sábado, 11 de marzo de 2017

Orgullos y Vergüenzas nacionales (I): Imágenes oficiales


 
¡Gallego! ¡Sarraceno! ¡Maturrango! En cada calificativo, el rebelde de 1810, el hijo del país, el criollo, volcaba un odio contenido, latente durante varios siglos de sometimiento. Emergía así, como en cada momento de crisis de la historia, como en toda mutación política, con sus fuerte carga irracional, generadora de prejuicios. (Pedro Orgambide: El racismo en Argentina)

Domingo Faustino Sarmiento
Después de haberse producido la independencia de España, el país que surgió de las ruinas del antiguo Virreinato del Río de la Plata necesitó superar varias décadas de anarquía, para estabilizarse en lo que finalmente se llamó República Argentina. La identidad nacional no podía terminar de definirse mientras continuaran las luchas internas, y lo que emergió tampoco estaba libre de contradicciones. Las provincias se enfrentaban unas a otras, en conflictos sangrientos que favorecían la conservación de los liderazgos locales y alimentaban desconfianzas mutuas.
La fórmula Civilización o Barbarie elaborada por Sarmiento, resumía de manera ambigua las contradicciones mentales del país. ¿Quién aceptaba identificarse con un sector u otro? Se entiende que la Historia Oficial argentina, obra colectiva pero no coordinada de Bartolomé Mitre, Vicente Fidel López y Alfredo Grosso entre otros, definiera a los héroes de comienzos del siglo XIX, como los modelos insuperables de comportamiento cívico que debían admirar las nuevas generaciones.
Ellos quedaron consagrados como los Padres de la Patria, bastante lejanos en el tiempo y solo percibidos a través de la visión mítica elaborada por unos pocos autore provenientes del mismo sector de la sociedad y adoptada por los textos de las escuelas públicas, sin que mediara el menor análisis respecto de su validez. San Martín era el Padre de la Patria, Belgrano el Creador de la Bandera, Sarmiento el Padre del Aula, etc. Nadie en el mundo contemporáneo podía estar a la altura de ellos, y hubiera sido un sacrilegio cualquier intento de moverlos un milímetro de sus pedestales.
Mariquita Sánchez de Thompson
Las figuras admiradas del género femenino eran bastante menos que las masculinas y sin duda resultaban monótonas.  Eran madres sacrificadas, de acuerdo al paradigma de Gregoria Matorras o Paula Albarracín. Todo su mérito derivaba de haber parido a hombres que a continuación, por sus propios méritos, se volvieron célebres. Cuando esas mujeres no estaban directamente sometidas a algún hombre, como era el caso de Mariquita Sánchez de Thompson, resultaba difícil entender qué podía haber de notable en ellas, porque se las presentaba como simples anfitrionas o testigos casuales de las hazañas masculinas.
De las mujeres combativas de la región durante el siglo XIX, como Juana Azurduy o Manuela Pedraza, se hablaba lo menos posible, porque contrariaban la imagen de sumisión femenina que se esperaba imponer entre las jóvenes mentes de un siglo más tarde. Hubo que aguardar medio siglo más, para que las reivindicaciones feministas actualizaran esas figuras andróginas, por su vestuario y actitudes. Mujeres como la maestra y escritora Juana Manso, fundadora del primer periódico feminista del continente, no se mencionaban. Las militantes socialistas de comienzos del siglo XX, Alicia Moreau, Julieta Lanteri o Carolina Muzzelli, conocidas por sus seguidores, no formaban parte del Panteón nacional y el peronismo, que concedió el voto a la mujer, no las tomaba en cuenta.
