martes, 27 de enero de 2015

Los niños en el aprendizaje (y hasta el disfrute) del asco


Calumnie, pero sin faltar / traicione con elegancia / perfume su repugnancia / con exquisita urbanidad. (Joan Manuel Serrat: Lecciones de urbanidad)

Durante la infancia fui entrenándome en la experiencia del asco (y probablemente heredando al mismo tiempo las repulsiones manifestadas por los adultos que tenía cerca). La nata de la leche, por ejemplo, era repugnante, no sé por qué y había que eliminarla cuidadosamente con una cuchara, de la taza del desayuno o la merienda, para que no se pegara en el paladar. Un rechazo parecido provocaba la sopa de avena (pegajosa) y las cebollas hervidas (resbaladizas) del puchero, porque de tragar eso contra mi voluntad, que hubiera sido apartar el plata o la taza, el próximo paso podía ser el vómito.
Pensar en texturas resbaladizas en mi garganta, bastaba para generarme arcadas. Cuando me pregunto por qué, no encuentro ninguna respuesta plausible, pero me consta que estos rechazos tardaron años en desaparecer por sí solos, una circunstancia de la que me felicito, porque conocí a gente que al madurar continuaba acumulando ascos inexplicables, como si se tratara de una colección exquisita, que necesitaban revisar a cada rato y convertía en un tormento su vida cotidiana.
Causaba asco ver que un vagabundo que pasaba por la calle se sonara las narices con los dedos. Molestaba, aunque no en la misma medida, que Ali, el tendero, se sentara a tomar fresco en la puerta de su casa y se hurgara los dedos del pie. Quería ver y no ver que uno de mis tíos hundiera un cuchillo en la garganta de un cerdo, durante la matanza anual que dejaba una sabrosa herencia de morcillas, chorizos, jamón y panceta.
La existencia de una escala de lo desagradable, permitía efectuar transacciones: esto puede ser aceptado con restricciones, esto no; mientras no se alcanzara cierto nivel de repulsión, todo se encontraba bajo control. Pasado ese límite, ya no podía sentirme dueño de mis actos y la incertidumbre en la que quedaba sumido aterrorizaba.
Daban asco los invisibles piojos de los compañeritos de escuela o que se metieran un dedo en la nariz, pero en el trato habitual esos datos dejaban de importar. Asqueaba el pus de los forúnculos, que una vez drenado no dejaba huella en la piel y no tardaba en borrarse de la memoria. Desagradable, en cambio, era el compañero del colegio secundario, probablemente víctima de un acné juvenil que se renovaba. Durante años desconfié de la escupidera de bronce pulido de la peluquería de hombres que visitaba todos los meses. Nunca vi que la utilizaran y parecía muy limpia, o al menos olía a desinfectante. Bastaba imaginar para qué estaba allí, para la repugnancia se impusiera.
Los sapos causaban asco. En invierno permanecían lejos, refugiados en la humedad de los zanjones de mi barrio, pero al llegar el verano, durante las noches, atraídos por la luz, se acercaban al patio o la galería donde cenaba la familia. Tanto disgustaban, que las mujeres los espantaban con escobas y los hombres podían arrojarles brasas o cigarrillos encendidos, que para su perdición ellos tragaban, convencidos de que se trataba de luciérnagas. Años más tarde, con más esfuerzo que placer, consumí las ancas de rana que la madre de un amigo había preparado especialmente para nosotros y hubiera sido descortés rechazar.
Las cucarachas que aparecían detrás o debajo de un mueble que no se movía nunca, daban asco, lo mismo que las arañas de los rincones, las invisibles serpientes (su solo nombre causaba escalofríos) las comadrejas que devoraban los huevos de las gallinas y los ratones que corrían en medio de la noche por el cielo raso y masticaban Dios sabe qué y hubieran podido caer encima de los durmientes. Por lo tanto, no convenía preocuparse de analizar demasiado el rechazo que provocaban esas presencias furtivas, porque lo urgente era eliminar a cualquier sabandija, una reacción que daba la respuesta más satisfactoria al asco.
Cuando uno comía, daba asco descubrir un  pelo en la sopa y tampoco era muy agradable encontrar los pañales de la hermana menor en la batea de mi madre, que tendría que lavarlos (porque los desechables no se habían inventado aún) y no podía darse el lujo de tener asco. Ella no esquivaba ninguna de las tareas que estaba a su cargo, tanto si le agradaban como si no.

