jueves, 10 de octubre de 2013

Niños reales en el mundo del espectáculo

A mediados del siglo XX, los espectadores de cine admiraban a los actores de pocos años. Su inocencia real o aparente no desentonaba en un medio al que la censura condenaba a una simplicidad apta para toda la familia. Ellos conmovían con su situación desvalida y divertían con sus habilidades musicales. No se implicaban en tramas de sexo o corrupción política. Las amenazas que se cernían sobre ellos, no tardaban en resolverse en un happy end moralizador.
Siempre había actores infantiles en el cine de cualquier origen. Lo más probable es que su fama durara poco tiempo y la industria audiovisual lo reemplazara por otros parecidos a los anteriores. El via crucis de los actores infantiles que al crecer pierden el atractivo que se les reconoció en los medios, ha sido reiterado tantas veces, que parece enunciar una ley universal, capaz de alertar a quienes decidan intentar de nuevo el mismo desafío.
No suele haber futuro para los niños que son expuestos tempranamente a los medios, que los utilizan y desechan a continuación, cuando comprueban que dejaron de atraer al público masivo. Esto no impide que cuando se convoca un casting para la publicidad de un pañal o un alimento para niños, los adultos acudan en hordas, acompañando a sus hijos, confiando recuperar con el trabajo remunerado de los menores, cada centavo de lo que invirtieron al traerlos al mundo.
Algunos pocos padres se salen con la suya y convierten a su prole en una empresa lucrativa. En 1921 Chaplin descubrió a Jackie Coogan, entonces de siete años, bailando el shimmy en un teatro burlesque. Lo contrató para actuar en El Pibe, como su coprotagonista. La repercusión de su trabajo fue inmensa. Inmediatamente Coogan participó en una adaptación cinematográfica de Oliver Twist. Su figura quedó relacionada con una serie de mercancías, tales como golosinas, juguetes, silbatos, papelería (una situación que ocurría por primera vez en los medios masivos). Los empresarios organizaron giras internacionales y fue presentado a las grandes personalidades de la época. Al crecer, todo eso quedó en el pasado. Era un actor secundario, menos atractivo que la mayoría de los que intentaban destacarse en Hollywood. Maduro, calvo y gordo, reapareció sin que la mayoría de los espectadores lo reconociera, como el feo tío Lucas de la serie televisiva La familia Adams.
Entre los imitadores de Coogan estuvo Scotty Beckett, actor infantil de la serie Our Gang. Ganó cerca de cuatro millones de dólares, cantidad que fue dilapidada por su madre y el padrastro, a quienes años más tarde procedió a demandar ante la Justicia.
El productor de comedias cinematográficas Hal Roach lanzó Our Gang (llamada previamente Little Rascals) una serie de 220 cortometrajes protagonizados por niños estereotipados: el gordo, el pecoso, el negro, el asiático, las niñas rubias y lloronas, etc. A pesar de sus diferencias, convivían sin mayores conflictos en un vecindario suburbano. Gracias al recambio de actores infantiles, la serie se continuó produciendo hasta 1944. A mediados de los ´50, Roach relanzó los cortos sonoros por la televisión, un medio en el que continuaron exhibiéndose por las tres décadas que siguieron.
En el cine norteamericano, cuando se quiebra la imagen idealizada que se había impuesto desde los años `20, los niños pueden ser mostrados como víctimas del abandono parental y delincuentes potenciales, que se instalan en el centro de Boys Town (1938) de Norman Taurog o en Going my Way (1944) de Leo McCarey, personajes rescatados por la decisión de un par de sacerdotes católicos, idealistas que obligan a la sociedad a reconocer sus contradicciones y corregirlas parcialmente.
Los niños en el cine europeo cumplían otros roles, más conmovedores, me tocó presenciar durante mi infancia. Podían ser testigos de la separación de sus padres, como sucedía en El ángel caído de Carol Reed. Llegaban a rechazar la posibilidad de vivir con su madre adúltera, causante de la muerte del padre, en Los niños nos miran de Vittorio de Sica; o era la pandilla de huérfanos de guerra, en busca de un lugar para crecer en paz, del filme húngaro En cualquier lugar de Europa de Géza Radvanyi.
El imaginario del cine argentina prosperó a la sombra de las producciones de otras industrias audiovisuales, siguiendo los modelos expresivos que habían sido desarrollados en Hollywood. Luis Sandrini seguía las pautas del humorismo de Eddie Cantor, tal como Libertad Lamarque las de Jeannette McDonald. Si Hollywood tenía mujeres bellas y enigmáticas como Greta Garbo o Marlene Dietrich, en Argentina se recurría a Mecha Ortiz. Si en México le encomendaban a María Félix los roles de mujer causante de la perdición de los hombres, en Argentina se contaba con Zully Moreno o Laura Hidalgo, que cumplían la misma función.
