No todo lo que se ama se desea, ni todo lo que se desea se ama. (Miguel de Cervantes)
Grant Wood: American Gothic |
En pocos años, un ámbito en el que durante siglos había
predominado la reserva, la censura y la autocensura, comenzó a ser presentado
como un espacio que valía la explorar y comentar, desacralizado, expuesto al
escrutinio público. Del sexo se podía hablar con absoluta libertad y cabía
esperar que nadie impidiera su experimentación, como si se tratara poco menos
que de una actividad deportiva, higiénica, recomendada para todo el mundo.
Vivir sus deseos, agotarlos en
la vida, es el destino de toda existencia. (Henry Miller)
Antonio Berni: Torta de bodas |
Parece un calvario de los enamorados, sujeto a formalidades
crueles, considerando la impaciencia de aquellos que deseaban estar juntos y si
deseaban superar los obstáculos debían aceptarlos, por más que existieran
atajos, como los brindados providencialmente por los zaguanes a oscuras y la
vista gorda o el soborno de las chaperonas.
Se encuentra más que demostrado que la represión sexual era
(es) una fuente inagotable de neurosis, pero al mismo tiempo la represión
otorgaba un valor excepcional a la tan anhelada satisfacción sexual, cuando por
fin se daba.
Todo deseo estancado es un
veneno. (André Maurois)
Encontrarse e intimar, aprovechando las circunstancias
facilitadoras del consumo de estimulantes, son situaciones que suelen darse hoy
en riesgosa vecindad. Se pasa de una a la otra, sin darse el tiempo a
reflexionar demasiado, como si la vida fuera (sobre todo para los jóvenes) demasiado
corta y la primera oportunidad que se ofrece para disfrutar la actividad sexual
fuera la última.
Llega a ser mal visto en ciertos ambientes no hacerlo de ese
modo: sin prolegómenos y la mayor cantidad de veces posible, como si se
acumularan puntos en un concurso. ¿Acaso hay prejuicios, convenciones,
creencias que se interpongan en el ejercicio de la sexualidad? Mal indicio. Si
en el pasado se discriminaba a los promiscuos, hoy se mira con desdén a los
castos. ¿Con cuántas parejas francamente indeseables, inadecuadas, hasta
peligrosas, se conecta la gente en la actualidad, por causa de la enorme
facilidad con que se comparte el sexo? La epidemia del VIH canceló durante los
años ´80 la confianza ilimitada que se había depositado en la actividad sexual intensa
y desprejuiciada, a partir de los ´60, cuando se difundió el uso de la píldora
anticonceptiva. La promiscuidad dejó ser condenada por indecente, para ser
condenada por imprudente.
Abandonarse a la satisfacción de los deseos, sin temer a las
consecuencias, había sido la conquista aparente de la generación anterior.
Gracias a la píldora, las mujeres que pudieran costeársela y aprendieran a
dosificarla, se convertían en árbitros de su sexualidad, tal como hacían los
hombres, desde tiempos inmemoriales. De pronto se descubrían en condiciones de
probar a sus parejas, una tras otra en el mejor de los casos, para desecharlas
por distintas razones, si no las hallaban adecuadas, evitando el riesgo de los embarazos
no queridos durante el proceso.
El sexo sin amor solo alivia el
abismo que existe entre dos seres humanos de forma momentánea. (Erich Fromm: El
Arte de Amar)
Entre los mitos urbanos que circularon por entonces (los oí
contar en cuatro países del continente y en todas partes lo presentaban como
algo que le había sucedido a personas conocidas, fácilmente localizables)
estaba el del hombre inocente, que en el curso de una noche de copas, conocía
en un bar a una estupenda rubia que lo llevaba a un cuarto de hotel, se
entregaba con él a una agitada sesión amatoria y a continuación lo dejaba solo,
durmiendo pacíficamente, para que descubriera en la mañana, escrito con lápiz
labial, en el espejo del baño: BIENVENIDO AL MUNDO DEL SIDA.
La vieja misoginia regresaba, actualizada y más amenazante
que nunca. Las mujeres que se habían liberado de la tutela masculina,
resultaban ser las peligrosas portadoras de un mal que nadie sabía cómo tratar,
pero que conducía inevitablemente a la muerte. La desconfianza respecto del
sexo, nacida del conocimiento insuficiente de las formas de contagio del VIH,
propició el regreso de los preservativos que se creía objetos anacrónicos, y la
vigencia de recomendaciones tan desprestigiadas hasta poco antes, como la
fidelidad y la abstinencia. Contenerse, controlarse, calcular los riesgos,
dejaron de ser los consejos de quienes reprimían la sexualidad por motivos éticos
o religiosos, para convertirse en métodos racionales de sobrevivencia.
La posibilidad de restaurar la vieja mentalidad represiva
del sexo, tras una generación que había experimentado el relajamiento de esos
controles, resultaba sin embargo poco factible. Pronto se supo cómo evitar el
contagio del VIH y luego apareció un tratamiento que convertía a la plaga
apocalíptica en enfermedad crónica. Podía quedar latente el miedo al contacto
físico, pero no la resignación a postergar indefinidamente la satisfacción sexual.
La creciente influencia de las drogas y las redes sociales en la conducta de la
gente, planteaban alternativas nuevas para hallar satisfacción fácil (y riesgos
que poco antes ni siquiera se imaginaban).
