lunes, 5 de diciembre de 2016

Viveza Criolla (II): Mitología de la avivada



El vivo vive del bobo y el zonzo de su trabajo. (Refrán español)

Lino Palacio: Avivato
Lino Palacio dibujó Avivato, un comic publicado desde 1946 en la página final del diario La Razón de Buenos Aires. La idea de un tramposo que llevara a cabo una infinidad de engaños ocurrentes, como vender buzones o tranvías a provincianos ingenuos (y con dinero disponible) que visitan la gran ciudad, resultó más eficaz de lo que pudiera pensarse, puesto que Avivato apareció durante tres décadas. Tanto los buzones como los tranvías ofrecidos en venta iban a desaparecer con el tiempo, pero los ingenuos propensos a ser estafados y sus cazadores implacables no. Ellos se renuevan constantemente, porque se niegan a aprender y prefieren ilusionarse o todavía no han experimentado su primer desengaño.
Avivato sufre el destino habitual de los personajes de tiras cómicas: no consigue progresar. Se encuentra congelado en la situación básica que lo define. Aunque siempre saca ventajas de su viveza, el triunfo en que culmina cada episodio, no altera el episodio siguiente. Esto resulta más decepcionante, cuando se trata de un personaje que solo busca la satisfacción inmediata. Después de asegurársela sin demasiado esfuerzo, vuelve a quedar insatisfecho y debe involucrarse en otro engaño para seguir existiendo como el personaje que es. La sonrisa de superioridad con la que culmina la última viñeta, no tiene demasiado futuro. Avivato no se arrepiente, ni es detenido.
Exponer el accionar de un avivado, sin llegar a condenarlo nunca, provocando la risa de quienes lo contemplan sin hacer nada, termina planteando una duda. ¿No está convirtiéndose en un modelo tentador para seguir, o al menos en un dato que por reiterarse desensibiliza?  El infractor se presenta como un tipo entrañable, quizás incómodo para sus víctimas, pero en realidad inofensivo, que no puede evitarse y tampoco vale la pena condenar socialmente.
Supongamos una tira cómica que tuviera por protagonista a un pedófilo. Eso resulta inaceptable para la mentalidad contemporánea, que reconoce y condena de manera unánime la pedofilia. No sería nunca una historieta divertida, aunque el acosador fracasara repetidamente, porque causaría demasiada indignación y dolor a las víctimas y a quienes simpatizan con ellas. El medio que diera espacio a ese tipo de material, probablemente sería boicoteado por lectores y anunciantes. Con Avivato no ha pasado nunca eso, y vale la pena preguntarse por qué, cuál es el contexto axiológico que permitió tomarlo a la chacota durante décadas.
Mendigo
La viveza que se denomina criolla, no es una invención americana, surgida de una fatalidad genética (atraibuible a una desafortunada mezcla de culturas ocurrida en el continente, que habría degradado los nobles aportes de la mentalidad europea). Sin embargo no cuesta reconocer en el pícaro español, el perfecto modelo del criollo. A un lado y otro del Atlántico se da el mismo ingenio para ganarse la vida sin recurrir a ninguna actividad productiva legal, la misma falta de escrúpulos de los tramposos respecto de sus víctimas. El avivado, como la prostituta, el mendigo o el ladrón, exploran la posibilidad de seducir al incauto e ignorar la Ley, todo en beneficio propio, sin plantear por ello la hipótesis de otro orden, que sea más justo o sólido que el existente.
No se trata en ningún caso de agitadores que cuestionen la sociedad en la que viven a salto de mata, porque su buena suerte puede cambiar en cualquier instante, para verse privados de su cuestionado modo de vida. Ellos aprovechan las desigualdades existentes. Si la realidad cambiara, si las desigualdades fueran eliminadas, ellos tendrían que irse a otra parte, donde la injusticia se encuentre vigente, para continuar haciendo aquello que mejor saben.

