sábado, 1 de abril de 2017

Orgullos y vergüenzas nacionales (III): Imágenes fallidas



Máximo Gregorcic Villanueva
En los años `80, Máximo Gregorcic Villanueva, un autoproclamado experto en Finanzas, daba consejos sobre la materia por la televisión de Mendoza. La notoriedad que le había otorgado el medio, la utilizó para crear una empresa que recibía inversiones, por las que prometía intereses desmesurados en una época de fuerte inflación. Tal como debía ocurrir, dejó centenares de víctimas, después de desaparecer. ¿No debería admirarse la destreza de un hombre sin escrúpulos para corromper (y de paso castigar) a gente desinformada y no obstante codiciosa, que desconfiaba de la eficacia del plan económico del primer gobierno democrático, surgido tras varios años de dictadura? No es probable que muchos compartan esa perspectiva. Se prefiere pensar que los malos se encuentran de un lado y los buenos del otro. Hay personajes que uno toma en cuenta, pero a los cuales repudia públicamente, porque eso es lo correcto (si en el fuero íntimo se lo admira, es otra cosa, que no se confiesa).
Folletín de Fantômas
El cine nos ha acostumbrado a una figura admirable, la del ladrón profesional, de guante blanco. Es alguien que conoce a la perfección su oficio (al menos, aquello que se muestra como tal) y lo ejerce sin cometer errores, ni causar víctimas innecesarias. Los folletines de Raffles, Arsenio Lupin, Rocambole, Fantômas y Judex, establecieron durante las primeras décadas del siglo XX esa imagen mítica. Cuando se descubre el robo de un conjunto de pinturas impresionistas francesas del Museo de Bellas Artes de Buenos Aires en 1980, pasa a convertirse en la hazaña de una banda que aprovecha la ausencia de guardias durante la celebración de Navidad.
No se trataba de rateros comunes. Sin duda conocían la cotización de las obras de arte, planificaron adecuadamente la fechoría, lograron sacar las pinturas del país para ofrecerlas en Europa, donde obtendrían mayores ganancias y treinta años más tarde continuaban sin haber sido descubiertos. ¿Puede uno identificarse con ellos?
Picana eléctrica
Un invento argentino, la picana eléctrica que comenzó a ser utilizado durante las sesiones de tortura de la época, atribuido al ingenio de un hijo del escritor Leopoldo Lugones, no se mencionaba nunca a mediados del siglo XX, cuando se la utilizaba con frecuencia, para intimidar a los adversarios políticos. Puede entenderse por qué. Hay instrumentos útiles y hasta oportunos para algún sector de la sociedad, que se emplean y no obstante avergüenzan, porque identifican a todos desde un punto de vista particularmente repulsivo.
De una herramienta de tortura, adoptada internacionalmente, nadie quiere sentirse parte, y parece mejor demostrar una ignorancia real o fingida, como le pasó a los alemanes, después de la derrota del nazismo, un régimen que habían votado para que asumiera el poder y apoyaron durante la matanza de millones de judíos y la ejecución de una sangrienta guerra.
Cuando alguien es hijo o nieto de inmigrantes (lo más probable, gente que venía de distintas culturas y de no haberse visto obligadas a abandonar el territorio que por inercia consideraban propio, no se hubieran relacionado con sus parejas, ni formado familias, para asentarse en otros países, desconocidos para ellos, que habrían de convertirse en su residencia definitiva) el tema de la identidad nacional puede resbalarle, como si oyera hablar una lengua extraña, que debe tener sentido para otros y sin embargo no logra desentrañar. En Argentina no se daba, como en Brasil o el Caribe, la evidencia inocultable de un mestizaje que no pudiera ser negado, aunque se desconozcan los detalles de las identidades originarias y las circunstancias del encuentro.
Ku-Klux-Klan
En el sur de los EEUU, arruinado por la Guerra de Secesión, surgieron los encapuchados del Ku-Klux-Klan, que defendían por el terror la supremacía blanca de lo que evaluaban como el peligro de sus antiguos esclavos negros emancipados. La obsesión por una identidad nacional amenazada por la llegada de inmigrantes europeos de ideología izquierdista o religiones no cristianas, era un tema que reaparecía periódicamente ante la opinión pública argentina, aunque solo pareciera preocupar a una élite militante de ultraderecha, que no encontraba demasiados adeptos entre los civiles, pero sí entre los uniformados y los jóvenes de la clase alta.
Club del Clan, circa 1960
