domingo, 26 de marzo de 2017

Orgullos y Vergüenzas nacionales (II): Imágenes alternativas




Diego Maradona tocando la pelota


Vino la revolución [de 1930], lo echaron a Yrigoyen, lo metieron preso, hacen unas investigaciones en que le revisaron hasta los colchones a los acusados, y a ninguno pudo probarles nada. (…) Esta lección deberá ser terrible para los argentinos, porque después cuando murió, un millón de personas fueron a acompañarle. Un millón que faltó a la plaza de la revolución. (Juan Domingo Perón)

Reaccionar tarde ante la injusticia o no reaccionar nunca. Aceptar de hecho, pero tardíamente, lo que hubiera debido rechazarse en su oportunidad. El infierno de la conciencia que revisa lo vivido y busca alternativas contrafácticas, porque no se encuentra satisfecha, atormenta a unos, mientras deja indiferentes a otros.
Cuando Diego Armando Maradona marca el gol que quiebra el empate, durante el partido de Argentina con Inglaterra, en los cuartos de final de la Copa Mundial de Fútbol de 1986, habla de su cabezazo y la mano de Dios que lo habrían ayudado a concretar esa victoria celebrada por todo el país. La frase fue repetida y aceptada miles de veces. Pasó a identificar una particular característica nacional, que de ningún modo se desdeñaba: la rapidez para aprovechar las oportunidades, sin atender a reglas establecidas, con tal de obtener lo que se desea. Años más tarde, el futbolista suministró una versión más plausible, también perturbadora por los valores implicados, que no constituía una sorpresa para nadie:

Ahora sí puedo contar lo que en aquel momento no podía. (…) Qué mano de Dios, ¡fue la mano de Diego! Y fue como robarle la billetera a los ingleses también. (Diego Armando Maradona: Yo soy Diego Armando Maradona)

Allí donde el ámbito de la la ciencia revelaba incapaz de suministrar modelos de héroes civiles destacados por su intelecto, por su integridad moral, que estuvieran a la altura de los héroes militares del pasado, el deporte los planteaba a cada rato, sin examinar demasiado a los personajes que exaltaba, porque de otro modo no hubiera encontrado tema suficiente para justificar el enorme espacio que otorgaban a sus hazañas los medios. A veces podían ser figuras efímeras, responsables de aciertos tan olvidables como patear un penal o dejar knock out al adversario, que a veces aparecían caracterizadas por la desmesura de sus actos. 
Vito Dumas

Vito Dumas era un navegante solitario, que había dado la vuelta al mundo durante la Segunda Guerra Mundial, después de varios intentos infructuosos. ¿Por qué lo hacía? No era un proyecto sensato, sobre todo para ser ejecutado por un hombre maduro, que carecía de sponsors y colaboradores. La prensa gráfica era el único medio que podía difundir su esfuerzo, después de haber ocurrido. Cuando nos hablaban de sus hazañas, no era para que los imitáramos. Eso hubiera sido lo mismo que proponer a los escolares escribir un poema que pudiera compararse con el Martín Fierro.

Voy en esta época materialista, a realizar una empresa romántica, para ejemplo de la juventud. (Vito Dumas)

