jueves, 4 de noviembre de 2010

Rituales: el cine del sábado a la noche

Vivir en un pueblo de la pampa no era la condición ideal para quien se sentía incómodo con la realidad del lugar que le había tocado en suerte o desgracia. (…) En la pantalla del cine del pueblo se proyectaba una realidad paralela. (Manuel Puig: Los ojos de Greta Garbo)
 Desde que recuerdo, San Pedro tenía dos cines: el Plaza y el Palma, que exhibían estrenos todos los fines de semana y reposiciones el resto, siempre en programación doble. Mi padre me llevaba al cine los sábados (no todos) y veíamos dos películas en una noche. No recuerdo que mi madre o mis hermanas participaran de la excursión. Ir al cine era cosa de hombres, supongo. Ir al cine era también una de las maneras de acercarme a mi padre, nunca demasiado, porque las películas que veíamos no se comentaban entre nosotros, probablemente porque los diálogos entre un adulto y un niño no tenían para él mucho sentido. Yo le hacía preguntas a todo el mundo (mis tíos, los vecinos), pero a mi padre no, y no porque lo temiera, sino porque lo veía distante, por lo que no esperaba nada útil de un intercambio verbal.
Laurence Olivier: Hamlet
Mi padre se encontraba a veces con algunos amigos en el cine y luego nos deteníamos en un bar, para que ellos tomaran café y yo un submarino (un gran vaso de leche caliente en el que se dejaba una barrita de chocolate, que debía ser disuelto con una cucharita de mango largo), medio dormido a esas horas.
No consigo recordar cómo me las componía, pero desde que tuve ocho o nueve años, yo comencé a decidir qué películas veríamos mi padre y yo. Mi madre quedaba fuera del acuerdo. Ella iba pocas veces al cine, probablemente porque había que caminar veinte cuadras y sus juanetes no se lo permitían, o porque alguien debía quedarse en casa, con mis hermanas, o porque ella aprovechaba esas salidas nuestras para reunirse con sus hermanas. Tuvo que pasar el tiempo para que mi madre me pidiera que la acompañara a ver una reposición de Camille (La Dama de las camelias), el filme de 1937 de George Cukor interpretado por Greta Garbo, casi veinte años después de la fecha de estreno.
Yo me encontraba razonablemente bien informado sobre el tema de la exhibición de cine, porque escuchaba todas las tardes el programa Diario del Cine, dirigido por Chas de Cruz en Radio Belgrano. También leía las páginas de espectáculos del diario La Nación, que llegaba a mi casa a la hora de la siesta. De ese modo me enteraba de lo que estrenaban en la Capital y aguardaba durante meses que las películas llegaran a San Pedro. El radioteatro Radio Cine Lux dramatizaba todos los sábados, a partir de 1947, los argumentos de películas clásicas. Después de oír esa versión, como sucedió con de The Enchanted Cottage, uno deseaba conocer el original.
Carol Reed: The third Man
Con toda esa información, me las componía para que mi padre me llevara al cine los sábados a la noche. Me interesaba el cine europeo de postguerra, que la prensa elogiaba y despertaban mi interés. El azar de la distribución local, mezclaba películas que mostraban un continente destruido, tal como aparecía en Balada Berlinesa de Robert Stemmle, En cualquier lugar de Europa de Géza van Rádvanyi o El tercer hombre de Carol Reed, con el optimismo propagandístico de películas nazis que ahora no logro identificar.
Cuando no tenía más de seis años, durante una visita a mis abuelos paternos en Mar del Plata, mi madre contaba que armé un berrinche porque no me querían llevar a ver El Gran Vals, de Julien Duvivier, probablemente atraído por la voz de Militza Korjus, que me había sido revelada por mi tía Matilde. Hoy no tengo la menor idea de cómo llegué a desear tanto ir al cine, ni cómo me interesaba en algo que no fueran las películas de Walt Disney (nunca vi Blanca Nieves, ni Bambi, ni Dumbo, ni Pinocho, a pesar de que leía los comics estrechamente ligados con esos filmes). Supongo que ese tipo de películas no le interesaban a mi padre y yo era en los ´40 demasiado chico para ir solo al cine.
No existían por entonces demasiadas restricciones al acceso de menores a una sala de proyecciones, porque casi todo lo que se exhibía era apto para menores. En el atrio de la iglesia parroquial publicaban una lista de películas recientes, con las restricciones de alguna institución católica. Era la misma lista que publicaba El Imparcial todas las semanas. Las consultaba por curiosidad, más que por respeto.
Georges-Henri: Manon
A pesar de mi carencia de prejuicios, no pude asistir al estreno de Manon, el filme de Georges Henri Clouzot, que se suponía reservada para mayores de edad, por las escenas de promiscuidad sexual y la breve exhibición de un pezón de la protagonista muerta, pero de todos modos me enteré de las historias de señoras de la Acción Católica que se apostaban en autos, frente al Cine Palma, para reconocer y anotar a los que desafiaban la prohibición explícita del párroco, publicada en la puerta de la iglesia de Nuestra Señora del Socorro.
En los ´40 y comienzos de los ´50, las proyecciones eran dobles y los programadores demostraban criterios bastante amplios. Tal vez no se cuidaba la calidad de la proyección (recuerdo una mancha en la pantalla de La Palma que estuvo en el mismo sitio por años y uno terminaba por aceptar, como el color del Paraná).
Josef von Baky: Munchaussen
A diferencia de lo que pasa hoy, en las programaciones había lugar para el cine de todos los orígenes, incluyendo el argentino. Durante la Segunda Guerra Mundial, vi películas alemanas como Las Aventuras del Barón de Munchausen de Josef von Baky, donde aparecían (brevemente) los primeros senos de mujer que pude ver en una pantalla. Después de la guerra, fue el turno del cine italiano y el francés que denunciaban la precariedad del mundo contemporáneo. Entre los once y trece años descubrí la existencia de películas que me marcaron para siempre, como Carta de una enamorada de Max Ophüls (en la foto) y El Río de Jean Renoir. No había decidido aún que ese debía ser el ámbito profesional en el que pretendía moverme, pero estaba adquiriendo conciencia de la composición del encuadre, la dirección de la luz, el movimiento de cámara.
A mi padre no le gustaban los musicales, ni las comedias de ningún tipo, por lo que mi cultura de esos géneros la formé después, durante la adolescencia, cuando comencé a ir al cine solo, no menos de tres veces por semana, cuando me dediqué a ver más de una vez la misma película, tal como había notado la necesidad de leer más de una vez un mismo libro, porque estaba convencido de haber perdido detalles que estaban allí, esperando que alguien, un conocedor que se estaba instruyendo a sí mismo, los detectara.

1 comentario:

  1. Oscar
    Cuantos recuerdos de los cines ,y pensar que hemos estado mucho tiempo sinsala,para ver cine debiamos viajar a otras ciudades o alquilar y ver en la casa.
    Pero ahora han remodelado el cine La Plama y es un multiespacio cultural ,ya se inauguro con una obra de Teatro y proximamente van a empezar a proyectar peliculas
    Susana

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