viernes, 3 de abril de 2015

Poderes desbocados: el Síndrome de Hubris



El poder corrompe. El poder absoluto corrompe absolutamente. (John Emerich Dalkberg Acton)

Benito Mussolini
La generación de mi padre quedó marcada por la aparición de figuras grandiosas en la escena política internacional. Benito Mussolini proclamaba el regreso de un Imperio Romano que rescataría a Italia de siglos de ignominia. Adolf Hitler prometía un III Reich que unificaría a Europa y perduraría por al menos un milenio. Josef Stalin  aseguraba que en la URSS se había instalado definitivamente un nuevo orden, en el que quedaba abolida la explotación del hombre por el hombre, y afectaría a la quinta parte del planeta.
Josef Stalin
No es raro que la desmesura de algunos pocos hombres cause la admiración del resto, los eventuales seguidores e incluso los adversarios. El común de la gente sufre (incluso disfruta) las limitaciones de una vida rutinaria, penosa, que objetivamente podría evaluarse como imposible de sobrellevar. No suele atreverse a ir más allá de lo que le han dicho que le está permitido, porque teme sufrir alguna sanción que le haga perder lo poco que ha conseguido acumular, para dejarlo en la situación de recomenzar desde cero lo perdido. Aquellos que desafían esos límites, no a escondidas sino delante de testigos, aprovechando que la vigilancia se ha levando por un rato, proclamando las ventajas de la infracción, se convierten en héroes admidables, en quienes se deposita confianza y se proclama como líderes.

Cuando un grupo o un partido está en el poder, se ve obligado a fortificarse allá y defenderse contra todo. La verdad que salta ante los ojos de cuantos no estén ciegos por la venda del dogmatismo, es que el hombre está cansado de la libertad. (Benito Mussolini: Poder y consenso)

A mi generación, en cambio, le tocó crecer en una época de desengaño de los sueños anteriores. La memoria de alguien que transitó buena parte del siglo XX y lo que va del XXI, acumula un muestrario desalentador de fracasos de cada uno de los grandes proyectos que maravillaron a sus mayores, y al caer se han dejado ver como lamentables casos de abusos de poder, carentes de cualquier justificación.
Los libros de Historia permiten averiguar que el mal viene de mucho más lejos. ¡Cuánta dedicación para acceder y retener el poder, adquirido no importa cómo; en contraste con eso qué infrecuente la dedicación al servicio público! Ocuparse de los asuntos del Estado, llega a convertirse en una forma habitual de adquirir riqueza y honores vitalicios (más aún, hereditarios) de acuerdo a un esquema que las leyes y las costumbres parecen incapaces de evitar.

Puedes observar cómo la divinidad fulmina con sus rayos a los seres que sobresalen demasiado, sin permitir que se jacten de su condición; puedes observar también cómo siempre lanza sus dardos desde el cielo contra los mayores edificios y los árboles más altos, pues la divinidad tiende a abatir todo lo que descuella demasiado. (Herodoto: Historia)
Pol Pot

¿Por qué puede ser digna de castigo la circunstancia de que alguien se destaque demasiado? A sabiendas o no, está invadiendo el espacio que no le corresponde; se destaca a expensas de otro. Respetar los límites, aunque no sean físicos, incluso cuando no se trata de un territorio bien delimitado o cuando estaba disponible para todos por igual, es un mandato no escrito de la sociedad, cuyo cumplimiento la comunidad exige tarde o temprano.

El síndrome de Hubris saca su nombre del teatro de la Grecia antigua y aludía particularmente a la gente que robaba escena. Empezó a usarse como trastorno de personalidad al observarse ciertas características en personas que tienen un cargo de poder. (…) Imagina que lo que piensa es correcto y lo que opinan los demás no, cree que todos los que lo critican son enemigos, etc. (…) Las personas pierden la perspectiva de la realidad total y ve solo lo que quiere ver. (…) Lo puede padecer cualquier persona que está en el ejercicio del poder. (Harry Campos Cervera)

Ansias de figuración, desequilibrio emocional: son explicaciones que no satisfacen demasiado, cuando los daños que pueden producir en la comunidad son grandes como duraderos. Para los griegos, aquel a quien los dioses hubieran decidido destruir, era cegado primero. En medio de su incapacidad para distinguir lo correcto de lo incorrecto, movido exclusivamente por sus impulsos, en lugar de aplicar la razón, para él la perdición quedaba asegurada. La falta de control era la máxima infracción concebida por el pensamiento clásico. Un hombre que no respetara las leyes de los dioses o los hombres, uno que se librara a pasiones elementales como la furia y el orgullo, no necesitaba de la intervención de nadie más para labrar su propia ruina.

