miércoles, 3 de diciembre de 2014

Modernidad y agresión juvenil: ¿Quién mata al Maestro?



Hemos necesitado muchos años de indiferencia y estupidez, para hacernos tan ignorantes como somos hoy. (Charles Simic)

Escuela años `30
Cuando yo era chico, los maestros eran respetados. Poco importaba que no estuvieran muy bien preparados por apenas cinco años de estudios secundarios, siguiendo un esquema positivista que había sido impuesto por Sarmiento en el último tercio del siglo XIX, hallando la resistencia de los sectores más conservadores del país, ni que se limitaran a seguir la planificación enviada desde el Ministerio y las actividades preparadas por el equipo de la revista La Obra.
Ellos enseñaban hábitos de higiene (se fijaban si uno se había lavado las orejas por delante y por detrás, si se había limpiado las uñas) y coordinaban campañas de interés público, como la captura e incineración de bichos canasto y langostas en las que tuve la oportunidad de colaborar durante los años ´40. Ellos impartían los buenos modales, que en el trato familiar podían relajarse o ser ignorados. Ellos enseñaban a alimentarse correctamente y sin glotonería; a cuidar el mobiliario de la escuela que otros estudiantes habían rayado y manchado.
La sociedad argentina de mediados del siglo XX otorgaba credibilidad a los maestros de la escuela pública, les entregaba sus niños para que los formaran, tanto si ellos lo deseaban como si no demostraban mucho interés en aprender, y esperaba que en último caso los domaran, eliminaran las diferencias inocultables entre ellos, para que no regresaran “malcriados” (vale decir, inútiles socialmente, “chúcaros” decía mi padre) al seno de la familia que no se sentía capaz de formarlos integralmente.
Escuela argentina: niños uniformados
¿Se cumplían siempre estas expectativas? No siempre. Tampoco se esperaba tanto de la escuela: aprender a leer y escribir, cuatro operaciones aritméticas, memorizar un poco de Historia Nacional e Instrucción Cívica. Si esa demanda quedaba satisfecha, como debió haber sucedido a pesar de los recursos elementales que se ponían en juego, el maestro podía ser visto como un benefactor de la sociedad, casi un héroe civil, que la gente respetaba y recordaba con afecto por el resto de sus vidas.
La situación de hoy parece ser otra. Por un lado, las destrezas mínimas no deben ser fáciles de alcanzar, como indican los mensajes plagados de faltas de ortografía que publican los usuarios de Internet y los testimonios verbales ripiosos de gente de la calle que ofrecen los reportajes de la televisión.
En cuanto a la imagen del maestro y el clima emocional que reina en las aulas... Un profesor de Buenos Aires es envenenado por una estudiante de 12 años, que pone una preparación destinada a eliminar cucarachas, en presencia de una clase que tal como sucede en los videos de bullying escolar subidos a YouTube, no atina a reaccionar o se limita a ser espectadora de un hecho inhabitual, que podría entenderse como una broma o desafío, como la hazaña de alguien que trata de afirmar su rol de líder del grupo.
Escuela española años ´30: niño castigado
No se trata de un hecho aislado, sino de parte de una cadena de violencia escolar que se manifiesta en muchos lugares: una madre de Montevideo sujeta por el pelo a la maestra de su hijo, la tira al suelo, la abofetea, le quita varios dientes, todo por una observación de conducta que había recibido el niño y ella no acepta. Poco antes, tres profesoras fueron agredidas por una patota de estudiantes, padres y amigos, al intentar defender a otra estudiante golpeada por el grupo. Una madre y su hijo de Pergamino atacan a un maestro utilizando un palo y un cuchillo.
La desconfianza hacia el desempeño de los maestros puede justificarse. Rara vez se habla de su vocación de servicio. Durante los últimos años se ha conocido una serie de denuncias de abusos sexuales de docentes que tienen a menores de edad como víctimas. ¿Se trata de un fenómeno nuevo, sin duda gravísimo, que ha socavado rápidamente la autoridad de todo el sector en la conciencia de los padres?
Cuesta demostrar que en el pasado no hubiera situaciones parecidas, pero lo evidente es que no se mencionaba el tema, por pudor de los menores o nula disposición de la sociedad para sancionar a los responsables. Cabe argumentar que la misma visibilidad del abuso se da hoy en el seno de las familias y en instituciones tan respetadas como la Iglesia católica; por lo tanto, sería la sociedad en su conjunto la que ha decidido ver algo que antes prefería ignorar.
En España, durante 2013 y 2014, hubo más de tres mil docentes agredidos. En Chile se denuncian tres o cuatro casos por semana de agresiones a docentes. Una cuarta parte de los profesores de Madrid revelan haber sufrido algún tipo de violencia en su lugar de trabajo. Ellos no son las únicas víctimas. Los estudiantes se agreden unos a otros, dentro y fuera del recinto educativo, a veces con armas blancas que dejan heridos de cierta gravedad.