El rechazo o asco no es una forma de renuncia al objeto, sino una fuerte vinculación con él. (Carlos Castilla del Pino: Teoría de los sentimientos)

Expresar el asco, a diferencia de lo que pasa con otros sentimientos, no requiere demasiado esfuerzo de parte de aquel que lo experimenta. Se trata de reacciones rápidas, a veces ni siquiera verbales. Si alguien vomita en presencia de otros, puede contagiar de inmediato esa respuesta a quienes se encuentran cerca. Los estudiantes de Medicina son obligados a presenciar una autopsia en el comienzo de su carrera, para determinar quienes son capaces de controlar el asco y avanzar en el aprendizaje de una disciplina que exige el contacto con los aspectos más repulsivos del cuerpo humano, y quiénes sucumben a la prueba. Los demasiado sensibles deben retirarse.
Los niños juegan sin prevenciones con excrementos y basura, hasta que los adultos no les enseñan que deben evitarlo.  Los padres que no controlan su repugnancia ante la baba, el vómito y cualquier descontrol de esfínteres de sus hijos, dejan una huella perdurable en su memoria. Bajo ciertas circunstancias, ellos pueden resultar asquerosos, les informan con palabras o gestos, mientras los niños pretendían ser amados y celebrados precisamente por eso que sus cuerpos han producido y ellos consideran precioso.

Hay muchos niños a los que les gusta sentir asco y hay toda una industria que fabrica juguetes asquerosos, con olores desagradables para niños. Y también hay adultos a los que les gusta sentir asco. (Paul Ekman)

Sentirse atraído por algo que habitualmente disgusta, no es una experiencia tan rara, pero en cualquier caso se trata de una contradicción que desconcierta a quienes la experimentan. Algunos reaccionan mal, no consiguen reconciliarse del todo con aquello que hasta poco antes rechazaban. Otros se acostumbran a esa dualidad, que agrega un disfrute más complejo a la vida. Otros aceptan en secreto lo que socialmente se rechaza, y al mismo tiempo se sienten culpables de cometer una infracción, que los marcaría si llegara a trascender.

Lo asqueroso no solo provoca rechazo y aversión, sino también fascinación y atracción, el tipo de fascinación que llamamos morbo. (Adriana Gil Juárez: El asco desde la mira psico-social: emociones y control social)

El disfrute del morbo nace de la posibilidad de ponerse a distancia del asco y observar una realidad que se señala como ajena en un plano físico o valórico. La situación que disgusta, conmueve pero a la vez no involucra tanto al observador, que le impida organizar al menos un discurso encargado de expresar sus sentimientos. En todo caso, cuando se menciona la repulsión, lo más probable es que se simplifique la descripción de una experiencia bastante más compleja donde el espectador se encuentra involucrado y no llega a entender.
De acuerdo a la opinión más frecuente, la intimidad del parentesco suprime el asco. Una madre no puede abandonarse a la repugnancia que le producen las deyecciones de sus hijos (en todo caso, no lo confiesa), porque dañaría el apego que fundamenta la relación entre ellos.
En la actividad sexual, que pone en juego el disfrute de las partes más sucias del cuerpo humano, la barrera entre lo que disgusta y lo que atrae suele borrarse o invertirse durante el juego. De acuerdo a la observación de Bataille, aquello que más atrae se encuentra demasiado cerca de lo que habitualmente repugna.

Existe una fascinación infantil y adolescente hacia el asco. En el caso de los niños, se manifiesta en la vida diaria ante el interés por las heces, escarabajos, mocos, etc. Y también, de manera indirecta en la publicación de libros infantiles sobre el tema. En el caso de los adolescentes, se manifiesta en el interés que muestran en navegar por internet a la búsqueda de imágenes repugnantes que compartir con los amigos, así como en la existencia de páginas web y grupos de discusión que ofrecen justamente este servicio. Y por supuesto, en la existencia de todo un género cinematográfico de lo asqueroso, el gore, y en las muertes escabrosas de los video juegos. En todos estos casos, el asco no deja de ser un dato político, dado que la fascinación por el asco no puede sino provenir de (…) un viaje a los límites de nuestro orden social. (Adriana Gil Juárez: El asco desde la mira psico-social: emociones y control social)

