viernes, 19 de septiembre de 2014

Entre ayer y hoy: brechas generacionales


 
Albert Camus
La rebelión nace del espectáculo de la sinrazón, ante una condición injusta e incomprensible. Pero su impulso ciego reivindica el orden en medio del caos y la unidad (…). Grita, exige, quiere que el escándalo cese y que se fije por fin lo que hasta ahora se escribía sin tregua sobre el mar. Su preocupación consiste en transformar. (Albert Camus: El hombre rebelde)

Fue a mediados del siglo XX cuando apareció la frase “brecha generacional” que sigue vigente en la actualidad, para denominar una crisis en la comunicación interpersonal. Los adultos y los jóvenes nos percibíamos utilizando lenguajes que no eran los mismos, nos guiábamos por intereses distintos y opuestas visiones del mundo. Esa es una idea que no resulta extraña a los adolescentes, pero en ese momento la presunción era confirmada por el discurso de los medios.
erse reflejado en James Dean era una alternativa seductora emocionalmente, aunque el personaje del filme Rebel without cause fuera un artificio que no resistía el menor análisis. Albert Camus proponía otro espejo, todavía más oscuro, por apoyarse en la Historia de las ideas y demostrar que muchos de nuestros cuestionamientos habían sido planteados antes, sin hallar una respuesta.
James Dean
No era que los jóvenes no nos entendiéramos con los adultos, porque la coexistencia prolongada lleva a familiarizarse con las culturas más ajenas, sin importar que uno se lo proponga o no, sino que no aceptábamos dialogar con ellos. Mis amigos y yo, cuando teníamos veinte años, éramos feroces ante la posibilidad de encarar a quienes hubieran podido ser nuestros maestros, de habérselo permitido, pero ellos no nos merecían demasiada confianza.
Para decirlo de manera más cruda, preferíamos declararnos huérfanos, decidimos borrarlos de nuestros ancestros, para no deberle nada a nadie. Pretendíamos emparentarnos imaginariamente con figuras distantes, maestros muertos de los que sobrevivían textos que toleraban cualquier interpretación, por abusiva que fuera, antes que tomarnos el trabajo de discutir con aquellos con quienes disentíamos.
Goliardi en taberna medieval
Los denostábamos como carcamanes (personas de escaso mérito y pretensiones desmedidas) o fósiles (restos de algo muerto, que sin embargo se resiste a desaparecer). Al recordar eso, no puedo argumentar que el intolerancia de los jóvenes se haya impuesto hace poco y deba ser vista como la evidencia de un próximo fin del mundo. La rebeldía tiene una Historia (bastante más atractiva que la del conformismo) plagada de derrotas y repliegues que los más optimistas denominan tácticos.
Cuando se piensa en los estudiantes del Medioevo, los llamados goliardos, execrados públicamente por una jerarquía eclesiástica a la que tarde o temprano iban a incorporarse, se advierte que no eran más amables con los adultos a quienes debían respeto. Los exponían al ridículo, denunciaban sus fallas. Pasada la etapa de la burla, el conformismo se imponía.
A mediados del siglo XX, por un lado los mayores llevaban una existencia que los jóvenes evaluábamos como rutinaria, inadecuada para incorporar nuevas ideas, con las que resultaba imposible no identificarse. Por el otro, que las nuevas visiones del mundo (al menos así se planteaban) se apoyaban en una negación del pasado inmediato, que incluía en cierto desprecio de quienes habían tenido la desgracia de nacer una generación antes.
El mundo se había trastornado durante la crisis económica de los años ´30 y la Segunda Guerra Mundial. Recuperar el equilibro era todo lo que se esperaba a mediados de los ´40. La radio y en menor medida la prensa escrita, acondicionaban su percepción del mundo para que no incorporaran demasiadas novedades a su audiencia. La música popular, el cine, la fotonovela, se encargaban de darle forma a las emociones. Frases hechas, trivialidad, anécdotas y chistes, se combinaban sin dificultad con slogans patrióticos.
Derrumbe del Culto a la Personalidad (de Stalin)
 
Para los jóvenes se estaba definiendo un mundo que se anunciaba como realmente nuevo, superior en todos los aspectos al que se dejaba atrás, algo que se oponía en todos los frentes posibles al mundo de los adultos, con el que se intentaba descartar cualquier atisbo de continuidad. ¿Acaso íbamos a recaer en la guerra que acababa de concluir? Circunstancias al parecer carentes de relación, como el existencialismo francés, la televisión, el rock, los bluejeans, la píldora anticonceptiva, la denuncia del estalinismo y la Revolución Cubana (la lista podría engrosarse), dieron forma a una visión del mundo que hoy cuesta entender y entonces parecía tan evidente que hubiéramos debido considerarnos ciegos para ignorarla. El mundo contemporáneo estaba cambiando. Los parámetros habituales ya no servían para evaluarlo.
Más de medio siglo más tarde, la noción de brecha generacional sigue vigente, ampliada, radicalizada, pero al observarla con mayor cuidado, se advierte que no designa a las mismas ideas.

