Un rasgo único de la vida
moderna es la manipulación de la gente a través de las comunicaciones masivas.
La gente puede ser impulsada a comprar ciertos artículos y marcas a través de
la publicidad. Comentaristas de radio y columnistas de la prensa influyen en
las opiniones políticas. Las películas manipulan las emociones y valores, tanto
como los anuncios pueden promover ansiedades por incrementar el consumo. Las
películas incrementan necesidades emocionales que solo pueden ser satisfechas
por más películas. En una época de cambio y conflictos, las películas enfatizan
y refuerzan un juego de valores antes que otros, presentan modelos de
relaciones humanas encarnados por estrellas seductoras y exhiben la vida real o
falsificada, más allá de las experiencias individuales promedio. (Hortense
Powdermaker: Hollywood, fábrica de sueños)
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Sala de clases de escuela primaria |
De diferentes modos, sin proponérmelo yo, sin que nadie en
especial me condujera en ese proceso de adquisición de informaciones, también sin
que hubiera ninguna resistencia de mi parte, puesto que no estaban obligándome
a nada, y podía alejarme de los adultos o apagar la radio, dejar de lado el
diario o las revistas, me encontraba expuesto a una serie de visiones del mundo,
no demasiado confiables, con frecuencia erróneas, incluso perjudiciales, que
para mi suerte o desgracia tendría la oportunidad de utilizar el resto de mi
vida.
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Construcción del Muro de Berlín |
Desde la desinformación que se afirma al conocer una sola
fuente, uno imaginaba esa situación como un horror que gracias a Dios no habría
de alcanzarlo nunca; por lo tanto, la encaraba con más indiferencia que
conmovido por la desgracia ajena, tal como el habitante de la pampa imagina el
panorama de un valle alpino: superado por la distancia.
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Explosión atómica |
La Bomba Atómica era terrible, pero había llegado para
terminar con las guerras convencionales, que despilfarraban más vidas, a lo
largo de años y años de sufrimiento Durante la era de Paz que acababa de
inaugurarse y habría de durar para siempre, porque los seres humanos aprenden
la lección, la ciencia mejoraría la vida humana con logros inauditos, como la
penicilina (Alexander Fleming obtuvo el Premio Nobel de Medicina en 1945).
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Avión rociando pesticidas |
Argentina había sido en el pasado inmediato un crisol de
razas (en el que sin embargo no llegaban a acomodarse muy bien los mallorquines
muertos de hambre, los paraguayos y bolivianos que si nos descuidábamos no
tardarían en invadirnos). La Providencia había destinado al país a ser el
granero del mundo, como quedaba demostrado por el viaje de Eva Perón a España,
acompañada por la dádiva de millones de toneladas de trigo, destinadas a saciar
el hambre de la Madre Patria, que no terminaba de recuperarse de una
inexplicable Guerra Civil.
Entre el Capitalismo y el Comunismo, la doctrina de la
Tercera Posición de Juan Domingo Perón prometía al mundo una paz social, que
por ambición o miopía las grandes potencias habían frustrado repetidamente.
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Rico McPato |
Un personaje de Walt Disney, Rico McPato (Scrooge McDuck en el original, aludiendo a la figura de Charles Dickens) era un multimillonario excéntrico, que disfrutaba
de una piscina llena de monedas de oro, pero no explotaba a nadie más que a sus
parientes.
En los países totalitarios, el
Estado decide la línea que se debe seguir, y luego todos deben ajustarse a
ésta. La sociedad democrática opera de otro modo. La “línea” jamás es enunciada
como tal, se sobreentiende. Se procede, de alguna manera al “lavado de cerebros
en libertad”. E incluso debates “apasionados” en los grandes medios, se sitúan
en el marco de los parámetros implícitos consentidos, lo cuales tienen en sus
márgenes numerosos puntos de vista contrarios. (Noam Chomsky)
Ideas triviales, que se anunciaban como inofensivas, suministradas
por una pluralidad de fuentes que parecían no estar coordinadas entre ellas,
resultaban más contundentes que los datos suministrados por la educación formal.
Los niños recibíamos, sospecho, una dosis mayor de adoctrinamiento que los adultos,
en una edad en que resultaba menos probable advertir los riesgos de la
desinformación a la que nos exponíamos. Desaprender lo que aprendí entonces
(sin darme cuenta de lo que estaba aceptando) me ha llevado buena parte de la
vida. ¡Cuántas ideas erróneas, cuántos prejuicios imbéciles, que en la práctica
se revelaron difíciles de extirpar!
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Johnny Weissmuller y Maureen O´Sullavan: Tarzan |
La supremacía de la Cultura Occidental y la Raza Blanca
sobre el resto del planeta y en especial los llamados salvajes, por ejemplo. Tarzan
(mejor dicho, Lord Greystoke) era un aristócrata nacido en la jungla africana,
huérfano de padre y madre, que había sido adoptado por una gorila. Poco
importaba esta acumulación inicial de hándicaps. Tarzan había crecido fuerte,
respetado por los animales salvajes y los nativos por igual.