Cuando yo era chico, la palabra bulimia no era conocida. No puedo asegurar que nadie incurriera en esa práctica, porque suena demasiado improbable, pero socialmente no se tomaba en cuenta que algunas personas vomitaran para no aumentar de peso (o lo que todavía es más perverso, para continuar disfrutando el placer de comer). Cuando sucedía, por lo que fuera, se lo consideraba un trámite humillante, que se apartaba de la mente lo antes posible.
Que el vómito, las heces y otras circunstancias desagradables pasaran a convertirse en un recurso más de los medios, exigió casi dos generaciones, durante las cuales la industria cultural fue agotando el repertorio tradicional de personajes y conflictos, que explotaba desde el siglo XIX. Los niños encantadores de la época victoriana, mostrados casi siempre en el rol de víctimas indefensas, con quienes cualquiera podía identificarse, fueron agotando su atractivo, y en su lugar aparecieron figuras grotescas, que exaltaban el disfrute del asco.  
Gracias a las tarjetas de Garbage Pail Kids (Basuritas)  publicadas a mediados de los años ´80, el asco que podían experimentar los niños en su relación con otros niños, pasó a convertirse en una serie imágenes que se presentan como divertidas, incluso cuando muestran torturas, y pueden coleccionarse en álbumes. 
Puesto que hay espacio para tantas formas de causar asco, utilizadas por los niños para rebelarse contra los criterios de los adultos respecto de qué es correcto y qué no, ¿por qué no explorarlas todas?  En apenas tres años, fueron diseñadas y publicadas 1200 tarjetas distintas. Las quejas de los educadores que las evaluaron como degradantes para los niños, a la vez protagonistas y consumidores adictos, no impidió que se convirtieran en un rentable negocio multinacional durante tres años. La experiencia estimuló las expectativas de los productores, alentándolos a explorar otros medios. La exhibición de una película que utilizaba el tema, derivó en un fracaso comercial. La serie animada de televisión, no llegó a ser presentada en los EEUU.
Jugar con el asco podía resultar un pasatiempo para que los niños sociabilizaran, al mostrarse las tarjetas unos a otros e intercambiarlas para completar el álbum, pero de ahí a convertir a esos personajes repulsivos en protagonistas de un espectáculo audiovisual, había una gran distancia. En la pantalla, la broma carente de desarrollo se volvía tediosa. Con la comedia del asco podía jugarse un rato, pero pronto perdía todo interés.

domingo, 11 de enero de 2015

Eugenesia, discriminación y exterminio durante el siglo XX


Espiral ADN
Lo que la naturaleza hace a ciegas, despacio y sin piedad, el hombre puede hacerlo prudente, rápida y amablemente. (Francis Galton)
En mi barrio, a mediados del siglo XX, ser feo o tener la piel un poco más oscura que lo habitual, no le impedía a nadie inscribirse en la escuela pública, ni comprar en los mismos comercios, ni concurrir a los mismos bailes, pero no dejaba de constituir una desventaja. Los compañeros de clase y amigos les endilgaban sobrenombres que no siempre causaban mucha gracia a los aludidos (eran el Negro, el Chino, el Turco, el Ruso, el Gallego, el Indio).
Cuando se sabía que habían llegado las caravanas de gitanos, se cerraban las puertas de las casas, se ponían a salvo las gallinas, se advertía a las chicas casaderas que no hablaran con extraños y se impedía que los niños jugaran en la calle. Mencionar la discriminación puede parecer excesivo, pero los comerciantes nunca les hubieran otorgado crédito y las potenciales parejas de baile se habrían excusado de aceptar invitaciones que permitieran un contacto más estrecho con los desconocidos.
Caravana de gitanos
A veces bastaba un pie equino o un labio leporino para quedar desfavorablemente marcado. Ser nuevo en el barrio, tener un apellido difícil de pronunciar, o encontrarse lejos del ideal físico dominante en la sociedad, derivaba en exclusiones inapelables para aquellos que no coincidieran con el estándar.
Los seres humanos aplican desde épocas inmemoriales normas empíricas de selección genética, que han permitido la mejora substancial de los vegetales y animales domésticos. El trigo, tal como lo conocemos hoy, surgió hace ocho mil años, a partir de la alteración de una gramínea menos útil apta la alimentación.  Una fruta como el pomelo es un híbrido de la naranja y pampelmusa, desarrollado por la intervención humana. Las mulas nacen de la cruza organizada de una yegua y un burro.
Yunta de bueyes
Cuando se trata de padrillos o toros, los reproductores son librados de otra tarea que no sea esa, placentera para ellos y útil para sus propietarios, mientras que los machos restantes, destinados al destino de bestias de carga, son castrados.
Cuando se observan los éxitos logrados en la crianza de aves de corral, perros, cerdos y conejos, surge la tentación: ¿por qué no aplicar esas mismas técnicas a la reproducción de la humanidad? ¿Acaso uno está conforme con la fealdad y los defectos físicos, las enfermedades hereditarias y el mal comportamiento social? Siempre existe la alternativa de resignarse y dejar que el mundo sea tal como era hasta la fecha. Probablemente eso viene ocurriendo desde el comienzo de los tiempos, con lo que se han desperdiciado oportunidades y energías en un proceso que no se entiende ni controla. Esa alternativa impacienta o indigna a muchos.

