domingo, 20 de julio de 2014

¿Dé dónde vienen los niños?



El [tema] del nacimiento [de los niños] me importaba poco. Primero me dijeron que los padres compraban a sus hijos; este mundo era tan vasto y tan lleno de tantas maravillas desconocidas que muy bien podía haber una tienda de bebés. Poco a poco esa imagen se borró y me contenté con una solución vaga: “Dios crea a los chicos.” (…) El recurso a la voluntad divina tranquilizaba mi curiosidad: a grosso modo lo explicaba todo. En cuanto a los detalles, yo me decía que poco a poco los iría descubriendo. Lo que me intrigaba era el cuidado de mis padres por ocultarme ciertas conversaciones: cuando me oían llegar bajaban la voz o callaban. Había por lo tanto cosas que yo hubiera podido comprender y que no debía saber. (Simone de Beauvoir: Memorias de una joven formal)

La posibilidad de que una niña inquieta, perteneciente a una familia europea educada, que gozaba de una buena posición, como era el caso de Simone de Beauvoir durante los primeros años del siglo XX, permaneciera ignorante de los datos básicos sobre la reproducción humana, era mayor de lo que hoy se considera tolerable. Mi suegra me contó que en los años `20, cuando comenzó a trabajar como docente, sus compañeras comentaban que una de ellas había quedado embarazada sin haberse casado, y ella dio por supuesto que a la infortunada le había pasado eso por utilizar un baño público sin tomar precauciones.
Del sexo no se hablaba nunca en la escuela pública, aunque la pregunta sobre el origen de los niños inquietara a los escolares. Cuando Elba Bernasconi, encargada de la clase de segundo grado, explicaba en clase la reproducción de los mamíferos, lo hacía mediante una fórmula que debió haber encontrado en La Obra, la revista mensual del magisterio, capaz de desalentar cualquier posible búsqueda de los estudiantes. Para ella, los mamíferos se reproducían por yuxtaposición. Para los adultos de mi familia, los gallos “pisaban” a las gallinas, los patos a las patas. Más claro, imposible.
El caballo y la yegua de mis vecinos Boccardo no se escondían cuando les llegaba el momento. En ciertas épocas del año, el perro de la casa no aguantaba permanecer atado, y si lograba soltarse, no tardaba en sumarse a una jauría de todos los pelambres, que copulaba en plena calle con cualquier perra bien dispuesta.  Los sapos no solo croaban a la luna en las noches de verano; también mostraban la disparidad de tamaños entre la inmensa hembra montada por un minúsculo macho durante un coito interminable.
La Naturaleza enseñaba mejor que la maestra, el significado de la palabra “yuxtaposición”. No era lo que hacían los peces o los insectos, por ejemplo. Nosotros habíamos visto, sin embargo, al gallo que “pisaba” a sus gallinas rápidamente, para abandonarlas un segundo más tarde. Reconocíamos el dúo de maullidos desiguales de los gatos dos veces por año. Los datos para entender el proceso de la reproducción estaban allí, solo era cosa de prestarles atención y extrapolarlos.
La posibilidad de que la información correcta sobre la sexualidad circulara en el interior de las familias de mediados del siglo XX, no era demasiada. El pudor y los prejuicios de los padres, para no mencionar su desconocimiento del lenguaje adecuado para tratar el tema, su confianza en que de cualquier modo la información llegaría a las nuevas generaciones, sin que ellos tuvieran que pasar el mal momento de responsabilizarse de ello, establecían una alianza difícil de deshacer, en una época en la que ya no quedaban demasiados enigmas sobre el tema.
La unión sexual entre un macho y una hembra pertenecientes a la misma especie, y el embarazo de la hembra que puede derivar de ese encuentro, no estaba demasiado clara para culturas primitivas, incapaces de sistematizar su observación del mundo, pero tampoco sucedía nada distinto en culturas tan admirables como la griega. De acuerdo a las creencias populares, los espíritus de la tierra y el cielo, la vegetación, las piedras, los dioses mismos, eran quienes fecundaban a las mujeres. El rol de la pareja era secundario. Al hombre le correspondía adoptar al niño que le había nacido a su mujer, aunque no entendiera por qué había sucedido.
En las tradiciones folklóricas, me enteré más tarde, al hallar en la Biblioteca Rafael Obligado el resumen de mil páginas de La Rama Dorada de James Frazer, un ser humano puede nacer de una pareja humana, sino también de un vegetal o de un animal, como si existiera una absoluta comunicación entre todas las manifestaciones de la Naturaleza. Para el pensamiento mágico, aprendí más tarde leyendo a Mircea Eliade, todo lo que se deseaba o temía era posible.