El avispado no cree en el esfuerzo, pues sabe cómo ganársela de ojo. El avispado no conversa, se come de cuento a la gente. Para el avispado, no hay mayor alegría que sacar ventaja en cada negocio y jactarse con suficiencia: “Yo no lo tumbé, él se cayó solo”. (Juan Luis Mejías: Colombia, un país que elogia a los avivatos)

Cuando alguien adquiere las destrezas puestas en juego para controlar el engaño, los desafíos que podía afrontar dejaban de tener límites. Pedro Urdemales llega desde la Europa medieval, donde ya demostraba su decisión de enfrentar a cualquier, incluyendo al diablo, en competencias que parecían perdidas de antemano, y no obstante él se mostraba capaz de revertir (mediante alguna trampa insospechable). Pedro aparece en una comedia de Miguel de Cervantes y en América es conocido con pequeñas variantes de su nombre en México, Chile, Argentina. Aunque cambie de nombre en otros país, conserva las mismas funciones. Una vez en América, el personaje se confunde con los tradicionales cuentos folclóricos de coyotes o cuervos que hablan (y mediante las palabras engañan a sus víctimas).
Ricardo Güiraldes
En el cuento criollista de Ricardo Güiraldes, el vivo es un herrero llamado Miseria, de quien podría suponerse que es un tonto, porque previamente desaprovecha la oportunidad de obtener tres gracias que le brinda Jesucristo y deja pasar la salvación eterna que le sugiere San Pedro. Él no tiene demasiado aprecio por su alma.

-Si aurita mesmo se presentara el demonio, le daría mi alma con tal de poderle pedir veinte años de vida y plata a discreción.
En ese momento se presentó a la puerta del rancho un caballero que le dijo:
-Si querés, Miseria, yo te puedo presentar un contrato, dándote lo que pedís –y ya sacó un rollo de papel con escrituras y numeritos, lo más bien acondicionado, que traiga en el bolsillo. Y allí las leyeron juntos a las letras y, estando conformes en trato, firmaron los dos con mucho pulso. (Ricardo Güiraldes: Miseria)

Molina Campos: El Truco
La trampa que el avivado pone al diablo (y al lector) consiste en la utilización de los tres favores concedidos previamente por Jesucristo, que parecían no tener mucho sentido. En el momento en que el diablo intenta cobrar sus favores, Miseria pone en juego el recurso que había ocultado, como si jugara una partida de Truco. Emplea los tres favores de Jesucristo, y derrota al maligno. Esa es la victoria suprema a la que puede aspirar un ser humano: derrotar a la muerte, sin preocuparse de lo que venga después. 

Jugué al truco con el diablo / una noche de tormenta / entre llantos de osamenta / y los vahos del establo. / Ahora que recién hablo / después de aquella emoción / me tirita el corazón  / tan solo con acordarme / y a veces suelo quedarme / hasta fuera de razón. / (…) Me dijo: Mirá, Cristiano / que en esto te va la vida / haremos una partida  de naipes mano a mano. / Como usted quiera paisano / le dije como al pasar / pues no podía ni hablar / y en medio de tanto espanto / se me acomodaba un llanto / que no alcanzaba a llorar. / (…) Elijo el juego del truco / del que el diablo es inventor / (…) Y fue que en un instante / y apareció de improviso / se apareció Jesucristo / ante el diablo rutilante / y con voz de altoparlante / le dijo al diablo ahi nomás / Treinta y cuatro y a ganar!. (Ariel Petrocelli: Al Truco con el diablo)