Los hombres son generalmente más cuidadosos de la clase de sus caballos y perros, que de sus hijos. (William Penn: Some fruits of solitude)

Pareja años '20 siglo XX
Cuando un hombre y una mujer arman una pareja, cualquiera deduce que lo hacen porque al menos una de las partes se siente atraída por la otra. En el mejor de los casos, la atracción será compartida por ambos, pero también puede ocurrir que lo hagan por obligación, dando cumplimiento a compromisos establecidos con la comunidad: ellos deben reproducirse, aunque les desagrade hacerlo con esa otra persona.
En la Antigüedad, los niños nacidos con defectos físicos evidentes, eran abandonados fuera de los límites de las ciudades, para que el clima adverso o los perros con hambre se encargaran de ellos. No era una medida excepcional, asumida por parientes crueles, que podían a ser castigados por adoptarla, sino las normas habituales de la sociedad, quizás no promovidas oficialmente, pero tampoco condenadas.
Platón proponía introducir las decisiones del Estado en un proceso que parece tan difícil de controlar, como el de la atracción sexual que conduce a la reproducción.

Que los mejores cohabiten con las mejores, tantas veces como sea posible, y los peores con las peores. (Platón: La República)

Pareja con Sindrome de Down
En las familias de mis abuelas habían nacido una generación antes de que yo llegara al mundo un par de hijos con Síndrome de Down, situación que en los diálogos de los adultos (se suponía los niños no debíamos oír esas cosas) se atribuía a matrimonios de consanguíneos, permitidos por la Ley, aunque desaconsejados por la Iglesia. No creo que nadie tuviera la menor idea respecto de las Leyes de Mendel, pero se recordaban historias que sin alcanzar el nivel mítico del niño con cola de cerdo de Cien Años de Soledad, causaban horror y desalentaban cualquier intento de repetir el desafío.
Tener como parientes a parejas de primos hermanos no era nada raro por entonces, en el ambiente rural, poblado por gente atada al trabajo de la tierra, dependiente de la autoridad paternal, que disponían de escasas oportunidades para apartarse de la familia, cuando llegaban a la etapa de buscar con quien casarse. La institución de la casamentera, todavía activa en el mundo islámico y judío, que se encargaba de ampliar el radio de la búsqueda de parejas compatibles, se había perdido en el mundo cristiano.
Desde las últimas décadas del siglo XIX, Francis Galton diferenciaba a los seres humanos entre aquellos aptos para reproducirse y los menos aptos, cuyos intentos debían ser desalentados por las instituciones. Charles Darwin planteaba la selección de los más aptos como uno de los mecanismos fundamentales de la conservación de la vida (el resto, podía quedarse en el camino, como intentos fallidos que en buena hora se descontinuaban).
La Eugenesia era una ciencia en desarrollo, controvertida, pero de todos modos respetada. Figuras progresistas en lo político, como el dramaturgo George Bernard Shaw o Margaret Sanger, la activista del feminismo, la defendían sin restricciones. En Intelectuales argentinos como Joaquín V. González y José Ingenieros compartieron la idea de que la inmigración selectiva (que incluyera “las mejores razas europeas”) lograría cambiar el perfil del país, introduciendo hábitos de trabajo, ahorro, que no estaban demasiado afianzados entre los nativos.