Los deportistas de entonces alcanzaban dimensiones míticas, gracias a la grandiosidad de las hazañas que intentaban y también gracias a la distancia que mantenían respecto de sus seguidores. Eran fascinantes porque, a diferencia de lo que pasa hoy, cuando hay decenas o miles de cámaras de aficionados y profesionales que registran cada segundo de un desempeño que puede interesarle a la gente, por entonces el evento no se podía presenciar en tiempo real ningún desempeño deportivo. Un periodista debía mediar para que los admiradores recibieran la información que él procesaba.
Pedro Candioti
Pedro Candioti intentó repetidamente nadar cientos de kilómetros, por las aguas abiertas del Paraná, desde la ciudad de Santa Fe hasta Buenos Aires. Era un desafío que se anunciaba imposible de cumplir, porque exigía mantenerse cuatro días nadando, sin dormir. En 1936, uno de sus intentos lo condujo hasta la desembocadura del riacho Baradero.  Cada cierto tiempo volvía a proponer la misma idea, cada vez más improbable a medida que envejecía.
Los héroes modernos propuestos a la sociedad nacional, podían ser figuras de la industria o la cultura. Grandes intelectuales españoles, se habían exiliado en Argentina tras la derrota de la República por el franquismo. Algo parecido sucedió con los judíos perseguidos por el nazismo. Aunque el gobierno simpatizara con los sectores más reaccionarios de Europa, los refugiados hallaron en las comunidades de inmigrantes que habían llegado antes, el apoyo que necesitaban para rehacer sus vidas.
Ladislao Biro
A mediados del siglo XX, la escritura con plumas metálicas, que dejaba manchones incómodos en cuadernos y uniformes escolares, pasó a ser cosa del pasado, gracias a la difusión del bolígrafo, invento de un inmigrante húngaro llegado a Argentina, Ladislao Biró, que iba a alterar también la forma de aplicar desodorantes.
Tal vez el peronismo tuviera algo que ver con el proyecto de hacernos adquirir conciencia de nuestro potencial creativo, lo mismo daba si alimentándonos con datos reales o con simple mitología. Durante demasiado tiempo, la mentalidad colonial había logrado convencer a la gente de que el té importado por los ingleses de la India, era infinitamente superior al Taragüí de la provincia de Corrientes.
Las comunidades necesitan emblemas que les otorguen cierta homogeneidad. A partir de personajes, situaciones y objetos que adoptan como factor común que las identifica, se sienten en posibilidad de enfrentar a otras comunidades, proclamando la satisfacción de ser quienes son. Eso explica respuestas tan disímiles como el fanatismo deportivo, el fervor patrio y el chauvinismo. Sentirse miembro de un grupo es un reclamo sentido de seres humanos pertenecientes a los más opuestos sectores de la sociedad y los más dispares niveles intelectuales.
A mediados del siglo XX, a los niños se les decía que debían sentirse orgullosos de haber nacido en un rincón del planeta bendecido por Dios, que vivía en paz y alimentaba a una Europa depauperada por un par de guerras atroces. Que Argentina fuera el granero del mundo, era una frase hecha que sonaba bien y se la oía con frecuencia, desde la escuela primaria a los programas radiales. Hacía que uno se sintiera responsable de salvar las vidas de millones de desconocidos, que estúpidamente se habían dedicado a destruirse unos a otros.
La ejemplaridad de los deportistas del pasado, se encontraba directamente relacionada con sus hazañas profesionales, y a diferencia de lo que pasa en la actualidad, excluían las referencias a su vida privada. Los futbolistas hacían goles descritos en detalle y repetidamente por los narradores de la radio. Los jockeys ganaban carreras angustiantes en los hipódromos que debían ser imaginados a través de apasionadas descripciones verbales, que permitían sentirse testigos directos de lo que pasaba. Todo eso contrasta con la situación actual, en la que se admira a los deportistas que consiguen contratos más ventajosos, exhiben ropas y peinados que marcan tendencia o conquistan los trofeos sexuales femeninos más deseados.
Tibor Gordon
Tibor Gordon llegó a San Pedro envuelto en una fama que la prensa escrita y radial se habían encargado de alimentar. Era, se afirmaba, el hombre más fuerte del planeta. La inútil hazaña que le atribuían, era desafiar a las máquinas. Tendido en el suelo, dejaba que un camión pasara sobre su estómago. Los hombres que bebían su vermouth y conversaban la actualidad en el Despacho de Bebidas de mi padre, lo comentaban, asombrados o incrédulos, mientras yo los oía con curiosidad, pero sin el menor deseo de presenciar la repetición de un acto que prometía un desastre.  El hecho de que el protagonista fuera un extranjero, no le agregaba interés al evento. Seguramente era imposible competir con él.
Delfo Cabrera
Delfo Cabrera, hombre humilde, parecido a muchos que uno veía diariamente en el barrio, con quien no costaba empatizar, ganó la Maratón en los Juegos Olímpicos de Londres, celebrados en 1952 y narrados por la radio, no en forma simultánea como se espera hoy de un evento parecido, sino después de haberlo adornado y amplificado con la retórica de los grandes cronistas deportivos de entonces.

Todo lo que yo fui sintiendo a medida que se desarrollaba esta película de cuarenta y dos mil ciento noventa y cinco metros lo sintió simultáneamente cuando hay de mí de argentino. (…) Estaba absolutamente solo. Pero me sentía inmenso, porque había resuelto atribuirme la representación espiritual, ansiosa de mis amigos y de mis lectores. (…) No creo que nadie pueda ver a un compatriota triunfante en la máxima competencia deportiva del mundo y detenerse a pensar que no es nada más que un juego. (Félix Frascara: ¡Y cantamos el Himno!)

