lunes, 17 de julio de 2017

Cultura enferma del Siglo XX (II): Tiempo de slogans



¡Alpargatas sí, libros no! (Anónimo)

Juan Domingo Perón
El slogan peronista que escuché durante mi infancia, después de concluida la Segunda Guerra Mundial, me desconcertaba por más de un motivo. Primero, me costaba entender la confrontación que establecía entre dos objetos tan desconectados habitualmente. Las alpargatas no podían ser consideradas como el calzado más eficiente al que debiera aspirar el proletariado, ni los libros podían ser vistos como un instrumento perjudicial, bajo ningún aspecto. ¿Por qué había que optar entre unas y otros? La idea de que la gente letrada tuviera que oponerse a los pobres, condenados a calzar alpargatas, en lugar de acceder a un calzado más durable y protector, debía ser el mensaje que se intentaba fijar. La cultura no solo era sospechosa, sino que se planteaba como responsable de las injusticias educativas.

En la Nueva Argentina, los únicos privilegiados son los niños. (Juan Domingo Perón)

República de los Niños (La Plata)
Este era otro slogan que aparecía en los carteles de los parques de juegos infantiles distribuidos por todo el país, en la Ciudad de los Niños del barrio de Belgrano Chico, en Buenos Aires; en la República de los Niños de La Plata (que anunciaba las características de Disneyland, varios años antes de que Disneyland existiera). Este slogan tenía como respaldo registros fotográficos o fílmicos de lugares existentes. Tranquilizaba comprobar esa correspondencia, porque resultaba frecuente en el discurso de los personajes públicos que la realidad y el discurso no coincidieran demasiado; que el discurso sustituyera en muchas ocasiones a la realidad; que el mapa ocultara al territorio, como planteaba la Semántica General de Alfred Korzybski.
Cuando uno descubría esa discrepancia reiterada, convertida en sistema, tendía a interpretar el discurso ajeno como el signo o la huella de algo distinto, incluso opuesto a lo que se planteaba, aunque también podía ser la representación de algo inexistente, fruto exclusivo de una propaganda que se volvía desconfiable. A partir de esa experiencia temprana, al enfrentar cualquier slogan uno se preguntaba: ¿Quiénes están detrás de esto? ¿De qué tratan de convencerme? ¿Qué salen ganando si lo acepto?
Gary Cooper
Me costó entender que me había tocado vivir en una época de slogans pegadizos y exitosos, obra de especialistas bien entrenados; discursos que eran repetidos sin grandes cambios por los medios masivos, aunque mintieran o dieran la espalda a la realidad. De acuerdo a los artículos de Selecciones del Reader´s Digest o los programas radiales de La Voz de América, los países socialistas de Europa sufrían detrás de una Cortina de Hierro (que podía denominarse también Telón de Acero) que impedía simultáneamente la penetración del gran capital depredador, y evitaba la huida de las víctimas de un sistema colectivista y ateo, que había sido impuesto contra la voluntad de esos pueblos. La Guerra Fría que se había declarado entre los dos mundos, resultaba inevitable y hasta debía saludarse con esperanza, porque indicaba que Occidente, bastión contradictorio de la democracia, no entregaría sus valores fundamentales sin ofrecer batalla.
Perón votando
El peronismo se definió muy pronto como un régimen fértil en slogans. Utilizaba la radio, el cine y la prensa gráfica, para difundir mensajes, y eso otorgaba gran peso a las formulaciones breves y dogmáticas, aptas para ser reproducidas en vallas, memorizadas por millones de personas y coreadas en las grandes manifestaciones. El régimen se proclamaba sostenedor de una doctrina de la Tercera Posición que se diferenciaba por igual del Comunismo y el Capitalismo, con lo que Argentina se incorporaba a los países No Alineados, que reunía a regímenes tan diferentes entre ellos como la Yugoslavia del Mariscal Tito, el Egipto de Gamal Abdel Nasser y la Indonesia de Sukarno.

En medio del caos que opera en el mundo fluctuante entre el individualismo y el colectivismo, nosotros adoptamos un sistema intermedio, cuyo instrumento básico es la justicia social. (Juan Domingo Perón)

Bastaba que la maquinaria estatal pusiera un slogan en circulación, se sabía desde el uso de la propaganda soviética o alemana de los años ´30, para que adquiriera algo parecido a la realidad. Pasaba a incorporarse como un automatismo, que algunos reproducían por convicción, otros por inercia y muchos por temor. Ese momento del siglo XX era propicio para la elaboración y difusión de slogans, utilizando los medios masivos, como hacía el Subsecretario de Prensa y Difusión, Raúl Apold, o en privado, bajo la forma de rumores imposibles de controlar para el Estado.
Los rumores anónimos eran una herramienta eficacísima de la actividad opositora, y el gobierno los denostaba públicamente, como instrumentos desestabilizadores, que causaban un daño no inferior al sabotaje. Dando la espalda a una prensa administrada por funcionarios de confianza del régimen o preocupada de no irritar demasiado a quienes detentaban el poder, el rumor podía ser desinformado, indemostrable o malintencionado, pero no perdía por ello su eficacia desmoralizadora. ¿Cómo se podía luchar contra eso? Con más propaganda. 

