miércoles, 4 de diciembre de 2013

Caricaturas de niños en el mundo del espectáculo

Anuncio de anestésico de venta libre (Siglo XIX)
¿Quién puede resistir el encanto de la imagen de un niño? Es la pregunta que se hacen los productores audiovisuales y los expertos en marketing desde hace varias generaciones. Su eterna respuesta es: casi nadie resulta inmune y como ventaja extra, son modelos seductores y baratos, que no tienen la menor consciencia de lo que hacen.
La niña Jody Foster fue explotada por su madre, que la comprometió en comerciales del bronceador Coppertone, en los que mostraba el trasero. Los industriales victorianos anunciaban en pleno siglo XIX los productos menos adecuados para los niños (tabacos, medicinas, alucinógenos) exponiendo a criaturas angelicales, vulnerables, muchas veces ligeras de ropas y a pesar de todo sonrientes.
Quizás uno se impaciente con el comportamiento de los niños en el mundo real, cuando reclaman con llanto y quejas, de los adultos que los trajeron al mundo, la atención que no reciben, pero una vez que son puestos bajo control, con promesas o amenazas, posando para una foto, la pantalla de cine o el televisor, recitando un libreto aprendido de memoria, su presencia es infalible. Hay que ser un desalmado para no rendirse.
A los niños se les atribuye una inocencia sin límites; a todos les consta que se prestan a manipulaciones que los adultos menos incautos no aceptarían. Cuando no son utilizados por la publicidad, los padres se deleitan compartiendo con otros adultos las imágenes sonrientes de sus hijos, a la par que aquellas de sus autos y mascotas. ¿Existe alguna diferencia?
Hace un par de generaciones, pagaban para que los fotografiaran en un estudio, delante de un fondo pintado, tal como en otras épocas pagaban para que los pintaran ataviados con sus mejores ropas. Los adultos llevaban esas fotografías en la billetera, para demostrar que no son estériles, como en la actualidad las publican en Facebook. Llenan los muros de sus casas con retratos infantiles que no tardan en desactualizarse y pronto ya no se sabe muy bien a quién corresponden.
Elenco de El Chavo del 8
Junto a los niños que intentaban satisfacer de manera verosímil la demanda de estereotipos de los adultos respecto de la infancia, no faltaban los adultos que encararon el mismo trabajo desde la convención declarada. El Chavo del 8 solo fue la culminación de una caricatura de la infancia interpretada por adultos, que se reiteró en los medios masivos (cine, radio, televisión) durante casi todo el siglo XX.
Chimbela tenía corazón, sinceridad, era dulce, tierna y nunca se supo si tenía madre, padre, novios. El personaje tenía unos quince años, así que contaba con un gran carga de inocencia. (…) Yo era la comadronita del barrio, la que sabía los chimentos. (Elena Lucena)
En los años `40 del siglo XX, la televisión no había llegado aún para capturar a las nuevas generaciones con imágenes tendenciosas, cuidadosamente filtradas, que estimulan el consumo tranquilizador de toda la familia, pero la imagen de los niños ocupaba desde mucho antes las pantallas del cine y las voces de los niños llegaban a través de la radio. Recuerdo a mi tía Matilde informándome, ante mi incredulidad, que Elena Lucena, intérprete radial del personaje llamado Chimbela, era una señora grande. ¿Cómo podía ser? Su voz sonaba como la de una adolescente. Ella usaba inadecuadamente las palabras, como hacen los niños que se guían por el sonido, y lo que hubiera debido alertarme, causaba la risa de los adultos que la rodeaban. Ella era cómica, no por su ingenio, sino por su inadecuación. Al reír de ella, se la marginaba.
En la radio, la edad de la actriz carecía de importancia. Fanny Brice, en los EEUU, se eternizó interpretando a Baby Snooks, una niña incorregible, desde comienzos de los años `30 hasta fines de los `40, cuando ella tenía más de medio de siglo de edad. Los niños de la radio o el cine quedaban incluidos en dos categorías: los pícaros y los conmovedores. La picardía no superaba el doble sentido.
Los adultos podían entender las alusiones a su modo, mientras los niños se quedaban en el plano de lo aparente, disfrutando el comportamiento de un personaje infantil ingobernable, que no llegaba a ser castigado aunque en la realidad ese hubiera sido el desenlace de sus travesuras.
Denis the Menace
El comediante Jorge Luz interpretaba en Argentina a Corchito, un niño terrible de La Cruzada del Buen Humor, un programa que transmitía Radio Belgrano. Era un personaje armado en la tradición de Baby Snooks y Denis the Menace (Daniel el travieso) a partir de 1951; una criatura malvada, que a pesar de sus malas intenciones no causaba daños permanentes a los adultos que convertía en sus víctimas, y tampoco recibía ningún castigo que prometiera una mejora de su conducta a lo largo de una serie interminable de sketches.
