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Los sobrinos del Capitán |
Por la simplicidad de los personajes y la reiteración de
conflictos, Los sobrinos del Capitán, El
Rey Petiso, Henry o Periquita
estaban dirigidos a los niños, mientras que había paralelamente comics para adultos, una situación que
no los volvía menos atractivos para un chico. Mandrake, El Fantasma o Flash
Gordon tenían protagonistas a aventureros e incluían imágenes de mujeres
vestidas con pocas ropas
Desde los últimos años del siglo XIX hasta la actualidad, The Katzenjammer Kids (Los sobrinos del Capitán) ha ofrecido
una imagen pavorosa, por inalterada, de una infancia juguetona, trivial, imposible
de controlar, opuesta a cualquier norma de convivencia establecida por los
adultos. Bastaba eso para convertirlos en héroes de los lectores infantiles.
Ellos hacían lo que nosotros deseábamos en la realidad, pero no podíamos
concretar.
Hans y Fritz no son bonitos ni pasivos, como se presentaba a
los niños de la imaginería victoriana. Tampoco se trata de niños estudiosos, investigadores,
que molestan a los adultos porque andan en busca de conocimiento. Se trata de
chicos traviesos, que solo quieren divertirse y en lugar de conformarse con las
actividades inofensivas que se les permite a quienes tienen su edad,
interfieren en la vida de su familia. En ningún caso tratan de independizarse.
Solo se dedican a jugar malas pasadas a sus parientes, que pueden ser ridículos,
incluso estúpidos, pero no son tan malvados como ellos.
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Rudolf Dirks: The Katzenjammer Kids (1901) |
Cuando el dibujante Rudolph Dirks comenzó a publicar el comic en un suplemento del New York
Journal, sus protagonistas retomaban un esquema prestigioso de la ficción
norteamericana. Tom Sawyer y Huckleberry Finn, los niños pobres creados por
Mark Twain en 1876, habían asolado la existencia rutinaria de St. Petersburg,
un pueblo establecido en las orillas del Mississippi, aunque el universo de sus
fechorías era más amplio y asentado en la realidad (puesto que incluía tópicos
como la abolición de la esclavitud y los cultos bautistas).
Si se quiere ir más lejos en la búsqueda de las raíces del comic, hay que remontarse a Alemania, donde
un famoso libro para niños, Max und
Moritz, de Wilhelm Busch, publicado en 1865, tiene como protagonistas a una
pareja de criaturas maleducadas, que hacen sufrir al tío Fritz y la viuda
Bolte. Max y Moritz se comportan mal y son castigados por los adultos, porque
la libertad no pasa de ser un ideal inalcanzable y la desobediencia de los
niños se paga siempre, tanto en la realidad como en la ficción.
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Wilhelm Busch: Max und Moritz |
La ventaja de la ficción es que puede ser reciclada
indefinidamente. Max y Moritz deberían morir varias veces, horneados, pulverizados,
pero Busch les permite revivir como en los cortometrajes del Coyote y el
Correcaminos.
La historia gozó de tanta aceptación en Alemania, que la
editorial de William Randolph Hearst encargó a Dirks la elaboración de un comic basado en el mismo esquema, que
debía publicarse en los suplementos ilustrados del fin de semana. Como parece
inevitable en la industria cultural, no se inventa nada; solo se adoptan
personajes ya existentes, cuyo atractivo sobre la audiencia masiva se conoce
bien, y se los somete a situaciones reciclables, que carecen de progresión y
desenlace.
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Peter Brooks: Lord of the flies |
¿Por qué los niños tienen que ser serviciales, encantadores
y estar siempre disponibles para satisfacer el capricho de los adultos? Ese
tópico se derrumbó durante el siglo XX. William Golding retoma el tema de la
rebeldía infantil en la novela El Señor
de las moscas, donde la temporaria ausencia de adultos, motivada por un
naufragio, dispara en los menores sobrevivientes un decidido rechazo de las
normas sociales, que no desemboca en una utopía anárquica y conduce a la
reinvención de una sociedad tribal, más cruel y primitiva que aquella dejada
atrás, que finalmente regresa y los “rescata” de esas vacaciones involuntarias,
para devolverlos a la civilización.
Hans y Fritz, los niños de Dirks, no consiguen escapar del
universo carcelario del hogar y la isla. Son dos, de la misma edad, cabe
suponer que hermanos gemelos, uno de los cuales moreno y el otro rubio, sin
padres, criados por un Capitán maduro, una Mama (no necesariamente la madre de
los niños, ni tampoco la esposa del Capitán) y un Inspector (¿Preceptor?)
decrépito.
Habitan un universo altamente estilizado, sin conexiones con
el mundo de los lectores, una isla que se sitúa en África en algún momento, y a
continuación en la Polinesia. ¿Acaso son náufragos olvidados? ¿Pueden ser
colonos industriosos? La ambigüedad de su situación es funcional a las
estrategias del medio. Los detalles se irán precisando a medida que haga falta. Mientras tanto, ¿por qué preocuparse?