Vivimos en una sociedad con índices de violencia alto y la escuela no es una isla separada del entorno social y a veces padece de situaciones de vandalismo, de agresión, de robo. Pero la tónica general son comunidades educativas que respetan al maestro y a la institución escuela. (Héctor Florit, Director general del Consejo de Educación de Primaria de Uruguay)

Banksy: mural
Cuando en la actualidad se informa que en las escuelas públicas uruguayas se está gastando cinco veces más en seguridad que en provisión de material educativo, se indica la magnitud del problema y el deterioro que debe sufrir el aprendizaje. ¿Cómo esperar que los estudiantes respeten  a los docentes, o que los docentes trabajen sin demasiado estrés, cuando la escuela se ha convertido en un campo de batalla?
El desprestigio de los maestros parece tener un paralelo en el desprestigio del conocimiento. ¿Para qué esforzarse en estudiar, se preguntan los jóvenes, cuando se les insiste, desde las nuevas tecnologías de la comunicación, que sobran las alternativas de diversión, capaces también de suministrar la información de manera instantánea? Cualquier esfuerzo que se dedique al aprendizaje, se ha vuelto anacrónico, pasado de moda y hasta ideológicamente represivo.
En Argentina, durante el 2014, se ha denunciado un promedio de una agresión diaria a docentes, buena parte de ellas presenciadas por otros estudiantes. ¿Qué modelo de comportamiento suministran los agresores al resto de la comunidad educativa? Quizás los castiguen en ocasiones, pero con mayor frecuencia sus actos quedan impunes. En medio de tantos jóvenes desorientados, con problemas de comunicación y autoestima, ¿acaso los agresores no llegan a instaurarse como los nuevos héroes, que si no se imitan al menos se toleran y admiran?

Los padres solo tienen en cuenta la versión de sus hijos, desautorizan al maestro ante sus hijos. (Fernando Jiménez, Presidente de ANPE-Madrid)

Desde la Antigüedad viene la locución “matar al mensajero”, aludiendo a la reacción de aquellos que reciben malas noticias y la emprenden contra aquel que se las trajo, como si ellos hubieran originado la desgracia que comunican. Los maestros de hoy no pueden evitar ser portadores de malas nuevas: los niños se han vuelto incontrolables por falta de esquemas adecuados de autoridad en las familias, por la difusión al parecer indetenible de las drogas, por la sobreexposición a las redes sociales, también por las enormes falencias del sistema educativo.
Cuando esa situación queda al descubierto en las escuelas, tanto los estudiantes como sus padres no se sienten demasiado complacidos, ni están dispuestos a sacrificarse y encarar las causas. Probablemente hubieran preferido seguir ignorándolas. Se afirma que los padres proyectan sus propias frustraciones en los docentes y rechazan cualquier crítica que pueda efectuarse a sus hijos.
Tradicionalmente las clases podían ser rutinarias, aburridas o (en el mejor de los casos) estimulantes, productivas, pero de cualquier modo dependientes de la iniciativa del docente. En la actualidad eso ha cambiado, porque los estudiantes no se resignan a tolerar lo que no les gusta, aquello que requiere demasiado esfuerzo o desde el primer vistazo se les presenta como carente de sentido.
Los estudiantes conflictivos plantean mayores exigencias a los docentes, que no siempre se encuentran en capacidad de satisfacer. En la clase, reaparecen las carencias que provienen del entorno familiar, y deben coexistir con las de otros estudiantes, en recintos superpoblados. ¿Cómo atender a todos por igual, de acuerdo a las necesidades de cada uno? Gran parte del tiempo en que maestros y estudiantes se encuentran en contacto, está marcado por el rencor y la hostilidad. La reconvención de faltas de conducta ocupa el lugar que hubiera podido dedicarse al asesoramiento. Por lo tanto, no es raro que el aprendizaje se descuide.
Estudiantes de Magisterio años ´50
En el pasado, los maestros brindaban una imagen ideal del pasado, el presente y el futuro del mundo en el que se movían sus estudiantes. Les encomendaban una responsabilidad decisiva en la formación de los jóvenes. ¿Preparaban adecuadamente a sus estudiantes para encarar la vida práctica? ¿Inculcaban buenos hábitos de trabajo? ¿Infundían los principios morales aceptados por la mayoría? No es prudente afirmar que esto sucediera siempre.
Brindaban a la comunidad, en cambio, una imagen de homogeneidad social no demasiado acorde con la realidad, que lograba calmar las dudas que surgieran. En la escuela los menores estaban seguros, cuidados por gente digna de respeto (casi siempre mujeres que reiteraban los paradigmas maternales, a pesar de ser denominadas “señoritas”). En la escuela se aprendía en un ambiente de tolerancia, donde todos eran iguales, mientras que en la calle se tropezaba con trampas y se adquirían vicios.
En la actualidad cualquier intento simplificador parecido se ve contradicho de inmediato por el discurso de los medios que subrayan los conflictos, conocedores de la demanda emocional de una audiencia que se debate entre la curiosidad y la angustia.

¿Cómo transformar la escuela moderna, concebida hace trescientos años, en una institución que responda a las necesidades de un mundo globalizado, (…) de unos niños que sobre muchas cosas saben más que nosotros, de un mercado de trabajo flexibilizado, cuyas demandas formativas mutan constantemente? (…) ¿Cómo confiar en el sentido de lo que enseñamos, si las certezas científicas y la confianza ilustrada en el progreso indefinido del conocimiento están profundamente cuestionadas? (Flavia Terigi y Gabriela Diker: La formación de maestros y profesores: hoja de ruta)