El [tema] del nacimiento [de los
niños] me importaba poco. Primero me dijeron que los padres compraban a sus
hijos; este mundo era tan vasto y tan lleno de tantas maravillas desconocidas
que muy bien podía haber una tienda de bebés. Poco a poco esa imagen se borró y
me contenté con una solución vaga: “Dios crea a los chicos.” (…) El recurso a
la voluntad divina tranquilizaba mi curiosidad: a grosso modo lo explicaba todo. En cuanto a los detalles, yo me
decía que poco a poco los iría descubriendo. Lo que me intrigaba era el cuidado
de mis padres por ocultarme ciertas conversaciones: cuando me oían llegar
bajaban la voz o callaban. Había por lo tanto cosas que yo hubiera podido
comprender y que no debía saber. (Simone de Beauvoir: Memorias de una joven
formal)
La posibilidad de que una niña inquieta, perteneciente a una
familia europea educada, que gozaba de una buena posición, como era el caso de
Simone de Beauvoir durante los primeros años del siglo XX, permaneciera ignorante
de los datos básicos sobre la reproducción humana, era mayor de lo que hoy se considera
tolerable. Mi suegra me contó que en los años `20, cuando comenzó a trabajar
como docente, sus compañeras comentaban que una de ellas había quedado
embarazada sin haberse casado, y ella dio por supuesto que a la infortunada le
había pasado eso por utilizar un baño público sin tomar precauciones.
Del sexo no se hablaba nunca en la escuela pública, aunque
la pregunta sobre el origen de los niños inquietara a los escolares. Cuando Elba
Bernasconi, encargada de la clase de segundo grado, explicaba en clase la
reproducción de los mamíferos, lo hacía mediante una fórmula que debió haber
encontrado en La Obra,
la revista mensual del magisterio, capaz de desalentar cualquier posible
búsqueda de los estudiantes. Para ella, los mamíferos se reproducían por
yuxtaposición. Para los adultos de mi familia, los gallos “pisaban” a las
gallinas, los patos a las patas. Más claro, imposible.
El caballo y la yegua de mis vecinos Boccardo no se
escondían cuando les llegaba el momento. En ciertas épocas del año, el perro de
la casa no aguantaba permanecer atado, y si lograba soltarse, no tardaba en
sumarse a una jauría de todos los pelambres, que copulaba en plena calle con
cualquier perra bien dispuesta. Los
sapos no solo croaban a la luna en las noches de verano; también mostraban la
disparidad de tamaños entre la inmensa hembra montada por un minúsculo macho
durante un coito interminable.
La
Naturaleza enseñaba mejor que la maestra, el significado de
la palabra “yuxtaposición”. No era lo que hacían los peces o los insectos, por
ejemplo. Nosotros habíamos visto, sin embargo, al gallo que “pisaba” a sus
gallinas rápidamente, para abandonarlas un segundo más tarde. Reconocíamos el
dúo de maullidos desiguales de los gatos dos veces por año. Los datos para
entender el proceso de la reproducción estaban allí, solo era cosa de prestarles
atención y extrapolarlos.
La posibilidad de que la información correcta sobre la sexualidad
circulara en el interior de las familias de mediados del siglo XX, no era
demasiada. El pudor y los prejuicios de los padres, para no mencionar su
desconocimiento del lenguaje adecuado para tratar el tema, su confianza en que
de cualquier modo la información llegaría a las nuevas generaciones, sin que
ellos tuvieran que pasar el mal momento de responsabilizarse de ello, establecían
una alianza difícil de deshacer, en una época en la que ya no quedaban
demasiados enigmas sobre el tema.
La unión sexual entre un macho y una hembra pertenecientes a
la misma especie, y el embarazo de la hembra que puede derivar de ese
encuentro, no estaba demasiado clara para culturas primitivas, incapaces de
sistematizar su observación del mundo, pero tampoco sucedía nada distinto en
culturas tan admirables como la griega. De acuerdo a las creencias populares, los
espíritus de la tierra y el cielo, la vegetación, las piedras, los dioses
mismos, eran quienes fecundaban a las mujeres. El rol de la pareja era
secundario. Al hombre le correspondía adoptar al niño que le había nacido a su
mujer, aunque no entendiera por qué había sucedido.
En las tradiciones folklóricas, me enteré más tarde, al
hallar en la Biblioteca Rafael
Obligado el resumen de mil páginas de La Rama
Dorada de James Frazer, un ser humano puede nacer de una
pareja humana, sino también de un vegetal o de un animal, como si existiera una
absoluta comunicación entre todas las manifestaciones de la Naturaleza. Para
el pensamiento mágico, aprendí más tarde leyendo a Mircea Eliade, todo lo que
se deseaba o temía era posible.
Una muchacha maravillosa (un hada)
sale de un fruto milagroso o adquirido por el héroe a costa de grandes
esfuerzos (granada, limón, naranja); una esclava o una mujer muy fea la mata y
usurpa su puesto, convirtiéndose así en la esposa del héroe: del cadáver de la
muchacha brota una flor o un árbol; o la muchacha se transforma en un pájaro o
un pez, al que mata la mujer fea (y de él nace un árbol); del fruto (de la
cáscara o de una astilla) del árbol surge, finalmente la heroína. (Mircea
Eliade; Tratado de Historia de las Religiones: Morfología y dialéctica de lo
sagrado)
La historia de la cigüeña que traía a los niños desde Paris,
volando de un continente a otro, peligrosamente envueltos en un pañal que colgaba
del pico, no era difundida por una revista con pretensiones educativas, como
Billiken, pero sí en la publicidad, como una broma de esas que los adultos
hacían a expensas de la ingenuidad de los más jóvenes, protegiéndolos y al
mismo tiempo eludiendo la responsabilidad de informarlos.
