miércoles, 3 de septiembre de 2014

Música y músicos de burdel (II): Noches del Caribe


La imagen vetusta de la llamada casa de tolerancia, donde hombres de todos los sectores sociales coincidían  para dar rienda libre a su sexualidad, gozaba en el pasado de tanta seducción como condena. En ese lugar residían las mujeres más atractivas y los hombres más despreciados. Lucrar con el tráfico de las prostitutas era un oficio innoble (proxeneta para la Real Academia de la Lengua, chulo en el Caribe, cafiche en Chile, cafisho o macró en Argentina) y nada lograba limpiarlo.
Tampoco era mejor considerado estar al servicio de esas mujeres, que por dinero se sometían a los caprichos de sus clientes. Para un músico, animar las noches de un burdel con su arte, era el punto más bajo de su carrera profesional. Podía aceptarse que visitara ese lugar, movido por sus hormonas, pero no que trabajara en forma estable, que le pagaran con el mismo dinero extraído del placer de los clientes.
De acuerdo a la leyenda  (que puede corresponderse o no con la verdad), el adolescente Agustín Lara, escapando de las restricciones de un hogar burgués donde pretendían que siguiera la carrera militar, se ganaba la vida tocando el piano en distintos burdeles de ciudad México. En ese ambiente logró los primeros aplausos, con toda seguridad las primeras experiencias sexuales y una cicatriz que le cruzaba la cara y le habría sido inferida por una prostituta despechada. En esos lugares halló los temas que reaparecen en algunas de sus más famosas canciones.

Vende caro tu amor / aventurera / da el precio del dolor / a tu pasado / y aquel que de tus labios / la miel quiera / que pague con brillantes / tu pecado. (Agustín Lara: Aventurera)

La música tropical se había convertido en la alternativa al tango en la programación de las radios argentinas de mediados del siglo XX. En los boleros y rancheras de la época se narraban historias esbozadas en pocos trazos, con un par de personajes descriptos en pocos trazos, que no cuesta demasiado seguir. Los personajes masculinos sufren desengaños, atraviesan duelos insondables, son sometidos a esperas crueles, por causa de mujeres imposibles o infieles, que sin embargo no son capaces de apartar de su mente.
Cuando se escuchan estos dramas cantados, se tiene la oportunidad de compartir sentimientos similares a los que ofrecían el cine mexicano y el radioteatro nacional de la época, solo que planteados en no más de tres minutos.

Menospreciada durante muchos años, entendida como un fenómeno orillero, que solo concernía a los sectores del pueblo menos cultos, y en consecuencia, una forma musical menor por el carácter en apariencia cursi de su contenido, la música popular latinoamericana fue relegada por las élites intelectuales (..) al rincón oscuro de los bares en donde enardecidas rocolas ofrecían todas las noches el íntimo testimonio de la soledad y el abandono. (Juan Carlos Santaella: El bolero novela)

Si algo diferenciaba a estos boleros y rancheras de las otras ficciones propias de la industria cultural, era la simplificación y reiteración del mensaje. Se trataba de canciones que podían ser escuchadas cientos de veces, cuyas letras eran memorizadas y repetidas por la audiencia, que se dejaba seducir por la melodía y las rimas, después de lo cual era difícil no aceptar las ideas que expresaban.
Mientras los noticieros radiales de entonces tomaban distancia respecto de los dramas personales y las radionovelas se especializaban en la recreación de peripecias románticas aptas para el fantaseo de las auditoras, la música tomaba en cuenta los sentimientos de los hombres. Ellos eran quienes cantaban y ellos también los destinatarios finales de esas canciones (a pesar de que en el caso de los boleros de Agustín Lara, las mujeres aparecen convocadas explícitamente por la letra, a diferencia de otros autores que mantienen en la ambigüedad el género de la persona amada).
Agustín Lara y su cicatriz

Te vendes / quién pudiera comprarte / quién pudiera pagarte / un minuto de amor. / Los hombres / no saben apreciarte / ni siquiera besarte / como te beso yo. / La vida / la caprichosa vida / convirtió en un mercado / tu frágil corazón. (Agustín Lara: Te vendes)

En esas canciones, la mujer suele ser presentada como un objeto amoroso privilegiado, al que se recuerda con nostalgia, sea porque se mostró indiferente al hombre que la amaba, sea porque ni siquiera llegó a enterarse de la pasión que despertaba, sea porque se ha ido con alguien más atractivo o más decidido que el cantante. La confesión del hombre todavía enamorado, no poseído por el rencor (a pesar de la experiencia que ha sufrido), es una de las mayores diferencias que se plantean entre los versos del bolero y el tango.
La figura de la mujer prostituida es más rara y solo aparece en los boleros para ser designada como el objeto inalcanzable de un hombre, que a pesar de conocer de sobra su condición venal, pretendía acaparar sus favores, al mejor estilo de un marido con su legítima esposa, hasta que termina por reconocer el error en el que ha incurrido, como si se tratara de una falla más de la mujer.

