viernes, 2 de agosto de 2019

Chimentos (I): Información fantasiosa y consoladora


Juan José Sebrelli
En la sociedad burguesa argentina de comienzos del siglo XX, un público de ávidos voyeuristas asistía a las comidas de los ricos y poderosos a través de detalladas reseñas y fotografías de notas sociales, difundidas en diarios y en revistas especializadas. (Juan José Sebrelli: Buenos Aires: vida cotidiana y alienación)

Sebrelli compara las páginas de La Nación o La Prensa o El Hogar ocupadas con las imágenes de las celebraciones de la clase alta argentina, con las ceremonias matutinas (le petit lever y le grand lever) que se programaban en el palacio de Versailles, donde los integrantes de la Corte se disputaban el privilegio de asistir al despertar y las abluciones de Luis XIV, en la relativa intimidad de sus aposentos, con el objeto de presentarle sus peticiones. Acercarse a los poderosos, en las condiciones impuestas por quienes detentan el poder, era y es aún hoy una rara oportunidad que seduce a quienes se encuentran sometidos a ese orden que los excluye. Imaginariamente los dominados se ponen en paridad de condiciones con aquellos que desde un punto de vista objetivo, resultan inaccesibles.
Luis J. Medrano: Sábado Inglés
Entre parientes o vecinos, la información confidencial que circula puede no estar verificada, por lo que tiende a ser tendenciosa e incompleta, pero proviene de fuentes conocidas, con las que se convive y a las que puede reclamarse en caso de no corresponderse con la realidad. Si alguien exagera o miente, si difama a otra persona, no tarda de comprobrse (y en más de una ocasión, la experiencia advierte si el dato puede ser digno de confianza o no, incluso antes de recibirlo, porque se dispone de una adecuada caracterización de la fuente y su relación con el personaje aludido). En cualquier caso, sin importar la veracidad de la información, ésta circula lentamente, de boca en boca, lo que condiciona el impacto que puede tener en la comunidad.
El discurso evasivo de los medios masivos del siglo XX y su recepción simultánea por millones de usuarios, no coexisten por casualidad, ni es algo que deja de tener repercusiones en el contexto social donde ocurre. Hay una propuesta simplificadora en el discurso de los medios, que utilizando la trivialidad aparente o real, asegura una recepción favorable de la audiencia, coincidiendo con una sostenida demanda de diversión por la audiencia, que nunca podría ser saciada por los medios.
Miguel de Molina

Apoyáa en el quicio de la mancebía / miraba encenderse la noche de Mayo. / Pasaban los hombres / ella sonreía. (Manuel López Quiroga: Ojos verdes)

Del espectáculo teatral del cantante Miguel de Molina en una sala de la avenida de Mayo, en Buenos Aires, promediando los años `40 del siglo pasado, la prensa se ufanaba de mencionar detalles frívolos, como los metros y metros de tela estampada con grandes lunares, que habían sido empleados para elaborar las mangas del cantante o las faldas de larga cola de las bailarinas flamencas, pero evitaba discernir en ese despliegue nada que aludiera a la militancia política o las preferencias sexuales del artista.
Que el cantante hubiera sufrido torturas y debido exiliarse de su patria, la España sacudida por las represiones emprendidas por Franco tras el fin de la Guerra Civil, no se mencionaba. La suya era una España pintoresca, atemporal, de calendario turístico, donde los versos de una copla como Ojos Verdes se censuraban para no molestar a nadie, como se censuraba la letra de los tangos, para que la radio pudiera emitirlos sin ofender la sensibilidad de  nadie. Mancebía (prostíbulo) era reemplazada por el coqueteo de una mujer relacionada con aquel que cantaba su dolor de ser humillado por ella. Es algo nuevo y sin embargo emplea la misma rima:

Apoyáa en el quicio de la casa mía / miraba encenderse la noche de Mayo. / Pasaban los hombres / ella sonreía. (Manuel López Quiroga: Ojos verdes)

Si Miguel de Molina era un reconocido republicano español, por lo tanto militante de izquierda, en una época en la que el anticomunismo se afirmaba como una tendencia dominante en Occidente, si para colmo era homosexual, eso desbordaba los límites que la opinión pública argentina era capaz de tolerar en el discurso habitual de los medios. Había temas de los que por distintos motivos no se hablaba y que no se deseaba incorporar al discurso.
Un país que no lograba olvidar el escándalo de los cadetes militares chantajeados para obligarlos a prostituirse con clientes homosexuales de la alta sociedad, pocos años antes, referirse a la vida privada de Miguel de Molina hubiera sido la ruina para un artista que solo se salvó de sufrir la deportación porque Eva Perón lo admiraba y decidió protegerlo. ¿Cómo elaborar otra imagen e él que no fuera insubstancial, deliberadamente escapista, un chimento destinado a tapar el sol con un dedo?
Amanda Colomer (Mendy)
No es que la noción actual de farándula, con todo lo que incluye de chisme revelador respecto de la vida personal de la gente del deporte o el espectáculo, fuera desconocida en ese momento, pero su territorio quedaba reducido habitualmente a ciertas secciones semanales de Radiolandia, la más recordada Como me lo contaron, responsabilidad de Mendy, la periodista de gruesos anteojos, hermana de la actriz Elina Colomer (pareja no reconocida de Juan Duarte, bon vivant y hombre poderoso del régimen peronista, gracias al respaldo incondicional que le brindaba su hermana, Eva Perón).
En la sección Como me lo contaron, todas las semanas dos figuras distintas de la farándula dialogaban por teléfono (presuntamente) e intercambiaban chimentos, una palabra que allí comenzó a ser impresa. Los datos eran inocuos, de ningún modo comparables con las evidencias molestas de la vida privada de las celebridades, que son la materia privilegiada de los paparazzi de la actualidad. Lejos de ser información de riesgo para los personajes aludidos, indicaba que su carrera profesional se encontraba vigente, detenida en el mejor momento, que eran aplaudidos por la audiencia y encaraban un futuro promisorio. Dado que las Relaciones Públicas no se habían definido aún como una actividad respetable, que se aprende en instituciones educativas serias, el chimento se identificaba como un producto menor del periodismo.

