Guillermo Divito: Ilustración |
Eran hembras excitantes, pero no agresivas, casi siempre sumisas, puesto que no alteraban la pose a pesar de la presencia de curiosos. Ellas aparentaban haber sido sorprendidas en una situación inoportuna para la mayoría de las mujeres, aunque quedaba la sospecha de que disfrutaran ese instante que confirmaba el poder que ejercen los hombres sobre el sexo opuesto. De acuerdo a la tradición, ellas debían ser inocentes o más bien bobas, por la facilidad con que se visten y desvisten, mientras los hombres observan. Sin duda, nacieron para entregarse a la voracidad del ojo masculino.
En la Argentina de la segunda postguerra, las chicas dibujadas por Guillermo Divito rondaron mi infancia, sembrando (supongo) un ideal femenino que hubiera sido inútil buscar en la realidad, porque solo existía en las páginas de Rico Tipo, una revista para hombres, que los niños podíamos hojear desde que comenzó a publicarse en 1944, sin demasiados riesgos de exponernos a lo que gente mejor informada hubiera decidido que era material inadecuado para nuestra edad.
Nuestras compañeras de colegio no usaban pantalones, ni escotes, ni mangas cortas. El uniforme blanco, tableado y endurecido por la plancha y el almidón, capaz de aplastar cualquier curva que tuvieran, las cubría casi tanto como el hábito de las monjas de clausura.
Las clases de Educación Física se celebraban por separado para hombres y mujeres, y tengo la vaga impresión de que las chicas usaban una voluminosa falda-pantalón (bloomer se denominaba en otros países del continente, recordando a la feminista que los utilizó por primera vez en el siglo XIX). Ropas como esas no hubieran ofendido hoy a un fundamentalista islámico.
Cuando algunas de nuestras compañeras aparecieron vestidas con jeans en una reunión de fin de curso realizada en el Club Náutico, causaron sensación. El chiste que circuló durante semanas, era que habían ido vestidas de escopetas, a pesar de que ninguna se hubiera atrevido a exhibirse en shorts o pantalones ajustados.
Guillermo Divito: ilustración |
Las chicas de Divito andaban casi siempre juntas, con lo que se multiplicaba el placer de admirarlas, comentando sin pelos en la lengua las incidencias grotescas a las que se veían expuestas por la vida en pareja o la inevitable rivalidad femenina. Los hombres que Divito dibujaba eran bajos, feos o por lo menos ridículos, narigones, dotados de grandes vientres y piernas delgadísimas, mientras las mujeres se encontraban siempre en la plenitud de sus encantos. ¡Qué agradable poder reírse de los conflictos y desajustes que con tanta frecuencia sufrían los hombres durante las relaciones con sus parejas femeninas! Sigmund Freud lo había explicado antes en un ensayo del que ninguno de mis conocidos había oído hablar. Uno reía, sin el menor esfuerzo y no sabía por qué.
Guillermo Divito |
El cuerpo de las chicas de Divito revelaba otras desproporciones, que terminaban por imponerse como un estilo, si uno las comparaba con las mujeres que conocía en la realidad. Tenían piernas interminables, pies minúsculos, cinturas diminutas, grandes pechos y caderas. Usaban poca ropa, pero nunca llegaban a destaparse demasiado, a diferencia de las pin-ups de Vargas, que parecían víctimas del viento que les levantaba la falda o estaban a punto de reventar las ropas demasiado ajustadas.
Durante los `40, antes de la invención del bikini, los traseros femeninos cubiertos por trajes de baño, mostraban en los dibujos de Divito un bulto evidente pero sin detalles.
En los `50, cuando en los espectáculos teatrales aparecieron Nélida Roca o Nélida Lobato, los glúteos comenzaron a verse en el escenario de los teatros de revista de Buenos Aires (aunque todavía no en el cine, de ningún modo en la televisión) por lo que en los dibujos de Divito pasaron a tener tanto detalle como los senos. Iba quedando atrás la época de la mujer imaginada, como Marlene Dietrich en una escena de Kismet, cuando baila en un traje que aparenta ser transparente y no mostraba más de lo que una señora decente solía revelar en la playa. Divito iba quedando atrás. La caricatura no hacía falta para transgredir mediante una caricatura inverosímil, el auténtico deseo masculino de ver representada la sexualidad.
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