Lino Palacio: Avivato |
De acuerdo a reglas no escritas, era lo que convenía
hacer, lo que todo el mundo hacía, pero en ningún caso declararse que se hacía,
porque según las evidencias, iba contra las normas establecidas. Un marido
podía engañar a su mujer sin ser lapidado, con tal que ella no se enterara (cuando
lo hacían, agregaban algunos, debía ser en lo posible con alguien a quien ella
no conociera, para no humillarla más de lo necesario, en el momento de
enterarse). Si él era discreto y hábil, estaba bien o por lo menos no estaba
demasiado mal ese segundo frente que evitaba la odiosa monotonía del matrimonio.
Si no lo escondía o si se lo revelaba durante un ataque de sinceridad… ¿Para
qué causarle tanto dolor inútil? ¿Para qué afrontar las consecuencias de una
información que siempre resultaría inoportuna?
Estudiante copiando |
¿Quién se resignaba a esperar el turno de ser
atendido, tras esperar en una larga cola, cuando podía llevar a un niño pequeño
o un anciano temulento de la mano, para conmover a los que llevan horas en el
lugar? Los estudiantes copiaban las pruebas de los compañeros cercanos,
redactaban cuidadosos “machetes” que escondían en los puños del uniforme, para
ser desplegados durante el examen. Cuando llegan a la Universidad, se copian
las tesis, se presenta como propia la producción de otra gente. Hacer trampa no
está mal, siempre y cuando uno no sea descubierto, ni se pierda el control de
la situación, porque en el caso contrario el avivado se verá expuesto a la
vergüenza pública, más por su torpeza que por las características de la
infracción.
La viveza criolla abarcaba actividades que iban
desde robar libros en una librería, a viajar en tren sin haber pagado el
boleto. La viveza requería la existencia de espectadores que admiraran la
hazaña o la festejaran cuando alguien, probablemente el autor, la narrara.
“Dime de qué alardeas y te diré de qué careces” dice el refrán escéptico, que
puede aplicarse a estas demostraciones de viveza. ¿Podía ser que el avivado no
fracasara nunca, que ningún escrúpulo lo detuviera, que siempre se saliera con
la suya? ¿Qué retribución esperar en el liderazgo del grupo, al ofrecer esas
historias donde él era siempre el héroe?
Balanza de dos platas |
No eran estafas millonarias, como las que perpetran
hoy las grandes corporaciones (los Bancos, por ejemplo, redondean cifras y
completan cifras astronómicas con esas imperceptibles sustracciones), sino una
sucesión de pequeños abusos de empresarios modestos, a los que nadie prestaba
demasiada atención, pero que tampoco se descontaba que existieran. El escamoteo
minucioso, reiterado del comercio minorista, terminaba por convertirse en un
estilo de vida que no debía quebrarse por el desmedido afán de lucro.
Oficina |
Los empleados públicos llegaban a hora, porque
debían marcar la tarjeta, pero a continuación se ausentaban para desayunar,
comenzaban a hacer llamadas telefónicas interminables a sus conocidos o
demoraban los trámites más simples, pidiendo nueva documentación no estipulada,
para que los postulantes impacientes se vieran (ellos) en la tentación de
sobornarlos, para no perder más tiempo. Hacer trampa se convertía en una
segunda naturaleza, que se manifestaba de mil modos, en la vida productiva y
durante el tiempo libre, para dejar constancia de la imposibilidad de
sobrevivir sin el auxilio del engaño.
Daniel Divito: Rico Tipo |
Si alguien es piola o canchero, es por su capacidad
para ocultar sus verdaderas intenciones (que no le resultaría prudente
confesar). Una demostración de viveza podía ser aprovecharse de la credulidad
de una mujer, prometerle matrimonio y obtener un adelanto, “una prueba de amor”
(en lo posible sin preservativo) para olvidarse a continuación su existencia,
sobre todo si ella tenía la mala idea de quedar embarazada. ¡Por favor! ¿Acaso
había alguna prueba de que el responsable no fuera otro? Una mujer tan carente
de moral como ella, capaz de ceder ante cualquiera, no era nadie de fiar.
De Natalio Botana, fundador del diario Crítica, el
novelista Leopoldo Marechal narra en Adán Buenosayres que contaba los fósforos contenidos en las cajas de cinco
centavos de la marca Rancherita, hasta comprobar que a veces faltaba alguno (no
eran los 45 anunciados por el envase, sino 44). Apoyándose en esa constatación,
amenazó a la empresa con publicar un titular que diría: “¡Un fósforo robado al
consumidor!”. Los fabricantes habrían preferido pagar el silencio, con tal de
no desprestigiarse.
He visto día y noche, su antesala llena de personajes acosados:
banqueros, políticos, delincuentes, profesionales, hombres de oblicua mirada
que iban, jefe, a pulicarle una discreción venal o un silencio de cuatro
cifras. (Leopoldo Marechal: Adán Buenosayres)
Un vivo que derrotaba a otros vivos de mayor
calibre, a quienes uno hubiera deseado vencer alguna vez, era admirado por su
hazaña, tal como sucedía con Robin Hood o Pedro Urdemales. Junto al Panteón de
personajes admirables, que ofrecía la Historia Oficial, estaba el ámbito de los
tramposos, que tal vez carecieran de monumentos, pero obtenían la
proyección-identificación de la gente común. Atreverse a imitar al vivo y
afrontar las consecuencias, era una audacia que no parecía estar al alcance de
cualquiera.
Enfrentar al poderoso y derrotarlo, sin importar los
recursos que se utilicen para conseguirlo, es el riesgo del avivado. La Ley no
se encuentra siempre entre esos recursos, porque la Ley ignora las desventajas
que sufren muchos, por lo que el avivado se dedica a estudiarla, no para
ajustarse a sus normas, como para burlarla. Muchos abogados entran en esa
categoría. Precisamente son los más temibles, porque conocen los vericuetos
legales, las excepciones, los atenuantes, y los emplean para defender a sus
clientes o para favorecerse a sí mismos.
Aquellos que enfrentan la Ley sin otras herramientas
que su ingenio y carencia de escrúpulos, suscitan la genuina admiración de
aquellos que se reconocen oprimidos por el orden existente y carecen del coraje
de desafiar las normas o la generosidad de asociarse con otras víctimas para
cambiar el mundo. Allí donde tantos acatan incluso las situaciones que los
perjudican, el avivado se rebela discreta e individualmente, recurre a la
trampa que le permite salirse con la suya y no beneficiar a nadie más que sí
mismo.
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