Las drogas abrían paso a conductas imprudentes, que
enfatizaban la búsqueda de experiencias placenteras, sin importar a qué precio.
La pornografía que hoy reina en Internet (donde se calcula
que supera al tercio de todo el material disponible) era bastante rara en el
pasado y solía limitarse a explotar la imaginación de los lectores. Uno leía e
imaginaba (tal como escuchaba la radio e imaginaba). En otras palabras, se
encontraba obligado a elaborar el estímulo. Las revistas que tenían como
destinario explícito a los hombres, eran paradojalmente discretas en todo lo
referente al sexo. Las audacias de Rico Tipo no iban más allá de sobrentendidos
verbales y énfasis sobre los muslos, caderas y bocas de las figuras
femeninas. Cuando en mi clase de la
escuela secundaria, le descubrieron a uno de mis amigos la pequeña postal de
una mujer desnuda (cuyo pubis, sin embargo, se encontraba tapado prudentemente
por un punto oscuro) lo aplastaron con amonestaciones que lo pusieron en riesgo
de perder el año, mientras que en público, delante de toda la clase, la
profesora de Inglés le preguntaba (y dudo que esperara respuesta) si no tenía
una hermana o una madre, dado que así denigraba al sexo opuesto.
No, la soñada satisfacción sexual de los adolescentes debía
esperar, no necesariamente hasta el matrimonio (eso podía aceptarlo, tal vez,
un miembro de la Acción Católica, obligado a compartir semanalmente sus faltas
reales o imaginarias con el confesor) pero al menos hasta encontrar una pareja
del sexo opuesto, que estuviera dispuesta a concederle la intimidad, siempre y
cuando se hubiera interpuesto el sacramento del matrimonio y la expansión
sexual coincidiera en la búsqueda de descendencia.
Si un joven no procedía de ese modo, si optaba por
autosatisfacerse en soledad (una situación castigada preventivamente con baños
de agua fría) podía crecer pelo en la palma de las manos del impaciente, verse
marcado por el acné o quedar ciego.
En cuanto a la frecuentación de prostitutas, que se
encontraban disponibles para quienes aceptaran financiar sus servicios nada
onerosos por entonces, el uso de preservativos ponía límites al capricho de
quienes pagaran sus servicios.
Demorar la satisfacción de cualquier deseo que uno
alimentara, estar dispuesto a trabajar para recibir finalmente el premio a ese
esfuerzo sistemático y aprobado por la comunidad, eran las actitudes más
frecuentes. De acuerdo a las
investigaciones de Walter Mischel, la capacidad de demorar el disfrute de la
gratificación, se desarrolla tempranamente en los seres humanos, entre los tres
y cinco años, después de haber aprendido a retener esfínteres y aceptado que no
por llorar nos concederán lo que pedimos. Cuando eso no se aprende en la
infancia, el futuro no promete nada bueno para quien fue preservado de la
experiencia.
Mientras que la persona
perturbada desea firmemente lo que quiere y lo siente de forma apropiada y se
molesta si sus deseos no quedan satisfechos, la persona más perturbada exige,
insiste, impera u ordena dogmáticamente que sus deseos se satisfagan y se pone
exageradamente angustiada, deprimida u hostil cuando no quedan satisfechos.
(Albert Ellis)
Ahora, todo está a la vista o al menos son muchos los que no
se toman la molestia de ocultarlo, porque las sanciones de la opinión dominante
han desaparecido. A lo largo de una generación en Argentina, Uruguay, Paraguay
y México, el término pasó a definir una relación cada vez más frecuente o al
menos visible: parejas sin compromisos, que se relacionan cuando se ponen de
acuerdo y probablemente comparten la actividad sexual, pero no quedan atados a
ninguna promesa de fidelidad. Hoy la palabra figura en el Diccionario de la
Lengua Española, por lo que cabe sospechar que se trata de algo más memorable
que el título de una telenovela argentina de 1995.
No existen responsabilidades,
la relación de amigovios es libre, es abierta y sin compromiso, por eso no
puede durar mucho tiempo. En algún momento, alguno de los integrantes quiere o
necesita algo diferentes y es entonces cuando este tipo de relaciones no
resiste las diferencias. (Celia Antonini)
¿La decisión de suprimir la clandestinidad (habrá quien diga
el pudor) de las relaciones sentimentales efímeras, puede ser vista como un
progreso (la gente sería hoy más sincera que en el pasado, menos hipócrita,
menos neurótica) o por lo contrario, como una evidencia más de un lamentable
relajamiento moral, que está destruyendo las bases de la sociedad? Cualquier
disfrute que no cueste, se devalúa. Ser feliz todo el tiempo es aburrido, y
antes que eso, un objetivo imposible.
¿Acaso la utilización de las tarjetas de crédito permiten
acceder a niveles de vida superiores, que en el pasado no llegaban a
imaginarse, o solo compromete el futuro de quienes gastan más de lo que tienen?
La infelicidad es un componente no deseado de la vida humana, que no es fácil
de suprimir, para instalar en su sitio un estado de felicidad simple e
ininterrumpida, alimentada por estimulantes que tienen la capacidad de
anestesiar por un rato, pero no la de resolver problemas que no pueden ser
escondidos debajo de la alfombra.