Ser elegido para un alto cargo político para un líder democrático es un evento significativo. Las posteriores victorias electorales parecen aumentar la probabilidad de convertir un comportamiento arrogante en síndrome Hubris. (…) Se desarrolla cuando el poder ha sido mantenido por un período de tiempo. (David Owen y Jonathan Davidson: El Síndrome Hubris)

El siglo XX incluye ejemplos tan notables de personajes con el Síndrome de Hubris como Adolf Hitler, Josef Stalin, Leónidas Trujillo, Idi Amin, Mao Zedung, Howard Hughes, Pol Pot, Jim Jones, Sadat Hussein, que tendemos a pensarlo como una las constantes de la modernidad. Vivimos en un sistema que tiende a generar figuras como esas, opuestas en la superficie, pero demasiado parecidas en el fondo. Se trata de un patrón de conducta que afecta a quienes detentan un Poder a veces ilimitado (que obtuvieron en algunos casos por la fuerza y a veces por la voluntad ciudadana) y conciben al mundo real como un escenario donde ellos fueron convocados para representar sus fantasías personales de omnipotencia. Ellos obligan a sus contemporáneos a convertirse en espectadores de una actuación que les permite afirmar hasta el endiosamiento su imagen personal, gracias a los instrumentos que ponen a su disposición el dinero mal habido, la credulidad de sus seguidores y la maquinaria del Estado.
Juan Domingo Perón
Eso incluye procedimientos tan inocentes y engañosos como los retoques fotográficos que se hacían con un fino pincel y acuarelas en el pasado, y se ha convertido en responsabilidad del fotoshop de la actualidad. Hay que anular los signos de la edad de los políticos (Juan Domingo Perón no podía tener canas, a pesar de haber cumplido los 80 años, Mao Zedung carecía de arrugas a la misma edad y se nadaba como jovenzuelo en las aguas torrentosas de un gran río) porque los líderes providenciales deben ser presentados como seres eternos, rozagantes, seductores. Para honrarlos mientras detectan el poder, se imponen sus nombres a calles, barrios, plazas y edificios públicos; se establecen fundaciones que asocian sus biografías a insospechables causas humanitarias, haciendo olvidar el origen oscuro de los fondos que utilizan.

Cuando el apoyo deja de ser crítico, se convierte en alcahuetería. (…) Con las prebendas somos un  montón. Sin el poder no queda nadie. (Julio Bárbaro)

El afectado por el Síndrome de Hubris exhibe un convencimiento tal de su importancia en el discurso, que no duda en contagiar a otros su entusiasmo autorreferente. Él ha llegado para redimir al mundo de su miseria inmemorial. De no ser por su intervención providencial, todo lo que se encuentra en lamentables, terminaría por arruinarse definitivamente.
Su persona es imposible de separar de la nación que ha venido a salvar, de la organización política o religiosa que tiene el privilegio de secundarlo en su obra trascendente. Cuándo él habla de sí mismo (casi todo el tiempo) se menciona en plural, como han hecho tradicionalmente los monarcas, que no diferencian su individualidad de la institución que representan. Todos puede acobardarse, todos pueden equivocarse y traicionar sus convicciones, menos él, que a pesar de sus generosos planes respecto de la Humanidad, siente un desprecio abierto por sus adversarios.
Si rinde cuentas de sus aciertos y errores no es ante la Justicia a la que se encuentran sujetos los ciudadanos comunes, sino ante el imaginario Tribunal de la Historia, que nadie sabe cómo y cuándo funciona. Por eso Hitler y los más altos jerarcas nazis prefirieron el suicidio, antes que sufrir la humillación de responsabilizarse de sus decisiones.
El círculo del poder, formado por los funcionarios que dependen directamente de quien se encuentra en la cúspide, suele definirse la preocupación por mantener esa relación tan particular, que favorece sus intereses grupales, con independencia de lo que suceda en el resto de la sociedad. No es raro que establezcan una burbuja en torno a quien toma las decisiones, para evitar cualquier cosa que pueda perjudicarlos a ellos. En la Argentina de los años ´20 del siglo pasado, los asesores del Presidente Hipólito Irigoyen llegaron a imprimir en diario que lo tenía a él como destinatario, donde se le escamoteaban los verdaderos conflictos por los que atravesaba el país.
José López Rega
Trágica es la historia del anciano Juan Domingo Perón, regresando a Argentina en 1973, tras haber vivido dieciocho años en el exilio, para asumir por tercera vez la Presidencia del país (y hallar la muerte pocos meses más tarde). Perón e Isabel, su tercera esposa, se encontraban asistidos y aprisionados desde 1965 por su secretario, José López Rega, un ex policía entregado al esoterismo y el delirio anticomunista.  

Se habla mucho del valor que el misterio aporta al ansia de lograr CONOCIMIENTOS, los cuales se hallan solamente en poder de algunos seres especiales o de SECTAS religiosas u ocultas, quienes lo han logrado por tradiciones desde antiquísimas edades. Estos misterios secretos fueron logrados por medio de la ILUMINACIÓN ESPIRITUAL, de mentes cuya finalidad específica estaba destinada a lograr una armonía mayor cuya finalidad específica estaba destinada a lograr una armonía mayor entre la HUMANIDAD en plena evolución y las LEYES DIVINAS en plena germinación. (José López Rega: Astrología esotérica)

Que el autor de estas generalidades grandiosas y autorreferentes, pudiera controlar durante años a un político consumado y llegara a imponer un prolongado régimen de terror sobre todo un país, es una de esas paradojas que ofrece la Historia. También las grandes mentes fallan, sea por la vejez, sea por la imposibilidad de conectarse con la realidad y los desequilibrados se caracterizan por una dedicación que los compensa por la inadecuación de sus proyectos a la realidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario