martes, 5 de enero de 2016

Memoria y Mito de las familias numerosas


Familia numerosa años `30
En la actualidad, la tasa de nacimientos de la Provincia de Buenos Aires es de 1,9 hijos por cada mujer. En otras palabras, la población tiende a disminuir con el tiempo, puesto que dos personas no llegan a engendrar dos. Afortunadamente para el equilibrio demográfico, hay otras provincias del norte que presentan un porcentaje mayor de natalidad, por lo que Argentina no parece estar en riesgo de reducir su población, tal como está sucediendo en Europa y Japón desde hace años. Gracias al conocimiento de los métodos anticonceptivos y la creciente incorporación de las mujeres al trabajo fuera del hogar, las familias numerosas se han vuelto cada vez menos frecuentes.

Los que no tienen hijos ignoran muchos placeres, pero también se evitan muchos dolores. (Honoré de Balzac)

Madre adolescente
La gente considera que no hay en el mundo actual espacio para demasiados hijos, si se pretende criarlos de manera responsable. Los hijos esperan (y reclaman) hoy un trato privilegiado, que en el pasado no se imaginaba siquiera. No es extraño que nazcan de padres adolescentes que no alcanzan a identificar sus obligaciones, y de personas muy pobres y desinformadas, que los consideran una fatalidad y no atinan a evitarlos.
Las familias numerosas han pasado a ser el emblema de la clase alta (ellos pueden darse ese lujo, como tantos otros que suelen serle negados al común de la gente) y el catolicismo tradicional (para quienes la contención de los impulsos sexuales y el improbable método Ogino-Knaus desde los años ´30, son las única formas de eludir la reproducción indiscriminada). Si ellos traen al mundo una familia numerosa, es también porque cuentan con el personal que se ocupa de las tareas pesadas y rutinarias de la crianza, dejándoles la satisfacción de exhibirlos como signo de su prosperidad.
En los sectores populares, tener muchos hijos, por buscarlos, sino por no tomar en cuenta ningún método anticonceptivo, indica tradicionalmente la percepción que la mujer tiene de su propio cuerpo. Embarazarse y parir no suelen ser motivos de orgullo para muchas, sino parte fundamental de la desgracia de haber nacido mujer. Cuando se ha nacido con ese sexo, se supone que no es para disfrutarlo.
En cuanto al hombre de los sectores populares, engendrar la mayor cantidad de hijos, con una mujer o con varias en forma paralela, da testimonio incontrovertible de su virilidad. Él controla a esas mujeres, las preña, podría repoblar el planeta si el resto de los hombres hubiera desaparecido. ¿Cómo poner en duda eso, que otorga sentido a su vida, incurriendo en la torpeza de utilizar preservativos?
La fertilidad de la Naturaleza se presenta habitualmente como un fenómeno digno de admiración, mezclado con no poco temor. ¿Cómo detenerla, para que no aplaste a quienes andan cerca? La imagen de los quíntuples Diligenti, nacidos en Argentina en 1943, como antes la imagen de las quíntuples Dionne en Canadá, nacidas en 1934, planteaba más de un interrogante a los contemporáneos.
Quíntuples Dionne
¿Cómo se lograba organizar la vida de los adultos que los habían engendrado y pasaban a ser dependientes de sus engendros? ¿Cómo sería para los niños crecer entre tantos hermanos, con los cuales se volvía inevitable compartir los juegos y las ropas, que se acompañaban y prestaban auxilio en los malos momentos, pero que también disputaban los juguetes, las golosinas, la atención de los padres y hasta la comida?
Crecer con una hermana dos años menor y obtener una segunda hermana diez años más tarde, planteaba en mi caso limitaciones que no podía superar. La diferencia de género establecía muy pronto una barrera entre los niños y las niñas. Nos vestían y hablaban distinto, nos ofrecían distintas oportunidades, nos exigían distintas respuestas. Todo estaba organizado para que unos y otros siguiéramos caminos separados de formación intelectual, de juegos, de vestuario.
Podíamos ayudarnos en situaciones difíciles, pero vivíamos experiencias paralelas, y al menos en mi caso, yo estaba solo, hasta que llegaron mis primos y los amigos del barrio, entre los cuales adultos animados por la buena voluntad de escuchar a un chico, convertidos en compañeros de juegos e investigación, a pesar de la diferencia de edad.
Quítuples Diligenti
Compartir la vida cotidiana con varios hermanos era una experiencia que se fue volviendo cada vez más rara, a mediados del siglo XX. La familia de los Diligenti, contaba la prensa, consumían 50 litros de leche por semana. ¿Cómo se organizaba ese grupo humano en las circunstancias cotidianas, para no hundirse en el desorden y enfermar de estrés a los adultos? ¿Cuánta ropa había que lavar y planchar? ¿Cuántos platos de comida había que llenar y luego lavar? En esa familia había ya tres hijos y los padres, temerosos de que se duplicara el interés incontrolable que habían despertado las Dionne, se encargaron de ocultar la existencia de los recién llegados. Para eso, los anotaron al nacer en distintas sedes del Registro Civil y luego los inscribieron en distintos colegios y más tarde los mandaron a distintos países. La familia numerosa había dejado de ser el ideal de las parejas que se amaban, para convertirse en una curiosidad circense.

