jueves, 2 de junio de 2016

Propaganda, rumores y sacar el cuero (I)


Durante el siglo XX se desarrollaron medios de comunicación tan poderosos como el cine, la radio y la televisión, que permitían masificar la difusión de informaciones, logrando que enormes sectores de la población quedaran expuestos a esos datos simultáneamente, sin exponerse a la distorsión que introducen los intermediarios. Si alguien lograba el acceso al medio, podía utilizarlos para decir lo que quisiera, sin quedar demasiado expuesto a la respuesta de los destinatarios.
La publicidad de empresas y servicios encontró en los medios un vehículo dispuesto a acogerla sin restricciones. A partir de los años `30, la propaganda política no tardó en utilizar el poder de los medios para lograr sus objetivos de control social.

La propaganda, cuidadosamente coordinada con los ejércitos, puede contribuir en forma devastadora a la caída de Hitler (…). Los puntos débiles en la armadura enemiga (…) solo pueden ser alcanzados por los tiros de la propaganda hábilmente dirigidos. La más peligrosa y efectiva de esta propaganda ofensiva, es el RUMOR INSPIRADO. El rumor difundido con el objeto de confundir al enemigo, puede valer por muchas divisiones y muchos escuadrones aéreos. (Ronald Turnbull)

Himmel y su hija Gundrun
Los nazis no fueron los primeros en utilizar las informaciones falsas, imposibles de confirmar. Los adversarios de los alemanes, durante la Primera Guerra Mundial, habían propagado el rumor de que en Alemania se utilizaba grasa humana (de judíos) para fabricar jabones. Era una idea horrible, que alentaba a derrotar a una nación tan cruel. Durante la Segunda Guerra Mundial, ese proyecto imaginario se convirtió en realidad, gracias a la visión delirante de los antisemitas, pero esto sucedió en pequeña escala, y fue suspendido por los mismos jerarcas nazis, cuando advirtieron que sus repercusiones eran incontrolables para ellos. Si iban a exterminar judíos, aprovecharían el pelo como relleno de sillones y colchones, pero lo harían discretamente, para no escandalizar.
Los mitos, encarados por el gobierno de Gran Bretaña de comienzos de los años `40 como una herramienta bélica de primer orden, debían infundir en ciertos casos un optimismo excesivo a los ciudadanos ingleses y en otros desmoralizar a los adversarios, haciéndoles creer que eran superiores a los alemanes, o por lo contrario, que los alemanes eran invencibles.  En tal caso, ¿por qué prepararse para la confrontación o por qué resistirse? Un medio tan reciente y eficaz para difundir ideas como era entonces la radio, o uno tradicional y bastante más lento, como el comentario boca a boca, fueron sistemáticamente utilizados por los países en conflicto, a partir de los años ´30.
Se dijo, por ejemplo, que las defensas de la Línea Maginot que marcaban la frontera entre Francia y Alemania, podían considerarse inexpugnables, o que los cada vez más numerosos tanques alemanes eran de madera. Todo esto era falso, pero mientras tanto, los desinformados que lo aceptaban y lo difundían entre sus parientes y amigos, habían comenzado a perder la guerra.

Tu enemigo es muchos menos proclive a hacer lo que tú quieres que haga, si ve que tú quieres que lo haga. (…) Tu enemigo es mucho menos proclive a hacer lo que quieres que haga, si ve que eres tú quien quiere que lo haga. (…) Atribuye lo que dices a la autoridad más alta que puedas encontrar. (…) Saca de las noticas que hagas toda apariencia de propaganda, porque la propaganda no debe parecer propaganda. (…) El mejor propagandista para nosotros es el enemigo mismo. (A.R. Walmsley; Propaganda to the Enemy)

Tita Merello
A mediados del siglo XX en Argentina, durante el primer gobierno de Juan Domingo Perón, el rumor aseguraba que la actriz Tita Merello, declarada partidaria del régimen, había sido favorecida con un permiso para importar té, un producto que todavía no se cultivaba en el país y por entonces escaseaba. De otra actriz, Fanny Navarro, a quien se sabía relacionada sentimentalmente con Juan Duarte y desde varios años antes amiga íntima de Eva Duarte, se decían cosas peores, que después de la llamada Revolución Libertadora de 1954, decidieron su prematuro (también injusto) retiro de la actividad profesional.
Eva Duarte y Libertad Lamarque
Probablemente eran historias inventadas, o al menos, adoptadas sin objeciones por la oposición antiperonista, una circunstancia que a diferencia de lo que pasa hoy, no llegaban a ser mencionadas por los medios masivos. Circulaban eficazmente, de acuerdo al circuito tradicional del rumor boca a boca. Tal vez tardara en llegar al último rincón del país, pero el sistema de circulación lo volvía altamente creíble. Eso mismo había pasado con la anécdota de la bofetada que la conocida actriz y cantante Libertad Lamarque le habría dado a Eva Duarte durante la filmación de La Cabalgata del Circo, cuando la más joven y menos famosa acababa de conocer al coronel Juan Domingo Perón, una situación que la destinaba a encumbrarse como una figura política fundamental de la Historia Argentina.
Eva Perón y enfermeras
Algo tenía que haber pasado entre las dos mujeres, algo que al mismo tiempo fuera capaz de explicar el exilio en México de Lamarque y confirmaba el carácter despótico y rencoroso atribuido a una mujer que de ningún modo ocultaba haber sufrido humillaciones inaceptables desde la infancia. Ella iba a ser descripta poco después por Mary Main, en un libro que no circulaba públicamente, como “la mujer del látigo”, que controlaba al país desde un cargo no electivo. Pocos años más tarde, cuando Eva Perón estaba agonizando, circuló el rumor de que los niños de clase media, provenientes del Barrio Norte de Buenos Aires, eran sometidos a involuntarias donaciones de sangre, con el objeto de mantener con vida a la moribunda.
Marie Langer
La sicoanalista Marie Langer analizó este mito y otro no menos atroz, que no sé si antes o después había circulado, sobre la cena servida a una pareja de la alta burguesía por una empleada doméstica, que en una bella fuente de plata descubrían el cuerpo asado de su hijo de pocos años. La lectura de esta escena era múltiple. Por un lado, evocaba los cuentos del Medioevo sobre judíos que comían niños (cristianos) asados, para celebrar impíamente la Pascua, con lo que se justificaba cualquier respuesta antisemita, desde la discriminación verbal cotidiana, al más sangriento pogrom.


