Donald Trump |
Internet parece brindar espacio para todo aquello que se aparta de la objetividad en la información. Deslegitimar el gobierno de Barack Obama, haciendo correr el dato de que no era norteamericano de nacimiento, o justificar la invasión a Irak, años antes, por la indemostrable capacidad de producción de armamento atómico que se atribuía al régimen de Sadam Hussein, son situaciones indicadoras de que las noticias falsas de hoy son parte fundamental de la guerra psicológica en curso, cuyas consecuencias pueden ser tan graves para la humanidad como aquellas de la guerra convencional.
¿Alguien quiere alegar que la marihuana es diez
veces menos peligrosa que el alcohol y el tabaco? No encontrará mayores
obstáculos para publicarlo y afirmar que el dato proviene de alguna revista
científica inexistente (o tal vez real, que sin embargo nunca respaldó eso). Durante los
años `70, los organismos represivos de la dictadura chilena, apoyados por la
prensa nacional, incluyeron acciones tan ingeniosas como la Operación Colombo,
que inventó una revista brasileña donde daba cuenta de la muerte, en el curso
de enfrentamientos internos entre militantes de izquierda, de quienes en
realidad eran 119 detenidos-desaparecidos en su propia patria.
Cuando se vuelve difícil verificar un dato, la
falsificación prospera. Hoy se trata de embaucar a miles de usuarios de las
redes sociales, convirtiéndolos en difusores irresponsables de datos que los
impresionan por distintos motivos, pero cuyo origen e intención desconocen. Tal
vez reciclan un mito urbano que circula desde hace tiempo. Tal vez los
emitieron adolescentes de los Balcanes, como parte de un juego o alentados y retribuidos
por clientes imposibles de localizar. Tal vez provienen de los especialistas
que trabajan en los servicios de inteligencia de países europeos.
Noticias falsas son las nuevas armas de destrucción masiva. (Derrick
Broze)
La novedad aparente de estos fenómenos de información falsa, no es tanta como puede suponerse. Las noticias sin fundamento, aparentan referirse a la realidad, pero solo son una modalidad tradicional de la propaganda política. Antes circulaba boca a boca o se disimulaba en la prensa escrita. Hoy adquieren protagonismo gracias a las comunicaciones masivas, y demuestran ser capaces de llegar en poco tiempo a una audiencia multitudinaria, que se encuentra predispuesta a aceptarlas, dado que está desacostumbrada a analizar si los datos que se le brindan se corresponden o no con la verdad.
Frederic Remington: ilustración de prensa |
Por favor, manténgase allí. Usted proporcione las imágenes y yo
proporcionaré la guerra. (William Randolph Hearst)
Explosión del Maine en prensa contemporánea |
Invasión alemana a Bélgica |
Durante la Primera Guerra Mundial, la prensa inglesa
y norteamericana publicaba historias atroces de enfermeras violadas, de mutilaciones
y asesinatos de niños por los soldados alemanes. De nuevo, ¿cómo no indignarse
y ponerse del lado de los agredidos? Las historias de dirigentes comunistas que
secuestraban niños, con el objeto de criarlos fuera de los principios morales de sus
padres, que se difundieron durante la Guerra Fría, no diferían demasiado de ese
esquema tendencioso. Un historiador inglés había definido las características de ese
discurso que se dirigía tanto hacia el enemigo externo, que debía ser disuadido
de atacar, como hacia el aliado interno, que debía ser estimulado para que no se desmoralizara y estuviera deseoso de agredir (dos
estrategias referidas al manejo de conflictos que continúan vigentes en la
actualidad).
1.
Nosotros no queremos la guerra.
2.
El enemigo es el único responsable de la guerra.
3.
El enemigo es execrable.
4.
Nosotros pretendemos nobles fines.
5.
El enemigo comete atrocidades voluntariamente. Lo nuestro son
errores involuntarios.
6.
El enemigo utiliza armas no autorizadas.
7.
Nosotros sufrimos pocas pérdidas. Las pérdidas del enemigo son
enormes.
8.
Los artistas e intelectuales apoyan nuestra causa.
9.
Nuestra causa tiene un carácter sagrado, divino o sublime.
10.