En 1933 los padres de la niña Shirley Temple firmaron un contrato con la 20th Century Fox, productora en la que permaneció hasta 1940, protagonizando docenas de películas del mismo tipo: ella era una niña huérfana, protegida por algún adulto sin hijos, a quien la niña conseguía pareja y se aseguraba un hogar sustituto. Ella fue la figura que produjo mayores ganancias en la industria de Hollywood. En torno a su figura de rizos dorados prosperó una serie de mercancías: publicaciones, alimentos, muñecas, ropas, accesorios, discos. Al llegar a la adolescencia, el encanto que ejercía sobre la audiencia desapareció. Temple se apartó del cine antes de cumplir veinte años. Convertida en madre de familia, se dedicó a la televisión, como conductora de series infantiles y posteriormente a la diplomacia (representando a los sectores más conservadores).
En 1922 Frances Gumm nació en el ámbito teatral donde se ganaban la vida sus padres. A los tres años formaba un trío con sus hermanas, conocido como The Gumm Sisters Kiddie Act. Al llegar la adolescencia, el trío se disolvió, Frances pasó a llamarse Judy Garland y comenzó una carrera de solista en Hollywood. En 1935 consiguió su primer contrato con la empresa Metro-Goldwin-Mayer. En 1938, a los dieciséis años, le asignaron el rol protagónico de Dorothy en El Mago de Oz, a pesar de que el estudio la consideraba fea (por una ligera escoliosis). El médico del estudio la alentó a ella (como a tantos otros actores infantiles contratados) a consumir anfetaminas y somníferos para sobrellevar las duras condiciones de trabajo que debían sobrellevar. Para Garland, el consumo de estimulantes se volvió adictivo y terminó por arruinar su vida profesional y privada, causándole la muerte.
Los niños del cine argentino de mediados del siglo XX, se apoyaban en paradigmas diferentes. No lograban competir con esos niños anglosajones tan profesionales como explotados. El personaje infantil que interpretaba Semillita (Juan Ricardo Bertelegui) en Orquesta de Señoritas (1941) era un adulto joven que usaba pantalones cortos para crear un personaje, siguiendo el modelo planteado en los años `30 por Harry Langdon en Hollywood. Semillita fue el nombre del personaje que marcó el escaso tiempo que la industria audiovisual le concedía para interesar a la audiencia y desaparecer.
Toscanito era el nombre artístico de Andrés Poggio, un actor joven que tuvo seis años de actividad en el cine (entre 1948 y 1954). Sus personajes eran siempre chicos de la calle, que dividían sus intereses entre el fútbol y las peleas a puñetazos. Al crecer, se quedó sin trabajo, tuvo problemas con la Ley, emigró y retornó a su patria, sin recuperar la carrera que lo había encumbrado.
Juan Carlos Barbieri debutó en el borde de la adolescencia, protagonizando El Tambor de Tacuarí. No le quedaba mucho tiempo para lograr la fama. Oscar Rovito, surgido en el radioteatro, pasó al cine en El Hijo del Crack y otros filmes de comienzos de los años `50. En Demasiado jóvenes, el filme que protagonizaba con la adolescente Bárbara Mugica, que años más tarde se convirtió en su esposa, eran la pareja perfecta: inexpertos, enamorados, tímidos. Con el tiempo, la relación se quebró. Ella continuó dedicándose a la actuación, mientras él derivó a la política.
Adrianita (Adriana Bianco) interpretó varias películas argentinas entre 1952 y 1958. Rubia, con ojos claros y trenzas, era la imagen perfecta de la hija (o sobrina o hermana) que cualquier espectador hubiera querido tener por entonces. A diferencia de lo que pasó con Brigitte Fossey en Francia, que había conmovido en Jeuxs Interdictes y fue adaptándose a personajes adultos, Arrianita, al crecer nunca se adecuó a las demandas muchas veces banales de una carrera actoral. Cuando estudiaba Letras en la Universidad de Buenos Aires, hizo un cortometraje con mi amigo Eduardo de Gregorio, que era su compañero de Facultad. Luego derivó al periodismo escrito y el televisivo. ¿Cómo volver atrás, cuando se carga el handicap de un pasado memorable?
Todavía me siguen reconociendo por la calle. Muchas veces me paran y me dicen: “Tu cara me suena de algún lado”. La televisión me usó. (Pedro Aragona
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Usar, desgastar y desechar, es el mecanismo de los medios. Gastón Bayti fue un niño que actuó en el filme argentino Un lugar en el mundo de Adolfo Aristarain. Seis años más tarde, como adulto joven, participó en Bajo bandera, el filme de Juan José Jusid y a partir de entonces no volvió a ser convocado como actor. Omar Lefosse hizo películas, series televisivas y publicidad, hasta resignarse a atender un kiosco de un barrio de Buenos Aires. En ese momento es redescubierto por la prensa, que lo transforma en demostración palpable de que los medios trituran a quienes exponen y lo sabio es permanecer lo más lejos posible de esa maquinaria.