En el término de una semana me llegaron nueve versiones, sólo en sus detalles distintas, fue aceptado como verídico por personas generalmente capaces de un juicio crítico. Esto comprueba que el rumor corresponde, aunque en forma muy disfrazada y elaborada, a una situación interior reprimida y a angustias infantiles persistentes en la gran mayoría de las personas. (Marie Langer: “El mito del niño asado y otros mitos sobre Eva Perón”)


Manifestación peronista
El mito expresaba también el temor de entonces ante el resentimiento de los pobres (los “cabecitas negras” celebrados por Eva Perón) que habían emigrado del campo a la ciudad, en busca de mejores condiciones de vida, eran envalentonados por la prédica del peronismo y no solo exigían justas reivindicaciones, sino venganza contra aquellos que los habían explotado desde que tenían memoria. Viejos prejuicios adquirían gracias al rumor, un poder de convicción que no requería de mayores pruebas para ser aceptado como algo cierto.

El desprecio por el cabecita negra, su rechazo por parte de la pequeña burguesía liberal y democrática, muestra hasta qué extremo el prejuicio impregna nuestras racionalizaciones. (…) El pequeño burgués transfiere sus propias carencias al cabecita negra: el otro es el indolente, el ignorante, el poca cosa, el advenedizo. (Pedro Orgambide: El racismo en Argentina)

Juan Domingo Perón y Eva Perón regalando bicicletas
En San Pedro se inauguraron hacia fines de los `40 juegos infantiles en alguna plaza que no recuerdo, con el patrocinio de la Fundación Eva Perón, como solían advertir los llamativos carteles, pero las madres nos advertían que en ningún caso los utilizáramos, porque podíamos sufrir consecuencias horribles. Una de las historias que circularon y causaban explicable espanto, fue que en un tobogán alguien (probablemente un opositor, pero podía ser también un desequilibrado partidario del régimen, que se suponía animado por las peores intenciones) había dispuesto una hoja de afeitar, con el propósito de dañar a los niños que se aventuraran en ese espacio que se anunciaba como un oasis en medio de la indiferencia urbana hacia los niños.
Nada de eso llegaba a ser mencionado por los medios de la época (a diferencia de lo que pasa hoy con las circunstancias menos amables de la vida de personajes célebres) por lo que el rumor encontraba un terreno propicio para difundirse y aumentar su credibilidad. Después de junio de 1954, las historias de orgías en la Quinta Presidencial de Olivos combinaban la novedad de las motonetas italianas, el auge de bellas adolescentes en el mundo del espectáculo y el desenfreno sexual que se atribuía a los altos funcionarios. ¿Cómo rehusarse a oír esos rumores que no hubieran podido ser mencionados por la prensa? ¿Cómo dejar de reproducirlos entre los más cercanos, aunque fuera para reírse de ellos (solo que después de haberlos hecho circular)?
Desde el formidable aparato propagandístico organizado por Raúl Apold, que controlaba la radio, la prensa gráfica, el cine y la televisión ¿cómo desacreditar esos mensajes? El poder del rumor fue utilizado con habilidad desigual por los antiperonistas y también por los peronistas, como parte de la lucha ideológica que dividía al país de entonces. Perón se creyó obligado a mencionar el tema en uno de sus discursos, después del golpe militar abortado:
Perón paseando en motocicleta

Lo justo es esperar que la elección y que la mayoría del pueblo sea la que decida, y no decidir por la violencia, ni por los panfletos, ni por las calumnias que se hacen correr con móviles inconfesables. (…) En los últimos tiempos, los insensatos que no han querido esperar las elecciones y han comenzado a lanzar rumores, panfletos y toda suerte de inconvenientes para la paz y para el orden de la Nación, los acusamos realmente de no saber cumplir con su deber de argentinos. (Juan Domingo Perón)

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