Una muchacha maravillosa (un hada) sale de un fruto milagroso o adquirido por el héroe a costa de grandes esfuerzos (granada, limón, naranja); una esclava o una mujer muy fea la mata y usurpa su puesto, convirtiéndose así en la esposa del héroe: del cadáver de la muchacha brota una flor o un árbol; o la muchacha se transforma en un pájaro o un pez, al que mata la mujer fea (y de él nace un árbol); del fruto (de la cáscara o de una astilla) del árbol surge, finalmente la heroína. (Mircea Eliade; Tratado de Historia de las Religiones: Morfología y dialéctica de lo sagrado)

La historia de la cigüeña que traía a los niños desde Paris, volando de un continente a otro, peligrosamente envueltos en un pañal que colgaba del pico, no era difundida por una revista con pretensiones educativas, como Billiken, pero sí en la publicidad, como una broma de esas que los adultos hacían a expensas de la ingenuidad de los más jóvenes, protegiéndolos y al mismo tiempo eludiendo la responsabilidad de informarlos.
A pesar de los vecinos de ancestros italianos, nunca escuché la versión del nacimiento en un repollo. Tampoco me enteré de la vieja historia de una indigestión, que las embarazadas ofrecían a los niños observadores, que hacían preguntas incómodas sobre el motivo de los cambios corporales que estaban sufriendo. En otos casos se hablaba de un indigestión que duraba meses y finalmente se resolvía con la llegada de otro niño al mundo.
En distintas culturas, los contactos con poderes sobrenaturales que participan en la gestación humana, continúan durante el resto del embarazo. Para los mapuches del sur de Chile, la mujer embarazada debe permanecer encerrada en su casa, después de la caída del sol, para evitar los encuentros con espíritus capaces de provocar el aborto o graves defectos del feto. La misma prohibición incluye al sacrificio de animales y la cercanía de moribundos. Se teme que el alma de aquellos que mueren, en forma de aliento, se traslada al que todavía no nació y lo perjudica.
Durante el Medioevo europeo, se creía que pneuma (espíritu) de Dios, era el responsable de la propagación de la vida humana. A mediados del siglo XX, las mujeres solteras de Soria (España), tal como le sucedía también a las yeguas y los pájaros, podían quedar embarazadas por haberse expuesto al viento de la primavera. Para evitar esa deshonra, las solteras agredían al viento con piedras recogidas el Sábado de Gloria, en el momento de comenzar a escucharse las campanas de la Pascua de Resurrección.
La verdad científica no es demasiado importante, cuando hay que responder preguntas que ponen en juego la concepción del universo que tiene la gente. Si los adultos han mentido descaradamente a los niños cuando ellos los interrogan sobre su origen, desde que se tiene memoria, debe tomarse en cuenta que los mismos adultos dan una vez y otra la espalda a la realidad, para afirmar mitos que solo preservan la ignorancia y dificultan el diálogo confiable entre distintas generaciones.
En Pulgarcita, el cuento de Hans Christian Andersen que fue una de mis primeras lecturas, la minúscula protagonista nace de la flor de un grano de cebada, que la madre de la niña, que no ha logrado tener hijos, siembra en una maceta. Pinocho era el hijo de otro solitario, Gepetto, que lo tallaba en madera con sus propias manos y luego recibía el auxilio de un hada para convertirlo en un niño de carne y hueso.
En los cuentos folklóricos rusos, las mujeres estériles caminan por el bosque o pasean por el mercado, cuando descubren una arveja reluciente o una manzana, que despiertan en ellas la tentación de comer. Cuando lo hacen, quedan embarazadas. De acuerdo a los mitos, tanto los animales como los vegetales se encuentran estrechamente relacionados con las circunstancias de la reproducción.
De acuerdo al pensamiento mágico, la posibilidad de parir, no se encuentra limitada a las hembras. Zeus paría a Pallas Atenea, después de ordenarle a Hefesto que le abriera la cabeza de un hachazo. En un cuento rumano citado por Eliade, un anciano que come una manzana regalada por san Viernes, tiene como consecuencia que de una de sus pantorrillas le nace una hija. En la mitología griega, Marte nace del contacto entre Juno y Flora, dos diosas, sin la intervención de ningún hombre.
Los errores evidentes de los mitos, podían resultar en el pasado mucho más seductores que la información objetiva. Ese era el riesgo efectivo antes de la modernidad. Ahora, que los viejos mitos fueron archivados y solo se los menciones como tonterías que no atrapan a nadie, ¿reinan la verdad y la información? Probablemente no todo el tiempo. Nuevos mitos se han instalado, sin dioses, pero de todos modos inductores al error. ¿Cómo no interpretar si no, el optimismo de las adolescentes que experimentan la sexualidad sin tomar precauciones, y a pesar de ello esperan no ser contagiadas por enfermedades graves ni quedar embarazadas?

2 comentarios:

  1. hola Oscar,es un placer leer tus temas,cada uno deja una reflexión y mucho más cuando nombras gente de San Pedro tu lugar de nacimiento,que por o visto tu memoria no borra,yo que he sido mamá ,coincido con vos en que la mayoria de las veces ,no se por que ,pero cuando más necesitabamos una explicación de parte de nuestros padres sobre la sexualidad ,era un tema tabu

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    1. Estimada:
      En el siglo XXI hay más información disponible (por ejemplo, en Internet), pero no por eso nos enteramos que también haya menos ignorancia. Cuando nos enteramos de que en Argentina se venden menos preservativos que hace unos años, y que paralelamente se expenden más píldoras del día después, se obtiene un panorama alarmante. Los jóvenes no toman precauciones y más bien confían tapar el sol con un dedo, pretendiendo librarse de las consecuencias no deseadas de su libertad sexual. En buena hora la disfrutan, pero toda opción que uno tome tiene su responsabilidad.
      OG

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