El vivo vive del bobo y el zonzo de su trabajo. (Refrán español)
Lino Palacio: Avivato |
Avivato sufre el destino habitual de los personajes
de tiras cómicas: no consigue progresar. Se encuentra congelado en la situación
básica que lo define. Aunque siempre saca ventajas de su viveza, el triunfo en
que culmina cada episodio, no altera el episodio siguiente. Esto resulta más
decepcionante, cuando se trata de un personaje que solo busca la satisfacción
inmediata. Después de asegurársela sin demasiado esfuerzo, vuelve a quedar
insatisfecho y debe involucrarse en otro engaño para seguir existiendo como el
personaje que es. La sonrisa de superioridad con la que culmina la última
viñeta, no tiene demasiado futuro. Avivato no se arrepiente, ni es detenido.
Exponer el accionar de un avivado, sin llegar a condenarlo
nunca, provocando la risa de quienes lo contemplan sin hacer nada, termina
planteando una duda. ¿No está convirtiéndose en un modelo tentador para seguir,
o al menos en un dato que por reiterarse desensibiliza? El infractor se presenta como un tipo
entrañable, quizás incómodo para sus víctimas, pero en realidad inofensivo, que
no puede evitarse y tampoco vale la pena condenar socialmente.
Supongamos una tira cómica que tuviera por
protagonista a un pedófilo. Eso resulta inaceptable para la mentalidad
contemporánea, que reconoce y condena de manera unánime la pedofilia. No sería nunca una
historieta divertida, aunque el acosador fracasara repetidamente, porque causaría
demasiada indignación y dolor a las víctimas y a quienes simpatizan con ellas. El
medio que diera espacio a ese tipo de material, probablemente sería boicoteado
por lectores y anunciantes. Con Avivato no ha pasado nunca eso, y vale la pena preguntarse
por qué, cuál es el contexto axiológico que permitió tomarlo a la chacota
durante décadas.
Mendigo |
No se trata en ningún caso de agitadores que
cuestionen la sociedad en la que viven a salto de mata, porque su buena suerte
puede cambiar en cualquier instante, para verse privados de su cuestionado modo
de vida. Ellos aprovechan las desigualdades existentes. Si la realidad cambiara,
si las desigualdades fueran eliminadas, ellos tendrían que irse a otra parte,
donde la injusticia se encuentre vigente, para continuar haciendo aquello que
mejor saben.
El avispado no cree en el esfuerzo, pues sabe cómo ganársela de
ojo. El avispado no conversa, se come de cuento a la gente. Para el avispado,
no hay mayor alegría que sacar ventaja en cada negocio y jactarse con suficiencia:
“Yo no lo tumbé, él se cayó solo”. (Juan Luis Mejías: Colombia, un país que
elogia a los avivatos)
Cuando alguien adquiere las destrezas puestas en
juego para controlar el engaño, los desafíos que podía afrontar dejaban de
tener límites. Pedro Urdemales llega desde la Europa medieval, donde ya demostraba
su decisión de enfrentar a cualquier, incluyendo al diablo, en competencias que
parecían perdidas de antemano, y no obstante él se mostraba capaz de revertir
(mediante alguna trampa insospechable). Pedro aparece en una comedia de Miguel
de Cervantes y en América es conocido con pequeñas variantes de su nombre en
México, Chile, Argentina. Aunque cambie de nombre en otros país, conserva las
mismas funciones. Una vez en América, el personaje se confunde con los
tradicionales cuentos folclóricos de coyotes o cuervos que hablan (y mediante
las palabras engañan a sus víctimas).
Ricardo Güiraldes |
-Si aurita mesmo se presentara el demonio, le daría mi alma con
tal de poderle pedir veinte años de vida y plata a discreción.
En ese momento se presentó a la puerta del rancho un caballero
que le dijo:
-Si querés, Miseria, yo te puedo presentar un contrato, dándote
lo que pedís –y ya sacó un rollo de papel con escrituras y numeritos, lo más
bien acondicionado, que traiga en el bolsillo. Y allí las leyeron juntos a las
letras y, estando conformes en trato, firmaron los dos con mucho pulso.
(Ricardo Güiraldes: Miseria)
Molina Campos: El Truco |
Jugué al truco con el diablo / una noche de tormenta / entre
llantos de osamenta / y los vahos del establo. / Ahora que recién hablo /
después de aquella emoción / me tirita el corazón / tan solo con acordarme / y a veces suelo
quedarme / hasta fuera de razón. / (…) Me dijo: Mirá, Cristiano / que en esto
te va la vida / haremos una partida de
naipes mano a mano. / Como usted quiera paisano / le dije como al pasar / pues
no podía ni hablar / y en medio de tanto espanto / se me acomodaba un llanto /
que no alcanzaba a llorar. / (…) Elijo el juego del truco / del que el diablo
es inventor / (…) Y fue que en un instante / y apareció de improviso / se
apareció Jesucristo / ante el diablo rutilante / y con voz de altoparlante / le
dijo al diablo ahi nomás / Treinta y cuatro y a ganar!. (Ariel Petrocelli: Al
Truco con el diablo)
Engañar al diablo y evadir la muerte son dos proyectos
destinados al fracaso. ¿Por qué no habría de intentar lo imposible el avivado? Eso
pasa en las epopeyas, que son las historias admirables, que vale la pena
recordar y se reproducen de generación en generación. El vivo queda convertido inesperadamente
en un héroe paradojal de la comunidad (puesto que solo se beneficia a sí mismo)
pero ostenta la virtud admirable de arriesgar todo lo que tiene, cuando todos
apuestan que esta vez habrá de perder.
