jueves, 9 de septiembre de 2010

Los juegos y el universo mental de las niñas


-Buenos días, su Señoría / Mantantirurirulá.
-¿Qué quería su Señoría / Mantantirurirulá.
-Yo quería una de sus hijas / Mantantirurirulá.
-¿Cuál de ellas a usted le agrada / Mantantirurirulá.
-A mí me gusta la Inesita / Mantantirurirulá.
-¿Y qué le oficio le pondremos / Mantantirurirulá.
-La pondremos de barrendera / Mantantirurirulá.
-Ese oficio no le agrada / Mantantirurirulá. (Anónimo: Buenos días su Señoría)

Una niña enfrentaba a un grupo (de niñas, lo más probable) tomadas del brazo, como cuando las solteras de San Pedro salían a recorrer durante los fines de semana las veredas de la calle Mitre, al anochecer, donde lo solteros se apostaban para verlas desfilar y evaluarlas, cantando los versos anteriores en forma alternada, mientras ejecutaba movimientos de avance y retroceso respecto del otro grupo.
Desarrollaban un diálogo repetitivo, rítmico, en el que figuraban palabras que ya nadie usaba y otras que no pasaban de ser una fantasía evocadora del trato de los adultos en el mundo real, evocando un ambiente donde los padres entregaban a sus hijos como sirvientes de otros, para cumplir funciones desagradables (rechazadas inicialmente) hasta coincidir en álgún oficio aceptable. En ese momento, una de las niñas del grupo era entregada a quien la solicitaba para su servicio, y el canto se reiniciaba, para llegar a la entrega de otra de las hijas, hasta que el grupo inicial quedaba reducido a una sola niña y entonces el diálogo del intercambio de mujeres se invertía.
Una generación antes, mi madre y sus hermanas habían entrado tempranamente al mercado laboral, cuando por la edad hubieran debido estar en la escuela, porque la familia las retiró para que se ganaran la vida. Al jugar, se referían a situaciones que no tardarían en involucrarlas en realidad. Hoy, tres generaciones más tarde, gracias a la difusión de los Derechos de los Niños y los reclamos del mercado, había cambiado por completa la perspectiva de los adultos sobre la infancia y la ronda carecía de sentido.
Dados los peligros que acechan en el espacio público, los juegos colectivos se encuentran en retirada. En lugar de grupos de niños que encaran al mundo compartiendo las mismas estrategias, se tiene hoy a consumidores infantiles, aislados ante el mensaje de los medios masivos, temerosos de la respuesta que pueden hallar el diálogo con sus pares.
La hipótesis de una relación inversa entre juego y rito es en realidad menos arbitraria de lo que podría parecer a primera vista. (…) Los estudiosos saben que las esferas del juego y de lo sagrado están estrechamente ligadas. Numerosas (…) investigaciones muestran que el origen de la mayoría de los juegos que conocemos se halla en antiguas ceremonias sagradas, en danzas, luchas rituales y prácticas adivinatorias. Así, en el juego de la pelota podemos discernir las huellas de la representación ritual de un mito en el cual los dioses luchaban por la posesión del sol; la ronda era un antiguo rito matrimonial; los juegos de azar derivan de prácticas adivinatorias; el trompo y el damero eran instrumentos adivinatorios. (Giorgio Agamben: Infancia e Historia)

El establecimiento de parejas heterosexuales era el tema recurrente de las rondas. Unas veces aparecía en las letras, otras en la gestualidad. El mundo evocado por las rondas, no era demasiado actual. En ciertos casos, mimaba el desempeño de los adultos de un par de siglos antes, en el ámbito de la vida cortesana, tan distante de la realidad de un barrio de mediados del siglo XX.
Me arrodillo a los pies de mi amante,
Me levanto constante, constante.
Darás un paso atrás, harás una reverencia.
Dame una mano, dame la otra,
Dame un besito, sobre la boca. (Anónimo: La Pájara Pinta)

En Martín Pescador, los modales cortesanos se encuentran ausentes. Se trata de mimar las relaciones más crudas entre los sexos, en las que los hombres atrapan a las mujeres y las convierten en sus presas, ante la indiferencia de los testigos. Nada podría ser más normal. Como se trata de textos cantados por niñas, el cambio de género de los hablantes puede desconcertar al principio. En un momento hablan las mujeres, pero a continuación responden los hombres.
-Martín Pescador, ¿me dejará pasar?
-Pasará, pasará, pero la última se quedará. (Anónimo: Martín Pescador)

