La imagen vetusta de la llamada casa de tolerancia, donde hombres de todos los sectores sociales coincidían para dar rienda libre a su sexualidad, gozaba en el pasado de tanta seducción como condena. En ese lugar residían las mujeres más atractivas y los hombres más despreciados. Lucrar con el tráfico de las prostitutas era un oficio innoble (proxeneta para la Real Academia de la Lengua, chulo en el Caribe, cafiche en Chile, cafisho o macró en Argentina) y nada lograba limpiarlo.
Tampoco era mejor considerado estar al servicio de esas mujeres, que por dinero se sometían a los caprichos de sus clientes. Para un músico, animar las noches de un burdel con su arte, era el punto más bajo de su carrera profesional. Podía aceptarse que visitara ese lugar, movido por sus hormonas, pero no que trabajara en forma estable, que le pagaran con el mismo dinero extraído del placer de los clientes.
De acuerdo a la leyenda
(que puede corresponderse o no con la verdad), el adolescente Agustín
Lara, escapando de las restricciones de un hogar burgués donde pretendían que
siguiera la carrera militar, se ganaba la vida tocando el piano en distintos
burdeles de ciudad México. En ese ambiente logró los primeros aplausos, con
toda seguridad las primeras experiencias sexuales y una cicatriz que le cruzaba
la cara y le habría sido inferida por una prostituta despechada. En esos
lugares halló los temas que reaparecen en algunas de sus más famosas canciones.
Vende caro tu amor / aventurera
/ da el precio del dolor / a tu pasado / y aquel que de tus labios / la miel
quiera / que pague con brillantes / tu pecado. (Agustín Lara: Aventurera)
La música tropical se había convertido en la alternativa al
tango en la programación de las radios argentinas de mediados del siglo XX. En
los boleros y rancheras de la época se narraban historias esbozadas en pocos
trazos, con un par de personajes descriptos en pocos trazos, que no cuesta
demasiado seguir. Los personajes masculinos sufren desengaños, atraviesan duelos
insondables, son sometidos a esperas crueles, por causa de mujeres imposibles o
infieles, que sin embargo no son capaces de apartar de su mente.
Cuando se escuchan estos dramas cantados, se tiene la
oportunidad de compartir sentimientos similares a los que ofrecían el cine
mexicano y el radioteatro nacional de la época, solo que planteados en no más
de tres minutos.
Menospreciada durante muchos
años, entendida como un fenómeno orillero, que solo concernía a los sectores
del pueblo menos cultos, y en consecuencia, una forma musical menor por el
carácter en apariencia cursi de su contenido, la música popular latinoamericana
fue relegada por las élites intelectuales (..) al rincón oscuro de los bares en
donde enardecidas rocolas ofrecían todas las noches el íntimo testimonio de la
soledad y el abandono. (Juan Carlos Santaella: El bolero novela)
Si algo diferenciaba a estos boleros y rancheras de las
otras ficciones propias de la industria cultural, era la simplificación y
reiteración del mensaje. Se trataba de canciones que podían ser escuchadas cientos
de veces, cuyas letras eran memorizadas y repetidas por la audiencia, que se
dejaba seducir por la melodía y las rimas, después de lo cual era difícil no
aceptar las ideas que expresaban.
Mientras los noticieros radiales de entonces tomaban
distancia respecto de los dramas personales y las radionovelas se especializaban
en la recreación de peripecias románticas aptas para el fantaseo de las
auditoras, la música tomaba en cuenta los sentimientos de los hombres. Ellos
eran quienes cantaban y ellos también los destinatarios finales de esas
canciones (a pesar de que en el caso de los boleros de Agustín Lara, las
mujeres aparecen convocadas explícitamente por la letra, a diferencia de otros
autores que mantienen en la ambigüedad el género de la persona amada).
Agustín Lara y su cicatriz |
Te vendes / quién pudiera
comprarte / quién pudiera pagarte / un minuto de amor. / Los hombres / no saben
apreciarte / ni siquiera besarte / como te beso yo. / La vida / la caprichosa
vida / convirtió en un mercado / tu frágil corazón. (Agustín Lara: Te vendes)
En esas canciones, la mujer suele ser presentada como un
objeto amoroso privilegiado, al que se recuerda con nostalgia, sea porque se
mostró indiferente al hombre que la amaba, sea porque ni siquiera llegó a
enterarse de la pasión que despertaba, sea porque se ha ido con alguien más
atractivo o más decidido que el cantante. La confesión del hombre todavía
enamorado, no poseído por el rencor (a pesar de la experiencia que ha sufrido),
es una de las mayores diferencias que se plantean entre los versos del bolero y
el tango.
