Hemos necesitado muchos años de
indiferencia y estupidez, para hacernos tan ignorantes como somos hoy. (Charles
Simic)
Escuela años `30 |
Ellos enseñaban hábitos de higiene (se fijaban si uno se había lavado las orejas por delante y por detrás, si se había limpiado las uñas) y coordinaban campañas de interés público, como la captura e incineración de bichos canasto y langostas en las que tuve la oportunidad de colaborar durante los años ´40. Ellos impartían los buenos modales, que en el trato familiar podían relajarse o ser ignorados. Ellos enseñaban a alimentarse correctamente y sin glotonería; a cuidar el mobiliario de la escuela que otros estudiantes habían rayado y manchado.
La sociedad argentina de mediados del siglo XX otorgaba
credibilidad a los maestros de la escuela pública, les entregaba sus niños para
que los formaran, tanto si ellos lo deseaban como si no demostraban mucho
interés en aprender, y esperaba que en último caso los domaran, eliminaran las
diferencias inocultables entre ellos, para que no regresaran “malcriados” (vale
decir, inútiles socialmente, “chúcaros” decía mi padre) al seno de la familia que no se sentía capaz de formarlos integralmente.
Escuela argentina: niños uniformados |
La situación de hoy parece ser otra. Por un lado, las
destrezas mínimas no deben ser fáciles de alcanzar, como indican los mensajes plagados
de faltas de ortografía que publican los usuarios de Internet y los testimonios
verbales ripiosos de gente de la calle que ofrecen los reportajes de la televisión.
En cuanto a la imagen del maestro y el clima emocional que reina en las aulas... Un profesor de Buenos Aires es envenenado por una estudiante de 12 años, que pone una preparación destinada a eliminar cucarachas, en presencia de una clase que tal como sucede en los videos de bullying escolar subidos a YouTube, no atina a reaccionar o se limita a ser espectadora de un hecho inhabitual, que podría entenderse como una broma o desafío, como la hazaña de alguien que trata de afirmar su rol de líder del grupo.
En cuanto a la imagen del maestro y el clima emocional que reina en las aulas... Un profesor de Buenos Aires es envenenado por una estudiante de 12 años, que pone una preparación destinada a eliminar cucarachas, en presencia de una clase que tal como sucede en los videos de bullying escolar subidos a YouTube, no atina a reaccionar o se limita a ser espectadora de un hecho inhabitual, que podría entenderse como una broma o desafío, como la hazaña de alguien que trata de afirmar su rol de líder del grupo.
Escuela española años ´30: niño castigado |
No se trata de un hecho aislado, sino de parte de una cadena
de violencia escolar que se manifiesta en muchos lugares: una madre de
Montevideo sujeta por el pelo a la maestra de su hijo, la tira al suelo, la
abofetea, le quita varios dientes, todo por una observación de conducta que había
recibido el niño y ella no acepta. Poco antes, tres profesoras fueron agredidas
por una patota de estudiantes, padres y amigos, al intentar defender a otra
estudiante golpeada por el grupo. Una madre y su hijo de Pergamino atacan a un
maestro utilizando un palo y un cuchillo.
La desconfianza hacia el desempeño de los maestros puede
justificarse. Rara vez se habla de su vocación de servicio. Durante los últimos
años se ha conocido una serie de denuncias de abusos sexuales de docentes que
tienen a menores de edad como víctimas. ¿Se trata de un fenómeno nuevo, sin
duda gravísimo, que ha socavado rápidamente la autoridad de todo el sector en
la conciencia de los padres?
Cuesta demostrar que en el pasado no hubiera situaciones
parecidas, pero lo evidente es que no se mencionaba el tema, por pudor de los
menores o nula disposición de la sociedad para sancionar a los responsables. Cabe
argumentar que la misma visibilidad del abuso se da hoy en el seno de las
familias y en instituciones tan respetadas como la Iglesia católica; por lo
tanto, sería la sociedad en su conjunto la que ha decidido ver algo que antes
prefería ignorar.
En España, durante 2013 y 2014, hubo más de tres mil docentes
agredidos. En Chile se denuncian tres o cuatro casos por semana de agresiones a
docentes. Una cuarta parte de los profesores de Madrid revelan haber sufrido
algún tipo de violencia en su lugar de trabajo. Ellos no son las únicas
víctimas. Los estudiantes se agreden unos a otros, dentro y fuera del recinto
educativo, a veces con armas blancas que dejan heridos de cierta gravedad.
Vivimos en una sociedad con
índices de violencia alto y la escuela no es una isla separada del entorno
social y a veces padece de situaciones de vandalismo, de agresión, de robo.
