Imágenes parciales de aquellos que he sido



Si nos fuera concedida la posibilidad de recordar todo aquello que hemos olvidado, ¿es tan seguro que recordar fuera la opción más conveniente? Los buenos momentos olvidados que podríamos revivir, ¿compensarían aquellos olvidos que por nada del mundo quisiéramos recordar? (Patrick Modiano)

Al aprender a utilizar el escáner de mi computador, comencé a recopilar las fotografías dispersas en los álbumes de familia, por mi mujer, mi cuñada y otros parientes más previsores que yo en ese aspecto. ¡Pueden resultar tan extrañas las imágenes que no consulto nunca! El pasado que guarda la memoria, suele volverse difuso, impreciso, no demasiado confiable, simple materia de opinión algunas veces, mientras las viejas fotos, por más que los colores se desvanezcan con el tiempo, nos confrontan con evidencias incómodas.
Esos que nos enfrentan y logran desconcertarnos, somos nosotros. Mejor dicho, quienes fuimos alguna vez, en el pasado, nosotros. A pesar de las semejanzas inevitables, lo que resalta de la confrontación son las diferencias. A los cinco años, me descubro sentado en las dunas de Mar Chiquita, una laguna albufera, no muy lejos de Mar del Plata, adonde puedo haber llegado acompañando a mi tío Ginés N. que iba a pescar pejerreyes y lenguados en el mejor de los casos, lisas en el peor. No recuerdo quién puede haber tomado la única foto que conservo de ese primer viaje fuera de San Pedro, a comienzos de los años `40. Puede ser el año en que llevaron a ver El Gran Vals en el cine Regina de Mar del Plata, porque yo lo pedí repetidamente, después de haberme enterado de la existencia de la película al oír el programa Diario del Cine que dirigía Chas de Cruz.
¿Recuerdo efectivamente lo sucedido? Tal vez haya reunido tres o cuatro situaciones que viví por separado. Juntas, se vuelven más atractivas. Las fotos, en cambio, revelan menos, pero son más confiables. Veo mi foto del documento de identidad que me dieron al cumplir los 18 años. Fue registrada en el estudio Bennazar de San Pedro, el mismo donde me había fotografiado al año y medio de edad y al tomar la primera comunión.

Seis meses antes había terminado la secundaria, en el Sección Comercial Anexa al Colegio Nacional de San Pedro, y me estaba preparando para una interminable serie de exámenes de equivalencia, que me permitiría obtener el título de Bachiller, para ingresar en la universidad. Contra la voluntad de mi padre, cuando me inscribió en el Comercial, no estaba dispuesto a llevar la Contabilidad de nadie,  La foto fue registrada a media tarde, cuando acababa de salir de una clase particular de italiano, porque debía estudiar un  segundo idioma extranjero, y mi profesor, que pudo ser César Mascetti me había criticado por andar vestido (según él) demasiado elegante. Usaba las ropas compradas durante el verano, con mi primer sueldo, ganado en el hotel de mis tíos, en Mar del Plata. Ese fue el último invierno que pasé en San Pedro. Después, solo regresé cuatro veces, tres para dar conferencias en la Biblioteca Rafael Obligado, uno por la muerte de uno de mis tíos maternos. 

Nueve años más tarde había egresado de la Universidad, tras una etapa de búsquedas que incluyó dos años de adiestramiento en artes plásticas, me había independizado de mi familia (el primer intento fue a los diecisiete) y renovaba mi cédula de identidad en La Plata. La foto fue tomada en un taller de calle 8 casi esquina 51. No conservo documentación visual de mis años de estudiante, a pesar de que realizábamos filmaciones, documentales fotográficos y nos utilizábamos unos a otros como modelos, durante las clases de Iluminación. Por ese entonces, había armado una vida lejos de mi familia, tenía un círculo de amigos en el que confíaba, trabajaba en un oficio para el que me había preparado, pero en realidad estaba solo, como si intentara no comprometerme en situaciones que no habrían de durar.


Recuerdo que esta foto fue tomada por Juan Pablo Mastropasqua, en los últimos días de 1965, en la terraza de mis padres, en Mar del Plata, una semana antes de que saliera para Europa, dando por cerrada una etapa de mi vida en la que me había desempeñado como productor de documentales para la Dirección de Cultura de la provincia de Buenos Aires, como redactor de un semanario dirigido por Raúl Damonte Taborda y responsable de un segmento filmado de Sábados Circulares, el programa de la TV más visto de entonces, donde se ampliaban algunas de las notas de la revista. ¿Cómo lograba conciliar tantas actividades? No lo recuerdo. Al irme a Europa, yo no podía saberlo y tampoco entraba en mis cálculos, dejaba atrás todo eso. Cuando regresara, tendría que comenzar de nuevo.

 
Durante mis primeros meses en Europa me tomaron esta foto donde aparezco muy delgado, con barba (era la primera vez que dejaba de afeitarme desde la adolescencia) sonriendo a alguien que ha quedado fuera del encuadre y no recuerdo quién pudo ser, mientras paseo por un bosque que semanas antes estaba nevado, a pocos metros de una aldea que se llamaba Hamr na Jezere. ¡Son tantas las novedades que se acumularon en poco tiempo! No soy un turista. Permaneceré poco más de dos años allí. Estudio con una beca de intercambio entre dos universidades. He llegado tan lejos para aprender. Debo sentirme abrumado por la necesidad de utilizar otros idiomas, de alternar con decenas de personajes que hasta un mes antes me eran desconocidos, tratando de acostumbrarme a otras comidas no siempre apetitosas, intentando utilizar otros códigos de comportamiento, con frecuencia desconcertantes.
Hago un salto de 40 años. Me he casado. Trabajé como documentalista, libretista de televisión, guionista de cine y dramaturgo teatral, en distintos países del continente. Publiqué libros. Desde hace tiempo estoy en Chile. Trabajo en la Unviersidad. Un colega me fotografía para una página web. Uso anteojos multifocales, pero en esta pose los hemos suprimido. Aumenté de peso, encanecí, he sobrevivido a experiencias dolorosas que de haberlas imaginado me habrían hecho retroceder. En la mejilla izquierda luzco la mancha parda irregular que había permanecido sin grandes cambios desde hacía veinte años, sin que debiera alarmarme, de acuerdo al diagnóstico de un dermatólogo más optimista de lo prudente. Apenas tres años más tarde, después de una biopsia, me diagnosticarán cáncer: un léntigo maligno. Pasaré por varias operaciones que cortan y remiendan mi cara, de manera menos cruel de lo que hubiera imaginado, mientras buscan eliminar las ramificaciones. Hasta ahora, estoy bien. Luego, se verá.


¿Dónde reunir / los mil pedazos / de cada persona? (Giorgos Seferis)
 

Tantas veces te mataron / tantas resucitarás / cuántas noches pasarás / desesperando / y a la noche del naufragio / y la de la oscuridad / alguien te rescatará / para ir cantando. (María Elena Walsh: Como la cigarra)


 

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