El poder corrompe. El poder
absoluto corrompe absolutamente. (John Emerich Dalkberg Acton)
Benito Mussolini |
Josef Stalin |
No es raro que la desmesura de algunos pocos hombres cause
la admiración del resto, los eventuales seguidores e incluso los adversarios. El común de la gente sufre (incluso disfruta) las
limitaciones de una vida rutinaria, penosa, que objetivamente podría evaluarse como imposible de sobrellevar. No suele atreverse
a ir más allá de lo que le han dicho que le está permitido, porque teme sufrir
alguna sanción que le haga perder lo poco que ha conseguido acumular, para dejarlo en la situación de recomenzar desde cero lo perdido. Aquellos que
desafían esos límites, no a escondidas sino delante de testigos, aprovechando que la vigilancia se ha
levando por un rato, proclamando las ventajas de la infracción, se convierten en héroes admidables, en quienes se deposita confianza y se proclama como líderes.
Cuando un grupo o un partido
está en el poder, se ve obligado a fortificarse allá y defenderse contra todo.
La verdad que salta ante los ojos de cuantos no estén ciegos por la venda del
dogmatismo, es que el hombre está cansado de la libertad. (Benito Mussolini:
Poder y consenso)
A mi generación, en cambio, le tocó crecer en una época de
desengaño de los sueños anteriores. La memoria de alguien que transitó buena
parte del siglo XX y lo que va del XXI, acumula un muestrario desalentador de
fracasos de cada uno de los grandes proyectos que maravillaron a sus mayores, y
al caer se han dejado ver como lamentables casos de abusos de poder, carentes
de cualquier justificación.
Los libros de Historia permiten averiguar que el mal viene
de mucho más lejos. ¡Cuánta dedicación para acceder y retener el poder,
adquirido no importa cómo; en contraste con eso qué infrecuente la dedicación
al servicio público! Ocuparse de los asuntos del Estado, llega a convertirse en
una forma habitual de adquirir riqueza y honores vitalicios (más aún,
hereditarios) de acuerdo a un esquema que las leyes y las costumbres parecen
incapaces de evitar.
Puedes observar cómo la
divinidad fulmina con sus rayos a los seres que sobresalen demasiado, sin
permitir que se jacten de su condición; puedes observar también cómo siempre
lanza sus dardos desde el cielo contra los mayores edificios y los árboles más
altos, pues la divinidad tiende a abatir todo lo que descuella demasiado.
(Herodoto: Historia)
Pol Pot |
¿Por qué puede ser digna de castigo la circunstancia de que alguien
se destaque demasiado? A sabiendas o no, está invadiendo el espacio que no le
corresponde; se destaca a expensas de otro. Respetar los límites, aunque no
sean físicos, incluso cuando no se trata de un territorio bien delimitado o cuando
estaba disponible para todos por igual, es un mandato no escrito de la sociedad,
cuyo cumplimiento la comunidad exige tarde o temprano.
El síndrome de Hubris saca su
nombre del teatro de la Grecia antigua y aludía particularmente a la gente que
robaba escena. Empezó a usarse como trastorno de personalidad al observarse
ciertas características en personas que tienen un cargo de poder. (…) Imagina
que lo que piensa es correcto y lo que opinan los demás no, cree que todos los
que lo critican son enemigos, etc. (…) Las personas pierden la perspectiva de
la realidad total y ve solo lo que quiere ver. (…) Lo puede padecer cualquier
persona que está en el ejercicio del poder. (Harry Campos Cervera)
Ansias de figuración, desequilibrio emocional: son explicaciones que no satisfacen demasiado, cuando los daños que pueden producir en la comunidad son grandes como duraderos. Para los griegos, aquel a quien los dioses hubieran decidido
destruir, era cegado primero. En medio de su incapacidad para distinguir lo
correcto de lo incorrecto, movido exclusivamente por sus impulsos, en lugar de
aplicar la razón, para él la perdición quedaba asegurada. La falta de control
era la máxima infracción concebida por el pensamiento clásico. Un hombre que no
respetara las leyes de los dioses o los hombres, uno que se librara a pasiones elementales
como la furia y el orgullo, no necesitaba de la intervención de nadie más para labrar
su propia ruina.
Ser elegido para un alto cargo
político para un líder democrático es un evento significativo. Las posteriores
victorias electorales parecen aumentar la probabilidad de convertir un
comportamiento arrogante en síndrome Hubris. (…) Se desarrolla cuando el poder
ha sido mantenido por un período de tiempo. (David Owen y Jonathan Davidson: El
Síndrome Hubris)
El siglo XX incluye ejemplos tan notables de personajes con
el Síndrome de Hubris como Adolf Hitler, Josef Stalin, Leónidas Trujillo, Idi
Amin, Mao Zedung, Howard Hughes, Pol Pot, Jim Jones, Sadat Hussein, que tendemos
a pensarlo como una las constantes de la modernidad. Vivimos en un sistema que tiende a generar figuras como esas, opuestas en la superficie, pero demasiado parecidas en el fondo. Se trata de un patrón de conducta
que afecta a quienes detentan un Poder a veces ilimitado (que obtuvieron en algunos casos por la fuerza y a veces por la voluntad ciudadana) y conciben al mundo
real como un escenario donde ellos fueron convocados para representar sus
fantasías personales de omnipotencia. Ellos obligan a sus contemporáneos a convertirse en espectadores
de una actuación que les permite afirmar hasta el endiosamiento su imagen
personal, gracias a los instrumentos que ponen a su disposición el dinero mal habido, la
credulidad de sus seguidores y la maquinaria del Estado.