Nosotros no pretendemos que todos nos amen, pero tenemos el derecho de exigir que nos obedezcan. (Juan Domingo Perón)

Ser esquemático era una forma válida de vivir y expresarse. Aquel que reciclara el discurso proveniente del poder, obtenía recompensas de todo tipo, mientras que el intento de eludir el esquematismo resultaba sospechoso y exponía a la marginación a quien lo planteara. Las afirmaciones perentorias recibían mayor atención, aunque no pasaran de ser palabras sin fundamento, como demostraba la realidad a cada rato.

Por cada uno de los nuestros que caiga, caerán cinco de ellos. (Juan Domingo Perón)

Tapa de Clarín, 1955
¿Acaso alguien creía que la amenaza pudiera convertirse en realidad alguna vez? Probablemente no imaginarían nada parecido los seguidores, ni tampoco los adversarios. Solo algunos incautos, se negaban a reconocer la distancia insalvable que existía entre la bravata y la actividad práctica. La caída del peronismo en 1955 no significó el fin del esquematismo discursivo que había tenido tanto peso en el régimen. La llamada Revolución Libertadora se inauguró con un bombardeo a la Plaza de Mayo donde se habían reunido los anónimos partidarios del régimen que habían decidido defenderlo (¿Con qué armas? ¿Aprovechando qué tipo de entrenamiento?).
No obstante el slogan de “Ni vencedores ni vencidos” del general Eduardo Lonardi, el peronismo fue proscripto durante años, tal como había pasado con el radicalismo una generación antes, en el curso de la Década Infame. Los slogans intentaban, entonces como ahora, tapar el sol con un dedo, aplastar las evidencias de una realidad que no coincide con el discurso oficial o simular un discurso que no tenía nada propio.
A veces, una frase no meditada, incluso involuntaria, pero ingeniosa o reveladora, llegaba a ser recordada y repetida, por el acierto (o el desacierto) con que interpretaba la realidad:

Tenemos que dejar de robar por dos años. (Luis Barrionuevo)

El peronismo triunfará conmigo o sinmigo. (Herminio Iglesias)

Se puede callar el absurdo del mundo cotidiano, se puede reír de él, como hacía (sistemáticamente) la revista Tía Vicenta (o por descuido, como en el caso de los dirigentes políticos que se exponen ante los medios) puesto que ni siquiera tiene mucho sentido indignarse o reclamar una actitud racional, porque no se conseguirá nada. A la gente de mediados del siglo XX le tocó vivir, sin duda, una época de repetidos desengaños e incredulidad generalizada, que se manifestaba no solo en áreas del pensamiento tan elevadas como el arte y la filosofía, sino en los actos menos trascendentes de la vida cotidiana, por el común de la gente.

Hay que pasar el invierno. (Álvaro Alsogaray)

La gente nunca tuvo más plata que ahora. (Martínez de Hoz)

1984
George Orwell, militante inglés anarquista que participó en la Guerra Civil Española (léanse las crónicas de Homenaje a Cataluña) escribió una década más tarde 1984, una novela de anticipación que imagina el futuro de Occidente, a partir de la experiencia de la Guerra Fría que ya estaba instalada en 1948. Para Orwell, la mentalidad soviética de entonces (hoy sería la del fundamentalismo islámico) representaba una amenaza que terminaría por imponerse en Occidente, no por las armas, sino a través de una contaminación interna capaz de pervertir las instituciones, que continuaría utilizando el lenguaje tradicional de la democracia occidental, solo que desprovisto de su sentido original o (con mayor frecuencia) convertido en caricatura de lo que alguna vez llegó a significar.
Cada vez que Winston Smith, el protagonista de 1984 mira la fachada del Ministerio de la Verdad (en realidad, Ministerio de Propaganda) donde él trabaja, encargado de funciones subalternas, tiene que leer las consignas del Partido único que ha llegado al poder y por ningún motivo está dispuesto a perderlo:
LA GUERRA ES LA PAZ.
LA LIBERTAD ES LA ESCLAVITUD.
LA IGNORANCIA ES LA FUERZA. (George Orwell: 1984)

Los opuestos se han equiparado en esta ficción, más allá del Todo da igual / Nada es mejor que incluye la letra del tango Cambalache de Enrique Santos Discépolo o el Anything goes de Cole Porter, un par de canciones que grafican de manera insuperable el escepticismo de los años `30, nacido de una crisis económica internacional, que desembocaría en la Segunda Guerra Mundial. El absurdo impone slogans que derriban los estrechos límites del pensamiento racional. Supone que habrá de aceptarse aquello que ofrece opciones, sin tomar en cuenta que sea falso, y precisamente porque es falso y no sostiene el menor análisis. 

