Pido perdón al pueblo venezolano por la posición de Argentina en la OEA. Siento vergüenza, por primera vez, de ser argentino. (Diego Armando Maradona)
Diego Armando Maradona |
Los admiradores de Maradona, el país que él parece representar
en el momento de la infracción, pueden tomarlo como modelo de sus opiniones y
actitudes respecto de Inglaterra, con la diferencia de que ellos carecen de
oportunidades para manifestarlas de manera tan notoria. Si es un acto
patriótico, elige una forma discutible de manifestarse, que solo se acepta en
el contexto de ganar no importa cómo.
Diego Maradona y Hugo Chavez |
Bajo otras circunstancias, sin embargo, la identidad se
afirma a partir de la discrepancia respecto del colectivo. En 2016 el mismo
futbolista declara su vergüenza por la condena del gobierno argentino al
régimen de Nicolás Maduro, que él ha apoyado dentro y fuera de Venezuela, demostrando
que en ciertos casos el sentimiento patrio puede pesar menos que los compromisos
personales. Diga lo que diga, su repudio no lo conduce a abjurar de su nacionalidad
originaria. Las leyes argentinas le impiden tomar tal decisión, por
desilusionado que se encuentre respecto del rumbo que ha tomado (legalmente) el
país donde él nació y ahora está representado por otro sector político con él
se encuentra en desacuerdo.
Ni orgullo ni vergüenza, para
mí ser argentino es inevitable. (Juan José Campanella)
Uno puede sentir una sana vergüenza por sus faltas
personales, una experiencia que lo lleva a introducir cambios en su
comportamiento, pero también puede experimentar algo que en español se denomina
vergüenza ajena, y de acuerdo a la historiadora Tiffany Watt Smith (The Book of
Human Emotions) sería una humillación indirecta, sufrida ante extraños, por
aquellos que no se consideran extraños a la otra persona. Uno se pone en el lugar
del otro, su amigo, su pariente, su igual, alguien que sin demasiada precaución
de su parte se desliza en el ridículo que podría evitar, o resulta degradado
por un poder que no puede resistir. Uno solidariza (muchas veces contra su voluntad)
con alguien que se somete a su suerte adversa o incluso no es merecedor de
solidaridad alguna.
Cuando tienes vergüenza ajena,
sientes empatía por alguien que pone en peligro su integridad, al violar las
normas sociales. Se trata de una vergüenza empática. (Frieder Michael Paulus)
Arthur Koestler |
A los veinte años, cuando no se había desatado aún la Gran
Depresión Económica de 1929, que tuvo efectos duraderos en todo el planeta, durante
la década siguiente, mi padre formaba parte de una barra de amigos juerguistas
de San Pedro, los encantadores irresponsables que evoca el tango.
Adios muchachos, compañeros de
mi vida, / barra querida de aquellos tiempos. / Me toca a mí hoy emprender la
retirada, / debo alejarme de mi buena muchachada. / Adios muchachos, ya me voy
y me resigno / contra el destino nadie la talla… / Se terminaron para mí todas
las farras, / mi cuerpo enfermo no resiste más. (Julio César Sanders y César
Vedani: Adios muchachos)
Macoco Álzaga Unzué al volante |
Aunque nunca llegó tan lejos, ni disfrutó de tantos recursos,
mi padre tuvo que enseriarse antes de cumplir los treinta años. Abandonó a sus
amigos, las partidas de naipes, el tabaco, el alcohol, administró un almacén de
barrio, se casó con una mujer a la que confiaba controlar, engendró hijos. Estaba
redefiniendo su identidad, para convertirse en lo opuesto a lo que había sido
hasta entonces. Tengo la impresión de que vivió cada uno de los compromisos que
lo apartaban de la existencia irresponsable de su juventud, como una serie de humillantes
derrotas, que no atinaba a quién atribuir (a su padre, a su mujer, a los hijos
que iban llegando para atarlo a una vida rutinaria, al peronismo que se había
instalado en el país y subvertía los valores tradicionales). Ser visto como un
marido fiel, como un padre de familia preocupado por los suyos, como un
comerciante apreciado por los vecinos, no era lo que él había soñado.
George Bellows: Caída de Dempsey |
Vino la pelea Firpo-Dempsey y
en cada casa se lloró, hubo indignaciones brutales, seguidas de una humillada
melancolía casi colonial. (Julio Cortázar: Circe)
El orgullo nacional había sido herido. ¿Por cuánto tiempo
iba a permanecer este suceso en la memoria de la gente? Las humillaciones
colectivas, como demuestra la ocupación inglesa de las islas Malvinas desde el
primer tercio del siglo XIX o incluso las invasiones inglesas de 1806 y 1807,
dejan huellas que periódicamente se reactualizan, gracias a las lecciones de
Historia que las nuevas generaciones reciben en la escuela primaria, los
discursos de los políticos durante las celebraciones de ciertas fechas, o las
irresponsables campañas militares de recuperación de territorio patrio, como
organizó la dictadura argentina. El tema que une tanto a la gente, lo hace
mientras duele. Une a quienes se identifican compartiendo el mismo dolor.
Carlos Gardel en el avión, poco antes de morir |
Treinta años después de la derrota de Firpo, en cambio, mi
generación no podía sentirse identificada con esa humillación, ni tampoco con
el triunfo internacional y la subsiguiente muerte de Carlos Gardel, ocurrida apenas
una década antes. La identidad que nace de situaciones como esas, no parece ser
duradera. Parte de lo que hubiera debido unirnos, había ocurrido en un nebuloso
pasado, no tan distante para estar incorporado a los libros de Historia y los
programas escolares, pero de todos modos fuera de la actualidad. Eran dramas
personales, impactantes por ser atribuidos a personajes que uno creía conocer, que
sin embargo carecían de las dimensiones colectivas de la reciente Segunda
Guerra Mundial.
Nuestra identidad en la vergüenza compartida, había pasado a
ser continental. Latinoamérica era apenas el patio trasero de los EEUU, como
reconoció medio siglo más tarde John Kerry. La derrota del gobierno de Jacobo
Arbenz, por un ejército mercenario financiado por la CIA, en 1954, resultaba
una evidencia más próxima y obscena que la derrota de Juan Domingo Perón por
unos militares católicos, molestos por la ley de divorcio y la educación laica
entre otros motivos. Aunque la intervención de la CIA hubiera sucedido en lo
que se imaginaba como una frágil república bananera del Caribe, escenario
habitual de aventuras militares pintorescas, indicaba el riesgo que corría
cualquier proyecto de independencia nacional, en el contexto de una Guerra
Fría, que sin llegar a la confrontación nuclear que prometía ser la última, por
la magnitud de las fuerzas que la encaraban, había logrado involucrar a todo el
planeta.
Nikita Jrushov y J.F.Kennedy en caricatura de 1962 |
Che Guevara muerto |
Todos los discursos sobre la
juventud son herederos de la Reforma [Universitaria de 1918, como] el
guevarismo y la idea de creación de un hombre nuevo, que es el hombre joven.
Hay una inversión cronológica: el hombre no va de la juventud a la vejez, sino
al revés. En el tiempo histórico está lo viejo y lo que viene después de lo
viejo es lo joven, lo que cambia lo viejo. En América Latina en general ese
proyecto del hombre nuevo sigue teniendo vigencia, se lo sigue valorando, a
diferencia de lo que puede ocurrir en Europa, donde es algo que (…) fue dejado
de lado. (Dardo Scavino)