jueves, 31 de julio de 2014

Del retrato fotográfico al Selfie: avatares de la imagen personal


Estudio fotográfico de comienzos del siglo XX
A mediados del siglo XX, en San Pedro había dos estudios fotográficos, que daban continuidad a una tradición de varias décadas. El más antiguo era el de Bennazar, instalado en calle Mitre, donde a los 18 años registraron la imagen que debía incorporarse a mi Libreta de Enrolamiento, en un estudio ubicado detrás de la tienda, iluminado por una claraboya instalada en el techo, dotado de un fondo blanco, que se empleaba en las fotos carnet. Contaba con una reducida utilería, como el cubo de madera terciada en el que me habían apoyado, casi de espaldas a la cámara para no asustarme, cuando cumplí un año de vida.
Gracias al pudor de mi madre, me libré de una pose tradicional, a la que eran sometidos gran parte de los bebés de sexo masculino, cuando los exponían desnudos, boca abajo sobre un almohadón o sábana, supongo que para certificar que habían nacido sanos y sin marcas.
No muy lejos del estudio de Bennazar estaba el de Pedro Suñer, donde tomaron la foto de primera comunión de mi hermana Marta, a quien hicieron posar de rodillas en un reclinatorio, con un Misal en las manos, ubicada diagonalmente respecto de la cámara, delante de un fondo pintado que sugiere una capilla gótica.
El fotógrafo de estudio asumía las funciones combinadas del pintor, el escenógrafo, el maquillador y el director teatral. No se trataba de capturar cualquier apariencia de quien fotografiaban, sino de dar una imagen definitiva y probablemente ficticia, por idealizada, retocada, de ese personaje. Desde las indicaciones verbales más simples (como “mire para la izquierda”, “alce la cabeza”, “sonría” o "ahora, quieto") hasta las operaciones más complejas (como borrar una cicatriz o pintar ojos abiertos en los párpados cerrados de un muerto) el fotógrafo imponía su visión del mundo.
La gente se retrataba en un estudio profesional pocas veces en la vida, para dejar constancia de alguna circunstancia excepcional: los nacimientos y bautismos, las comuniones y bodas. El fotógrafo, como el médico de familia, solo era convocado para eternizar las grandes ocasiones y se esmeraba en la producción de imágenes técnicamente perfectas, nada espontáneas, que debían superar la prueba del tiempo.
El trabajo de esos dos fotógrafos era apreciado por todo el mundo en San Pedro y gozaba de un aura de misterio que hoy resulta difícil de concebir, en una época de proliferación de imágenes registradas por no importa quien. Nadie más que ellos entraba en el laboratorio donde, en plena oscuridad o iluminados por unas pocas luces rojas, se manipulaban los ácidos y papeles sensibles que permitían obtener esas imágenes que se imprimían en sepia o teñidas por azul de cinabrio, para otorgarles mayor dignidad.
Estudio fotográficos del siglo XIX
Durante la pose, el fotógrafo utilizaba una pesada cámara de estudio y protegidas placas de vidrio que requerían cubrirse la cabeza y el torso con un pesado paño negro, cuando se registraban las imágenes, Fotografiarse era una ceremonia inhabitual, intimidante, que solo podía tener un resultado halagador, porque los filtros y los sabios retoques ejecutados por el pincel del fotógrafo, aseguraban a sus clientes que se verían mejor que en la realidad.
Desde la invención de la fotografía, a mediados del siglo XIX, el retrato de seres humanos se definió como uno de los géneros dominantes. La nueva técnica llegaba para sustituir a una más antigua. El retrato pintado o dibujado, incluso modelado en arcilla o esculpido en piedra, había sido una de las especialidades de las artes plásticas, que por su costo y dificultad técnica , se encontraba reservada al disfrute de las clases pudientes.
Durante el Renacimiento, había que ser banquero, gobernante, alto prelado eclesiástico o mujer bella para encargar un retrato. El parecido del retrato al personaje era un aspecto menos relevante que la exhibición de su rol social, revelado por las ropas y accesorios. Con el daguerrotipo primero y la fotografía después, los retratos del siglo XIX se multiplicaron y quedaron al alcance de sectores cada vez más extensos de la sociedad industrial. Cuando se utilizaba un nuevo medio, se intentaba conservar la respetabilidad de los medios tradicionales.
Julia Margaret Cameron: fotografía
Una de las tradiciones del retrato era la complicidad del espectador. Los personajes de la fotógrafa victoriana Julia Margaret Cameron, simulan no estar posando, aunque deben quedarse muy quietos durante varios segundos, para que la imagen se imprima en la placa sensible.  Los modelos suelen tener detrás una guía invisible para la cámara, que les permite apoyar la cabeza.
