sábado, 3 de agosto de 2019

Chimentos (II): Información íntima, dudosa y malintencionada


Frances Farmer
Frances Farmer, una joven actriz de Hollywood, en los inicios de su carrera (1943), que había recibido una seria formación intelectual, que se destacó en la secundaria por escribir un ensayo sobre la muerte de Dios en los textos Friedrich Nietzsche, que había viajado a la Unión Soviética como premio de un concurso que prometía mostrar el Teatro de Arte de Moscú, donde se seguían las enseñanzas de Konstantin Stanislawski, sufrió un accidente automovilístico y fue evaluada como ebria.
Bajo circunstancias parecidas, Paramount, el estudio que la tenía contratada por siete años, hubiera silenciado la situación.  La prensa de la cadena Hearst, en cambio, donde Louella Parsons publicaba una columna de chismes desde hacía veinte años, decidió explotar el anticomunismo de su audiencia, consiguió que Farmer fuera juzgada y se le ofreciera la posibilidad de una rehabilitación en una clínica siquiátrica, donde la sometieron a electroshocks y una lobotomía.

Generalmente obtengo mis datos de gente que prometió a alguien que lo mantendria en secreto. (Walter Winchell)

De acuerdo a Winchell, la lectura de la columna de chismes demuestra que el informante violó su promesa y el periodista se ampara en el secreto profesional para protegerlo. Si el periodista puede ser mal evaluado por revelar intimidades capaces de molestar a alguien, ¿qué decir de quienes le suministraron el dato, quienesquiera sean? ¿Qué decir incluso de aquellos que acuden a la columna periodística, al programa de radio o televisión donde esos datos se exponen habitualmente, con el único objeto de entretenerse? Un enorme círculo de complicidades se ha definido en torno al chimento.
Cuando se revisan las páginas de las revistas de espectáculos de hace cinco a siete décadas, se tiene la impresión de asistir a un banquete soso y poco variado. Los periodistas no exponen un repertorio de noticias muy atractivo, ni analizan las circunstancias con suficiente profundidad. Solo tratan de generar asombro en sus lectores, admiración por los astros que ellos dicen frecuentar profesionalmente  y respecto de los cuales demuestran la misma actitud idólatra (si se prefiere, consumidora) que demandan de los lectores.
Robert De Niro en The King of Comedy
Lucy, la protagonista de la sitcom televisiva I Love Lucy que comenzó a exhibirse en 1951, era un ama de casa deseosa de quebrar la rutina de las tareas hogareñas y el matrimonio con un marido abusivo, gracias al encuentro con los actores de cine que admiraba, y a quienes ponía en problemas. No era alguien que acosara a las estrellas, como hizo en la realidad el joven John Hinckley, enamorado de Jodie Foster que intentó asesinar a Ronald Reagan para convencer a la actriz de su pasión, o Robert Pupkin en la ficción de la misma época, el protagonista de The King of Comedy de Martin Scorsese, que secuestra al actor que admira, para demostrarle su propio talento y solicitar una oportunidad de exhibir su propio talento.
Lucille Ball y Orson Welles en I Love Lucy
Lucy encontraba a sus ídolos por azar, pero coincidiendo con sus deseos, gracias a la profesión de su marido, un músico de tantos. Ella generalmente estaba acompañada en esos momentos por otra mujer madura, su vecina Ethel, con quien coincidía en las características inmaduras de personalidad. Ver de cerca a los actores (desde Rock Hudson a Orson Welles) interactuar con ellos, sin la intermediación de las cámaras, para intentar convertirse en figuras similares a ellos, era la expectativa  recurrente de ambas, que las exponía al ridículo y simultáneamente las proponía como modelos a seguir.
Si la gente las seguía semana a semana, gracias a un nuevo medio que permitía una intensidad de la proyección-identificación solo igualada anteriormente por la radio ¿podía ser que fuera para detestarlas o aburrirse con ellas? Para Lucy y Ethel era fácil gozar de la cercanía de sus ídolos, aunque inevitablemente fracasaran en sus intentos de incorporarse al universo de la farándula, como estaba destinado a sucederle a su audiencia.

