viernes, 9 de diciembre de 2016

Viveza criolla (III): Extirpando escrúpulos



P.T.Barnum
En cada minuto nace un tonto. (P.T. Barnum)

Durante buena parte del siglo XX, los grandes embaucadores operaban con relativa impunidad, libres de la fama instantánea que les brindan los actuales medios de comunicación. El nombre del financista Bernard Madoff es conocido en todas partes y si lograra abreviar la condena de 150 años de prisión, el recuerdo de sus estafas por miles de millones de dólares lo acompañaría. Victor Lustig, en cambio, vendió la torre Eiffel en 1925 y ese no fue el fin de su carrera de estafador. Entre sus víctimas posteriores figuró el temido mafioso Al Capone, que invirtió U$ 50.000 en un negocio de Lustig, y los recuperó (aunque sin las ganancias prometidas) cuando ya los creía perdido, motivo por el cual recompensó al estafador. Lustig se permitió dar consejos a quienes trataran de imitarlo. 

1.     Sea un oyente paciente (no es hablando mucho y rápido, como se logran los mejores negocios).
2.     Nunca demuestre que se está aburriendo.
3.     Espere a que la otra persona revele sus puntos de vista políticos y a continuación revele que los comparte. (…)
4.     No trate de averiguar circunstancias personales (ellos le van a contar todo). (Victor Lustig: Los 10 mandamientos de los estafadores)

Enrique Santos Discépolo
La estafa no es para cualquiera, plantean los estafadores profesionales. Causan daño, pero a largo plazo no quedan muchas huellas de sus hazañas. El mítico Serge Alexander Stavinski inmortalizado en la letra del tango Cambalache, pocos años después de haber consumado sus estafas en Francia, a comienzos de los años `30, una generación más tarde resultaba tan desconocido, que algunos cantantes enmendaban los versos de Enrique Santos Discépolo y decían Stravinski, suponiendo que la promiscuidad de opuestos que caracteriza al mundo moderno, justificaba la presencia en un tango de un músico de vanguardia:

¡Qué falta de respeto / que atropello a la razón! / Cualquiera es un señor / cualquiera es un ladrón. / Mezclaos con Stavinski / van Don Bosco y la Mignón / Don Chicho y Napoleón, / Carnera y San Martín. (Enrique Santos Discépolo: Cambalache)
Primo Carnera

Carnera era Primo Carnera, un boxeador italiano de peso pesado y pocas dotes intelectuales, protegido por la mafia norteamericana, protagonista de peleas amañadas, que no parecía tener demasiado en común con el Padre de la Patria. Don Bosco era otro italiano, un educador salesiano del siglo XIX, que había sido canonizado por Pío XI en 1934 y no parecía estar en la mejor compañía, tan cerca de una administradora de burdeles o simple prostituta francesa, como debía ser la Mignón (infinidad de mujeres europeas habían sido engañadas para viajar a Argentina, con la promesa de empleos o matrimonios que no llegaban a concretarse y terminaban dedicándose a la prostitución). Para Discépolo, el mundo en el que le tocaba vivir, era un ámbito sin valores, promiscuo y sin futuro.
La prensa popular de entonces ofrecía todas las semanas historias fascinantes de inescrupulosos que terminaban por eclipsarse unos a otros. Roberto Arlt había delineado en sus libros una corte de delirantes y tramposos, que daban cuenta de esa exaltación de lo extraño, lo irregular e improductivo que proliferaba en Buenos Aires, durante la llamada Década Infame.
Roberto Arlt

Cuando un ladrón anuncia su propósito de vivir decentemente, lo primero que hace es solicitar que le “levanten la vigilancia”. En este intervalo de vacaciones  prepara el plan de un “golpe” sorprendente. La policía lo sabe; pero la policía necesita la existencia del ladrón; necesita que cada año se arroja una nueva hornada de ladrones sobre la ciudad, porque si no su existencia no se justificaría. (Roberto Arlt: Aguafuertes Porteños)

Durante el siglo XX se difundió una estafa basada en el esquema de la pirámide. Cada estafado (según su perspectiva, cada participante en un lucrativo negocio ilegal, que le ha propuesto alguien digno de su confianza) se compromete a pagar cierta cantidad a quien tiene por encima en una lista y conseguir dos o más seguidores que paguen la misma cantidad a los niveles superiores de la pirámide, de manera tal que los incorporados y las sumas recaudadas, crezcan de manera exponencial. Es una oportunidad deslumbrante para todos aquellos que deciden acallar sus escrúpulos. La estafa parece haberse democratizado y su disfrute promete abarcar a tanta gente, que muchos suspenden cualquier objeción que pudiera suscitar una empresa que no produce nada.
Si hay algo perverso en todo esto, es la complicidad (más imaginaria que efectiva) establecida entre las víctimas del timo y quienes lo organizaron. Para nadie puede resultar difícil entender que ganancias del 800%, como anuncian las llamadas células de la abundancia, no pueden ser decentes, ni verdaderas. Las víctimas han aceptado exponerse a que las estafen, porque esperan estafar a otros amigos, todavía más bobos, o tan deshonestos (potencialmente) como ellas, en la confianza de que el número de tontos sea infinito, de acuerdo al antiguo refrán. Solo que no lo es.
Una vez saturada la cantidad de incautos, en pocos días, la estructura se derrumba, dejando un coro de lamentaciones. Tiempo después, en otro lugar, y gracias a la codicia y la desinformación que se renuevan, la pirámide se vuelve a elevar, tal vez con otro nombre y el mismo destino. ¿Puede quedar alguna duda respecto de que solo pocos participantes van recuperar la inversión y el resto se quedará con las ganas (o con un stock de cosméticos o envases plásticos, en el caso de las pirámides de marketing)? La resaca es más penosa, porque el proceso demostró que cualquiera puede adoptar el modus operandi de un estafador, pero no son demasiados los que obtienen ganancias de esa inmersión en lo que socialmente se condena.
Ricardo Darín y Gaston Pauls en Nueve Reinas
Hacia el fin del siglo XX, Fabián Bielinsky filmó Nueve Reinas, que es la apoteosis de una visión resignada de la estafa, que ha proliferado en medio de la crisis, y parece controlar a toda la sociedad argentina. El estafador exitoso de un momento, puede descubrir que a pesar de su entrenamiento callejero, es el estafado de poco después, y viceversa. Nadie (incluyendo a los profesionales más experimentados en el arte del timo) puede presumir de ser tan vivo, que se encuentre libre de verse convertido en la víctima de otro avivado. El juego de las falsas apariencias, se convierte en el principio organizador del mundo. Resulta imposible confiar en nadie, porque cualquiera oculta algo o ignora que no es tan sincero o fiel como imagina.