A pesar de los vecinos de ancestros italianos, nunca escuché
la versión del nacimiento en un repollo. Tampoco me enteré de la vieja historia
de una indigestión, que las embarazadas ofrecían a los niños observadores, que
hacían preguntas incómodas sobre el motivo de los cambios corporales que
estaban sufriendo. En otos casos se hablaba de un indigestión que duraba meses
y finalmente se resolvía con la llegada de otro niño al mundo.
En distintas culturas, los contactos con poderes
sobrenaturales que participan en la gestación humana, continúan durante el
resto del embarazo. Para los mapuches del sur de Chile, la mujer embarazada
debe permanecer encerrada en su casa, después de la caída del sol, para evitar
los encuentros con espíritus capaces de provocar el aborto o graves defectos del
feto. La misma prohibición incluye al sacrificio de animales y la cercanía de
moribundos. Se teme que el alma de aquellos que mueren, en forma de aliento, se
traslada al que todavía no nació y lo perjudica.
Durante el Medioevo europeo, se creía que pneuma (espíritu) de Dios, era el
responsable de la propagación de la vida humana. A mediados del siglo XX, las
mujeres solteras de Soria (España), tal como le sucedía también a las yeguas y
los pájaros, podían quedar embarazadas por haberse expuesto al viento de la
primavera. Para evitar esa deshonra, las solteras agredían al viento con
piedras recogidas el Sábado de Gloria, en el momento de comenzar a escucharse
las campanas de la Pascua
de Resurrección.
La verdad científica no es demasiado importante, cuando hay
que responder preguntas que ponen en juego la concepción del universo que tiene
la gente. Si los adultos han mentido descaradamente a los niños cuando ellos
los interrogan sobre su origen, desde que se tiene memoria, debe tomarse en
cuenta que los mismos adultos dan una vez y otra la espalda a la realidad, para
afirmar mitos que solo preservan la ignorancia y dificultan el diálogo
confiable entre distintas generaciones.
En Pulgarcita, el cuento de Hans Christian Andersen que fue
una de mis primeras lecturas, la minúscula protagonista nace de la flor de un
grano de cebada, que la madre de la niña, que no ha logrado tener hijos,
siembra en una maceta. Pinocho era el hijo de otro solitario, Gepetto, que lo
tallaba en madera con sus propias manos y luego recibía el auxilio de un hada
para convertirlo en un niño de carne y hueso.
En los cuentos folklóricos rusos, las mujeres estériles
caminan por el bosque o pasean por el mercado, cuando descubren una arveja
reluciente o una manzana, que despiertan en ellas la tentación de comer. Cuando
lo hacen, quedan embarazadas. De acuerdo a los mitos, tanto los animales como
los vegetales se encuentran estrechamente relacionados con las circunstancias
de la reproducción.
De acuerdo al pensamiento mágico, la posibilidad de parir,
no se encuentra limitada a las hembras. Zeus paría a Pallas Atenea, después de
ordenarle a Hefesto que le abriera la cabeza de un hachazo. En un cuento rumano
citado por Eliade, un anciano que come una manzana regalada por san Viernes,
tiene como consecuencia que de una de sus pantorrillas le nace una hija. En la
mitología griega, Marte nace del contacto entre Juno y Flora, dos diosas, sin
la intervención de ningún hombre.
Los errores evidentes de los mitos, podían resultar en el
pasado mucho más seductores que la información objetiva. Ese era el riesgo
efectivo antes de la modernidad. Ahora, que los viejos mitos fueron archivados
y solo se los menciones como tonterías que no atrapan a nadie, ¿reinan la
verdad y la información? Probablemente no todo el tiempo. Nuevos mitos se han
instalado, sin dioses, pero de todos modos inductores al error. ¿Cómo no
interpretar si no, el optimismo de las adolescentes que experimentan la
sexualidad sin tomar precauciones, y a pesar de ello esperan no ser contagiadas
por enfermedades graves ni quedar embarazadas?
hola Oscar,es un placer leer tus temas,cada uno deja una reflexión y mucho más cuando nombras gente de San Pedro tu lugar de nacimiento,que por o visto tu memoria no borra,yo que he sido mamá ,coincido con vos en que la mayoria de las veces ,no se por que ,pero cuando más necesitabamos una explicación de parte de nuestros padres sobre la sexualidad ,era un tema tabu
ResponderEliminarEstimada:
EliminarEn el siglo XXI hay más información disponible (por ejemplo, en Internet), pero no por eso nos enteramos que también haya menos ignorancia. Cuando nos enteramos de que en Argentina se venden menos preservativos que hace unos años, y que paralelamente se expenden más píldoras del día después, se obtiene un panorama alarmante. Los jóvenes no toman precauciones y más bien confían tapar el sol con un dedo, pretendiendo librarse de las consecuencias no deseadas de su libertad sexual. En buena hora la disfrutan, pero toda opción que uno tome tiene su responsabilidad.
OG