lunes, 11 de octubre de 2010

El Teatro en San Pedro


I Piccoli di Podrecca era una vieja compañía de marionetas italiana (tenía cuarenta años de existencia en ese momento), que andaba de gira por Argentina y Brasil, a mediados de los años ´40, después de haber sido sorprendidos por la Segunda Guerra Mundial en los Estados Unidos. Cuando pasaron por San Pedro, se presentaron en el Teatro La Palma, donde los vi tres veces, porque renovaban su programa, que consistía en variados números musicales, como un concierto del pianista Paderewski, un aria de ópera de Lily Pons o la Danza Macabra de Saint-Säens por media docena de esqueletos, que se desarticulaban y volvían a armarse bajo la luz negra. Era un espectáculo tan refinado, que apabullaba, porque no llegábamos a entender el artificio que le daba origen. Los primitivos títeres de guante que nos enseñaban a fabricar en la escuela o veíamos utilizar a Javier Villafañe, no eran capaces de asombrarnos tanto. Eso era el teatro, un espacio inhabitual, donde uno escapaba de las limitaciones del mundo.
Mis padres amaban el teatro, he terminado por aceptar. Mi madre tenía la capacidad de ponerse imaginariamente en la situación del otro, a partir de los cual imitaba las voces de sus conocidos y reproducía el detalle de su estilo expresivo, dos factores que afirmaron mi vocación de dramaturgo, varias décadas más tarde. Mis padres no tenían demasiadas cosas en común, pero el amor por el teatro se revelaba en la audición familiar de Las Dos Carátulas, el programa de los domingos a la noche de Radio Nacional, donde se representaban piezas de la dramaturgia nacional e internacional (en idéntica proporción, dado que el gobierno peronista protegía la difusión del arte elaborado en el país). Le debo a Las Dos Carátulas el impulso de leer todas las piezas teatrales que encontré en el catálogo de la Biblioteca Rafael Obligado y las que logré que compraran tras haberlas solicitado en un cuaderno especial que la institución ponía a disposición de los socios. El teatro inglés en verso de T.S.Eliot y Christopher Fry, por ejemplo, lo leí varios años de verlo representado en Buenos Aires. Lo mismo pasó con las obras de William Saroyan, Luigi Pirandello y Eugene Ionesco, que tan influencia tuvieron en mi formación.
El aporte de Las Dos Carátulas era único, porque me revelaba autores y obras que nunca se me hubiera ocurrido explorar por mi cuenta, dado que el programa de Literatura de la secundaria se limitaba al teatro clásico español. Del resto, no se hablaba. Después de oír la lectura de una pieza que me interesaba durante el fin de semana, yo volaba a la Biblioteca en busca de otros títulos del mismo autor, que se conectaban con otros títulos y autores.
En mi casa, la vieja radio con forma de catedral, se trasladaba diariamente de la cocina, donde permanecía la mayor parte del tiempo, llenando con sus voces el silencio de nuestras comidas familiares, a la zona de los dormitorios, por las noches, para que oyéramos desde la cama esas voces que nos traían a otros personajes y otros dramas distintos de los habituales. Más atrás, la memoria recupera otras transmisiones radiales, esa vez desde los teatros de Buenos Aires, efectuadas por Radio Stentor o Fénix, que incluían reportajes a actores y el público que comentaban lo que ellos acaban de ver y nosotros solo habíamos oído. Tal vez todo eso fuera una ilusión, pero me parece recordar que las voces se oían como si efectivamente se estuviera representando la pieza en un escenario y tuviéramos las risas y aplausos de los espectadores.
En San Pedro no había compañías teatrales, pero el Cine La Palma recibía la visita de compañías de Buenos Aires. Los radioteatros más famosos de la época, transmitidos por Radio Mitre o Belgrano, efectuaban una gira después de haber completado las transmisiones. Por eso vi con mis padres o con mis tías, algunas de esas representaciones que a la distancia me parecen deliciosas por su primitivismo (pudo ser Fachenzo el Maldito o algo parecido). No solo era la excitación de ver aquello que uno se había limitado a oír, a imaginar, durante meses, sino también la decepción de no encontrar allí al Narrador de voz profunda que todo lo sabía (Julio César Barton) y la de estar presenciando el resumen de algo que había sido mucho más extenso y estaba entrecortado por pausas comerciales que conocíamos de memoria (Venga del aire o del sol / del vino o de la cerveza / cualquier dolor de cabeza / se pasa con un Geniol).
En el teatro, los personajes estaba más lejos que en la radio. Poblaban el escenario, mientras que uno los tenía a veces susurrando al oído. Faltaba la música que subrayaba las frases más impactantes. Era otra cosa y recuerdo haber asistido a alguna representación con los ojos cerrados, para recuperar el atractivo que tenía la radio. Nos habíamos acostumbrado a disfrutar el drama en nuestra imaginación, otorgándole los recursos que era capaz de aportar la fantasía.
Había otra fuente hoy impensable para formarse una cultura teatral. Los circos que pasaban por San Pedro durante los ´40, mantenían una tradición que se estableció durante la última parte del siglo XIX. Al igual que los Podestá y otros pioneros del teatro argentino, el circo que conocí en mi infancia presentaba una función compuesta por dos partes. En la primera, se ofrecían las atracciones tradicionales de equilibristas, payasos, ilusionistas, animales amaestrados, tragasables, forzudos. En la segunda parte, los mismos artistas representaban una pieza teatral (tengo la impresión que abreviada) en un escenario ubicado en un extremo de la carpa o utilizando toda la pista. El repertorio estaba compuesto por melodramas como El Rosal de las Ruinas o Muerte Civil; por comedias de enredo como ¡Qué noche de casamiento! o sainetes nacionales del tipo de Ya tiene Comisario el pueblo o El Conventillo de la Paloma, y se renovaba dos o tres veces por semana. Era una rutina productiva tan exigida por el calendario, que utilizaba los mismos telenos pintados y obligaba a los actores a establecer un desempeño semi improvisado, similar al que se utilizaba en la Comedia dell´Arte italiana, de los siglos XV al XVIII.
Mis tías recordaban la representación de El Suplicio de una Madre que las había hecho llorar, probablemente antes de que yo naciera, y un espectáculo naval, en el que la pista era cubierta con una lona impermeable, llenada de agua y los actores se desplazaban en botes, como se hacía dos mil años antes en el Coliseo Romano.

1 comentario:

  1. Oscar
    Al leer este texto cuantos recuerdos llegan a mi memoria respeto a la radio que tambien habia en mi casa y escuchabamos los radioteatros,o las idas al cine Palma a ver alguna obra en vivo.
    Tal vez yo tambien tengo ,ese gusto cultivado desde mi niñez.Cada vez que tengo oportunidad voy a ver teatro ,como en San Pedro no hay ,expecto el Siripo que es un teatro chico ,me las ingenio con algunas amigas y vamos a Bs As a ver distintas obras casi todos los meses.Pero el viejo cine teatro la Palma ,lo han re modernizado y este 23 de octubre reabre sus puertas con un multi espacio con 2 salas y lugar para hacer exposiciones . La inauguración contará con un acto oficial por la mañana y, esa misma noche, la presentación de la obra “Por tu padre”, interpretada por Federico Luppi y Adrián Navarro.
    La pieza teatral habla de un joven que en sus treinta largos, confronta en el funeral de un familiar al socio comercial de su padre y a su padre mismo, en un crispado, frenético y, por momentos agresivo, dialogo en medio de situaciones donde la emoción, ternura, soledad y la esperanza tejen una trama que se asemeja a un ajuste de cuentas.Susana

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