La idea de la riqueza repentina siempre estuvo incorporada en la psicología de la Argentina, pero durante los años `90 alcanzó niveles obscenos y llegó a las más altas esferas de la política y el gobierno. Nos vimos obligados a presenciar la impunidad y la corrupción, la indiferencia hacia el bienestar común y la frivolidad absoluta. (Fabián Bielinsky)

La nueva tecnología facilita la implementación de nuevas estafas, que son variantes del viejo “cuento del tío”. Los teléfonos celulares, que no podían localizarse fácilmente, permitieron a comienzos del siglo XIX, los secuestros virtuales. El timador llama al azar a posibles víctimas, se identifica como miembro de la policía (o un delincuente, da lo mismo) y de acuerdo a los datos que inadvertidamente le fueron entregando los estafados, cuenta el drama de algún pariente que se encuentra involucrado en algún accidente vial o ha sido capturado por una banda criminal…  situación que podría resolverse con una coima oportuna o el pago de un rescate. Ese es el punto crítico del diálogo: ¿acepta la víctima implicarse en una operación abiertamente ilegal o trata de confirmar primero si su pariente pasa o no por ese apremio? El temor a las instituciones o el deseo de eludir a las instituciones, facilitan el engaño.
Cuando entramos en el territorio de la lucha política, la viveza criolla aparenta volverse seria (no por ello más responsable). Deja de ser un juego, que puede mirarse hasta con simpatía, por la habilidad demostrada por los embaucadores, para demostrarse como una estrategia más de la sucia lucha por el poder. La foto del piquete de una toma de calles de Buenos Aires, durante las últimas semanas de 2016, muestra a un niño encapuchado, para que no lo identifiquen, armado con un palo para defenderse (o atacar, da lo mismo). Usar a los niños para conmover a la gente, es una idea que aprovechan los mendigos desde que se tiene memoria. Para eso los acondicionan, con la finalidad de que parezcan enfermos o estén enfermos, sucios, y resulten imposibles de ignorar. Si alguien tolera esa imagen atroz sin sentirse obligado a soltar una limosna, es un desalmado.
Usar a los niños para presionar al Estado, sobre todo usar a los niños más chicos, es una buena idea para un adulto que tiene objetivos muy claros y carece de escrúpulos. ¿Por qué no poner a los niños por delante, como escudo, si ellos son todavía incapaces de entender lo que ocurre? Cuando la policía intente llegar al adulto, primero deberá causarle daño a los niños. ¿Se atreverá a pagar ese precio? La policía puede ser brutal cuando emplea todos los recursos que dispone por Ley, pero a veces retrocede, derrotada, o se detiene, cuando podría usar los carros hidrantes, las bombas de gases lacrimógenos, los cascos de los caballos, los golpes de garrote.
Reprimir una manifestación en la que hay niños, es apenas un paso adelante para lograr la impunidad de los adultos que los instalaron en ese lugar tan expuesto. El paso anterior fue la utilización de mujeres. De acuerdo a una lógica bélica difundida por el extremismo islámico, la vida humana del adversario no tiene más importancia que una pieza de ajedrez. Puede sacrificarse, con bastante más libertad que el el ajedrez, porque mujeres y niños hay en cantidades que parecen ilimitadas.
El vivo que adultera las drogas que busca un adicto, por substancias que se le parecen, pero pueden causarle todavía más daños que las drogas, incluyendo la muerte, no se preocupa más que de embolsar sus ganancias inmediatas. Si pierde un cliente, ¡hay tantos que esperan el turno para ser engañados! La indefensión del adicto lo convierte en el interlocutor ideal del avivado. Las mujeres parecen ser otras víctimas perfectas de los embaucadores. Por algún motivo, ellas necesitan compañía duradera. Tienen hijos por descuido o porque los buscan de los hombres menos adecuados, y el cuidado de los hijos requiere la colaboración de un hombre. El avivado es quien acude para ofrecerle su apoyo. Que cumpla con su promesa es otra cosa. Lo más probable es que obtenga el placer sexual que le interesa y luego huya para evitar el compromiso.

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