Pero la tónica general son comunidades educativas que respetan al maestro y a
la institución escuela. (Héctor Florit, Director general del Consejo de
Educación de Primaria de Uruguay)
Banksy: mural |
El desprestigio de los maestros parece tener un paralelo en
el desprestigio del conocimiento. ¿Para qué esforzarse en estudiar, se
preguntan los jóvenes, cuando se les insiste, desde las nuevas tecnologías de
la comunicación, que sobran las alternativas de diversión, capaces también de
suministrar la información de manera instantánea? Cualquier esfuerzo que se dedique al aprendizaje, se ha vuelto anacrónico, pasado de moda y hasta ideológicamente represivo.
En Argentina, durante el 2014, se ha denunciado un promedio
de una agresión diaria a docentes, buena parte de ellas presenciadas por otros
estudiantes. ¿Qué modelo de comportamiento suministran los agresores al resto
de la comunidad educativa? Quizás los castiguen en ocasiones, pero con mayor frecuencia sus actos quedan impunes. En medio de tantos jóvenes desorientados, con problemas
de comunicación y autoestima, ¿acaso los agresores no llegan a instaurarse como
los nuevos héroes, que si no se imitan al menos se toleran y admiran?
Los padres solo tienen en
cuenta la versión de sus hijos, desautorizan al maestro ante sus hijos. (Fernando
Jiménez, Presidente de ANPE-Madrid)
Desde la Antigüedad viene la locución “matar al mensajero”,
aludiendo a la reacción de aquellos que reciben malas noticias y la emprenden
contra aquel que se las trajo, como si ellos hubieran originado la desgracia que comunican. Los maestros de hoy no pueden evitar ser portadores
de malas nuevas: los niños se han vuelto incontrolables por falta de esquemas
adecuados de autoridad en las familias, por la difusión al parecer indetenible
de las drogas, por la sobreexposición a las redes sociales, también por las enormes
falencias del sistema educativo.
Cuando esa situación queda al descubierto en las escuelas,
tanto los estudiantes como sus padres no se sienten demasiado complacidos, ni
están dispuestos a sacrificarse y encarar las causas. Probablemente hubieran
preferido seguir ignorándolas. Se afirma que los padres proyectan sus propias
frustraciones en los docentes y rechazan cualquier crítica que pueda efectuarse
a sus hijos.
Tradicionalmente las clases podían ser rutinarias, aburridas
o (en el mejor de los casos) estimulantes, productivas, pero de cualquier modo
dependientes de la iniciativa del docente. En la actualidad eso ha cambiado,
porque los estudiantes no se resignan a tolerar lo que no les gusta, aquello
que requiere demasiado esfuerzo o desde el primer vistazo se les presenta como
carente de sentido.
Los estudiantes conflictivos plantean mayores exigencias a
los docentes, que no siempre se encuentran en capacidad de satisfacer. En la
clase, reaparecen las carencias que provienen del entorno familiar, y deben
coexistir con las de otros estudiantes, en recintos superpoblados. ¿Cómo
atender a todos por igual, de acuerdo a las necesidades de cada uno? Gran parte
del tiempo en que maestros y estudiantes se encuentran en contacto, está
marcado por el rencor y la hostilidad. La reconvención de faltas de conducta
ocupa el lugar que hubiera podido dedicarse al asesoramiento. Por lo tanto, no
es raro que el aprendizaje se descuide.
Estudiantes de Magisterio años ´50 |
Brindaban a la comunidad, en cambio, una imagen de
homogeneidad social no demasiado acorde con la realidad, que lograba calmar las
dudas que surgieran. En la escuela los menores estaban seguros, cuidados por
gente digna de respeto (casi siempre mujeres que reiteraban los paradigmas
maternales, a pesar de ser denominadas “señoritas”). En la escuela se aprendía
en un ambiente de tolerancia, donde todos eran iguales, mientras que en la
calle se tropezaba con trampas y se adquirían vicios.
En la actualidad cualquier intento simplificador parecido se
ve contradicho de inmediato por el discurso de los medios que subrayan los
conflictos, conocedores de la demanda emocional de una audiencia que se debate
entre la curiosidad y la angustia.
¿Cómo transformar la escuela
moderna, concebida hace trescientos años, en una institución que responda a las
necesidades de un mundo globalizado, (…) de unos niños que sobre muchas cosas
saben más que nosotros, de un mercado de trabajo flexibilizado, cuyas demandas
formativas mutan constantemente? (…) ¿Cómo confiar en el sentido de lo que
enseñamos, si las certezas científicas y la confianza ilustrada en el progreso
indefinido del conocimiento están profundamente cuestionadas? (Flavia Terigi y
Gabriela Diker: La formación de maestros y profesores: hoja de ruta)