A mediados del siglo XX, el repertorio de grandes hombres del pasado se agotaba pronto, porque resultaba imposible despojar de sus profundas contradicciones a figuras fundamentales del siglo XIX, como Monteagudo, Alberdi, Lavalle o Rosas, para volverlas aceptables en su totalidad. Sarmiento era promovido al rango de abuelo malhumorado de cuento de hadas de los escolares argentinos, y a continuación había que buscar modelos de identidad nacional en otros ámbitos, distintos de la política y el mundo militar, para evitar el aburrimiento.
Hay naciones que admiran a sus artistas o científicos, al punto de sentirse relacionados por ellos, pero ese no parecía ser el caso de los argentinos. ¿Podían ser admirados los hombres de negocios, los empresarios que habían amasado enormes fortunas, los terratenientes que poseían enormes propiedades, los políticos que habían arrastrado multitudes? Al parecer, no. La gente de la clase alta argentina prefería permanecer en la penumbra, como si no estuviera demasiado orgullosa de la posición que había alcanzado y transmitido por métodos no siempre limpios. Los políticos aspiraban a una grandeza rápida, lograban que se pusiera su nombre a plazas y calles, pero con la misma facilidad perdían la imagen que hubieran ganado a fuerza de decretos, cuando perdían el poder.
Uno de los aspectos más difíciles de aceptar del tema de la identidad nacional, era el rechazo militante de todo aquello que el discurso de algunos designaba como ajeno, falso y opuesto a lo auténtico, lo propio, que no por casualidad coincidía con las visiones más conservadoras de la sociedad. Esa identidad había que preservarla a cualquier precio (por ejemplo, el de exterminar físicamente a los enemigos, que no tenían por qué estar fuera de las fronteras). Se hablaba de un enemigo interno sin principios, con el que resultaba imposible negociar acuerdos, ni tolerar que existiera.
Semana Trágica de 1919
Los extranjeros que hacia fines del siglo XIX habían sido anunciados como la esperanza del país, que llegaban para sacarlo de su estado de barbarie, podían ser presentados durante el siglo XX, después de la Semana Trágica de 1919 y otros movimientos reivindicatorios, como una amenaza para la paz social. Ellos habían traído la agitación desde Europa, ideas que al parecer no se habían conocido en este lado del Atlántico, cuando la armonía reinaba entre el Capital y el Trabajo.
La Ley 4142 (Ley de Residencia o Ley Cané) que regulaba desde 1902 la permanencia de extranjeros en el país, podía ser utilizada en cualquier momento para mantener la identidad argentina. Como la inmigración negra o asiática era irrelevante, el énfasis de la autodefensa se centraba en algo más difícil de detectar en el momento del ingreso de inmigrantes, pero más que evidente después: la ideología. Cualquier extranjero podía ser expulsado sin juicio previo, por lo que durante medio siglo Argentina se libró de dirigentes gremiales y hasta espías nazis o comerciantes especuladores que molestaban.
Leopoldo Lugones
Leopoldo Lugones, un poeta fascinado por el fascismo, describía en 1934 una identidad desafiante y militarizada:

Ha sonado otra vez, para bien del mundo, la hora de la espada. Así como ésta hizo lo único enteramente logrado que tenemos hasta ahora, y es la independencia, hará el orden necesario, implantará la jerarquía indispensable que la democracia ha malogrado hasta hoy, fatalmente derivada, porque esa es su consecuencia natural, hacia la demagogia o el socialismo. (Leopoldo Lugones: La hora de la espada)

¿Había otros modelos de identidad menos reaccionarios? Por las dudas, tendría que buscárselos en el campo de la ciencia o la tecnología, para evitar la tentación de someterse a los demagogos.
Juan Vucetich
A mediados del siglo XX, en la escuela primaria se enseñaba que el sistema de identificación mediante huellas dactilares, que utilizaba por entonces la policía de todo el mundo, había sido una invención de Juan Vucetich, en La Plata, hacia fines del siglo XIX. Debíamos sentirnos orgullosos de una técnica que permitía resolver crímenes, era obra de un argentino como nosotros (a pesar de que Vucetich había llegado de Croacia, pero eso no era un obstáculo para que nosotros, los estudiantes de una escuela pública, hijos de inmigrantes de media docena de países y vecinos del mismo barrio de San Pedro, nos identificáramos con él). Si él había llegado de tan lejos, para efectuar un aporte reconocido a la cultura internacional, ¿por qué no habríamos de hacer algo similar en nuestros tiempos? ¿Cómo podía desconfiarse de los extranjeros, si ellos nos daban tanto a nosotros, los nativos?
Florentino Ameghino
Florentino Ameghino era presentado escuetamente por los libros de lectura de la escuela primaria. Costaba entender qué había en él que fuera digno de admiración. Coleccionar huesos viejísimos, de animales que uno no había tenido la oportunidad de encontrar, no parecía ninguna hazaña. Resultaba inexplicable, simplemente. Si no se había visitado el Museo Paleontológico de La Plata, ni siquiera se lograba imaginar el tamaño de un gliptodonte. ¿cómo visualizar la actividad de un hombre que había pasado la mitad de su vida recorriendo la pampa con una pala y un balde, para completar la otra mitad escribiendo sobre sus hallazgos de fósiles, como algo que debía permitirnos comprender mejor la historia del suelo que pisábamos?
Carlos Saavedra Lamas
Los premios Nobel podían ser un buen indicador para establecer modelos de personajes admirables, que hubieran debido enorgullecer a todos sus compatriotas. El Nobel de la Paz atribuido a Carlos Saavedra Lamas en 1936, estaba ligado a circunstancia políticas sin duda notables (la condena de la Liga de las Naciones a la invasión de Italia a Trípoli y las negociaciones para poner fin de la Guerra del Chaco, que enfrentó durante tres años a Paraguay y Bolivia) un logro que sin embargo, apenas una década más tarde, nadie recordaba.

Nos circunda un mundo inquieto y agitado. Densas nubes hay en sus horizontes. Se cruzan a veces relámpagos. Vendrá, quizás, una gran tempestad, pero esta tempestad nos encuentra unidos, dispuestos a nobles consultas, a intercambios de ideas para resguardar a nuestro continente de repercusiones que no podemos admitir. (Carlos Saavedra Lamas)

Bernardo Houssay
El Premio Nobel de Fisiología y Medicina otorgado a Bernardo Houssay en 1947, hubiera debido recibir un reconocimiento oficial, en una época de exaltación de los valores nacionales, como proclamaba el primer gobierno peronista, pero nada de eso ocurrió. Ninguna autoridad lo recibió a su regreso de Suecia. Se afirma que Raúl Apold, el todopoderoso Secretario de Prensa de la Presidencia habría prohibido a los medios mencionar la llegada. En 1943, Houssay fue expulsado del Instituto de Fisiología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, fundado por él, en represalia por criticar la neutralidad de Argentina ante la Segunda Guerra Mundial (que evitaba condenar al régimen nazi).

No es de extrañar que nuestra cultura científica sea aún deficiente, ya que un país alcanza primero a tener una literatura, luego comienza a aparecer la especulación filosófica y se desarrollan las artes, pero es solo al fin, por una gestación lenta y muy laboriosa, que llegan a cultivarse las ciencias. (Bernardo Houssay)

René Favaloro
Si René Favaloro no había sido distinguido con otro Premio Nobel, la invención del bypass coronario lo situó en un lugar privilegiado y contradictorio. Por un lado era una celebridad nacional, por el otro se le retaceaban desde el Estado los fondos que le hubieran permitido seguir ejerciendo su profesión. El suicidio del científico en el 2000 reveló esa fragilidad fundamental que parece caracterizar a la identidad nacional. ¿Dónde están los modelos inalterables, respetados, que reclama el afianzamiento de una identidad colectiva?

Estoy pasando uno de los momentos más difíciles de mi vida, la Fundación tiene graves problemas financieros. En este último tiempo me he transformado en un mendigo. Mi tarea es llamar, llamar y golpear puertas para recaudar algún dinero que nos permita seguir. (René Favaloro: carta de despedida)

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