Todo esto no suena demasiado progresista desde la actualidad. González planteaba regular los matrimonios, impidiendo que se consumaran entre enfermos de males transmisibles, llegando a esterilizar a los portadores de rasgos indeseables, para evitar la degeneración de las familias.
El aborto eugenésico (por inviabilidad del feto) y el terapéutico (aquel que intenta salvar la vida de la madre) fueron incluidos en el Código Penal de 1922. A pesar de lo anterior, ni la violación ni el incesto quedaban incluidos como justificativos para la interrupción legal del embarazo. El trámite era confiado a los conocimientos empíricos y la discreción de las comadronas, cuando no era practicado por otras mujeres de la familia, utilizando procedimientos inseguros y clandestinos.
La educación eugenésica conservadora se apoyaba en el temor a las enfermedades sexuales, no en la Higiene, ni en el uso de preservativos. Podía haber sexo, siempre y cuando diera dentro del matrimonio, que pasaba a convertirse en un instrumento de control social. El abogado Bernaldo de Quirós propuso durante los años ´30 un impuesto a los solteros, similar al que Benito Mussolini había establecido en Italia en 1927, con el objeto de estimular los nacimientos.
Desde 1936, el examen prenupcial debía realizarse pocos días antes de celebrarse un matrimonio. El objetivo era detectar la existencia de enfermedades venéreas. El VIH no existía por entonces. Ni el Papanicolau, ni la colposcopia, ni otros exámenes hoy rutinarios, figuraban entre los requisitos exigidos a las nuevas parejas.
Campo de concentración alemán
El término eugenesia ganó lamentable notoriedad en el curso de los años ´30, cuando se combinó con el nacionalismo, y los dirigentes de Alemania lo utilizaron para justificar su política de esterilizar y aniquilar judíos, gitanos, homosexuales y discapacitados, con el objeto declarado de facilitar el horizonte de lo que ellos describían como los miembros de la sana raza aria.
La enormidad del despropósito puede eclipsar la evidencia de que el proyecto selector de grupos humanos regresó varias veces en el curso de la Historia del último siglo, solo que aplicándolo a la discriminación y el exterminio de millones de seres humanos, bajo las más opuestas ideologías.

Toda eugenesia consiste en controlar la reproducción, realizando selecciones artificiales para mejorar un colectivo, generalmente llamado raza. Para la eugenesia geneticista ese procedimiento se realizaba esterilizando individuos indeseables, aunque no existían intervenciones directas sobre sus cuerpos, sino impedimentos matrimoniales, reducción de derechos civiles y/o políticos y distintas medidas tendiente a la autocoacción. (Marisa Miranda)

De acuerdo a esas ideas, convertidas en leyes, aprobadas por los parlamentos y aplicadas por la Justicia, algunos seres humanos tendrían el derecho a sobrevivir y reproducirse en libertad, mientras que otros se encontrarían indefensos, despojados de sus pertenencias y condenados de antemano a desaparecer lo antes posible y no importando cómo. ¿Acaso cualquiera tiene el derecho de ocupar este planeta y brindar sus genes a las nuevas generaciones?
Cuando se trata de animales o vegetales, no hay muchas dudas. Ciertos especímenes son considerados indeseables y se los elimina de inmediato. No se quieren más terneros con dos cabezas, ni tomates con mal olor, en el caso de que la caprichosa Naturaleza los haya traído al mundo. No, eso no sería tolerado, según aquellos que siguiendo a Malthus, están convencidos de que los recursos del planeta no son infinitos y corresponde a quienes detenta el Poder administrarlos con rigor.