Las estrellas y los astros no son otros que los que (…) lograron el acceso a eso tan precario en Radiolandia que es el éxito. Los artistas consagrados retribuyen el cariño de su público con la alegría (…) y que por eso mismo no pueden ser menos que ejemplos para quienes añoran también una felicidad completa. (…) Nada en el comportamiento de los artistas resulta reprochable. Esta paradoja permite que la posibilidad de identificarse (…) con quienes se admira no impida que se rompa el hechizo de las estrellas. (Florencia Calzón Flores: Radiolandia en los cuarenta y cincuenta: una propuesta de entretenimiento)

Silvia y Mirtha Legrand
Trivialidad y escapismo terminan marcado la época en la que ciertos discursos de los medios masivos se ponen en circulación y son aceptados (o no) por la audiencia. El primer gobierno peronista coincide no por casualidad con las expectativas ilimitadas de progreso y paz que fueron generadas en grandes sectores de la población por el fin de la Segunda Guerra Mundial, un contexto donde la Argentina había afianzado su imagen de “granero del mundo”, obligada a sustituir importaciones mediante el aporte de una industria nacional que había demostrado ser capaz de hacerlo al amparo del Estado.
El cine de Hollywood y Europa había reducido su producción durante la guerra. El mercado internacional de la industria audiovisual estaba en ruinas. En Latinoamérica, países como México, Brasil, Argentina y Chile habían intentado alimentar las salas de exhibición con producciones propias, que seguían los modelos impuestos por la industria de los países desarrollados.  Si el cine nacional se desarrollaba apoyado por el Estado que decidía
la adjudicación de permisos para importar película negativa y concedía créditos generosos a los grandes productores, también , demandaba la existencia de figuras que aseguraran su rentabilidad y operaran de acuerdo a la lógica del Star System.
Libertad Lamarque
Si Hollywood tenía a la misteriosa Marlene Dietrich para atrapar a la audiencia con sus personajes de prostituta cansada, Argentina tenía a Mecha Ortiz o Laura Hidalgo para asumir la misma responsabilidad. Paul Muni hallaba su equivalente en José Gola. Jean Harlow era sustituida por Zully Moreno o Malisa Zini. Galanes como Robert Taylor o Charles Boyer tenían su correlato en Florén Delbene o Roberto Escalada. Edie Cantor podía sustituirse con Luis Sandrini y los hermanos Marx con los Cinco Grandes del Buen Humor. Lo mismo pasaba con el té de Corrientes, que llegaba para sustituir al de la India o con los autos y motonetas de costosa producción nacional, que comenzaban a competir en un protegido mercado nacional con los vehículos importados. Había que apoyar el intento, en la esperanza de que la producción agraria subsidiara la existencia de un Estado promotor y omnipresente.
Un filme cómico de 1948 de Luis Bayón Herrera, se titulaba ¡Cuidado con las imitaciones!  demostraba la paradoja de un país desprovisto de importaciones, sin embargo necesitado de ellas, que las reemplazaba de algún modo con productos nacionales obedientes a los mismos criterios de consumo del pasado. Se necesitaban decenas de actores, cantantes, bailarines seductores en la pantalla de cine, en las emisiones de  radio y el teatro. Gracias al chimento nacional, ellos debían resultar atractivos también fuera de su intervención en los medios. La prensa de Buenos Aires fue encargada de organizar este Olimpo local, tal como había hecho la prensa de los países desarrollados.
Bruno Boval maquillando a Juan José Míguez
Annemarie Heinrich fotografiaba con maestría los rostros de los ídolos de la radio y el cine para las portadas de Antena y Radiolandia. Perfectamente maquillados por Bruno Boval, peinados a la perfección, serenos y sin preocupaciones, ellos invitaban a los lectores a mirar la vida que el Destino les había deparado a ellos (bastante menos glamorosa) con suficiente distancia y optimismo. Si los astros habían triunfado a pesar de sus humildes orígenes, cualquiera podía repetir la hazaña, y si no lo intentaba siquiera, por considerarse carente de talento, no por evaluar la inaccesibilidad del medio, , de todos modos le quedaba el consuelo de convertirse en testigo de la felicidad de su ídolo, de disfrutar el espectáculo de su consagración profesional. 
El chisme es el arte de decir nada, de una manera tal que no deja prácticamente nada sin decir. (Walter Winchell)
 

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