La memoria de Tatín, el personaje radial de Tato Cifuentes de fines de los años ´40 (una generación más tarde reapareció convertido en muñeco de la televisión) es más conformista. No pasaba de ser la caricatura del niño hacendoso pero sometido, que había en todas las familias y los adultos adiestraban para que los divirtiera cuando se lo ordenaban. Era el niño payaso, que cantaba y contaba chistes proclamándose aquello que no era. Aunque Tatín no dejara de lado las diabluras, tampoco llegaba a cuestionar el orden de los adultos. Su inocencia contrastaba con la complejidad de un mundo que no entendía, ni se preocupaba de develar ante su audiencia.
En México, el niño terrible de los cuentos picantes se llamaba Pepito. En Argentina era Jaimito. Fuera de la habitual censura de los medios, en los chistes que la gente comunicaba de boca en boca, esas criaturas humillaban a sus parientes y maestros con la enunciación de palabras obscenas y un conocimiento detalladas de las debilidades humanas, que solo podría esperarse de un adulto.
Pepito y Jaimito eran adultos prematuros, travestis de la infancia que los adultos organizaban quién sabe con qué intenciones, tal vez para desensibilizarse ante la eventualidad de abusar de la infancia sin cargos de conciencia. Al dar por supuesto que los niños son perversos, no pocas veces crueles y se encuentran bien informados sobre la sexualidad humana, ¿por qué tenerles consideración?
Los niños podían ser malvados y al mismo tiempo ignorantes, por lo que cabía disculparlos. Eran inaguantables y a la vez cómicos. Apenas se escarbaba un poco en las situaciones que protagonizaban, había que verlos como víctimas. Los conflictos provenían de los adultos, que podían ser muy convencionales (los padres de Denis) o inexistentes (aquellos de Charlie Brown). Situaciones como esas justificaban las malas maneras infantiles.
De acuerdo a los personajes cómicos infantiles, ser adulto era ser hipócrita. Desde la perspectiva implacable de la infancia, el doble estandar de los adultos podía ser parte de una guerra no declarada entre los miembros de distintas generaciones, obligadas a compartir el territorio familiar. Quizás los niños desconozcan las complejidades de la política y los negocios, ámbitos en los que se les niega el ingreso, pero no ignoran los detalles contradictorios de la vida doméstica, donde los adultos suelen demostrar que no suelen ser lo que aparentan.
Los niños terribles complementan la imagen enternecedora pero unilateral de la infancia, organizada al estilo de las pinturas y fotografías victorianas, que idealizan la vida familiar. Es lo que plantea una interminable serie de filmes que utilizan a los niños (poco importa si ellos hacen algo admirable o solo sirven de relleno, con tal que sean bonitos) para seducir a la audiencia. ¿Quién podría resistir el encanto de la imagen en movimiento de un niño? Ellos sonríen, gatean, lloran, dan sus primeros pasos, se ensucian la cara al comer, son limpiados y no hace falta demasiado más para justificar el atractivo que ejercen sobre la audiencia de todas las edades.
A veces los niños son convocados para disfrazarse de lo que todavía no son; se convierten en payasos que exageran su inadecuación para interpretar el rol de adultos. En Bugsy Malone, un filme musical de los años 1976, se presenta una historia de fabricantes de alcohol ilegal, gangsters y bailarinas, ambientado medio siglo antes, que se encuentra interpretado en su totalidad por niños. La obscenidad se encuentra siempre cerca de esas imágenes, a diferencia de lo que pasaba en los sketches de El Chavo del 8, donde sucedía lo contrario. Los adultos que asumen roles infantiles quedan expuestos en su inadecuación, no llegan a confundirse nunca con aquello que imitan, mientras los niños que asumen roles de adultos rondan la pornografía.
Shirley Temple
Shirley Temple comenzó a trabajar en el cine en 1931 a los tres años, protagonizando cortometrajes sonoros donde se parodiaban situaciones propias de adultos, como el enamoramientos, trabajo en clubes nocturnos, etc. Cuando Shirley imita a Mae West, la situación resulta demasiado perturbadora para la sensibilidad actual, que ha recibido tantos datos de niños abusados: Temple se muestra como una niña que simula a la perfección el personaje adulto de una prostituta experimentada. En la complejidad de los adultos, la posibilidad de alimentar fantasías eróticas a partir de una ficción que se anuncia como inocente, lo que incomoda. La conciencia del abuso que suelen sufrir los niños de parte de los adultos y sus iguales, no había tomado forma aún.

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