No parece imposible que pueda ocurrir entre los hombres cierto grado de mejora, similar a la de los animales, mediante la atención a la reproducción. Es dudoso que el intelecto se pueda transmitir, pero el tamaño, la fuerza, la belleza, la tez, y quizás aún la longevidad, son transmisibles en algún grado. (Thomas Malthus: Un ensayo sobre la población)

Proyecto Lebensborn
Aquellos privilegiados por sus genes o árboles genealógicos, como decidieron Hitler y sus seguidores, no tendrían por qué preocuparse. Hicieran lo que hicieran, por solo hecho de haber sido catalogados como especímenes perfectos, recibirían la protección del Estado. Ellos y sus descendientes disfrutarían de condiciones ideales para continuar ejerciendo sus roles dominantes, libres de la interferencia de quienes ellos consideraban como inferiores. Librarse de judíos, gitanos y homosexuales, era tan fácil como librarse de un moscardón que molesta y no suscita la menor lástima.
Los abusos del régimen nazi causaron el descrédito de la Eugenesia durante un par de generaciones, al punto de ser considerada una seudociencia. En la actualidad, sin embargo, tras el desarrollo de la Genética, que ha permitido el conocimiento detallado del ADN, la Eugenesia regresa en muchos ámbitos, como una idea cada vez más plausible. ¿Por qué permitir que ciertas enfermedades evitables continúen acosando a la humanidad? ¿Por qué resignarse a que ciertas malformaciones se perpetúen? ¿Por qué negar la posibilidad de reproducirse a seres humanos que por su edad o preferencias sexuales no podría hacerlo?

viernes, 2 de enero de 2015

Siglo XX: infancia de los discretos lavados de cerebro


Un rasgo único de la vida moderna es la manipulación de la gente a través de las comunicaciones masivas. La gente puede ser impulsada a comprar ciertos artículos y marcas a través de la publicidad. Comentaristas de radio y columnistas de la prensa influyen en las opiniones políticas. Las películas manipulan las emociones y valores, tanto como los anuncios pueden promover ansiedades por incrementar el consumo. Las películas incrementan necesidades emocionales que solo pueden ser satisfechas por más películas. En una época de cambio y conflictos, las películas enfatizan y refuerzan un juego de valores antes que otros, presentan modelos de relaciones humanas encarnados por estrellas seductoras y exhiben la vida real o falsificada, más allá de las experiencias individuales promedio. (Hortense Powdermaker: Hollywood, fábrica de sueños)