No hay lugar para la espontaneidad, sino la representación cuidadosamente armada de una acción inmóvil, donde los retratados leen sin pestañear, sujetan algún objeto liviano, se encuentran sentados, se sujetan de muebles, etc. No es raro que imiten pinturas clásicas. Eso les otorga una dignidad, que debía ser más apreciada que la verdad.
Hoy lo que se espera de la imagen es algo distinto. No hay que buscar la ayuda de un profesional para obtener retratos, cuando los teléfonos celulares traen aplicaciones que facilitan el registro y la distribución de retratos.
Tampoco se esperan las grandes ocasiones para elaborar esas imágenes sin futuro. En Internet hay portales donde se exhiben fotografías o videos de cualquiera que tenga acceso a la red, y los contenidos no pueden ser más variados. Van desde el registro de fiestas familiares, hasta la documentación de actividades tan íntimas, que su divulgación entra en la categoría de lo pornográfico. Se muestra todo lo que ocurre, sin pensarlo dos veces, aprovechando el impulso del momento de registrarlo, aunque luego llegue (demasiado tarde) el arrepentimiento.
“Yo estoy aquí” es el mensaje. “Yo estoy con X o Z”. Son las pruebas de existencia de alguien que se contempla en la pantalla del celular, en el momento mismo de producir una señal que lo calma o estimula. Cuentan que la actriz Marlene Dietrich hacía colocar un espejo junto a la cámara que la registraba en primer plano, para controlar constantemente la iluminación de cada gesto, para ver antes que nadie cómo habrían de verla los espectadores y evitar todo aquello que no la deja satisfecha.
En el selfie (autorretrato) se tiene la impresión de una euforia angustiada de aquel que ha decidido registrar su presencia en algún sitio y momento que considera relevantes, o tan solo para llenar el vacío de su vida, dirigiendo la cámara hacia sí mismo, porque no puede esperar que otro lo haga en mejores condiciones (por ejemplo, eligiendo un ángulo distinto, o estableciendo una distancia mayor que la suministrada por sus propios brazos). El autorretratado de la selfie tampoco puede esperar para encontrar a alguien dispuesto a posar, o no se interesa en nadie más que sí mismo. ¿Qué pasaría si el personaje dejara de fotografiarse, si en ese momento los demás no llegaran a verlo tal como él se ve?
Ellen Degeneres y otras celebridades de Hollywood
En ciertos casos, las fotos o videos que elaboraban sin cuidado los aficionados, quedaban descartados pronto, porque no tenían suficiente calidad técnica para conservarlos. Se los descubría mal expuestos, fuera de foco, estaban compuestos con una torpeza que invitaba a destruirlos y olvidarlos.
Eso está cambiando. En la actualidad se registra y difunde por las RRSS de inmediato, porque el autor lo ha decidido así y no le importan las repercusiones. La inmediatez es todo lo que importa. Un reportaje periodístico revela que un banda de delincuentes jóvenes, transmitía sus cuestionables hazañas por internet, una torpeza que les vale se reconocidos y atrapados.
Muchas veces, las fotos y videos suministran una visión que no puede ser más desfavorable del retratado, como se verifica en los rituales de bullyings de los escolares. Eso no está bien considerado por la sociedad, incluso puede perjudicar a quien lo registra, pero la conciencia del medio (en realidad, la inconsciencia del medio) se impone. Todo puede ser registrado, sin el menor esfuerzo, con un nivel aceptable de nitidez y exposición, por cualquiera. El vértigo de este poder nuevo es difícil de resistir. Si antes el pez por la boca moría, hoy lo hace a través del teléfono.
Es una revolución psicológica y social: el gesto sube la autoestima. Nuestro reflejo en la opinión que tenemos de nosotros y la manera en que interactuamos. Cuando nos miramos al espejo no vemos nuestro mejor yo, pero con un reflejo la cosa cambia: nos captamos felices o de vacaciones y con los likes nuestros defectos desaparecen. (Arnaud Aubert)
Hillary Clinton en campaña presidencial
Una foto de la campaña presidencial de Hillary Clinton impresiona por lo que informa sobre el empleo actual de las imágenes fotográficas por los aficionados. Una multitud da la espalda al personaje célebre, y cada uno de sus integrantes tiene una cámara en la mano. Tratan de registrar su vecindad circunstancial con Clinton. Ellos estuvieron ahí, en ese momento privilegiado que a continuación se encargan de eternizar, al elevarlo al Empíreo de las redes sociales, para que sus amigos y parientes, para que incluso aquellos usuarios de los que no tienen la menor idea que existan, se enteren de que ellos deben ser envidiados por su hazaña.

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