La música popular no alardea de un origen palaciego o religioso, como sucede a veces con la música culta. Es lo que ha llegado a ser, porque el común de la gente la oye, la tararea, la recuerda, la ejecuta, la baila durante los momentos de ocio. Se afirma que el jazz nació en los prostíbulos de New Orleans. Algo parecido habría ocurrido con el bolero en el Caribe y el tango en Buenos Aires. Cuando esa música se impone, la oscuridad del origen se convierte en indicio de su vitalidad y deja de avergonzar a quienes la elaboran, tanto como a quienes la disfrutan.
Este es el tango, canción de
Buenos Aires / nacido en el suburbio que hoy reina en todo el mundo / este es
el tango que llevo muy profundo / clavado en lo más hondo del criollo corazón.
(Orestes Cúfaro, Azucena Maizani y Manuel Romero: La canción de Buenos Aires)
El tango tiene más de un siglo de existencia, lapso durante
el cual ha pasado desde su aparición en bares y casas de prostitución de los
suburbios, cuando carecía de letra y los títulos rendían homenaje a las administradoras de los lenocinios (Joaquina, La Vasca) aludían
reiteradamente a la sexualidad (Siete pulgadas, Dos sin sacarla, Qué polvo con
tanto viento, El choclo, ¿Con qué tropieza que no dentra?) hasta ganarse la
aceptación que le brindaron el teatro, la radio y el cine desde los años ´20 a
´50, cuando sedujo a todos los sectores sociales, contando historias que
reciclaban tópicos fundamentales del melodrama.
Estercita / hoy te llaman
Milonguita / flor de noche y de placer / flor de lujo y cabaret. / Milonguita /
los hombres te han hecho mal / y hoy darías toda tu alma / por vestirte de
percal. (Enrique Delfino y Samuel Linning)
El bandoneonista Eduardo Arolas, lo mismo que el violinista
Casimiro Alcorta, ambos músicos profesionales, habrían sido también empresarios
de la prostitución. Sus piezas fueron ejecutadas en lo que se denominaban academias de baile,
piringundines y cabarets, donde a pesar de incluir todavía a mujeres que cobraban por su compañía en las mesas o pistas, progresivamente se iba dejando atrás ese pasado marginal. Prueba de ello es la reescritura de la letra de tango con referencias sexuales explícitas, como es el caso de Cara Sucia, que antes nombraba los genitales femeninos y hubiera sido irreproducible fuera de la atmósfera permisiva de un burdel.
Los músicos de tango alcanzaron la notoriedad que brindaban las ventas de partituras y discos, quelos alentaron a pasar de los tríos de violín, guitarra y bandoneón, a la formación de grandes orquestas, que requerían orquestaciones más complejas y el afianzamiento de cantantes famosos, que llegaban a todo el país gracias a los programas radiales. El Glostora Tango Club, por ejemplo, era difundido de lunes a viernes, a la hora de la hora de la cena, a mediados del siglo XX, antes del radioteatro Los Pérez García, que representaba a la familia típica argentina.
Los músicos de tango alcanzaron la notoriedad que brindaban las ventas de partituras y discos, quelos alentaron a pasar de los tríos de violín, guitarra y bandoneón, a la formación de grandes orquestas, que requerían orquestaciones más complejas y el afianzamiento de cantantes famosos, que llegaban a todo el país gracias a los programas radiales. El Glostora Tango Club, por ejemplo, era difundido de lunes a viernes, a la hora de la hora de la cena, a mediados del siglo XX, antes del radioteatro Los Pérez García, que representaba a la familia típica argentina.
Gracias a los nuevos medios, los tangos eran escuchados en los
hogares, donde las familias los aceptaban, olvidando la obscenidad de los primeros
títulos y la incorrección lingüística de sus letras. El tango se bailaba, permitía un
contacto físico de las parejas que no era nuevo (por esa misma razón los
moralistas habían rechazado el vals un siglo antes). La coreografía justificaba
una exhibición musicalizada y versificada del dominio ejercido por el hombre,
sobre una mujer que no tenía más alternativas que secundarlo.
La posibilidad de satisfacer deseos tan elementales como
esos, no impidió que el tango fuera quedando en el olvido a partir de los años
´60, época en que los integrantes de las parejas comenzaron a bailar separados,
sin que ninguno prevaleciera sobre el otro, no obstante lo cual el tango renació
como una expresión cultural respetada, al acercarse el siglo XX.
Entre 1875 y 1936, mientras ocurría un acelerado proceso de
inmigración, que desequilibró la proporción entre hombres y mujeres, dejando a
un alto número de solteros, en Argentina se intentó reglamentar el ejercicio de
la prostitución, para someterla a condiciones que permitieran evitar daños
mayores.
Como vos, muchas mujeres,
engañadas que llegaron / y que como vos soñaron un edén artificial / hoy son
flores deshojadas, sin amor, hogar ni ritmo / pasionarias del abismo por un
caften criminal. (Francisco Pracánico y Luis Rubinstein: El Camino de Buenos
Aires)
Los burdeles debían inscribirse para que se los fiscalizara,
las personas involucradas en el oficio debían someterse a periódicas revisiones
médicas, que se anotaban en una Libreta de Trabajo sellada y rubricada en la
Comisaría. Aunque el poder que se entregaba a la policía local era excesivo,
porque facilitaba la corrupción, sin mejorar el control sanitario, el sistema
se mantuvo durante seis décadas.