Yo sé que es imposible que me quieras / que tu amor para mí fue pasajero / y que cambias tus besos por dinero / envenenando así mi corazón. / No creas que tus infamias de perjura / incitan mi rencor para olvidarte / te quiero mucho más, en vez de odiarte / y tu castigo se lo dejo a Dios. (Agustín Lara: Imposible)

La posibilidad de recuperación que se le otorga a la mujer en los boleros, no es mucha: ni ella puede abandonar esa vida equivocada que siguió (se encuentra atada a sus explotadores, ha acumulado una deuda que no llegará a cancelar nunca), ni la sociedad se encuentra dispuesta a olvidar las circunstancias de su caída. Tampoco las buenas intenciones del enamorado llegan tan lejos, que le permitan afrontar ser marginado por la opinión dominante, al solidarizar con ella, al atreverse a presentarla como su pareja. Un riesgo como ese no puede ser afrontado.

Amor de la calle, que vendes tus besos a cambio de amor / aunque tú le quieres ( aunque tú le esperes / él tardará en llegar. / (…) Si tuvieras un cariño, / un cariño verdadero, tú serías tal vez distinta / ¿Cómo? Igual a otras mujeres / pero te han mentido tanto. (Fernando Maldonado: Amor de la calle)

La voluntad de entender las circunstancias que encadenan a la prostituta, deriva en una compasión similar a la propuesta por los Evangelios. No obstante la piedad que se insinúa, el proceso de reincorporación de la mujer marginada a la sociedad no llega a completarse nunca. Ella se queda donde cayó. En el mejor de los casos se le ofrece amor (¿qué significará eso para alguien que ha visto tantas promesas no cumplidas?) pero al hacerlo, no deja de recordársele que está manchada y continuará estándolo. Ella no debería esperar demasiado de quien le canta.

Perdida / te ha llamado la gente / sin saber que has sufrido / con desesperación. / Vencida / quedaste tú en la vida / por no tener cariño / que te diera ilusión. / Perdida / porque al fango rodaste / después que destrozaron / tu virtud y tu honor /  No importa / que te llamen perdida / yo le daré a tu vida / que destrozó el engaño / la verdad de mi amor. (Chucho Navarro: Perdida)

Los cantantes de mediados del siglo XX, tanto los del tango como aquellos que se dedicaban al bolero, no dramatizaban demasiado las canciones. Preferían entonarlas sin muchos adornos, al precio de quitarles expresividad. Cuando atenuaban el énfasis, las volvían más fáciles de aceptar para sus destinatarios, porque el contenido muy personal de los versos se encontraba en el borde de lo que el pudor permitía compartir con los auditores. Leo Marini, Pedro Vargas o Daniel Santos (tal como Armando Manzanero una generación más tarde) consiguen la hazaña de no ser nunca cursis, a pesar del material que emplean.
La idealización de la mujer prostituida puede adquirir en el bolero un tono religioso, que un observador desprejuiciado identificaría con el masoquismo fetichista. El hombre que canta, adora y se somete sin restricciones, a quien sin embargo identifica como una mujer marcada para siempre por la promiscuidad sexual. El objeto de su pasión perversa no es quitado del entorno real donde se la conoció, pero al mismo tiempo, ella está donde puede vérsela, pero no es posible tocarla: un altar que la convierte en objeto de veneración.
Daniel Santos

Virgen de medianoche / virgen eso eres tú / para adorarte toda / rasga tu manto azul. / Señora del pecado / luna de mi pasión / mírame arrodillado / junto a tu corazón. / (…) Virgen de medianoche / cubre tu desnudez / bajaré las estrellas / para alumbrar tus pies. (Pedro Galindo. Virgen de Medianoche)

¿Cómo llegó el bolero, a difundir a mediados del siglo XX, esa imagen inocente y reveladora, de un enamoramiento idealizado, condenado al fracaso, tan afín a la temática trivial de las novelas de Delly o Corín Tellado, y sin embargo elegante, contenido, es cosa que a la distancia cuesta responder.
Las canciones populares se oyen, se aceptan, se memorizan y reproducen, y gracias a la indudable familiaridad que alcanzan, llegan a sugerir que se encuentran despojadas de sentido. Eso permite que se introduzcan sin dificultad en las mentes de millones de destinatarios, hasta formar un substrato más firme, por la falta de discusión que las rodea, que el de las grandes ideas de una época.

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