Al jugar a la Mancha, se expresaba el horror femenino al contacto físico con el hombre (el Lobo, modelado de acuerdo al antagonista de Caperucita Roja, que se preparaba cuidadosamente para salir de cacería de mujeres, tras un strip tease invertido):
-Juguemos en el bosque
Mientras el Lobo no está.
-¿Lobo está?
-Me estoy poniendo los pantalones [los zapatos, la camisa, etc.] (Anónimo: Juguemos en el bosque)

El hombre llegaba a la escena femenina para perseguir al tropel de niñas, que en unos casos quedaban inmovilizadas al ser tocadas o “manchadas” en la parte que hubiera experimentado el contacto. El mensaje implícito no llega a la expresión verbal, pero no deja ninguna duda. Las mujeres no pueden defenderse, los agresores masculinos pueden optar entre la cacería salvaje del Lobo y Martín Pescador, y la cacería civilizada de La Pájara Pinta.
En las viejas rondas, las niñas formaban un círculo, de donde emergía una solista que utilizaba el interior del grupo (un ámbito protector establecido por sus iguales) para exhibirse al mundo, sin correr los riesgos que le esperaban a una mujer sola, que intentara hacer lo mismo.
Déjenla sola, solita y sola
Que la quiero ver bailar,
Saltar y brincar,
Y moverse con mucho donaire. (Anónimo: Yo la quiero ver bailar)

Mis hermanas jugaban esos juegos inocentes con otras niñas del barrio, después de haberlo aprendido de sus mayores. El rol que se le concedía en esas actividades lúdicos a las mujeres, era el matrimonio. Podía permitírseles que circularan por la calle y mostraran sus encantos, una liberalidad que la sociedad tradicional hubiera negado tajantemente, siempre y cuando fuera para ofrecerse en matrimonio. La figura del hombre que asistía a ese despliegue de mujeres disponibles, no estaba ausente de las rondas. Él evaluaba a las candidatas, desechaba la mayoría y se quedaba con una, sin pedirle su opinión.
-Yo soy la viudita, del conde Laurel.
Me quiero casar y no sé con quién.
-Con esta sí, con esta no,
Con esta señorita, me caso yo. (Anónimo: Yo soy la viudita)

En ocasiones, las niñas jugaban a las estatuas, una actividad a la que Julio Cortázar dedicó un cuento que descubre lo siniestro debajo de lo trivial. Los juegos revelaban (comunicaban) una visión del mundo que se anunciaba sin embargo como algo irrelevante. La rayuela convertía la visión dualista del universo, del Infierno al Paraíso, en un desafío físico de saltos que hacían volar las faldas de las niñas que jugaban, mientras abrían y cerraban las piernas (un gesto que desde la visión del filme Viridiana de Luis Buñuel, ha quedado desprovisto de toda inocencia).
A pesar de la aparente trivialidad de los juegos infantiles, circulaba entre ellos una perspectiva homogénea de los roles que la sociedad de hace medio siglo atribuía a hombres y mujeres. Ellas eran presentadas siempre como el objeto fundamental de la actividad masculina. Ellos las seleccionaban (y atrapaban) o desechaban como sus posibles parejas, mientras ellas huían o se ofrecían en matrimonio. La posibilidad de que hubiera mujeres que pactaran de igual a igual su relación con los hombres, o que les impusieran a ellos sus demandas personales, no figuraba en los juegos, por lo que estos pueden ser entendidos como una forma de aleccionamiento infantil, cuyo poder de convicción aumentaba al repetirse y mostrarse como un simple entretenimiento, sin la menor trascendencia.
Se me ha perdido una niña
cataplín, cataplín, cataplero.
Se me ha perdido una niña
en el fondo del jardín.
Yo se la he encontrado
cataplín, cataplín, cataplero.
Yo se la he encontrado
en el fondo del jardín. (Anónimo: Cataplín, Cataplín, Cataplero

Encerradas, protegidas del mundo exterior a la familia, que se anunciaba cruel, las niñas crecían desinformadas de los peligros que las acechaban, imaginando que podían ser más divertidos que la protección tan aburrida que no habían solicitado, y gracias a eso eran capaces de extraviarse en cualquier momento, a pesar de la constante vigilancia a la que eran sometidas, no por maldad femenina sino por inmadurez, con las peores consecuencias previsibles para ellas y sus parientes. Aquella que se perdiera, no podía regresar al buen camino, excepto que se casara lo antes posible, no importaba con quién, para tranquilizar a los vecinos, que sin embargo no olvidarían el desliz.

1 comentario:

  1. Cuantos recuerdos de los juegos de mi infancia me trajo al leer este articulo
    Pensar que ahora en la era de la tecnologia,nuestros niños en vez de compartir juegos con sus pares y rimar canciones,se pasan muchas horas jugando individualmente frente a la PC
    Susana Calvo

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