Hacia 1912, Dirks deseaba apartarse de la editorial, por no
haber conseguido mejores condiciones económicas y Hearst no duda en sustituirlo
por otros dibujantes. Una larga disputa legal se entabla entre ambos: Hearst es
propietario del nombre del comic,
pero no de los personajes, por lo que Dirks continúa dibujando el mismo comic en otra editorial, utilizando
otro título, The Captain and the Kids,
hasta su desaparición seis décadas más tarde.
Mientras tanto, King Features sigue editando The Katzenjammer Kids, que pasa a ser
dibujado por otros artistas y se ha convertido en el comic más longevo del medio. Las novedades que se introdujeron parsimoniosamente,
incluyen el personaje de Rollo Rhubarb, un odioso niño prodigio, que compite
con los gemelos y es humillado por ellos.
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Zipi y Zape |
En España, la pareja infantil reaparece como Zipi y Zape,
cuyas andanzas comenzaron a publicarse en 1948. Son gemelos, uno de cabellos
oscuros, el otro rubio, fanáticos de clubes de fútbol rivales. El padre, don Pantuflo Zapatilla es un docente
de Filatelia, Numismática y Colombofilia. A diferencia de sus modelos
norteamericanos, tienen buenas intenciones, se proponen hacer buenas acciones,
proyecto que se les escapa de las manos y deriva en el desenlace habitual: son
perseguidos por los adultos que molestaron o terminan encerrados en un inmundo cuarto
de castigo.
Para la economía de mercado de hace un par de generaciones,
los niños no eran tomados en cuenta más que como fuerza de trabajo mal
retribuida o tema enternecedor de las ensoñaciones de adultos. A mediados del
siglo XX pasaron a convertirse en una masa considerable de consumidores fáciles
de influir, difíciles de satisfacer, dignos de la mayor atención de parte del
mundo de los negocios, imprevisibles y a la vez temidos.
Pocas etapas de la Historia de la Humanidad han sido tan
inestables como el siglo XX. La idea de que existe una brecha generacional
entre jóvenes y adultos, un conflicto no resuelto, se ha instalado allí donde
tradicionalmente no se tomaba en cuenta la posibilidad de oír los reclamos de
los jóvenes. ¿Para qué perder el tiempo, si los adultos conocían y controlaban
la situación, mejor que los mismos protagonistas de cualquier queja?
A mediados del siglo XX, los conflictos entre generaciones
se convirtieron en un tópico habitual de los medios, adquiriendo una
visibilidad inesperada, al descubrirse que podían motivar excelentes negocios.
De pronto hubo películas, canciones, comics, vestuario, que daban forma a los
mismos conflictos que hasta poco antes no se negaban o trivializaban (como en las
triviales aventuras de Andy Hardy ofrecidas por el cine de Hollywood). La
sociedad industrial había descubierto la existencia de una masa de consumidores
juveniles a la que no costaba mucho hacerle tomar conciencia de sus
expectativas, para reclamar de los adultos, no el trato justo que merecían,
sino el suministro de objetos y servicios, meras prebendas capaces de
mantenerlos callados por un rato.
El tema de los revoltosos insobornables se ha revelado
fértil en otros ámbitos de la industria cultural, donde se. El cineasta Jean
Vigo conectó a la pareja de revoltosos con otros niños, para desafiar a la
institución escolar, en el filme Zéro de
conduite (1932). Esa imagen idealizada del rebelde juvenil, se afirma
durante los ´60, una época tan sensible a las movilizaciones sociales, tras las
protestas norteamericanas contra la Guerra de Vietnam y el Mayo francés.
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Linday Anderson: If... |
Lindsay Anderson convierte a los revoltosos en adolescentes
terroristas en el filme If (1968).
Han dejado de ser chicos traviesos, pero carecen de objetivos a largo plazo,
más allá de su enojo contra cualquier autoridad. Por eso el cine los abandona
en el momento de máximo rechazo del mundo de los adultos. ¿Qué puede ocurrirles
después? Con toda probabilidad, serán derrotados por las armas. ¿Y si
triunfaran? ¿Pueden hacerlo solos? La victoria de las revoluciones suele
desembocar en desilusiones.
En la ficción, ellos continúan siendo criaturas feroces,
destructivas, que no hacen concesiones a sus enemigos, y el objeto de su
actividad no es gastar bromas a los adultos, sino descabezar a los
representantes de las clases dirigentes que identifican como sus opresores. Luego
se verá de qué otras tareas más complejas se responsabilizan. Tal vez, de
ninguna, porque todo lo anterior puede haber sido una fantasía consoladora, que
tarde o temprano desemboca en su aceptación del sistema que declaran odiar.
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