El lugar donde nacen los niños y mueren los hombres, donde la libertad y el amor florecen, no es una oficina, ni un comercio, ni una fábrica. Ahí veo yo la importancia de la familia. (G,K. Chesterton)

En la escuela primaria se nos repetía mecánicamente que la familia era la célula básica de la sociedad, tal como se nos informaba que los mamíferos se reproducían por yuxtaposición. No era cosa de dar muchas explicaciones, porque los docentes se hubieran encontrado en apuros; tampoco de que nosotros, los estudiantes, solicitáramos aclaraciones, porque no las obtendríamos. ¿Qué pasaba cuando la experiencia nos ponía delante de familias disfuncionales? ¿Qué respuesta dar a los complejos interrogantes del sexo? Sobre las ideas más simples y dogmáticas, se basaba gran parte de la concepción del mundo que transmitía la escuela. Si la realidad planteaba complejidades que no habían sido consideradas, uno tenía que arreglárselas como pudiera.
Cuando veíamos una familia representada en los libros escolares o en las revistas infantiles, había siempre un laborioso papá, una amorosa mamá y al menos un par de hijos ejemplares, según el ejemplo de Marta y Jorge, el texto de Constancio C. Vigil publicado en 1927, que se ofrecía como un modelo de existencia deseable para cualquiera. No se trataba de un proyecto demasiado ambicioso por entonces: dos hijos, uno de cada género (¡el casalito!) como si se tratara de completar una colección modesta de figuras decorativas. El hecho de que se plantearan dos hijos y no media docena, indica que a mediados del siglo XX, la familia argentina se veía controlando drásticamente la natalidad.
A comienzos del siglo XXI, se nos dice, el modelo tradicional de familia, conformado por padre, madre e hijos, pasó del 65% al 37%. Ahora predominan otras modalidades, de las cuales antes nada se decía: familias monoparentales, con un padre o una madre y los hijos, restos del naufragio de una estructura tradicional; o familias ensambladas, con un padre y una madre que aportan los hijos tenidos en relaciones anteriores.
Mi madre tenía nueve hermanos, algunos mayores que ella, otros menores, con quienes ella mantuvo a lo largo de toda su vida, una estrecha relación de confianza y afecto, que derivó en la existencia de un eficiente grupo de apoyo para nosotros, sus tres hijos, cuando intentamos superar las carencias emocionales de mi padre, que no estaba preparado para serlo. Si era difícil dialogar con él, justo cuando más lo necesitábamos, no lo era intentarlo con los tíos, que nos enseñaban a andar en bicicleta, nos armaban barriletes, nos leían las historietas que todavía no éramos capaces de descifrar, nos inventaban apodos que nadie más que ellos empleaban o nos ayudaban a organizar las fogatas anuales de San Juan, en las que se consumían desechos y se daba salida a emociones reprimidas.

