Vicios privados, públicas virtudes. (Bernard de Mandeville: La fábula de las abejas)
Pasaporte de Raquel Liberman, denunciante de Zwi Migdal |
Cualquiera que haya superado la infancia, puede argumentar
que la división entre el ser y el parecer no siempre resulta nítida, y que
bastante más probable es que los dos ámbitos se comuniquen por debajo de la
superficie, se confundan muchas veces, o que las más seductoras apariencias
solo existan con el propósito exclusivo de ocultar algo menos agradable. Nadie
puede ser lo que aparenta, por muchos motivos. El primero, quizás, porque aquel
que fragua una ficción no quiere aceptar una realidad que no suele ser demasiado
favorable. Otro, porque es más cómodo mentir que ofrecer la verdad. “Dime de
qué alardeas y te diré qué te falta” plantea del refrán. Otra alternativa, y no
la menos atendible, porque el corrupto aspira a que lo consideren alguien mejor
de lo que efectivamente es.
George Bernard Shaw |
En la comedia de George Bernard Shaw La profesión de la
señora Warren, la dama inglesa que en los últimos años del siglo XIX, ha criado
a su hija en las virtudes más acendradas, no deja de ser por ello la
propietaria de una exitosa cadena de burdeles, donde el dinero que suministra
su clientela ha conseguido mantener la cómoda existencia de la familia. Ella no
advierte en la duplicidad de su conducta, nada que deba reprocharse a sí misma,
ni puede tolerar que otros, como su hija, lo intenten.
SEÑORA WARREN: Querida, el buen
tono exige avergonzarse de eso [se refiere a su oficio]. ¿Qué se diría de una
mujer que no lo hiciera? Las mujeres tenemos que aparentar sentir muchas cosas
que no sentimos (…). Pero a mí no es posible decir una cosa cuando todo el
mundo sabe que pienso otra. ¿A qué viene esa hipocresía? Si el mundo está
organizado de ese modo para las mujeres, ¿por qué hemos de fingir que está
organizado de otro modo? En realidad, yo no he sentido nunca una pizca de
vergüenza. (George Bernard Shaw: La profesión de la Señora Warren)
Si la señora Warren ha vendido su cuerpo y el de otras
mujeres que aceptaron su intermediación, es porque los hombres que suelen
condenar esa actividad, requirieron que la practicara. Puesto que ellos pagaban
por el servicio, ¿por qué habría de condenarse a quienes satisfacían la
demanda? Hasta los hombres más virtuosos (como es el caso de los santos Agustín
y Tomás) con sinceridad desconcertante, han
llegado en algún momento a justificar la prostitución como la existencia de las
cloacas de una ciudad: pueden repugnar, pero serían un mal menor entre los
muchos que acosan a la sociedad.
Cerrad los prostíbulos y la
lujuria lo invadirá todo. (San Agustín: De Ordine)
Prostituta años `20 |
El crecimiento del nacionalismo
y la intrusión de los militares en la política argentina, hicieron perentoria
la eliminación de los elementos delictivos foráneos y de las casas de
prostitución internacionalmente inaceptables.
(Donna Guy: El sexo peligroso. La prostitución legal en Buenos Aires
1895-1955)
Durante mi infancia y juventud, las parejas argentinas
casadas podían separarse cuando comprobaban que no se entendían, pero de todos
modos continuaban casadas, porque el matrimonio católico era concebido como la
unión que persistía hasta que la muerte separara a los cónyuges. Las nulidades
gestionadas ante la Sacra Rota del Vaticano eran pocas e inverosímiles (como la
historia del político que alegaba no haber consumado el matrimonio, a pesar de
tener varios hijos con su mujer).
El divorcio era un trámite engorroso (y no del todo legal)
que debía tramitarse en otros países donde las leyes eran más laxas, como
Uruguay o México. La gente podía estar mucho tiempo en concubinato, pero
guardaba un pudoroso silencio sobre el tema. Que un hombre tuviera un “doble
frente”, una “sucursal” aceptada (o ignorada oficialmente) por la esposa legal,
era una contradicción frecuente en muchas familias. Él no alardeaba de su
situación, fuera del ámbito cómplice de otros varones. Disponer de varias
mujeres demostraba el privilegio de su condición masculina. Si una mujer
hubiera sido descubierta en la misma situación, sería considerada simplemente una
prostituta.
¿Cómo evaluar un doble estándar que ocultaba la verdad para
siempre o retrasaba la revelación para un futuro improbable? ¿Era un
comportamiento hipócrita, que hubiera debido eliminarse en beneficio de la
sinceridad, aunque al ponerlo en práctica se hiriera la sensibilidad ajena?
La gente se “juntaba” y quedaba expuesta al menosprecio de
la comunidad. Hoy los derechos de las parejas que conviven, apenas difieran de
aquellos que se casan. En el pasado, tanto el Código Civil de Dalmacio Vélez
Sarsfield, sancionado en 1869, como la opinión dominante en la sociedad
argentina, discriminaban a quienes no hubieran legalizado su relación de pareja.
Los hijos quedaban marcados como “naturales” (nacidos fuera del matrimonio, de
padres que estaban en condiciones de casarse y podían solicitar el reconocimiento)
o como “ilegítimos” (un conjunto variopinto que reunía desde los incestuosos o
sacrílegos, hasta los adulterinos) a quienes se les negaba cualquier
oportunidad de reconocimiento.