En mi juventud, a mediados del siglo XX, nos creíamos con derecho a ser lo que decidiéramos ser, convencidos de que no hacía falta averiguar demasiado sobre el tema, probablemente porque de intentarlo hubieran surgido preguntas que resultaba difícil responder. ¿En virtud de qué privilegio teníamos derecho a considerarnos rebeldes, renovadores, poseedores de la verdad? Los medios habían comenzado a definir una identidad etaria que resultaba novedosa y cómoda de aceptar, porque se planteaba como algo válido no importaba dónde, sin fronteras geográficas o clases sociales.
Los bluejins, el rock and roll, la coca-cola, hasta las figuras del Club del Clan, aparecieron por entonces para uniformarnos. Al parecer, todos los jóvenes éramos auténticos, algo que nos enfrentaba inevitablemente a las viejas generaciones, que representaban una combinación letal de lo fallido, lo anacrónico, lo injusto.
James Dean en Rebel Without a Cause
El cine de Hollywood ofrecía el paradigma seductor de James Dean, en Rebel without a cause, el filme de Nicholas Ray, donde se mostraba a un hombre joven, condenado a un final prematuro, de acuerdo a los esquemas habituales del romanticismo de un siglo antes (ahí estaba el joven Werther de Goethe), que enfrentaba a los adultos preocupados por su conmovedora desorientación, pero totalmente ineficaces. Los jóvenes los enfrentaban para reclamar a los mayores su falta de autenticidad y la intención de imponerle valores considerados caducos.
Zbigniw Cybulski eb Popiól i diament
Para que el modelo resultara más convincente, Zbigniew Cybulski, en el filme polaco Popiól i diament de Andrzej Wajda, entraba en conflicto con todo el mundo, tanto de derecha como de izquierda, en un momento de esperanzas desmedidas (la segunda posguerra mundial) e inevitablemente elegía mal, su propia muerte. ¿Hacía falta más, para convencer de que se estaba produciendo por todas partes un cambio histórico de mentalidad, que otorgaba un rol redentor a los jóvenes?
El rechazo de referentes cercanos, la convicción de no deberle nada a nadie del pasado inmediato o lejano, no pasaba de ser una ilusión narcisista, que desde entonces se reitera, aumentada, generación tras generación, hasta considerarse una evidencia incontrovertible. Por primera vez, la identidad juvenil se aceptaba, tanto en el plano trivial del vocabulario, el vestuario y el peinado, como en el de los pensamientos vagamente críticos de la realidad, aunque hubiera sido impuesta desde el mismo sistema que se impugnaba. Una generación de consumidores jóvenes, se había convertido en el centro de interés de los profesionales del marketing, que hasta la actualidad no los abandonaría.
Fidel Castro, Ernesto Che Guevara
Después del triunfo de la Revolución Cubana, en diciembre de 1959, se difundió por todo el continente la imagen de tiempos nuevos, marcados por la emergencia de grupos de jóvenes armados, que a pesar de su falta de experiencia y precariedad de recursos, habían sido designados por la Historia para derrotar a las dictaduras corruptas. Ellos se encaramaron en el poder y no estaban dispuestas a soltarlo después de someterse a inciertas consultas electorales. El guerrillero de barba, largos cabellos y ropas militares, se presentaba como el nuevo héroe popular, híbrido del mítico Robin Hood y los padres de la independencia.
¿Cómo no sentirse representado por gente que se había arriesgado a luchar por una causa tan pura y prometía un absoluto desapego por la tradición de trapisondas políticas? Una década más tarde, buena parte de esas imágenes había sufrido un deterioro imposible de ocultar. Ernesto Che Guevara no se resignaba al rol de alto burócrata cubano y desaparecía con destino incierto. En un momento en que los EEUU se encontraban empantanados en la guerra de Vietnam, Guevara planteaba la urgencia de crear dos, tres, cien Vietnam, hasta derrotar al capitalismo agonizante. El exceso de confianza en fórmulas voluntaristas, no condujo al Che a la victoria en Bolivia, como se recuerda. Vietnam logró derrotar a sus invasores en las mesas de negociaciones, tras haber resistido en la jungla.
La segunda mitad del siglo XX alentó muchas ilusiones de cambio social definitivo, sin riesgo de vuelta atrás, de prosperidad compartida para aquellos sistemáticamente marginados, que a continuación fueron postergadas o liquidadas, para dolor o ceguera de quienes en medio del entusiasmo de la propaganda simplista las habían dado por hechas, cuando no pasaban de ser un espejismo compartido. Entre las víctimas que dejan estos proyectos frustrados, algunas se pasan al otro bando y renacen como fanáticos conversos, mientras hay otras que viven un duelo prolongado, en el que cabe de todo: desde negar la experiencia, hasta inculparse de responsabilidades que no les corresponden.

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