Los que ponen en duda la propaganda de guerra son unos
traidores. (Arthur Ponsoby: Decálogo de la propaganda de guerra)
Rosa de Tokyo |
Lo emocionante, lo espectacular, lo fácil de
recordar, importa en los medios más que lo cierto, lo demostrable, en la era de
las redes sociales, alimentadas por no importa quién, con no importa qué tipo
de noticia falsa, atrae, escandaliza, confirma la opinión del receptor respecto
de personajes notorios de la actualidad. Como complemento de ese persistente
adoctrinamiento, que por sí mismo resulta alarmante, la posverdad (post-truth) describiría el escaso
efecto que tienen hoy sobre la opinión dominante los hechos demostrables que se
oponen a los prejuicios de la gente desinformada.
Barry Levinson: Wag the dog |
Un Presidente cuya imagen pública ha sido dañada por un escándalo sexual (el filme se realiza poco antes de la aparición de Monica Lewinsky, denunciando su relación ocasional con Bill Clinton) convoca a sus colaboradores para que inventen una guerra por la defensa de la democracia en Albania. El equipo de asesores llega de la industria audiovisual más refinada del planeta y se encarga a inventar los testimonios conmovedores (también ficticios) gracias a los cuales la opinión pública, medida por los mismos instrumentos que utiliza el marketing comercial, validarán una intervención militar en Albania, que a su vez reforzará el prestigio deteriorado del mandatario ante sus electores. La realidad no importa demasiado, puesto que puede ser fabricada por los medios.
El siglo XX estuvo poblado por demagogos que no
llegaron de otros planetas, como repetidamente anunciaba el cine de
ciencia-ficción, en su afán de simplificar hasta la caricatura la
interpretación de una realidad temible, porque alcanzaron el poder gracias a la
confianza que depositaron en ellos los electores, o la falta de resistencia
manifestada por los ciudadanos que pudieron oponerse cuando ellos asaltaron el
poder. Adolf Hitler convenció a los alemanes de que los comunistas habían
incendiado el Parlamento, que las humillaciones experimentadas desde que
Alemania fuera derrotada en la Primera Guerra Mundial y la inflación galopante
de la República de Weimar, se debían a una conjura de los judíos, denunciada a
comienzos del siglo XX, en la Rusia zarista y probablemente por la policía del
régimen, en Los Protocolos de los Sabios de Sion, por lo que exterminar a
varios millones de ellos permitiría acceder a una nueva era de bienestar y
orden (el Tercer Reich) que habría de durar no menos de un milenio, aunque la
realidad le otorgó solo doce años de existencia.
Adolf Hitler en convención nazi |
Hanna Arendt analizó la relación paradojal que se da
entre lo que se imagina y lo que se experimenta, en un texto clásico de la
segunda posguerra:
Las masas modernas no creen en nada visible, en la realidad de
su propia experiencia; no confían en sus ojos ni en sus oídos, sino en sus
imaginaciones. (…) Lo que convence a las masas no son los hechos, ni siquiera
los hechos inventados, sino solo la consistencia del sistema del que son
presumiblemente parte. (Hanna Arendt: Los orígenes del totalitarismo)
Campo de concentración Segunda Guerra Mundial |
Nada resulta tan sorprendente a los que observan los asuntos
humanos con mirada filosófica, que la facilidad con unos pocos gobiernan a
muchos. Y la docilidad implícita con que los hombres someten sus propios
sentimientos y pasiones a los de sus gobernantes. Si indagamos cómo se produce
este milagro, descubriremos que los gobernantes no tienen nada que les
sostenga, excepto la opinión pública. (…) Esta máxima se aplica tanto a los
gobiernos más despóticos y militares, como a los más libres y populares. (David
Hume: Tratado de la naturaleza humana)
En el 2016, el FBI norteamericano tardó demasiado en
detectar y denunciar a los hackers que difundían información opuesta a la
candidatura de Hillary Clinton y beneficiaban a la de Donald Trump. Las redes
sociales dudaron bastante en cerrar las cuentas que difundían información
tendenciosa, porque habían alimentado la hipótesis de un espacio en el que se
gozaba de libertad para plantear lo que se deseara. Muchos usuarios de los
medios afirman no creer en nada de lo que aparece en los mismos medios que
frecuentan. Su escepticismo, sin embargo, no los ayuda a detectar las
falsificaciones a las que se encuentran expuestos, y más bien se abandonan a lo
que se vaya apareciendo en los medios. Todavía son más aquellos usuarios que se
encuentran convencidos de no tener que esforzarse para desentrañar la verdad, porque les
pertenece.
El ignorante afirma, el sabio duda, el prudente reflexiona.
(Aristóteles)
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