Aserrín, aserrán, los maderos de san Juan /  Piden pan, no les dan / Piden  queso, les dan hueso / y les cortan el pescuezo. (Anónimo: ronda infantil)

Ahí había una familia (sustituta), con su diversidad y semejanzas, probablemente porque se trataba de diez hermanos que habían debido apoyarse unos a otros para sobrevivir. Los hombres salían a trabajar como dependiente, matarife, herrero, y traían dinero a la casa, las mujeres se encargaban de las complejidades de la economía doméstica. Si en esas condiciones tan precarias no surge la solidaridad y no se desarrolla el ingenio, la miseria no tarda en imponerse.
Mi madre había quedado huérfana a los veinte años, en una rápida sucesión de desgracias que se llevaron a sus padres, apenas un año antes de su casamiento. Los hermanos mayores quedaron a cargo de los menores, que deben haber tenido cinco y diez años por entonces. Había críticas entre ellos (sobre todo de parte de las mujeres hacia los hombres y viceversa) pero también alianzas y defensas ante los adversarios externos.
Mi tío Juan, que permaneció soltero toda su vida, era un admirable negociador, que nunca perdía la paciencia. Cuando se presentaban problemas en la existencia de cualquier miembro del grupo, él era convocado para evaluarlos y resolverlos.  Su voz era la del sentido común y la razón. Cuando mi madre se sintió defraudada por el matrimonio, me enteré muchos años más tarde, él le advirtió que debía resignarse y asumir sus compromisos. Por eso, supongo, alguna vez oí a mi tía Rosa decir que mi tío Juan hacía diferencias entre sus hermanos. No sé a quiénes privilegiaba, pero mi madre no estaba entre ellos.

Cuando los padres lo han construido todo, a los hijos solo les queda derrumbarlo. (Karl Kraus)

Mi padre era el primer hijo varón y el tercero de los cuatro hermanos nacidos en la misma casa donde yo nací. Las dos mujeres llegaron primero y eran figuras opuestas, a pesar de la buena relación que hubo entre ambas, durante el resto de sus vidas. Mientras mi tía Elvira había estudiado Magisterio, se casó, fue madre y se dedicó a su profesión de maestra y Directora, mi tía Matilde permaneció soltera hasta la madurez, no llegó a estudiar ninguna carrera, exploró diferentes artes, desarrolló una neurosis que la condujo a un cruel tratamiento siquiátrico de la época y fue la rebelde de la familia, capaz de enfrentar y defraudar sistemáticamente a mi temido abuelo.
Los dos hijos varones llegaron más tarde y en diversas ocasiones decepcionaron a mi abuelo. Él esperaba que continuaran la tradición del comercio de la familia. Mi padre no pudo eludir el mandato y solo se atrevió a desafiar la generosidad de su padre, cinco años después de su muerte, cuando liquidó el comercio de sus mayores, establecido casi un siglo antes y se trasladó a otra ciudad, para dedicarse a la hotelería, como si necesitara estar cerca de los hermanos con quienes realmente no se entendía, para demostrarles que no era inferior a ellos, en la misma actividad que ellos explotaban.
Quizás el tamaño de las familias y el dinero disponible no sean los factores que deciden la crianza adecuada o inadecuada que reciben los hijos. Había (hay) algo bastante más complejo, los lazos de afectos que se crean o dejan de crearse entre aquellos que conviven y no siempre se toleran; que aprenden a convivir o compiten ferozmente con aquellos que tienen cerca. Donde hay apego, todo se resuelve mediante la solidaridad y la compañía: donde no lo hay, el rencor y el aburrimiento prosperan.

Los padres deberían darse cuenta de cuánto aburren a sus hijos. (George Bernard Shaw)

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