Los niños que nacían dentro del matrimonio, debían ser el
fruto de una relación consagrada por la Iglesia. Ellos recibían el apellido
paterno y aspiraban a heredar el patrimonio del padre. Como no todos se
ajustaban a los modelos establecidos por la sociedad, las jóvenes descarriadas
se ausentaban para visitar por varios meses a parientes distantes y volvían más
delgadas, o no salían de la casa (ni siquiera asomaban al jardín y al cabo de
algún tiempo, era su madre quien anunciaba a los vecinos haber tenido otro
hijo, a pesar de su edad avanzada; o se abandonaba durante la noche un canasto
con un bebé en la puerta o el torno de algún convento; o… El ingenio popular se
las componía para salvar el buen nombre de una pecadora y el de la familia que
muy a su pesar había tenido que participar en la farsa.
Tita Merello y Mario Fortuna en Marcado de Abasto |
Quedar marcado por
estas denominaciones, eran ofensas que los involucrados sufrían de por vida. Se
trataba de hijos del pecado, a quienes debía castigarse de algún modo,
probablemente con el objeto de purgar la falta de sus padres. El cine nacional
había mostrado desde los años `30 el drama de la búsqueda de identidad por
hijos madres solteras o concubinas. Una actriz como Tita Merello se especializó
en los personajes de mujeres sacrificadas (Arrabalera,
Guacho, Los isleros, Filomena Marturano, Mercado de Abasto) que luchaban
por sostener a sus hijos, por lo general sin el auxilio de un hombre.
Joven Eva Duarte |
Había que separar la mala vida de la existencia cotidiana de
una población decente, puesto que parecía imposible erradicar la mala vida. Por
la Ordenanza de 1913 (llamada Ley Palacios) de la ciudad de Buenos Aires, que
fue desvirtuada durante su aplicación, los burdeles no podían instalarse a una
distancia menos de dos cuadras de escuelas, templos y teatros. Debían
administrarlos mujeres (denominadas regentas). Las pupilas no podían ser
menores de dieciocho años y se encontraban sometidas a periódicas visitas sanitarias.
Hacia fines de los años `20, la clase dirigente argentina mostraba sin pudor, y
hasta con orgullo los prostíbulos que frecuentaba a un visitante extranjero
como el conde de Keyserling, que tampoco encontraba desagradable la
experiencia.
Recuerdo un souper que me brindaron en un sencillo burdel hombres con cargos
en la vida política e intelectual; la atmósfera era acogedoramente casera, la
de un estanciero. Por lo tanto allá se caracteriza la vida de esas esclavas y
sus rufianes en el hecho de que se gana con las muchachas tan solo, sino que
también se vela por ellas. Las que han sido arrastradas a Argentina y Brasil,
acaban en la mayoría de los casos de forma no desdichada. Con las “queridas”
propiamente dichas, la cosa es directamente brillante. (Hermann von Keyserling:
Meditaciones sudamericanas)
¿Era Keyserling un intelectual serio, o tan solo un
oportunista, a quien la credulidad una mujer impresionable y dotada de
suficientes medios para convertir sus caprichos en realidad (Victoria Ocampo) fue
capaz de imponer ante un grupo de provincianos? Keyserling habla en todo caso
con la convicción de un europeo acostumbrado a ver el mundo desde su
perspectiva colonial, sin atisbos de rigor ni empatía hacia los nativos, pero
seguro de no ser contradicho.
Anarquistas y prostitutas se encontraban sometidos a la
discrecionalidad de las fuerzas policiales, que podían detenerlos porque
molestaban a la gente decente o (en el caso de las mujeres) porque se negaban a
pagar rutinariamente el derecho de permanecer ejerciendo su triste oficio.
Hasta en la visión de un hombre de ideas progresistas, como José Ingenieros, la
prostituta y el agitador anarquista formaban una pareja de sujetos indeseables.
La difusión del discurso izquierdista y la epidemia de enfermedades venéreas,
suscitaban el mismo temor.
Se va tras una prostituta, una
pobre loca moral como él, síntesis de todos los odios torpes y de todas las
infamias urticantes, orquídea venenosa, y con ella se lanza a propagar la
huelga, la rebeldía, la devastación. (José Ingenieros: Hacia la Justicia)
Roberto Arlt |
En la ficción de Arlt, el monólogo de Haffner alcanza las
dimensiones de un delirio que busca prosélitos y confía convencer al mundo
entero sobre la conveniencia y alta probabilidad del proyecto:
Cuando yo hablo de una sociedad
secreta, no me refiero al tipo clásico de sociedad, sino a una supermoderna,
donde cada miembro y adepto tenga intereses, y recoge ganancias, porque solo
así es posible vincularlos más a los fines que solo conocerán unos pocos. (…)
Los prostíbulos producirán ingresos como para mantener las crecientes
ramificaciones de la sociedad. En la cordillera estableceremos una colonia
revolucionaria. Allí, los novicios seguirán cursos de táctica ácrata,
propaganda revolucionaria, ingeniería militar. (…) La sociedad secreta tendrá
su academia, la Academia para Revolucionarios. (Roberto Arlt: Los siete locos)
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