En los prostíbulos podían organizarse bailes en días y
horarios permitidos por la autoridad, pero estaba prohibida la asistencia de
menores de edad y el porte de armas. La posibilidad de disfrazarse estaba
aceptada, siempre y cuando no se intentara ridiculizar a la religión, las
fuerzas armadas o se cambiara de sexo.
La ejecución de música popular en ciertos locales visitados
exclusivamente por clientes masculinos, era puesta bajo sospecha. Convocaba a
una concurrencia deseosa de alcohol, juegos de azar y a cierta clase de mujeres
dispuestas a hacer todo aquello que les fuera remunerado, con el objeto de volver
la rutina de los asistentes, menos penosa de lo que solía ser.
Esas mujeres que sobreviven de una profesión a la que son
arrastrada por la falta de oportunidades, son destinatarias de muchas de las
quejas del tango. Ellas han caído (no es probable que por su exclusiva
iniciativa) en lugar de morirse de hambre, barriendo la casa y preparando el
mate, como planteaban los roles tradicionales asignados a los géneros, a la
espera de un hombre que recuerde su existencia, se apiade y las proteja.
Vos rodaste por tu culpa y no
fue inocentemente / berretines de bacana que tenías en la mente / desde el día
que un magnate cajetilla te afiló. / Yo recuerdo, no tenías casi nada que
ponerte / hoy usás ajuar de seda con rositas rococó / ¡Me revienta tu
presencia, pagaría por no verte / si hasta el nombre te han cambiado, como has
cambiado de suerte / ya no sos mi Margarita, ahora te llaman Margot. (José
Ricardo, Carlos Gardel y Celedonio Flores; Margot)
En algunos lugares de diversión reservados para los hombres,
las mujeres se limitaban a poner los rollos de música de las pianolas, como
hicieron más tarde con los discos de 78 rpm de las victrolas. A veces, ellas
subían a un escenario para cantar canciones de moda o participar en orquestas
de señoritas. Su participación podía limitarse a servir bebidas alcohólicas a
los clientes u ofrecerse como parejas de baile a las que se pagaba con fichas.
En todos los casos, podía sospecharse, ellas se exhibían para estimular la posterior
demanda carnal de la clientela, que era el consumo más oneroso.
La pianola picaba los rollos de
los tangos. / El cine picaresco iba horneando el ambiente / Y del patio llegaba
una copla indecente / En la voz de un cantor de malevo arremangao. (Enrique
Cadícamo: El farol colorado)
El tango se refiere a los personajes de un ambiente
marginal, que bordea la delincuencia, utilizando el lunfardo, una jerga producto
de la coexistencia de inmigrantes de muy diverso origen, que no dominan la
lengua oficial del nuevo país, ni han pasado por la escuela donde se la
sistematiza, por lo que se aferran a vestigios de la lengua del país que
dejaron.
Hoy sos toda una bacana / la
vida te ríe y canta / los morlacos del otario / los tirás a la marchanta / como
juega el gato maula / con el mísero ratón. (Carlos Gardel, José Razzano y
Celedonio Flores: Mano a mano)
Los café-concerts
que habían proliferado hacia el fin del siglo XIX y a continuación los Cafés de
Figurantas que surgieron durante las primeras décadas del siglo XX, recibieron
la misma condena de los sectores tradicionales de la sociedad argentina. Encubrían
algo menos inocente, escandalizaban a los vecinos, esquilmaban los bolsillos
masculinos, contagiaban enfermedades venéreas de horribles consecuencias, como
la muerte del poeta Pascual Contursi, víctima de la sífilis. La lucha contra el
vicio era la causa sagrada de las mujeres decentes, pero se trataba de una
guerra siempre perdida, siempre vuelta a reiniciar.
El progreso va cerrando uno a
uno sus ojos con el candente hierro profiláctico. (…) Aún cantan sus viejas
losas, la canción de los pasos sin sentido. (…) Pronto serás el Cafetín (…) de
las noches antiburguesas, de las noches noctámbulas, de las noches mojadas en
el amargor de la cerveza y en el agricultor del amor cotizable, único amor sin
trampas que va quedando a los hombres. (…) En una especie de palco situado
frente a la puerta, entre guirnaldas y bombitas polícromas, alborota la
orquesta. Y en medio de esa bara[u]nda estridente y brillante, unas mujeres
pálidas, flácidas, ojerosas, son las flores marchitas del jardín del pecado.
(Luis Echevarría: “El Café de las figurantas”)
Héctor Basaldúa: Salón de tango |
El tango, ese reptil de lupanar
(…) destinado solamente a acompasar el meneo provocativo. (Leopoldo Lugones: El
Payador)
El tango recibía el desprecio de quienes habían asumido el
poder por la fuerza y el fraude, por lo que podían darse el lujo de imponer sus
criterios, despreocupándose de la opinión mayoritario. El lunfardo quedó
erradicado de los medios de comunicación
y las escuelas. Si se privilegiaba el folclore y se lo entendía como lo auténtico de la
nación, era porque se lo expurgaba de todo aquello que aludiera a conflictos o se
apartara de la norma lingüística.