Juan Domingo Perón |
Eso incluye procedimientos tan inocentes y engañosos como
los retoques fotográficos que se hacían con un fino pincel y acuarelas en el
pasado, y se ha convertido en responsabilidad del fotoshop de la actualidad. Hay que anular los signos de la edad de los políticos
(Juan Domingo Perón no podía tener canas, a pesar de haber cumplido los 80
años, Mao Zedung carecía de arrugas a la misma edad y se nadaba como jovenzuelo en las aguas torrentosas de un gran río) porque los líderes providenciales deben ser presentados como seres
eternos, rozagantes, seductores. Para honrarlos mientras detectan el poder, se imponen sus nombres a
calles, barrios, plazas y edificios públicos; se establecen fundaciones que
asocian sus biografías a insospechables causas humanitarias, haciendo olvidar el origen oscuro
de los fondos que utilizan.
Cuando el apoyo deja de ser
crítico, se convierte en alcahuetería. (…) Con las prebendas somos un montón. Sin el poder no queda nadie. (Julio
Bárbaro)
El afectado por el Síndrome de Hubris exhibe un
convencimiento tal de su importancia en el discurso, que no duda en contagiar a
otros su entusiasmo autorreferente. Él ha llegado para redimir al mundo de
su miseria inmemorial. De no ser por su intervención providencial, todo lo que
se encuentra en lamentables, terminaría por arruinarse definitivamente.
Su persona es imposible de separar de la nación que ha
venido a salvar, de la organización política o religiosa que tiene el
privilegio de secundarlo en su obra trascendente. Cuándo él habla de sí mismo
(casi todo el tiempo) se menciona en plural, como han hecho tradicionalmente
los monarcas, que no diferencian su individualidad de la institución que
representan. Todos puede acobardarse, todos pueden equivocarse y traicionar sus
convicciones, menos él, que a pesar de sus generosos planes respecto de la
Humanidad, siente un desprecio abierto por sus adversarios.
Si rinde cuentas de sus aciertos y errores no es ante la
Justicia a la que se encuentran sujetos los ciudadanos comunes, sino ante el
imaginario Tribunal de la Historia, que nadie sabe cómo y cuándo funciona. Por
eso Hitler y los más altos jerarcas nazis prefirieron el suicidio, antes que
sufrir la humillación de responsabilizarse de sus decisiones.
El círculo del poder, formado por los funcionarios que
dependen directamente de quien se encuentra en la cúspide, suele definirse la
preocupación por mantener esa relación tan particular, que favorece sus
intereses grupales, con independencia de lo que suceda en el resto de la
sociedad. No es raro que establezcan una burbuja en torno a quien toma las
decisiones, para evitar cualquier cosa que pueda perjudicarlos a ellos. En la
Argentina de los años ´20 del siglo pasado, los asesores del Presidente
Hipólito Irigoyen llegaron a imprimir en diario que lo tenía a él como
destinatario, donde se le escamoteaban los verdaderos conflictos por los que
atravesaba el país.
José López Rega |
Trágica es la historia del anciano Juan Domingo Perón,
regresando a Argentina en 1973, tras haber vivido dieciocho años en el exilio,
para asumir por tercera vez la Presidencia del país (y hallar la muerte pocos
meses más tarde). Perón e Isabel, su tercera esposa, se encontraban asistidos y
aprisionados desde 1965 por su secretario, José López Rega, un ex policía
entregado al esoterismo y el delirio anticomunista.
Se habla mucho del valor que el
misterio aporta al ansia de lograr CONOCIMIENTOS, los cuales se hallan
solamente en poder de algunos seres especiales o de SECTAS religiosas u
ocultas, quienes lo han logrado por tradiciones desde antiquísimas edades.
Estos misterios secretos fueron logrados por medio de la ILUMINACIÓN
ESPIRITUAL, de mentes cuya finalidad específica estaba destinada a lograr una
armonía mayor cuya finalidad específica estaba destinada a lograr una armonía
mayor entre la HUMANIDAD en plena evolución y las LEYES DIVINAS en plena
germinación. (José López Rega: Astrología esotérica)
Que el autor de estas generalidades grandiosas y
autorreferentes, pudiera controlar durante años a un político consumado y
llegara a imponer un prolongado régimen de terror sobre todo un país, es una de
esas paradojas que ofrece la Historia. También las grandes mentes fallan, sea
por la vejez, sea por la imposibilidad de conectarse con la realidad y los
desequilibrados se caracterizan por una dedicación que los compensa por la
inadecuación de sus proyectos a la realidad.
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