El chisme de hoy es el titular de mañana. (Walter Winchell)

Louella Parsons
La frontera entre periodismo serio y periodismo de espectáculo no se encuentra demasiado marcada en el pasado. Tampoco la existente entre el lector o espectador capaz de contextualizar la información que recibe los medios, para tomar decisiones que marcan su vida y aquel que solo quiere entretenerse con personajes y situaciones que en unos casos reprueba y en otros envidia, pero no se molesta en conocer.

El descubrimiento de [la columnista] Louella Parsons es tan simple como demoníaco: la intimidad, lo más secreto de lo secreto, lo vergonzoso, hace que la cotidianidad de las vidas ordinarias adquiera puntualmente relevancia. (Truman Capote) 

Cholula
En Argentina, Cholula, calificada como loca por los astros, era el personaje protagónico de un comic de Toño Gallo que se publicó en la revista Canal TV, modelado sobre la personalidad de varias jóvenes que habían comenzado sus carreras como cazadoras de autógrafos, organizadas para localizar a las figuras del espectáculo y obtener sus firmas. 
Ellas conocían la rutina del ambiente del cine, el teatro y la radio. Con el tiempo se fueron ganado la confianza de los artistas que admiraban sin asediarlos, y con esas credenciales de coleccionistas, acudieron a los medios, donde pasaron a convertirse en periodistas de farándula.  No prometían demasiada objetividad, porque todo aquello que pusiera en duda la imagen pública de los astros sería filtrado y silenciado. 
Ellas no iban a confrontar fuentes para descubrir lo que pudiera ocultarse, con tal no perder el privilegio de recibir sin intermediarios la palabra de las figuras que admiraban y no dudarían en reproducir.
Ellas estaban resueltas a operar como agentes de prensa (¿gratuitas o remuneradas?) de los artistas nacionales elevados a la categoría de ídolos.
En el pasado, la reliquia era el objeto empleado por una figura admirable (también podían ser partes de su cuerpo) que los seguidores atesoraban como demostración de su permanencia espiritual, a pesar de una inocultable ausencia.
Tumba de Elvis Presley en Graceland

Coleccionar firmas, aunque solo se tratara de la huella de un sello de goma impreso sobre una foto reproducida miles de veces por los encargados de los Departamentos de Prensa de los grandes estudios, era la actividad consoladora, que intentaba satisfacer una demanda colectiva de contacto con el ídolo, similar a la que muestran hoy los coleccionistas de selfies. Había (hay) que testimoniar que al menos en alguna oportunidad ese integrante anónimo de la audiencia masiva mantuvo algún tipo de contacto con la celebridad y obtuvo de ella una prueba que puede mostrar al mundo. Si ese testimonio tenía una dedicatoria personalizada, bien. Si no, bastaba con algo que otro admirador no tuviera. O incluso menos: el dato recibido en el hogar, en la pantalla del teléfono móvil, que permitiera acceder a la intimidad del personaje admirado.

 [El chimento] no tenía la maldad de hoy ni soñando. Era todo con mucho respeto. Cuando hablábamos de romances, era porque estaban ya confirmados. Yo sabía muchas cosas privadas que no publicaba. Muchos curiosos me preguntaban por tal o cuál y yo les decía que no estaba debajo de la cama de los artistas para contestar. (…) No tiene sentido estar buscándole a la gente los defectos, como si uno no los tuviera. (…) La gente no quería saber tanto. Se conformaban con conocer pavadas de una persona tan hermética. Todos respetaban al otro. (Adela Montes)

El chimento ocupa un espacio que en el pasado hubiera debido corresponder a la noticia, suministrando información sobre circunstancias irrelevantes referidas a personajes notorios de la actualidad. Se trata de aquellos que los medios han promovido precisamente para que se justifique hablar de ellos, no importa qué, alimentando los programas de farándula y accediendo no pocas veces a los noticieros. Los reality shows se han encargado de convocar una audiencia masiva con la promesa de mostrar todo lo que el común de la gente ocultaría, por pudor o simple conciencia de su insignificancia, captado por una infinidad de cámaras, las 24 horas del día.  
En el pasado, el robo de joyas denunciado por una actriz daba lugar a una nota de Radiolandia o Antena. Que eso hubiera ocurrido (o al menos que se difundiera el dato) venía a corroborar: a) que la figura del espectáculo era adinerada y poseía objetos de valor que podía justificar el delito; b) que ese personaje debía superar circunstancias lamentables, similares a las de sus admiradores; c) que seguía en este mundo, aunque no estuviera trabajando en algún nuevo proyecto. Los periodistas, gracias a la adopción de un estilo coloquial, colaboraban con la carrera del personaje aludido, intermediando para que sus admiradores no lo olvidaran.

