¿Qué somos, qué es cada uno de
nosotros, sino una combinatoria de experiencias, de informaciones, de lecturas,
de imaginaciones? Cada vida es una enciclopedia, una biblioteca, un muestrario
de estilos donde todo se puede mezclar continuamente y reordenar de todas las
formas posibles. (Italo Calvino)
Franz Kafla |
La cultura clásica me intimidaba, por las enormes
dimensiones con que se anunciaba y la disparidad de contextos históricos que
exigía conocer. La colección de Clásicos de la Literatura Universal, con sus pequeños volúmenes ilustrados, intentaba hacerme
creer que a los doce años había leído ya La Ilíada, la Odisea, Edipo Rey, El
Cantar del Mío Cid, El Quijote, etc. entre otras obras fundamentales de la
Literatura, cuando solo me habían suministrado acceso a versiones resumidas,
que volvían innecesaria la consulta de los textos completos.
Eso alimentaba el efecto Selecciones del Reader´s Digest: puesto
que la editorial se encargaba de leer por mí un libro célebre, para ofrecerme
un cómodo sustituto (ersatz) del
original, me brindaba la oportunidad de convertirme en la peor clase de
ignorante que existe: la de aquellos que creen saber algo, aunque solo es por
encima, y de acuerdo a esa convicción ya no creen necesario intentar otro
acercamiento, en serio. Si tardé diez, quince y hasta cuarenta años en
reintentar la lectura frustrada, hubo casos (Mío Cid) en que la tarea quedó
postergada hasta mi próxima reencarnación.
Siempre supe que no me correspondía enorgullecerme de mis límites
imposibles de ocultar, ni de presentarme como una de las tantas víctimas de una
sociedad que esperaba de mí una actitud más conformista: me había tocado la
suerte de nacer en un rincón del mundo, en una época, en un sector de la
sociedad, que si bien no se me prohibía el acceso de la cultura, tampoco iba a
facilitármelo.
No necesitaba disculparme por las deficiencias de mi
formación básica: era lo que había conseguido y si bien se mira, no lo desaproveché.
¿Por qué debería avergonzarme de lo que obtuve, cuando me permitió organizar un
proceso de aprendizaje que insumiría años y años, en gran parte por mi cuenta y
riesgo, aunque partiera de bases tan endebles?
Robert Wiene: El gabinete del Dr. Caligari |
David W. Griffith: Intolerancia |
Por entonces me enteré de que cuarenta años antes, durante
la Primera Guerra Mundial, se habían producido Birth of a Nation e Intolerance,
según The Rise of the American Film de Lewis Jacob, un volumen en inglés, que a
alguien acostumbrado a las escuálido lecciones de Miss Austin y Miss Figueroa le
costaba leer. Probablemente debo haberlo encontrado también en los estantes de
la Biblioteca. El libro incluía fotogramas deslumbrantes, que avivaban mi deseo
de ver esas películas y otras, que no debía esperar que fueran proyectadas en
el Cine La Palma o el Plaza, mis únicas alternativas para acercarme al cine en
San Pedro. Cuando revisaba la página de espectáculos del diario La Nación o
escuchaba Diario del Cine, el programa de Chas de Cruz en radio Belgrano, sabía
que las películas que se estrenaban en Buenos Aires, tardarían no menos de un
año en exhibirse en mi ciudad.
Es lamentable que la gran
mayoría de los seres humanos nace como un ser original y muere como una copia.
(Carl Jung)
Frank Lloyd Wright: Casa Kauffman |
Me estaba permitido conocer la arquitectura de avanzada de
Frank Lloyd Wright y Le Corbusier, gracias a la colección de la revista Sur de
los años ´30. Debía resignarme a que la información estuviera desactualizada,
porque ¿acaso hubiera encontrado en mi ciudad estímulos parecidos? Hoy sigo sin haber recorrido la casa Kaufmann
como deseaba entonces, pero desde mi escritorio me está permitido acercarme desde
el aire, utilizando los mapas de Google; he llegado a recorrerla virtualmente,
con el auxilio de un video de You Tube. Descubierta a los diecisiete o
dieciocho años, cuando todavía soñaba con estudiar Arquitectura, la casa era
mostrada a través de unas pocas fotos en blanco y negro, situación que
resultaba una tortura. Yo quería mucho más, la experiencia de la cosa real, y algo
así no iba a conseguirlo.
Tarde o temprano, el ersatz
dejaba en evidencia sus límites odiosos. Más de lo que el medio había dispuesto
conceder a quienes participaban en el juego, no había. Eso, a todas luces
insuficiente, era todo lo que obtendría, porque la experiencia de lo real se
encontraba reservada a quienes estaban en condiciones de pagarla, que eran tan
pocos a mediados del siglo XX, como habían sido en el Medioevo o la Antigüedad.
Nuestra única diferencia, aquello que podíamos considerar una ventaja de la
modernidad, era que se nos invitaba a ser espectadores de un esplendor distante
y ajeno.