Estamos mal, pero vamos bien. (Carlos Saúl Menem)

Orwell no fue un clarividente (Inglaterra no es un Estado fascista hasta la fecha y acaba de separarse de la Unión Europea, por desconfiar de los países vecinos) pero sus advertencias sobre el auge del autoritarismo en medio de la modernidad, que se anuncia liberal y democrática, pero dista de serlo, son imposibles de ignorar. Las palabras del discurso oficial, que llega a todos simultáneamente gracias a los medios, confunden y seducen a quienes se sienten acosados por las apreturas de la vida cotidiana, probablemente no le encuentran mucho sentido a nada y supone que algún milagro sucederá. Pueden ser aceptadas, finalmente, por simple inercia, porque se reiteran, como argumentó Joseph Goebbels, el Ministro de la Ilustración Pública y Propaganda nazi.
Gran Hermano (reality show)
Hoy, más de treinta años después de 1984, el Gran Hermano de su novela ha dejado de ser un dictador que puede vigilar a cada ciudadano de un Estado totalitario, que ante los ciudadanos se presenta como la mayor democracia posible, para ser reconocido como un show de televisión, donde los espectadores comunes y corrientes, gracias a la combinación de teléfonos y televisores, son los encargados de nominar a quienes deben abandonar el encierro y permitir el disfrute del encierro para quienes han decidido premiar (provisoriamente) con la permanencia en los medios.
Los ganadores de estos certámenes, por atractivos que hayan sido en algún momento para la audiencia masiva, de todos modos se encuentran condenados al olvido al cabo de un tiempo muy corto. Protagonizan un momento, durante el cual exponen su intimidad, revelan sus secretos, y luego son desechados por los mismos medios que los convocaron, porque las mediciones del rating demuestran han agotado su potencial de entretener y se vuelve urgente reemplazarlos. Para la modernidad, no hay nada que pueda considerarse sagrado, ni digno de respeto; no hay acuerdos ni promesas que no se traicionen, cuando haya ganancias de por medio.
Tapa de Clarín
Un militar y abogado designado durante los años ´70, por sus colegas uniformados entonces en el poder, como gobernador de la provincia de Buenos Aires, era capaz de plantear sin atisbos de eufemismos, los objetivos de su cargo y probablemente los de su vida entera. Son ideas precisas, claras, irrebatibles.

Primero vamos a matar a todos los subversivos; después, a sus colaboradores; después, a los simpatizantes; después a los indiferentes. Y por último, a los tímidos. (General Ibérico Manuel Saint Jean)

Los nazis habían utilizado la expresión “Solución Final” para referirse con un eufemismo la decisión de exterminar a millones de judíos durante la Segunda Guerra Mundial. El doctor Josef Mengele había puesto la excusa de experimentos científicos para lograr el mismo objetivo, aunque en menor escala. A medida que el siglo XX avanzaba, ese pudor en el tratamiento del adversario, que no logra disminuir el horror del crimen, no dudó en ser puesto de lado por quienes debían estar convencidos de la trascendencia de la actividad sucia que emprendían y tarde o temprano sería reconocida por la comunidad. Para Saint Jean el exterminio de aquellos a quienes designaba como los enemigos de la patria, era posible, necesario y no requería de mayores justificaciones.

A mi juicio, el destino de la especie humana será decidido por la circunstancia de si (…) el desarrollo cultural logrará hacer frente a las perturbaciones de la vida colectiva emanadas del instinto de agresión y de autodestrucción. En este sentido, la época actual quizás merezca nuestro particular interés. Nuestros contemporáneos han llegado a tal extremo en el dominio de las fuerzas elementales, que con su ayuda les sería muy fácil exterminarse mutuamente, hasta el último hombre. (Sigmund Freud: El malestar en la cultura)

No conviene despreciar el poder de un slogan. Tampoco conviene esperar demasiado de él, porque tarde o temprano la realidad lo confronta y no siempre sale bien parado. Un par de palabras pueden resumir el estado de ánimo de gran parte de un país, como sucedió en Argentina en 1983, tras el fin de una dolorosa etapa de gobierno militar: “Nunca más”.

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