Sala de clases de escuela primaria
Alguna vez tuve seis, siete, ocho, nueve, diez años. Era tan impresionable, que todo lo registraba, sin detenerme en contradicciones ni escalas de valores. Concurría a la escuela pública cuatro horas por día, cinco días por semana, pero al salir de clases no daba por concluido mi aprendizaje. Una vez en casa, oía las conversaciones de los mayores, encendía la radio sin restricciones (puesto que todo esto fue antes de que llegara la televisión), abría los diarios antes de que los adultos encontraran tiempo para leerlos, recibía revistas que estaban dedicadas a los niños y curioseaba también aquellas que se anunciaban destinadas a los adultos, iba al cine casi todos los fines de semana, acompañado por mi padre, pero la mayor parte del tiempo yo seleccionaba lo que veíamos, de acuerdo a las críticas que había leído en La Nación.
De diferentes modos, sin proponérmelo yo, sin que nadie en especial me condujera en ese proceso de adquisición de informaciones, también sin que hubiera ninguna resistencia de mi parte, puesto que no estaban obligándome a nada, y podía alejarme de los adultos o apagar la radio, dejar de lado el diario o las revistas, me encontraba expuesto a una serie de visiones del mundo, no demasiado confiables, con frecuencia erróneas, incluso perjudiciales, que para mi suerte o desgracia tendría la oportunidad de utilizar el resto de mi vida.
Construcción del Muro de Berlín
En ese momento, poco después del fin de la Segunda Guerra Mundial y coincidiendo con el comienzo de la Guerra Fría, se comenzó a hablar de los lavados de cerebros. Eso pasaba en otras partes del planeta, se nos aclaraba para dejarnos tranquilos. Por ejemplo, en la culta Europa, después de las documentadas atrocidades del nazismo (que había sido derrotado, como le ocurre siempre s los malvados). La manipulación de conciencias se practicaba en el mundo de entonces, detrás de aquello tan difícil de imaginar, que Selecciones denominaba, siguiendo a Winston Churchill, la Cortina de Hierro.
Desde la desinformación que se afirma al conocer una sola fuente, uno imaginaba esa situación como un horror que gracias a Dios no habría de alcanzarlo nunca; por lo tanto, la encaraba con más indiferencia que conmovido por la desgracia ajena, tal como el habitante de la pampa imagina el panorama de un valle alpino: superado por la distancia.
Explosión atómica
La Bomba Atómica era terrible, pero había llegado para terminar con las guerras convencionales, que despilfarraban más vidas, a lo largo de años y años de sufrimiento Durante la era de Paz que acababa de inaugurarse y habría de durar para siempre, porque los seres humanos aprenden la lección, la ciencia mejoraría la vida humana con logros inauditos, como la penicilina (Alexander Fleming obtuvo el Premio Nobel de Medicina en 1945).
Avión rociando pesticidas
El DDT acabaría definitivamente con las plagas que ponían en riesgo las cosechas y eran las principales responsables del hambre mundial. Verse bronceado en verano, tras horas y horas de exponerse al sol, era un signo inequívoco de buena salud. El plástico reemplazaría con ventajas a materiales tan frágiles como el cuero, la porcelana y el cristal. Todas las mujeres lucirían bellas y baratas medias de nylon, a las cuales no se les correrían los puntos. Los hidrocarburos serían el combustible barato e inagotable que alimentaría los motores de una cantidad siempre creciente de automóviles cada vez más cómodos y baratos.
Argentina había sido en el pasado inmediato un crisol de razas (en el que sin embargo no llegaban a acomodarse muy bien los mallorquines muertos de hambre, los paraguayos y bolivianos que si nos descuidábamos no tardarían en invadirnos). La Providencia había destinado al país a ser el granero del mundo, como quedaba demostrado por el viaje de Eva Perón a España, acompañada por la dádiva de millones de toneladas de trigo, destinadas a saciar el hambre de la Madre Patria, que no terminaba de recuperarse de una inexplicable Guerra Civil.
Entre el Capitalismo y el Comunismo, la doctrina de la Tercera Posición de Juan Domingo Perón prometía al mundo una paz social, que por ambición o miopía las grandes potencias habían frustrado repetidamente.
Rico McPato
Un personaje de Walt Disney, Rico McPato (Scrooge McDuck en el original, aludiendo a la figura de Charles Dickens) era un multimillonario excéntrico, que disfrutaba de una piscina llena de monedas de oro, pero no explotaba a nadie más que a sus parientes.

En los países totalitarios, el Estado decide la línea que se debe seguir, y luego todos deben ajustarse a ésta. La sociedad democrática opera de otro modo. La “línea” jamás es enunciada como tal, se sobreentiende. Se procede, de alguna manera al “lavado de cerebros en libertad”. E incluso debates “apasionados” en los grandes medios, se sitúan en el marco de los parámetros implícitos consentidos, lo cuales tienen en sus márgenes numerosos puntos de vista contrarios. (Noam Chomsky)