Leopold Stokowski en Fantasía (Walt Disney) |
Entré en contacto con la música de Bach y Beethoven, gracias
a los Conciertos del Sábado que programaba Julio Gallino Rivero en Radio Excelsior
y los maltratados álbumes de discos de
78 rpm de mi tía Elvira, que ofrecían las discutibles transcripciones de Leopold
Stokowski. Ahora sé que puede ser considerada una traición que una Tocata y Fuga
en Re menor de Bach suene como si fuera otra pieza de Musorgski (tampoco el
auténtico Musorgski, sino aquel que había sido retocado primero por Rimsky-Korsakov
y luego por el mismo Stokowski).
Si Beethoven hubiera nacido en
Tacuarembó, hubiera llegado a ser director de banda. (Eduardo Galeano)
La cadena de sustitutos de los grandes hitos culturales que
hallé en mi adolescencia, filtraba, edulcoraba y terminaba por desvirtuar todo
lo que había caído bajo su control, pero en ese momento yo no estaba en
condiciones de darme cuenta, ni tenía demasiadas posibilidades de recurrir a
algo mejor. Gracias al contacto con el ersatz,
pero también a pesar de la inadecuación del ersatz, me sería dado alcanzar alguna vez a la experiencia de lo
auténtico, o lo que todavía era más desalentador, podría quedarme
definitivamente a medio camino: ni tan ignorante, ni bien informado.
Haber nacido en una ciudad provinciana, promediado el siglo
XX, me aseguraba cierto contacto espurio con la Cultura, que hubiera sido
impensable pocos antes, pero a la vez planteaba un peligro nuevo: que armara
una cultura de sustitutos.
Lata de dulce |
Pablo Picasso: Les demoiselles d¨Avignon |
Hacia el fin de mi adolescencia, me familiaricé con las
artes plásticas del Renacimiento y el mundo contemporáneo, a través de los
grabados en colores de los libros editados por Skira, que atesoraba Pablo M.,
un amigo de más edad y mayores recursos que los míos. ¡Deslumbrantes láminas
adheridas a las hojas de grueso papel! Gracias a esas láminas, la reproducción
de una pequeña figura de Klee podía tener un tamaño parecido a la reproducción
de la enorme Les demoiselles d´Avignon de Picasso. Aunque al pie de cada lámina
figurara el tamaño de cada obra, no creo haber reparado en eso, y de hacerlo,
de todos modos la experiencia del tamaño me resultaba ajena.
En el libro, el fondo de Le grand verre de Duchamp, una
pintura transparente, era un muro blanco, neutro, no el resto de la sala donde
se encuentra expuesto. Los nenúfares de Monet eran puestos cerca unos de otros,
en lugar de ocupar una sala oval que rodea por tres de los lados al observador.
En cuanto a la textura de una obra de Goya o Matisse, pasaba desapercibida en
una lámina, que aparecía siempre impresa en papel brillante.
George Gamow |
Nada de lo que había disfrutado era lo auténtico, y yo no
hubiera debido ignorarlo, pero ¿cómo concebir la experiencia directa cuando
solo se tiene la experiencia de los sustitutos? George Gamow planteaba en Un,
dos, tres… Infinito, un libro de mi primo Carlos N. que leí por entonces, la dificultad
que hubieran encontrado los habitantes de un mundo bidimensional que intentaran
imaginar algo para nosotros tan familiar como el universo tridimensional.
Hipotetizar algo parecido, solo era posible mediante un esfuerzo que desafiaba
la razón; tener la experiencia era otra cosa.
En la época de la reproducción
técnica de la obra de arte, lo que se atrofia es el aura de ésta. El proceso es
sistemático; su significación señala por encima del ámbito artístico. Conforme
a una formulación general, la técnica reproductiva desvincula lo reproducido
del ámbito de la tradición. (Walter Benjamin: La obra de arte en la época de su
reproductibilidad técnica)
Yo no podía haber leído por entonces los ensayos de Albert
Bandura (fueron publicados una generación más tarde). Sin ese auxilio
fundamental, no era capaz de sistematizar las diferencias que pueden darse entre
la experiencia directa de la Gran Cultura y el ersatz, los sustitutos insuficientes que el azar ponía a mi
alcance. Todo lo que podía obtener era una experiencia vicaria, gracias a los
relatos de otras personas y la mediación de instituciones que me correspondía
aceptar como modelos válidos, en un proceso que facilitaba el filtrado, la
deformación, la interferencia, el debilitamiento de los objetos culturales.
No podía sentirme demasiado satisfecho, pero al mismo tiempo,
si quedaba librado a mis propias fuerzas, no conseguiría ir más allá. Supongo que
a partir de esa insatisfacción surgió el impulso de estudiar, de viajar y
conocer lo que interesaba por mí mismo. Esa había sido la decisión de mi abuelo
paterno, puesta en práctica en sus años juveniles, que sus hijos dejaron de
lado.
¿Qué valor tiene toda la
cultura, cuando la experiencia no nos conecta con ella? (Walter Benjamin)