La figura de la mujer prostituida es más rara y solo aparece
en los boleros para ser designada como el objeto inalcanzable de un hombre, que
a pesar de conocer de sobra su condición venal, pretendía acaparar sus favores,
al mejor estilo de un marido con su legítima esposa, hasta que termina por
reconocer el error en el que ha incurrido, como si se tratara de una falla más
de la mujer.
Yo sé que es imposible que me
quieras / que tu amor para mí fue pasajero / y que cambias tus besos por dinero
/ envenenando así mi corazón. / No creas que tus infamias de perjura / incitan
mi rencor para olvidarte / te quiero mucho más, en vez de odiarte / y tu castigo
se lo dejo a Dios. (Agustín Lara: Imposible)
La posibilidad de recuperación que se le otorga a la mujer
en los boleros, no es mucha: ni ella puede abandonar esa vida equivocada que siguió (se encuentra atada a sus explotadores, ha acumulado una deuda que no llegará a cancelar nunca), ni la sociedad se
encuentra dispuesta a olvidar las circunstancias de su caída. Tampoco las buenas intenciones del enamorado
llegan tan lejos, que le permitan afrontar ser marginado por la opinión
dominante, al solidarizar con ella, al atreverse a presentarla como su pareja. Un riesgo como ese no puede ser afrontado.
Amor de la calle, que vendes
tus besos a cambio de amor / aunque tú le quieres ( aunque tú le esperes / él
tardará en llegar. / (…) Si tuvieras un cariño, / un cariño verdadero, tú
serías tal vez distinta / ¿Cómo? Igual a otras mujeres / pero te han mentido
tanto. (Fernando Maldonado: Amor de la calle)
La voluntad de entender las circunstancias que encadenan a
la prostituta, deriva en una compasión similar a la propuesta por los
Evangelios. No obstante la piedad que se insinúa, el proceso de reincorporación
de la mujer marginada a la sociedad no llega a completarse nunca. Ella se queda
donde cayó. En el mejor de los casos se le ofrece amor (¿qué significará eso
para alguien que ha visto tantas promesas no cumplidas?) pero al hacerlo, no
deja de recordársele que está manchada y continuará estándolo. Ella no debería
esperar demasiado de quien le canta.
Perdida / te ha llamado la
gente / sin saber que has sufrido / con desesperación. / Vencida / quedaste tú
en la vida / por no tener cariño / que te diera ilusión. / Perdida / porque al
fango rodaste / después que destrozaron / tu virtud y tu honor / No importa / que te llamen perdida / yo le
daré a tu vida / que destrozó el engaño / la verdad de mi amor. (Chucho Navarro:
Perdida)
Los cantantes de mediados del siglo XX, tanto los del tango
como aquellos que se dedicaban al bolero, no dramatizaban demasiado las
canciones. Preferían entonarlas sin muchos adornos, al precio de quitarles
expresividad. Cuando atenuaban el énfasis, las volvían más fáciles de aceptar
para sus destinatarios, porque el contenido muy personal de los versos se
encontraba en el borde de lo que el pudor permitía compartir con los auditores. Leo Marini, Pedro
Vargas o Daniel Santos (tal como Armando Manzanero una generación más tarde) consiguen
la hazaña de no ser nunca cursis, a pesar del material que emplean.
La idealización de la mujer prostituida puede adquirir en el
bolero un tono religioso, que un observador desprejuiciado identificaría con el
masoquismo fetichista. El hombre que canta, adora y se somete sin restricciones, a quien
sin embargo identifica como una mujer marcada para siempre por la promiscuidad sexual. El
objeto de su pasión perversa no es quitado del entorno real donde se la conoció,
pero al mismo tiempo, ella está donde puede vérsela, pero no es posible tocarla: un altar que la convierte en objeto de veneración.
Daniel Santos |
Virgen de medianoche / virgen
eso eres tú / para adorarte toda / rasga tu manto azul. / Señora del pecado /
luna de mi pasión / mírame arrodillado / junto a tu corazón. / (…) Virgen de
medianoche / cubre tu desnudez / bajaré las estrellas / para alumbrar tus pies.
(Pedro Galindo. Virgen de Medianoche)
¿Cómo llegó el bolero, a difundir a mediados del siglo XX, esa
imagen inocente y reveladora, de un enamoramiento idealizado, condenado al
fracaso, tan afín a la temática trivial de las novelas de Delly o Corín Tellado,
y sin embargo elegante, contenido, es cosa que a la distancia cuesta responder.
Las canciones populares se oyen, se aceptan, se memorizan y
reproducen, y gracias a la indudable familiaridad que alcanzan, llegan a
sugerir que se encuentran despojadas de sentido. Eso permite que se introduzcan
sin dificultad en las mentes de millones de destinatarios, hasta formar un
substrato más firme, por la falta de discusión que las rodea, que el de las grandes ideas de una época.
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