Tal vez no se destacara por su elocuencia, pero de todos
modos, apenas presentado en su ámbito exótico (¿quién de nosotros había tenido
la experiencia de la jungla?) no tardaba en encontrar a una bella mujer blanca
que se enamoraba de él perdidamente, era reconocido como miembro de la nobleza
británica y a medida que pasaba por distintas aventuras, demostraba ser capaz
de vencer a cada adversario que se atreviera a disputarle su rol dominante.
Identificarse con él, que ostentaba un físico de atleta, era más cómodo que
intentarlo con sus adversarios negros, esmirriados (incluso pigmeos) y
habitualmente traicioneros.
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Dante Quinterno: Patoruzú |
Desde un comic
nacido en Argentina durante los años ´30, Patoruzú enseñaba a no tomar
demasiado en serio a los nativos del país. Las clases de Historia me habían
advertido que ellos recibían mal a los conquistadores, a pesar que los
extranjeros habían llegado con el propósito de evangelizarlos. ¿Cómo podían ser
tan torpes que no advirtieran la oportunidad de salvar sus almas que se les ofrecía?
Juan de Garay había sido muerto a flechazos en las cercanías de San Pedro,
probablemente por los querandíes. El dato era falso, pero me permitía imaginar
lo sucedido utilizando el modelo suministrado por los personajes de Tarzán: los
salvajes eran feroces, decididos en sus actos reprobables, no usaban ropas y
atacaban porque sí, sin dar tiempo a los blancos para que les demostraran sus
buenas intenciones y superioridad de armamento.
Patoruzú era un nativo de otra índole, sin duda generoso,
fácil de engañar, pero de todos modos inverosímil. Era un millonario nacido en
la Patagonia. Indio, sin embargo, como demostraban una pluma en la cabeza, el
corte de pelo (que en mi barrio se decía que estaba hecho siguiendo el molde de
una escupidera), el poncho y las ojotas. Había que simpatizar con él, porque
era ingenuo, a pesar de lo cual siempre se salía con la suya; también porque su
amigo Isidoro, nacido en la ciudad y conocedor de mil triquiñuelas para
explotarlo, fracasaba repetidamente en el intento.
Cuando mi padre hablaba de alguien a quien calificaba como
“indio”, no podía entenderse que lo elogiara. Nunca le pregunté qué significaba
“indio” para él, pero dudo que fuera simplemente autóctono, propio del lugar
donde residía, resistente a la mezcla con los inmigrantes que habían invadido
su territorio y ahora lo consideraban suyo. “Indio” era sinónimo de pobre, poco
educado por el lado de la escuela y las habilidades sociales, oscuro de piel
aunque no negro, condenado a roles subordinados. Era una visión que la Asamblea
de 1813 había abolido y no obstante permanecía difusa (un siglo más tarde) en
una sociedad que se preciaba de ser amplia y recibir sin restricciones a todo
el mundo.
Mi padre hablaba seguro de sus ancestros (¿hasta qué punto,
puesto que eran tan variados y no se había tomado el trabajo de
investigarlos?). Lo planteaba desde la legalidad de su patrimonio (¿hasta qué
punto, si ignoraba cómo había sido adquirido por su padre, apenas una
generación antes?).
Entre los indios, en cambio, todo parecía oscuro: la piel,
el pasado, la filiación, aunque sobraran las evidencias de que algún momento
(no distante) se les había despojado de lo que era suyo. Hubiéramos debido
pedir perdón por la violencia ejercida por nuestros antepasados. Hubiéramos
debido estudiar las circunstancias del despojo, para restituir lo que se les
quitó. En lugar de eso, disfrutábamos una historieta donde supuestamente el
héroe no había perdido nada y los nuevos intentos de despojo fracasaban uno
tras otro. ¿Para qué preocuparse del pasado o el presente?
Desde chicos, se nos enseñaba que no convenía hacer amistad
con ciertos chicos del barrio, porque eran indios (en otros ambientes, porque
eran gitanos o rusos de mierda, con lo que se omitía decir judíos). Había que
diferenciarse de esos otros, que a pesar de su inferioridad era peligrosos o
tan solo otros, requeridos por el discurso dominante para demostrar nuestra
superioridad. ¿Realmente éramos así o tan solo se trataba de una fantasía defensiva,
condenada a derrumbarse durante las décadas que siguieron?
Por regla general, la propaganda
opera siempre a partir de un sustrato preexistente, hay sea una mitología
nacional o un complejo de odios y prejuicios tradicionales; se trata de
difundir argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas. (Josef
Goebbels)
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