Al vivir, uno tiende a acumular posesiones valiosas, triviales o incluso basura, tal como no logra desprenderse de relaciones humanas que algunas veces ama y otras detesta, tal como sufre o disfruta el acoso de los recuerdos que acumuló hasta contra su voluntad, como si de ese modo consiguiera asegurarse la permanencia en este mundo, que no siempre se justifica preservar. Sin duda, es un proyecto de existencia que puede revelarse absurdo, apenas se lo examina dos veces, y no obstante reaparece, apenas uno baja la guardia.Abrázame fuerte, que por dentro / oigo muertes, viejas muertes / agrediendo lo que amé… / Alma mía, vamos yendo / llega el día, no llorés. (Astor Piazzolla y Horacio Ferrer: Balada para mi muerte)
Astor Piazzola
Quisiéramos no irnos nunca de este valle de lágrimas, no
llegar en ningún caso a la situación en que la alternativa de irse resulta
deseable, necesaria y conveniente, no solo un trámite inevitable, de los muchos
que uno desea eludir. Cualquier intento de desprenderse de posesiones con las
cuales uno se familiarizó, encuentra una resistencia encarnizada.
Leonardo da Vinci: La Gioconda |
Habría que aferrarse a la vida un tiempo más, y luego (Dios
sabe cómo) conseguir otra prórroga. Tal parece ser la consigna de los valientes
y los cobardes por igual. Para justificar una actitud como esa, buscamos
excusas. ¿Acaso no nos queda algún deseo postergado que deberíamos satisfacer;
alguna tarea inconclusa, pero necesaria para la humanidad, que urge completar;
alguna deuda impaga que debe ser saldada? Leonardo da Vinci era un trabajador
obsesivo y dejó gran parte de sus obras sin terminar. Schubert no concluyó la
Octava Sinfonía. Orson Welles pasó quince años produciendo un filme sobre Don
Quijote, que no completó nunca. Las primeras ediciones de las novelas de
Balzac, fueron corregidas en los márgenes por él mismo, hasta que la muerte le
impidió continuar.
Balzac:prueba de imprenta corregida |
No me aflige morir; no he
rehusado / acabar de vivir, ni he pretendido / alargar esta muerte que ha
nacido / a un tiempo con la vida y el cuidado. (Francisco de Quevedo:
Lamentación amorosa)
En la Balada de Piazzolla y Ferrer, la muerte se encuentra
disponible, dentro de quien la espera, mientras que al mismo tiempo trata de
negociar una prórroga. No es una única muerte, personal, intransferible, sino
la de todos los parientes y conocidos que perdieron su vida antes, que en su
conjunto anuncian la llegada de la última y más esperada, la muerte propia,
como se arman los desfiles del teatro de revistas, cuando la figura central
aparece en lo alto de una escalera, deslumbrante y cargada de plumas, después
de que la precedieron otras figuras, atractivas pero secundarias, que efectúan
el mismo recorrido.
Todo lo que nace merece morir, dejó anotado Goethe en el
Fausto. La muerte llega y pone fin a no importa qué hubo antes, lo mismo da si
fueron eventos grandes o pequeños, notorios o anónimos. Mientras se demora su
llegada, hay que hacer algo en este mundo, ya sea disfrutar la vida sin pensar
en el futuro, ya sea prepararse para abandonarla sin demasiado escándalo, con
la mayor dignidad posible.
En el Despacho de Bebidas del almacén de mi padre, cuando
alguno de los parroquianos se excedía en el consumo alcohólico, le ofrecían el
“quirse”, una copa final que no podía rechazar, porque después de eso, ya no
había otra.
Recuerde el alma dormida /
avive el seso y despierte / contemplando / cómo se pasa la vida / cómo se viene
la muerte / tan callando / cuán presto se va el placer / cómo, después de
acordado / da dolor. (Jorge Manrique: Coplas por la muerte de su padre)
Siempre se habla de las lecciones de vida, que la gente
madura tendría la obligación de ofrecer a las nuevas generaciones, tanto si los
jóvenes se las piden (cosa que no suele
darse desde hace algún tiempo) como si las rechazan. En cualquier caso, es poco
probable que esas lecciones que los experimentados suponen valiosas (porque a ellos les ha costado años aprender)
puedan ser oídas y aprovechadas, porque los jóvenes se encuentran demasiado preocupados
de inventar su propio camino, utilizando las herramientas que disponen, con
frecuencia las menos adecuadas, una tarea que suele revelarse superior a sus fuerzas
y les impide digerir aquello que se empeñan en suministrarle sus mayores.
¿Por qué deberían prestar atención a los autoproclamados
maestros, quienes, de acuerdo con las evidencias, fueron torpes y no
demostraron suficiente sabiduría cuando hubiera sido oportuno que lo hicieran? Ahora
están desgastados por el esfuerzo de sobrevivir, no tienen demasiadas energías
ni memoria, pero no por ello son tan sabios como creen, ni ven la realidad con
mayor nitidez que antes.
Los ancianos de hoy, incurrieron en un repertorio abrumador
de errores cuando eran jóvenes, aunque no parezcan recordar esa parte
fundamental de sus vidas, cuando se dedican a comunicarse con quienes deben sucederlos.
Tal vez no fueran exactamente los mismos errores que cometen los jóvenes de hoy,
pero eso indica que el asesoramiento que brindan no puede ser de tanta utilidad
como ellos suponen.
Tener una experiencia del pasado, por valiosa que sea, no
garantiza que sirva de mucho en la actualidad, porque las grandes ideologías
que regían en el pasado perdieron credibilidad y cuesta reconocerlas, mientras
que la tecnología se renueva totalmente cada pocos años y la actitud de la
generalizada respecto de la comunicación personal se encuentra en crisis. Hoy es
menos riesgoso partir de esta idea de los límites inevitables de un diálogo de
sordos con el que se habrá de tropezar, que de la convicción opuesta.
Quizás no haya mucho que ofrecer a las nuevas generaciones,
que resulte digno de ser transmitido o se demuestre capaz de ser aceptado, fuera
del testimonio de que no conviene desesperar demasiado pronto, cuando se
experimenta la tentación de abandonarse al desconsuelo, porque uno mismo, sin
buscarlo ni pensarlo, sin proponerse como un ejemplo, ha llegado a convertirse
en la evidencia palpable de que fue posible sobrevivir en medio de las
circunstancias tan difíciles del pasado, que al ser recordadas hoy parecen
destinadas a destruir a cualquiera.
Roberto Rossellini: Francesco, Giullare di Dio |
Quizás no hubo ninguna destreza especial puesta en juego por
los sobrevivientes, tampoco ninguna intervención providencial, sino los
recursos que cualquiera de nosotros saca de donde no sabe dónde, gracias al
instinto de conservación que lo lleva a negarse a morir antes de tiempo.
Alabado seas, mi Señor, por
nuestra hermana, la muerte temporal, de la que ningún hombre viviente puede
escapar. (Francisco de Asis: Cántico de las criaturas)
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