Juan Manuel Fangio
Juan Manuel Fangio llegó en el momento oportuno para convertirse en una figura imposible de ignorar. Aunque poco atractivo, convertía sus limitaciones físicas (“el Chueco Fangio”) en una marca identificatoria. Podía ser imbatible en los circuitos automovilísticos argentinos (Turismo de carretera) y luego conducir con la misma habilidad en los circuitos europeos.
Que fuera campeón mundial de Fórmula 1 por siete años, debía llenarnos de orgullo a todos. ¿Era parte de la campaña publicitaria del gobierno de turno? Probablemente. ¿Cómo ignorarlo? El atractivo del deporte para capturar la atención de millones  de auditores radiales y lectores de la prensa gráfica, para convertirlos en una masa atenta, que al ser informada quedaba expuesta simultáneamente a la propaganda, había sido descubierto poco antes y no podía ser desaprovechado por los políticos de mediados del siglo XX, tal como el alto costo del automovilismo obligaba a los corredores a buscar el apoyo de grandes marcas y regímenes en el poder, con el objeto de financiar su participación en las competencias internacionales.
La decisión de imponer sistemáticamente una identidad favorable, controlable, a una masa de consumidores-votantes, define las estrategias de los medios de la época. La resistencia a utilizar esta maquinaria, que ofrece tantas ventajas a quienes pueden serle útiles, resultaba por entonces menos factible que en la actualidad.
Quíntuples Dilligenti

No quiero que mis hijos sean pasto de la publicidad. (Franco Dilligenti)

En 1943 nacieron en Argentina los quíntuples Dilligenti, en el seno de una familia adinerada. La prudente decisión de sus padres, preservó a los niños de la explotación descarada que soportaron las hermanas Dionne en Canadá pocos años antes. Con muy buen criterio, el padre los anotó en distintas oficinas del Registro Civil, para ocultar la existencia del parto múltiple. Consiguió mantener el silencio sobre el evento durante casi un año. Al crecer, los hermanos fueron inscritos en diferentes escuelas y universidades. Cuando llegaron a la edad adulta, vivieron en distintos países.

Hasta los ocho años éramos una mafia los cinco inseparables, donde iba uno iba el resto. Si a alguno le gustaba el verde, no había mejor color para los otros cuatro. El terror de papá era que nos acostumbráramos a actuar en bloque, por eso nos mandó a colegios distintos. (María Esther Dilligenti)

La decisión de obligarlos a ser ellos mismos, individuos únicos, en lugar de exponerlos como fenómenos de circo, indica una percepción de los riesgos de la sociedad moderna que ellos lograron eludir. No iban a ser modelo, ni pasatiempo de nadie.
Ivana Kislinger
La identidad forzada por la intervención de los medios comenzó a instalarse a mediados del siglo XX, utilizando los mismos procedimientos que se habían experimentado en los EEUU y Europa. Ivana Kislinger fue la primera Miss Argentina, elegida en 1954 y quedó como finalista en el Miss Universe del mismo año. Ese fracaso (de acuerdo a los criterios actuales) fue considerado un triunfo nacional, que llevó a imitar el certamen, como sucedió en San Pedro durante la Fiesta de la Primavera, donde se eligió como Reina a una de mis compañeras de estudio, Ruth E. Compartir la sala de clases con ella, desde hacía cinco años, nos había acostumbrado a aceptarla tal como era y no evaluarla. De un día para el otro, ella pasaba a ser considerada la mujer más bella de la ciudad. ¿Seguía siendo la misma? Exteriormente, sí. No estaba comprometida a exhibir la corona y la banda durante un año; tampoco debía maquillarse y vestirse para representar adecuadamente a los auspiciadores. El aura de la fama local duraba poco y no conducía a nada.
Isabel Sarli
Isabel Sarli siguió a Kislinger como la Miss Argentina de 1955. Después, el rutinario desfile de mujeres bellas fue anulando el impacto que causaban las primeras en alcanzar notoriedad. No se trataba solo de una mujer muy hermosa, como Nélida Roca en el teatro o Laura Hidalgo en el cine, sino de elegir a la más bella del país, que lo representaba en el escenario internacional, alguien con quien debían medirse (en vano, lo más probable) las otras mujeres nacidas en el mismo suelo y que millones de hombres desearían sin esperanzas de tocarlas nunca.
¿Podía armarse o desarmarse la identidad a partir de situaciones tan irrelevantes como el culto a la farándula que se afianzó durante las últimas décadas del siglo XX? Argentina no era un país como Venezuela, capaz de dedicarle tantos esfuerzos a un certamen de belleza que podía reportarle satisfacciones inmediatas o no, pero que regresaba todos los años, pasara lo que pasara en el resto de la sociedad, convertido en un referente mítico que exige ser respetado. Sin embargo, el poder de los medios para armar un sustituto de la realidad (y con ella, la mentalidad de millones de usuarios) comenzaba a descubrirse en ese momento y no ha dejado de ser explorado y explotado hasta la fecha.

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