Ideas triviales, que se anunciaban como inofensivas, suministradas por una pluralidad de fuentes que parecían no estar coordinadas entre ellas, resultaban más contundentes que los datos suministrados por la educación formal. Los niños recibíamos, sospecho, una dosis mayor de adoctrinamiento que los adultos, en una edad en que resultaba menos probable advertir los riesgos de la desinformación a la que nos exponíamos. Desaprender lo que aprendí entonces (sin darme cuenta de lo que estaba aceptando) me ha llevado buena parte de la vida. ¡Cuántas ideas erróneas, cuántos prejuicios imbéciles, que en la práctica se revelaron difíciles de extirpar!
Johnny Weissmuller y Maureen O´Sullavan: Tarzan
La supremacía de la Cultura Occidental y la Raza Blanca sobre el resto del planeta y en especial los llamados salvajes, por ejemplo. Tarzan (mejor dicho, Lord Greystoke) era un aristócrata nacido en la jungla africana, huérfano de padre y madre, que había sido adoptado por una gorila. Poco importaba esta acumulación inicial de hándicaps. Tarzan había crecido fuerte, respetado por los animales salvajes y los nativos por igual.
Tal vez no se destacara por su elocuencia, pero de todos modos, apenas presentado en su ámbito exótico (¿quién de nosotros había tenido la experiencia de la jungla?) no tardaba en encontrar a una bella mujer blanca que se enamoraba de él perdidamente, era reconocido como miembro de la nobleza británica y a medida que pasaba por distintas aventuras, demostraba ser capaz de vencer a cada adversario que se atreviera a disputarle su rol dominante. Identificarse con él, que ostentaba un físico de atleta, era más cómodo que intentarlo con sus adversarios negros, esmirriados (incluso pigmeos) y habitualmente traicioneros.
Dante Quinterno: Patoruzú
Desde un comic nacido en Argentina durante los años ´30, Patoruzú enseñaba a no tomar demasiado en serio a los nativos del país. Las clases de Historia me habían advertido que ellos recibían mal a los conquistadores, a pesar que los extranjeros habían llegado con el propósito de evangelizarlos. ¿Cómo podían ser tan torpes que no advirtieran la oportunidad de salvar sus almas que se les ofrecía? Juan de Garay había sido muerto a flechazos en las cercanías de San Pedro, probablemente por los querandíes. El dato era falso, pero me permitía imaginar lo sucedido utilizando el modelo suministrado por los personajes de Tarzán: los salvajes eran feroces, decididos en sus actos reprobables, no usaban ropas y atacaban porque sí, sin dar tiempo a los blancos para que les demostraran sus buenas intenciones y superioridad de armamento.
Patoruzú era un nativo de otra índole, sin duda generoso, fácil de engañar, pero de todos modos inverosímil. Era un millonario nacido en la Patagonia. Indio, sin embargo, como demostraban una pluma en la cabeza, el corte de pelo (que en mi barrio se decía que estaba hecho siguiendo el molde de una escupidera), el poncho y las ojotas. Había que simpatizar con él, porque era ingenuo, a pesar de lo cual siempre se salía con la suya; también porque su amigo Isidoro, nacido en la ciudad y conocedor de mil triquiñuelas para explotarlo, fracasaba repetidamente en el intento.
Cuando mi padre hablaba de alguien a quien calificaba como “indio”, no podía entenderse que lo elogiara. Nunca le pregunté qué significaba “indio” para él, pero dudo que fuera simplemente autóctono, propio del lugar donde residía, resistente a la mezcla con los inmigrantes que habían invadido su territorio y ahora lo consideraban suyo. “Indio” era sinónimo de pobre, poco educado por el lado de la escuela y las habilidades sociales, oscuro de piel aunque no negro, condenado a roles subordinados. Era una visión que la Asamblea de 1813 había abolido y no obstante permanecía difusa (un siglo más tarde) en una sociedad que se preciaba de ser amplia y recibir sin restricciones a todo el mundo.
Mi padre hablaba seguro de sus ancestros (¿hasta qué punto, puesto que eran tan variados y no se había tomado el trabajo de investigarlos?). Lo planteaba desde la legalidad de su patrimonio (¿hasta qué punto, si ignoraba cómo había sido adquirido por su padre, apenas una generación antes?).
Entre los indios, en cambio, todo parecía oscuro: la piel, el pasado, la filiación, aunque sobraran las evidencias de que algún momento (no distante) se les había despojado de lo que era suyo. Hubiéramos debido pedir perdón por la violencia ejercida por nuestros antepasados. Hubiéramos debido estudiar las circunstancias del despojo, para restituir lo que se les quitó. En lugar de eso, disfrutábamos una historieta donde supuestamente el héroe no había perdido nada y los nuevos intentos de despojo fracasaban uno tras otro. ¿Para qué preocuparse del pasado o el presente?
Desde chicos, se nos enseñaba que no convenía hacer amistad con ciertos chicos del barrio, porque eran indios (en otros ambientes, porque eran gitanos o rusos de mierda, con lo que se omitía decir judíos). Había que diferenciarse de esos otros, que a pesar de su inferioridad era peligrosos o tan solo otros, requeridos por el discurso dominante para demostrar nuestra superioridad. ¿Realmente éramos así o tan solo se trataba de una fantasía defensiva, condenada a derrumbarse durante las décadas que siguieron?

Por regla general, la propaganda opera siempre a partir de un sustrato preexistente, hay sea una mitología nacional o un complejo de odios y prejuicios tradicionales; se trata de difundir argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas. (Josef Goebbels)