Dicen que soy la precursora de los chimentos en televisión, pero lo que hacía distaba mucho de lo que se hace ahora. La gran diferencia es que, en mi caso, no importaba tanto qué decía, sino cómo lo decía. Yo me preocupé por marcar un estilo. Mi éxito radicó en la manera de contar: sin golpes bajos, sin invadir la privacidad del otro, sin lastimar, informando, con un tono coloquial, como de vecina. (Valentina Gestro de Pozzo)

Marylin Monroe bailando con Truman Capote
La distancia entre el periodista y el agente de prensa se estrecha gracias a la familiaridad del estilo del chimento. Los dos roles se confunden. Esto facilita la comunicación entre la figura del mundo del espectáculo y el representante de los medios, en detrimento de la confiabilidad del diálogo informativo. La audiencia recibe datos filtrados (hoy se dice: sesgados) que aparentan objetividad. Estando en todas partes, narrando todo lo que hace el artista, el comunicador de chimentos desinforma.

Iba a los estrenos, a las filmaciones, veía cómo se comportaban los famosos, cómo se vestían, pero me quedaba con lo que hacían públicamente. Jamás me metí en camas ajenas, como hacen ahora. Nunca tuve relaciones de amistad con los actores. (…) Yo hablaba para el público. (Valentina Gestro de Pozzo)

El voyeurismo fomentado por los medios deja de plantear dilemas éticos a la audiencia, al presentar su asedio (evidente, molesto, incluso sancionado por la Ley, en el caso de los paparazzi) como una rutina de acoso consentido, pagado y sobre todo premiado por el hallazgo de la información que pretendía ocultarse. Conseguir el dato esquivo se convierte en un deporte apasionante, que otorga notoriedad y cercanía al comunicador que se lo entrega a cada integrante de la audiencia. El informador es un amigo anónimo (en el caso de Mendy o la tía Valentina, es una amiga inmanejable, chismosa) que se encuentra calificado para recopilar y difundir información, gracias a su habilidad para ser aceptado en los territorios de difícil acceso donde la información se da.
Julio Korn, propietario de Radiolandia, define al destinatario más probable de su publicación:

En la Argentina, las revistas siempre fueron el costado superfluo del periodismo, salvo para las mujeres y ellas son las que directa o indirectamente las compran en el 99% de los casos. Este convencimiento ha influido para que casi todas mis revistas vayan dedicadas a la mujer. (Julio Korn)

El chimento, al estar disponible en la prensa gráfica o audiovisual, aprovechando la notoriedad que suministran los medios a los personajes que escoge como protagonistas, impide de algún modo que la información relevante de actualidad reclame la atención de lector o espectador. El espacio desmedido que se le concede a los datos de la vida privada, gracias los circunloquios y redundancias que emplea, hace que el destinatario del discurso tenga la impresión de haber sido informado, tal como el consumidor de comida chatarra tiene la impresión de ser alimentado.
Durante los últimos años, el chimento televisivo ha devenido en panel de opinólogos (neologismo que subraya la precariedad de la información que suministran, en detrimento del punto de vista informado de alguna supuesta autoridad). Los integrantes narran y evalúan la actualidad desde sus opuestos puntos de vista. Parecen elegidos para representar la diversidad de criterios de la audiencia, antes que su capacidad personal para investigar la actualidad.

Lo que cambió más del periodismo de espectáculos en los últimos tiempos, es que hay un mayor seguimiento de las vidas privadas, que de la crítica a una película, a una obra de teatro o a un programa de televisión. Antes el periodismo de espectáculos apuntaba más a la faceta pública de la persona y ahora creo que se apunta más a la vida privada de la celebrity. (…) La celebrity ha reemplazado a la actriz, al actor, al conductor, al periodista. (Fabián Doman)

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