Máximo Gregorcic Villanueva |
Folletín de Fantômas |
No se trataba de rateros comunes. Sin duda conocían la
cotización de las obras de arte, planificaron adecuadamente la fechoría,
lograron sacar las pinturas del país para ofrecerlas en Europa, donde obtendrían
mayores ganancias y treinta años más tarde continuaban sin haber sido
descubiertos. ¿Puede uno identificarse con ellos?
Picana eléctrica |
Un invento argentino, la picana eléctrica que comenzó a ser
utilizado durante las sesiones de tortura de la época, atribuido al ingenio de
un hijo del escritor Leopoldo Lugones, no se mencionaba nunca a mediados del
siglo XX, cuando se la utilizaba con frecuencia, para intimidar a los
adversarios políticos. Puede entenderse por qué. Hay instrumentos útiles y
hasta oportunos para algún sector de la sociedad, que se emplean y no obstante
avergüenzan, porque identifican a todos desde un punto de vista particularmente
repulsivo.
De una herramienta de tortura, adoptada internacionalmente,
nadie quiere sentirse parte, y parece mejor demostrar una ignorancia real o
fingida, como le pasó a los alemanes, después de la derrota del nazismo, un
régimen que habían votado para que asumiera el poder y apoyaron durante la
matanza de millones de judíos y la ejecución de una sangrienta guerra.
Cuando alguien es hijo o nieto de inmigrantes (lo más probable,
gente que venía de distintas culturas y de no haberse visto obligadas a
abandonar el territorio que por inercia consideraban propio, no se hubieran
relacionado con sus parejas, ni formado familias, para asentarse en otros países,
desconocidos para ellos, que habrían de convertirse en su residencia
definitiva) el tema de la identidad nacional puede resbalarle, como si oyera
hablar una lengua extraña, que debe tener sentido para otros y sin embargo no
logra desentrañar. En Argentina no se daba, como en Brasil o el Caribe, la
evidencia inocultable de un mestizaje que no pudiera ser negado, aunque se
desconozcan los detalles de las identidades originarias y las circunstancias
del encuentro.
Ku-Klux-Klan |
Club del Clan, circa 1960 |
En mi juventud, a mediados del siglo XX, nos creíamos con
derecho a ser lo que decidiéramos ser, convencidos de que no hacía falta
averiguar demasiado sobre el tema, probablemente porque de intentarlo hubieran
surgido preguntas que resultaba difícil responder. ¿En virtud de qué privilegio
teníamos derecho a considerarnos rebeldes, renovadores, poseedores de la
verdad? Los medios habían comenzado a definir una identidad etaria que
resultaba novedosa y cómoda de aceptar, porque se planteaba como algo válido no
importaba dónde, sin fronteras geográficas o clases sociales.
Los bluejins, el rock and roll, la coca-cola, hasta las
figuras del Club del Clan, aparecieron por entonces para uniformarnos. Al
parecer, todos los jóvenes éramos auténticos, algo que nos enfrentaba
inevitablemente a las viejas generaciones, que representaban una combinación
letal de lo fallido, lo anacrónico, lo injusto.
James Dean en Rebel Without a Cause |
Zbigniw Cybulski eb Popiól i diament |
Para que el modelo resultara más convincente, Zbigniew
Cybulski, en el filme polaco Popiól i diament
de Andrzej Wajda, entraba en conflicto con todo el mundo, tanto de derecha como
de izquierda, en un momento de esperanzas desmedidas (la segunda posguerra
mundial) e inevitablemente elegía mal, su propia muerte. ¿Hacía falta más, para
convencer de que se estaba produciendo por todas partes un cambio histórico de
mentalidad, que otorgaba un rol redentor a los jóvenes?
El rechazo de referentes cercanos, la convicción de no
deberle nada a nadie del pasado inmediato o lejano, no pasaba de ser una
ilusión narcisista, que desde entonces se reitera, aumentada, generación tras
generación, hasta considerarse una evidencia incontrovertible. Por primera vez,
la identidad juvenil se aceptaba, tanto en el plano trivial del vocabulario, el
vestuario y el peinado, como en el de los pensamientos vagamente críticos de la
realidad, aunque hubiera sido impuesta desde el mismo sistema que se impugnaba.
Una generación de consumidores jóvenes, se había convertido en el centro de
interés de los profesionales del marketing,
que hasta la actualidad no los abandonaría.
Fidel Castro, Ernesto Che Guevara |
¿Cómo no sentirse representado por gente que se había
arriesgado a luchar por una causa tan pura y prometía un absoluto desapego por
la tradición de trapisondas políticas? Una década más tarde, buena parte de
esas imágenes había sufrido un deterioro imposible de ocultar. Ernesto Che
Guevara no se resignaba al rol de alto burócrata cubano y desaparecía con
destino incierto. En un momento en que los EEUU se encontraban empantanados en
la guerra de Vietnam, Guevara planteaba la urgencia de crear dos, tres, cien
Vietnam, hasta derrotar al capitalismo agonizante. El exceso de confianza en
fórmulas voluntaristas, no condujo al Che a la victoria en Bolivia, como se
recuerda. Vietnam logró derrotar a sus invasores en las mesas de negociaciones,
tras haber resistido en la jungla.
La segunda mitad del siglo XX alentó muchas ilusiones de
cambio social definitivo, sin riesgo de vuelta atrás, de prosperidad compartida
para aquellos sistemáticamente marginados, que a continuación fueron
postergadas o liquidadas, para dolor o ceguera de quienes en medio del entusiasmo
de la propaganda simplista las habían dado por hechas, cuando no pasaban de ser
un espejismo compartido. Entre las víctimas que dejan estos proyectos
frustrados, algunas se pasan al otro bando y renacen como fanáticos conversos,
mientras hay otras que viven un duelo prolongado, en el que cabe de todo: desde
negar la experiencia, hasta inculparse de responsabilidades que no les
corresponden.
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