Engañar al diablo y evadir la muerte son dos proyectos destinados al fracaso. ¿Por qué no habría de intentar lo imposible el avivado? Eso pasa en las epopeyas, que son las historias admirables, que vale la pena recordar y se reproducen de generación en generación. El vivo queda convertido inesperadamente en un héroe paradojal de la comunidad (puesto que solo se beneficia a sí mismo) pero ostenta la virtud admirable de arriesgar todo lo que tiene, cuando todos apuestan que esta vez habrá de perder.  
En los cuentos populares, el diablo, supremo embaucador, puede ser vencido gracias a la ayuda providencial de Dios, que socorre al ser humano imprudente, que se dejó enredar en un desafío imposible, si se atenía a las reglas. La suprema avivada es ganarse la buena voluntad de Dios, no tanto por las virtudes personales del mortal que lo convoca, sino por darle una lección al diablo. En el cuento de Güiraldes, este favor decisivo de la divinidad queda anulado, cuando el herrero tramposo muere y se entera de que no es aceptado ni en el Infierno que merece, ni el Paraíso que no le corresponde. Miseria puede haberse burlado de todo el mundo, pero no descansará en paz.
En el juego del truco, gana aquel que mejor se comunica con su pareja y mejor miente su verdadera situación ante el adversario. El lenguaje hablado se vuelve poco confiable entre los jugadores que deben coordinarse. Ellos utilizan versos que en unos casos pueden ser orientadores y en otros desorientadores. También emplean gestos breves, que el compañero de juego se ve obligado a interpretar adecuadamente, porque no es raro que traten de desubicar a los adversarios. Guiñar el ojo izquierdo o el derecho indica la tenencia de una carta precisa, que no debe confundirse con los datos de cerrar ambos ojos o tocarse un solo. ¿Puede haber algo más intrincado que esta puesta en escena de la viveza criolla?
Tradicionalmente, los políticos de la región compraban los votos de sus electores menos favorecidos, de acuerdo a la cambiante cotización de empanadas, paquetes de alimentos, planes sociales o promesas de puestos subalternos en la administración pública. Puede discutirse: ¿quién es el vivo de un acuerdo clientelar como éste? ¿Aquel que pone a la venta el voto que debe emitir durante el cumplimiento de sus responsables deberes cívicos, o aquel que invierte ahora y compra el voto, en la confianza de verse compensado largamente por las prebendas habituales de la posición a la que accede? El pequeño avivado y el más grande se necesitan uno al otro, pero sus roles difieren. Mientras uno se somete, el otro controla la sumisión.
Conseguir alguna ventaja dentro de una situación que se presenta inicialmente como desfavorable, minimizar el esfuerzo requerido para cualquier tarea productiva, ha sido una actitud celebrada (no sé por qué utilizar el pretérito, dada su continuidad histórica) prácticamente como un triunfo deportivo, por el protagonista de la avivada y sus amigos. La realidad demostraba que algunos eran más hábiles que otros, y aquellos que para su desgracia hubieran sido sus víctimas, quedaban marcados de manera indeleble, como perfectos imbéciles.

¿Qué pasaría si los vivos llegaran al gobierno? Como son inmorales y egoístas, no se esmerarán en el beneficio de la sociedad, sino de ellos mismos. La voracidad de los vivos se regodeará con la rapiña. Pero el país que comanden (…) terminará por hundirse junto con ellos. (Marcos Aguinis: La cáustica picardía. El atroz encanto de ser argentino)

No se trata de una mera hipótesis, de un juego intelectual que no tiene asidero en la realidad. Ha ocurrido. Más de una vez. El Estado y el mundo de los negocios suele convertirse en el refugio ideal de los avivados más audaces, aquellos que contra todos los pronósticos logran embaucar a quienes demandan ser embaucados y terminan dando nombre a calles y edificios. A medida que escalan posiciones y privilegios en las instituciones incapaces de detenerlos, se vuelven respetables o al menos temibles. Nadie se atreve a enfrentarlos. Quien los denuncia, se arriesga a sufrir represalias.
¿Qué queda para todos aquellos que desaprovechan el ejemplo que ofrecen diariamente, con admirable impunidad, los inescrupulosos? Las víctimas y testigos del engaño, aprenden una lección difícil de poner en práctica: ellos también deberían avivarse, expresión que indica por un lado la necesidad de estar atentos, para evitar la repetición de lo que sufrieron, y por el otro (lo más peligroso) una invitación a imitar a los infractores. Después de todo, nadie les pone límites, ni suele haber sanción para ellos. Tácitamente, la sociedad los insta a hacer lo mismo.

El mundo premia al revés. Desprecia la honestidad, castiga el trabajo, recompensa la falta de escrúpulos y alimenta el canibalismo. (Eduardo Galeano: La escuela del mundo al revés)

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