Hoy, la brecha entre jóvenes y adultos es más tecnológico-cultural que ideológico-política. las mediaciones tecnológicas, las imbricaciones de las nuevas tecnologías con los cuerpos juveniles, el modo de procesar los vínculos y las emociones, son cuestiones que difieren notablemente de generación en generación. (Sergio Balardini)

Los medios no dudan en interpelar a ciertos sectores de su audiencia, para invitarlos a tomar conciencia de que son diferentes de otros sectores, que deben identificarse con intereses propios y modelos de comportamiento que conviene imitar, si no desean que los marginen de una corriente mayoritaria. ¿Acaso los jóvenes quieren quedarse solos? Para volver más convincente el argumento, se apela al resentimiento (no pocas veces justificado) que los jóvenes manifiestan por la autoridad mal ejercida por los adultos durante la adolescencia, cuando ellos suelen elaborar su identidad personal como si se tratara de una empresa heroica.
Tal vez el inconformismo de las nuevas generaciones no sea tan profundo como se presenta. Quizás reinventan la pólvora, amparados en un desprecio del pasado que los desubica en la actualidad. El In y el Out planteados por la Moda en cada cambio de temporada, se encuentran implícitos en las imágenes seductora y el reiterativo discurso verbal de los medios. Los jóvenes creen rebelarse, cuando aceptan la convocatoria de una industria que se dedica a explotarlos.
Los llamados nativos digitales (aquellos que llegaron al mundo en que las telecomunicaciones se había instalado para transformarlo en más de un sentido) probablemente miran con sorna a los adultos que por la pobreza han quedado al margen o que detectan dificultades mentales para incorporarse.

La juvenilización de la sociedad supone un cambio visible en los gustos y las preferencias de los adultos, que comienzan a tomar como fuente de valor la imagen del joven y no tanto la del adulto mayor para conformar sus estilos de vida. Con un indudable anclaje en las ofertas del mercado, especialmente en (…) salud, cuidado personal, esparcimiento, turismo, pero con el tiempo también indumentaria, estética, tecnología, alimentación, se afianza (…) un régimen de discursos, imágenes y prácticas orientadas a la preservación del cuerpo, a evitar las huellas que deja el paso de los años, (…) promueven la utopía de una conservación eterna. Con ella se erige un nuevo sistema de valores que establece a la juventud como polo positivo, con su contracara de negatividad para los que se asocie con la adultez –o la vejez, último término de la escalara valorativa-. (Marcelo Urresti: Los jóvenes y los dilemas culturales)

En la actualidad, muchos padres se sienten solos en un mundo sometido a continuos cambios (reales o aparentes) que les cuesta entender, desbordados por las evidencias que plantean sus hijos. Los jóvenes no se corresponden con las expectativas de los adultos. Más aún, los adultos no encuentran la manera de controlar a quienes, a pesar de haber sido engendrados y criados por ellos, se comportan como si fueran sus más enconados enemigos.
En muchos casos, los adultos se resignan a perder una guerra que no sospechaban que fuera a darse, y la situación les duele más porque los enfrenta a quienes les mienten, los extorsionan, los defraudan, cuando de acuerdo a la imagen tradicional de la familia, hubieran debido amarlos y auxiliarlos cuando les llegue la vejez. Una sensación de brecha insalvable se instala entre aquellos que compartían el mismo espacio, a pesar de que parecían provenir de distintos planetas.

Antes los niños no necesitaban nada para entretenerse, jugar, divertirse e integrarse en el entorno; actualmente necesitan los elementos (…) de los nuevos tiempo (ordenador, consola, DVD, teléfono móvil…) para no sentirse perdidos y aislados. Y no es que tales elementos no ayuden a desarrollar una serie de capacidades (…) pero éstas se circunscribirán al ámbito de lo privado, dejando peligrosamente de lado el desarrollo de estrategias socializadoras. (Elena Rodríguez San Julián e Ignacio Megías Quirós: La brecha generacional en la educación de los hijos)

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