figura del Destino, suele ser en los tangos una versión
idealizada del punto de vista de los hombres, la concreción de sus más oscuros
deseos. En ciertos casos, el Destino castiga tarde o temprano a las mujeres,
que al independizarse de sus parejas se encuentran sometidas a un proceso
acelerado de envejecimiento, gracias al cual pierden la belleza física, el
único recurso capaz de ejercer algún poder sobre el sexo opuesto. Mujeres que
de acuerdo a la opinión dominante no merecen la confianza masculina, se vuelven
poco atractivas cuando se las compara con otras más jóvenes (y no por
casualidad, incautas). Después de cometer la traición que el tango les imputa, ellas
descubren que no pueden disfrutarlo, porque se ven obligadas a sobrellevar en
público una existencia horrible.
Sola, fané, descanyada, la vi
esta madrugada / salir de un cabaret. Flaca, dos cuartas de cogote / y una
percha en el escote, bajo la nuez. / Chueca, vestida de pebeta, teñida y
coqueteando / su desnudez, parecía un gallo desplumao / mostrando al compadrear
el cuero picoteao. / Yo que sé cuando no aguanto más / al verla así rajé, pa´
no llorar. (Enrique Santos Discépolo: Esta noche me emborracho)
A pesar de las evidencias que brinda la realidad, resulta
imposible hallar tangos que muestren a los hombres como seres inseguros de su
sexualidad, patológicamente celosos, golpeadores o incluso asesinos, que temen
a las mujeres más de lo que han llegado a desearlas. Cuesta hallar tangos donde
los hombres dialoguen con las mujeres de igual a igual, que los muestren como
parejas que comparten las mismas dificultades y alegrías, que les deben gratitud aunque no sean sus madres. El enfrentamiento
irritado, propio de quienes desean apartarse de aquello que les inspira
desconfianza, que temen o los molesta, resulta ser lo más frecuente.
Para muchos hombres, la única
emoción que goza de alguna validación es la ira. El resultado es que una gama
de emociones es canalizada en la ira. Aunque tal canalización no es exclusiva
de los hombres (ni es el caso para todos los hombres) en algunos no son
inusuales las respuestas violentas ante el temor y el sufrimiento, ante la
inseguridad y el dolor, ante el rechazo y el menosprecio.
Esto es particularmente cierto
cuando el sentimiento producido es el de no tener poder. Tal sentimiento sólo
exacerba las inseguridades masculinas: si la masculinidad es una cuestión de
poder y control, no ser poderoso significa no ser hombre. (...) La violencia se
convierte en el medio para probar lo contrario ante sí mismo y ante otros.
(Kaufman)