En los cuentos populares, el diablo, supremo
embaucador, puede ser vencido gracias a la ayuda providencial de Dios, que socorre
al ser humano imprudente, que se dejó enredar en un desafío imposible, si se
atenía a las reglas. La suprema avivada es ganarse la buena voluntad de Dios,
no tanto por las virtudes personales del mortal que lo convoca, sino por darle
una lección al diablo. En el cuento de Güiraldes, este favor decisivo de la
divinidad queda anulado, cuando el herrero tramposo muere y se entera de que no
es aceptado ni en el Infierno que merece, ni el Paraíso que no le corresponde.
Miseria puede haberse burlado de todo el mundo, pero no descansará en paz.
En el juego del truco, gana aquel que mejor se
comunica con su pareja y mejor miente su verdadera situación ante el adversario.
El lenguaje hablado se vuelve poco confiable entre los jugadores que deben
coordinarse. Ellos utilizan versos que en unos casos pueden ser orientadores y
en otros desorientadores. También emplean gestos breves, que el compañero de
juego se ve obligado a interpretar adecuadamente, porque no es raro que traten
de desubicar a los adversarios. Guiñar el ojo izquierdo o el derecho indica la
tenencia de una carta precisa, que no debe confundirse con los datos de cerrar
ambos ojos o tocarse un solo. ¿Puede haber algo más intrincado que esta puesta
en escena de la viveza criolla?
Tradicionalmente, los políticos de la región compraban
los votos de sus electores menos favorecidos, de acuerdo a la cambiante
cotización de empanadas, paquetes de alimentos, planes sociales o promesas de
puestos subalternos en la administración pública. Puede discutirse: ¿quién es
el vivo de un acuerdo clientelar como éste? ¿Aquel que pone a la venta el voto
que debe emitir durante el cumplimiento de sus responsables deberes cívicos, o
aquel que invierte ahora y compra el voto, en la confianza de verse compensado largamente
por las prebendas habituales de la posición a la que accede? El pequeño avivado
y el más grande se necesitan uno al otro, pero sus roles difieren. Mientras uno
se somete, el otro controla la sumisión.
Conseguir alguna ventaja dentro de una situación que
se presenta inicialmente como desfavorable, minimizar el esfuerzo requerido
para cualquier tarea productiva, ha sido una actitud celebrada (no sé por qué
utilizar el pretérito, dada su continuidad histórica) prácticamente como un
triunfo deportivo, por el protagonista de la avivada y sus amigos. La realidad
demostraba que algunos eran más hábiles que otros, y aquellos que para su
desgracia hubieran sido sus víctimas, quedaban marcados de manera indeleble,
como perfectos imbéciles.
¿Qué pasaría si los vivos llegaran al gobierno? Como son
inmorales y egoístas, no se esmerarán en el beneficio de la sociedad, sino de
ellos mismos. La voracidad de los vivos se regodeará con la rapiña. Pero el
país que comanden (…) terminará por hundirse junto con ellos. (Marcos Aguinis: La
cáustica picardía. El atroz encanto de ser argentino)
No se trata de una
mera hipótesis, de un juego intelectual que no tiene asidero en la realidad. Ha
ocurrido. Más de una vez. El Estado y el mundo de los negocios suele
convertirse en el refugio ideal de los avivados más audaces, aquellos
que contra todos los pronósticos logran embaucar a quienes demandan ser
embaucados y terminan dando nombre a calles y edificios. A medida que escalan
posiciones y privilegios en las instituciones incapaces de detenerlos, se
vuelven respetables o al menos temibles. Nadie se atreve a enfrentarlos. Quien
los denuncia, se arriesga a sufrir represalias.
¿Qué queda para todos aquellos que desaprovechan el
ejemplo que ofrecen diariamente, con admirable impunidad, los inescrupulosos?
Las víctimas y testigos del engaño, aprenden una lección difícil de poner en
práctica: ellos también deberían avivarse, expresión que indica por un lado la
necesidad de estar atentos, para evitar la repetición de lo que sufrieron, y
por el otro (lo más peligroso) una invitación a imitar a los infractores.
Después de todo, nadie les pone límites, ni suele haber sanción para ellos.
Tácitamente, la sociedad los insta a hacer lo mismo.
El mundo premia al revés. Desprecia la honestidad, castiga el
trabajo, recompensa la falta de escrúpulos y alimenta el canibalismo. (Eduardo
Galeano: La escuela del mundo al revés)
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